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Todos los Ramiro conducen a Pinilla
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fallece el escritor vasco a los 91 años

Todos los Ramiro conducen a Pinilla

Ha muerto Ramiro Pinilla y seguimos preguntándonos cómo salvar a España de su pasado. Tan fácil como leer al escritor vasco, ya sabéis. Es y será

Foto: Ramiro Pinilla fotografiado en 2010, en los acantilados de La Galea, escenario de la novela 'Las ciegas hormigas'. (EFE)
Ramiro Pinilla fotografiado en 2010, en los acantilados de La Galea, escenario de la novela 'Las ciegas hormigas'. (EFE)

Ha muerto Ramiro Pinilla y seguimos preguntándonos cómo salvar a España de su pasado. Tan fácil como leer al escritor vasco, ya sabéis. Es y será uno de los grandes autores de minorías, crítico con la actualidad y dialéctico con la revisión del pasado reciente. La trilogía Verdes valles, colinas rojas (2004-2005) es una de las cimas de la novela de proyección social y convierten a su creador en uno de los novelistas de los enfrentamientos personales y conflictos colectivos, donde comparte lugar de privilegio con Juan Eduardo Zúñiga, Manuel Longares y Rafael Chirbes. Un escritor contra los que prefieren olvidar, que ganó el Nadal de 1960 con una excelente y dura novela, Las ciegas hormigas, y luego se olvidó de triunfar.

Muchos Pinilla hay en uno solo, pero todos son de una ironía sublime, vasca. La novela épica, la novela trágica, la novela negra, la novela documental… Pinilla es un género novelesco más, con una prosa transparente, como le gustaba decir. Su editor, Juan Cerezo (Tusquets) señala la aparente sencillez de una prosa eficaz, su capacidad para llenar de vida a sus personajes, con diálogos relevantes y silencios dramáticos. Y, por supuesto, “una imaginación muy poderosa para no quedarse atrapado en un único registro”, reconoce a este periódico.

Ramiro Pinilla es poseedor de una artesanía perfecta, que hace coincidir técnicas y contenidos: ajusta piezas a la totalidad, ajusta cada palabra y cada frase. Pocos escritores son capaces de mantener el pulso narrativo y la tensión de la trama durante las casi dos mil páginas de la trilogía Valles verdes, colinas rojas, protagonizada por dos familias de Getxo, los Altube y los Baskardo. En esta descomunal obra sus registros comunes han madurado: inventiva a partir de mitos, ejecutada con símbolos y alegorías. Frasea sin síntesis, muy próximo a Faulkner, Benet y Baroja.

Sólo un muerto más (2009) descubre al narrador más cervantino de todos los personajes que inventa Pinilla. Se pregunta qué es al lado de los Hammett, Chandler, Cain, Himes y Amber y ese Olimpo de novelistas policíacos. El escritor fracasado al que encarna, para mayor ironía, se llama Sancho, Sancho Bardaberri, un Quijote de la novela negra que protagoniza una parodia de las convecciones de género. El personaje, trasunto de Pinilla, se pregunta por los deberes morales del escritor frente al dolor ajeno, la misma pregunta que se hizo Truman Capote en A sangre fría, la misma cuestión que Pinilla se planteó antes en Antonio B. el ruso, ciudadano de tercera (1977), un extraordinario ejercicio de realismo social. Todos los suyos, héroes desaparecidos.

Huesos (1997) abarca los sentimientos, miedos y amenazas de la guerra civil y la posguerra, la especialidad de la casa. La de Pinilla y la del resto de los españoles. Porque como insiste don Manuel, uno de los personajes de esta virulenta novela, “las guerras que empiezan no se acaban nunca”. Memoria sangrante y secretos dolorosos, no hay solución para el final de una guerra. Esa es la mala noticia, que todos los personajes, secundarios y principales, tragan con las deudas de una guerra. También en esta novela: un topo en el caserío de Jáuregui, escondido en 1937 y muerto en 1957, es el motivo que preside la trama.

En La higuera (Tusquets, 2006), el árbol ha sido plantado sobre una tumba, de la que surge la nueva vida. El símbolo de la higuera como testigo de la barbarie es rotundo para revelar las huellas del miedo a la venganza de personajes miserables, durante la guerra civil y la posguerra. Pero esa higuera también es la memoria enterrada, la sombra de una salvajada que muchos prefieren ocultar. Sin embargo, Pinilla no deja escapar a sus personajes sin hacerles pasar por un buen conflicto de conciencia que les enfrente a su ideología. Porque en esta novela nadie es inocente. Ni siquiera el protagonista, porque nadie en este libro –tan real- actúa de acuerdo a sus convicciones. La historia reciente de España está en los manuales, pero la historia reciente a la que no llegan los manuales está en La higuera.

Pinilla forma parte de esa generación de escritores que realizaron su obra desvinculados de los centros de poder cultural, como Madrid, Barcelona, Sevilla o Valencia. Es el caso de Antonio Gamoneda, Julia Uceda, José Luis Sampedro, Juan Eduardo Zúñiga o Juan Iturralde. Pinilla está al margen, un lugar perfecto desde el que hablar de la pérdida de raíces, de la sangre que se mezcla, de los verdes valles de un idealizado y paradisíaco mundo antiguo, amenazado por las colinas rojas y la sangre de los trabajadores de las fábricas. Getxo siempre; Getxo capital Pinilla. “Es su anclaje”, como explica su editor Juan Cerezo. Su ciudad en la que todo está concentrado, nacionalismo, capitalismo, socialismo y una nueva hornada de escritores vascos que se acercan a sus enseñanzas, como Jon Bilbao y Harkaitz Cano. El legado está a salvo.

Ha muerto Ramiro Pinilla y seguimos preguntándonos cómo salvar a España de su pasado. Tan fácil como leer al escritor vasco, ya sabéis. Es y será uno de los grandes autores de minorías, crítico con la actualidad y dialéctico con la revisión del pasado reciente. La trilogía Verdes valles, colinas rojas (2004-2005) es una de las cimas de la novela de proyección social y convierten a su creador en uno de los novelistas de los enfrentamientos personales y conflictos colectivos, donde comparte lugar de privilegio con Juan Eduardo Zúñiga, Manuel Longares y Rafael Chirbes. Un escritor contra los que prefieren olvidar, que ganó el Nadal de 1960 con una excelente y dura novela, Las ciegas hormigas, y luego se olvidó de triunfar.

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