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Charles Bronson pierde el norte en Euskadi
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estreno de 'fuego'

Charles Bronson pierde el norte en Euskadi

José Coronado protagoniza un filme sobre un policía que se venga de un etarra tras ser objeto de un atentado

Foto: José Coronado en una escena de 'Fuego'
José Coronado en una escena de 'Fuego'

El Estado británico fue condenado el mes pasado a indemnizar a una militante de la izquierda alternativa por un atropello ocurrido en los ochenta: un policía infiltrado había tenido un hijo con ella haciéndose pasar por un militante. Un ejemplo dantesco de lo lejos que pueden llegar las operaciones policiacas secretas. O cuando tu pareja es tu peor enemigo ideológico (aunque tú no lo sepas). Algo de esos niveles de perversidad hay en Fuego, película de Luis Marías (Bilbao, 1962) que compite en el Festival Internacional de Cine de Gijón, que se inaugura hoy.

El filme, que se estrena en salas el viernes que viene, arranca con el asesinato de la mujer de un policía, víctima de un coche bomba de ETA. El agente, interpretado por José Coronado, ideará años después la madre de todas las venganzas perversas: volver a Euskadi, contactar con la mujer del etarra que mató a su mujer, ligar con ella y, posteriormente, pegarle cuatro tiros. En dos palabras: Tela marinera.

En efecto, el argumento suena a una de esas películas en la que alguien mata a la mujer de Chuck Norris/Charles Bronson y arde Troya/Vietnam. Pese a su violenta ráfaga final, Fuego se muestra más conciliadora y menos explosiva que este tipo de filmes vengativos. No obstante, dado que el protagonista de Fuego cree en las cualidades terapéuticas de la venganza, cabría preguntarse si su director opina lo mismo. “No, no, en ningún caso. Sí, el personaje está convencido de que la única vía para acabar con su dolor es la venganza, pero no mide las consecuencias de la misma: echa sal a sus heridas y hace daño a las personas de su entorno familiar”.

“Es un filme sobre las consecuencias de la violencia, sobre como la violencia puede generar más violencia y sobre los efectos del dolor sobre las personas”, matiza Marías.

Dos controversias

Sucede que no fue necesario que se estrenara Fuego para que surgieran las primeras suspicacias: con la sinopsis fue suficiente. Primero movió ficha la alcaldesa del pueblo -Lekeitio, gobernado por Bildu-, donde transcurre Fuego: el día antes del rodaje le regaló a Marías un ensayo para que conociera todas las versiones del conflicto vasco. “Al principio me chocó, pero creo que fue un mero detalle de cortesía, aunque sirvió para que las redes sociales se encendieran un poco con el filme”, aclara el director.

No obstante, como suele ocurrir con muchas de las películas que tratan el tema de la violencia en Euskadi, Fuego ha acabado por alienar a ambos lados del espectro ideológico: “Alguna persona me ha dicho que las víctimas de ETA nunca han apostado por la venganza homicida y que, por ello, mi película desprecia y ataca de algún modo a las víctimas, lo que es absolutamente falso”.

Habría que preguntarse, por tanto, si hay motivos para que una película como Fuego soliviante al personal por cuestiones ideológicas. Su director no lo cree así:

'Fuego' es asumible desde cualquier punto de vista ideológico

“El mensaje de 'Fuego' es perfectamente asumible desde cualquier punto de vista ideológico. Pero los sectores más radicales, del mundo abertzale a las vertientes más duras de la derecha española, quizás no necesiten ver el filme para estar en contra. La película ya ha sido juzgada y condenada. Creo que se equivocan, pero no me importa lo más mínimo”, concluye Marías.

Pero no nos equivoquemos: hace ya tiempo que las controversias culturales sobre ETA no tienen el impacto de antaño. En concreto, desde que dejó de haber muertos encima de la mesa.

En las últimas semanas se han proyectado en el circuito de festivales varias películas de directores vascos sobre el asunto (Negociador, Lasa y Zabala, 1980, Fuego) y la sangre no ha llegado al río. Cintas que, por cierto, tratan el conflicto vasco de formas antagónicas: de las risas populares (recuerden el gran fenómeno comercial del año: Ocho apellidos vascos), a la comedia política marciana (Negociador), pasando por la denuncia política de la guerra sucia (Lasa y Zabala), el homenaje a las víctimas (1980) y el drama vengativo (Fuego). Más allá de los desiguales resultados cinematográficos de cada cual, lo que parece demostrar esta oleada de miradas es que la transición hacia la paz ha permitido revisar el quilombo sin que se monte la de San Quintín.

El Estado británico fue condenado el mes pasado a indemnizar a una militante de la izquierda alternativa por un atropello ocurrido en los ochenta: un policía infiltrado había tenido un hijo con ella haciéndose pasar por un militante. Un ejemplo dantesco de lo lejos que pueden llegar las operaciones policiacas secretas. O cuando tu pareja es tu peor enemigo ideológico (aunque tú no lo sepas). Algo de esos niveles de perversidad hay en Fuego, película de Luis Marías (Bilbao, 1962) que compite en el Festival Internacional de Cine de Gijón, que se inaugura hoy.

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