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Marta Fernández: “Me encantaría que me dieran el Planeta, ¡sólo por dinero!”
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publica 'Te regalaré el mundo'

Marta Fernández: “Me encantaría que me dieran el Planeta, ¡sólo por dinero!”

El desembarco del mundo de la televisión en el del libro es el último movimiento táctico de la industria por salvarse del naufragio. Al margen de

El desembarco del mundo de la televisión en el del libro, ya sabemos, es el único recurso que ha encontrado la industria para salvarse del naufragio. Al margen de la necesidad de la cara que todo lo vende, la maniobra cuestiona para qué leer, para qué escribir. No son las preguntas que inquieten al negocio, pero sí al lector y al escritor. Te regalaré el mundo (Espasa) es una novela que nace en medio de los dos mundos y hace tambalear los prejuicios de venta y los prejuicios culturales. Una novela sin cara.

¿Para qué escribir, para qué leer? Para completar la biblioteca. La primera novela de Marta Fernández (Madrid, 1973) es el libro de una lectora voraz, escrito por una narradora que cubre carencias lectoras. Ahí donde afloran huecos en la biblioteca es donde se justifica escribir. Escribir es seguir leyendo. En las estanterías de la presentadora de informativos de mediodía de Cuatro debía faltar una historia sobre la reconstrucción de la identidad.

Quizás no, quizás sólo quiso llamar a la puerta y descorrer el telón del Madrid de Fernando VI que retenía a la luminosa Bárbara de Braganza, regodearse con precisión y sin almíbar en el escenario. Al tiempo, recrea la redacción del periódico de sus sueños. Maravillosos los pasajes y las peripecias de plumillas que cuenta Leo, el protagonista y autor de la novela. Así, combinar el siglo XVIII con el XXI, capítulo tras capítulo hasta fundirlos, y transformar una cuestión de identidad en una reivindicación de la inteligencia contra los mitos y las religiones, los mediocres y los salvajes, la soledad y el abandono, los complejos y las apariencias. Inteligencia, incluso, contra el amor.

“Amarás la inteligencia sobre todas las cosas”, dice Rossum –personaje trasunto de Descartes– al final del relato, encerrado en un libro diseñado para ser todo lo contrario a lo que aparenta. Es la paradoja borgiana de esta novela: el libro muestra otra cara y aparenta otros intereses, mientras sus personajes entran en crisis porque no se reconocen y la escritora los molesta obligándolos a que se pregunten quiénes son y cómo se construyen.

Ocultar las intenciones

Es difícil reconocer las intenciones de la autora en el producto. Lo peor de Te regalaré mi mundo es eso, su título, y su portada. Simplemente, podrían ser los de cualquier otro, uno más del carril de las emociones que “apelan al corazón”. Otra novela de escaparate, romántica y melancólica del mundo de los presentadores. Pero ya hemos dicho que no es de ese mundo, aunque para reconocerlo haya que olvidar la cara de quien lo escribe. Si ella hubiese desaparecido de los créditos, disfrazada en seudónimo masculino anglosajón, llegaría a más lectores. Pero vendería menos.

“Llegué a una editorial por casualidad. Tenía una historia en la cabeza y había escrito algo cuando me llamaron Miriam y Belén (editoras de ficción de Espasa). Les conté una historia absolutamente descabellada y, para mi sorpresa, les gustó”, explica la autora a este periódico. Todo parte de la leyenda que cuenta que Descartes creó un autómata para reemplazar a su hija fallecida y superar el dolor. El filósofo reniega de Dios para convertirse en él, para acabar con el dolor a base de inteligencia. Enfrente, Leo, tratando de entender por qué fue abandonado por su padre, un científico erudito, cuestionando la inteligencia.

Puede que Dostoievski tuviera razón, que la vida humana es antes que nada diálogo. La primera novela de Fernández carece de ellos. Es un trasunto interior, una novela submarino que se sumerge en el silencio de la digresión de la primera persona (para Leo) y la descripción histórica de la tercera (para el siglo XVIII), eliminando de la prosa todas las bacterias y la grasa. “Me da por pensar que esta es la razón por la que escribo. Para buscar las palabras que no consigo encontrar con mi voz. Para decirle a mi padre –allá donde esté, donde quizá me lea– que es posible amar a la ciencia y a un hijo al mismo tiempo. Como Rossum. Ese profesor atravesado de amor, de ausencia, de fatalidad, de destino”, escribe Leo. Escribe Leo; la escritura es lectura.

“Me resultó más fácil escribir en primera persona, pero me divertí mucho más con la tercera persona histórica”. Básicamente, reconoce, porque tiene capacidad para envolver y para ir de un lado a otro. “Ser omnisciente está muy bien”.

De impostores y periodistas

Irremediablemente, una novela sobre la impostura se tropieza con los impostores. Aparecen por todas partes para dejarse ver, para inventarse tal y como el que mira quiere verlos. Impostores que tratan de mejorarse en lo público y traicionarse a conciencia. La autora acude a su experiencia personal para hacer recuento del prototipo mediocre de las redacciones. Te regalaré el mundo no es sólo un ajuste con el verbo periodístico –contrario a la premura y la actualidad–, es un tirón de orejas al periodismo en todas sus dimensiones más miserables.

“Te he dicho mil veces, querido Leo, que no hay que ver la televisión. Cuando acabes el artículo lo escribes cien veces y con buena letra”; “La crisis no es del papel. Es de lo que lleva el papel”. Las citas al momentazo de la prensa se repiten y ella tampoco las esquiva: “Los periodistas estamos poniendo en peligro la profesión. Con la excusa de las nuevas tecnologías nos arruinan la profesión. No queremos darnos cuenta de que hemos menospreciado a nuestros lectores, espectadores y oyentes. Les hemos llamado tontos y les hemos dejado de ofrecer lo que necesitan. Necesitamos una regeneración en el periodismo: hemos vaciado la noticia hasta dejarla en una papilla, que ni es información ni es nada. Un periodista no puede ser infiel a sus principios, porque uno sabe que no puede mentir ni manipular”.

¿Por qué una periodista decide escribir una novela? “Porque a todos los periodistas nos gusta jugar con las palabras y contar cosas. Nos gusta las palabras por defecto”. ¿Y la honestidad del escritor es la misma que la del periodista? “No, casi que cuanto más deshonesto sea el escritor, mejor. Es mucho más divertido. Me gustan los escritores que son honestos en el tema que se plantean, pero deshonestos en la manera que lo hacen”. Por eso Pynchon, Jonathan Safran Foer y DeLillo.

¿Y no le ofrecieron en Planeta un premio? “Los premios son de quien los da, así que los dueños de los premios son quienes deciden lo que premian. En el fondo, un premio sirve para vender mucho. ¿O sirve para tenerlo en una estantería y que te alimente el ego? No, para vender”. ¿Le gustaría que le dieran el Planeta? “Me encantaría que me dieran el Planeta, ¡sólo por dinero!”.

El desembarco del mundo de la televisión en el del libro, ya sabemos, es el único recurso que ha encontrado la industria para salvarse del naufragio. Al margen de la necesidad de la cara que todo lo vende, la maniobra cuestiona para qué leer, para qué escribir. No son las preguntas que inquieten al negocio, pero sí al lector y al escritor. Te regalaré el mundo (Espasa) es una novela que nace en medio de los dos mundos y hace tambalear los prejuicios de venta y los prejuicios culturales. Una novela sin cara.

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