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Robin Wright se vende al cine de animación
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estreno de 'el congreso'

Robin Wright se vende al cine de animación

El Congreso arranca con una de las imágenes más potentes y hermosas de la temporada: un primer plano del rostro de Robin Wright por el que

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El Congreso arranca con una de las imágenes más potentes y hermosas de la temporada: un primer plano del rostro de Robin Wright por el que se desliza una lágrima. La protagonista de La princesa prometida se interpreta a sí misma en la nueva película de Ari Folman, el responsable de la magnífica Vals con Bashir (2008). Wright llora ante el panorama que le pinta su agente Al (Harvey Keitel): no hay futuro en Hollywood para una actriz de su edad, que vive semi-retirada en un antiguo hangar junto a sus dos hijos y además no se ha doblegado ante algunas exigencias de la industria del espectáculo.

Pero Robin, en la película, tiene un hijo con una minusvalía sensorial y debe velar por su porvenir. Por ello acepta el último contrato, de naturaleza mefistofélica, que le ofrece su productora, Miramount (cruce evidente entre Miramax y Paramount): escanear todo su cuerpo, todos sus movimientos hasta el último gesto para generar su avatar digital. Robin Wright será una actriz joven y bella para siempre, pero una actriz virtual propiedad enteramente de una empresa. Veinte años más tarde y retirada del mundo del cine en favor de su alias, Wright inicia la búsqueda de su hijo extraviado en un mundo donde las fronteras entre lo real y lo virtual se han diluido.

En su segundo largometraje, Ari Folman combina segmentos de animación con otros protagonizados por personajes de carne y hueso para llevar a cabo una reflexión lúcida, densa, por momentos confusa, pero fascinante en torno al futuro de la imagen.

La película toma su nombre de una de las novelas cortas de Stanislaw Lem, Congreso de futurología, en la que se inspira la segunda parte del film, la que tiene lugar dos décadas después del escaneo de la protagonista.

El escritor polaco imaginó en su libro una sociedad futura distópica, una “psivilización” donde la tiranía se ejerce a partir del control de las emociones a través de la “psiquímica”. “La psiquímica liquidó aquellas luchas intestinas que tanta energía mental despilfarraban en balde. La psiquímica y sus productos hacen lo necesario, de tal manera que el antiguo cerebro se armonice, dulcifique y persuada, desde el mismo meollo, hacia el bien. Ya no es posible dejarse arrastrar por los impulsos espontáneos. Quien así lo hiciera sería un indecente”, narra el autor de Solaris (traducido al español por Melitón Bustamante y publicado por Alianza Editorial).

Pero El Congreso no pretende en ningún momento funcionar como una adaptación literal de la obra de Lem. El director ni tan siquiera mantiene en la película al personaje protagonista de la novela, el viajero espacial Ijon Tichy, ni tampoco se mueve en el registro irónico propio de la literatura del polaco. La farmacocracia creada por el escritor sirve más bien como contexto, como telón de fondo de ese futuro igualmente desazonador por el que se mueve Robin Wright, una madre cuyo principal objetivo es proteger a su hijo. A través de los dibujos, Folman también mantiene viva la riqueza visionaria y psicodélica de la novela.

En Vals con Bashir, donde un soldado israelí confrontaba su amnesia sobre el papel del ejército de su país en la masacre de Sabra y Chatila, la animación permitía subrayar la fragilidad de la memoria y poner de manifiesto que los recuerdos no necesariamente tienen que ajustarse a la realidad. En El Congreso Folman utiliza los dibujos para recrear ese mundo futuro alucinado donde se han borrado las fronteras entre la identidad real y la ficticia.

El prodigioso segmento animado de The Congress, donde conviven infinitos personajes de la cultura popular en una paisaje tan colorido como mutante, rinde tributo al tipo de dibujo que reinó en el cine de los años treinta y cuarenta, a maestros como Tex Avery o los hermanos Max y Dave Fleischer, creadores de Betty Boop y Popeye. En la tercera parte del film, Robin Wright vuelve a ser una persona de carne y hueso que prosigue la búsqueda de su hijo. Folman mantiene intacto este factor humano como resquicio de rebeldía de su futuro distópico.

Folman también permanece fiel a la novela de Lem en lo que a carga filosófica se refiere. El polaco llevó a su máxima expresión la idea de una ciencia-ficción que, además de explorar la capacidad inventiva del género, ofreciera lúcidas reflexiones sobre el presente y los retos de futuro de la sociedad. En El Congreso perviven algunos de los temas apuntados por el escritor junto a otros añadidos por el cineasta.

Folman ha llevado a cabo una película que en sí misma entraña todo un debate sobre el futuro de la imagen y el papel que jugarán en ella los actores. Pero incide en otros asuntos en el fondo muy actuales como el control y el monopolio de los imaginarios colectivos por parte de la industria del entretenimiento, la progresiva sustitución de la experiencia de lo real por la experiencia virtual, la uniformización de las emociones y la dictadura de la felicidad.

El congreso

Director: Ari Folman

Duración: 120 minutos

Género: Ciencia Ficción, Animación

Nacionalidad: Israel

Intérpretes:Robin Wright Penn, Harvey Keitel, Danny Huston, Paul Giamatti,

El Congreso arranca con una de las imágenes más potentes y hermosas de la temporada: un primer plano del rostro de Robin Wright por el que se desliza una lágrima. La protagonista de La princesa prometida se interpreta a sí misma en la nueva película de Ari Folman, el responsable de la magnífica Vals con Bashir (2008). Wright llora ante el panorama que le pinta su agente Al (Harvey Keitel): no hay futuro en Hollywood para una actriz de su edad, que vive semi-retirada en un antiguo hangar junto a sus dos hijos y además no se ha doblegado ante algunas exigencias de la industria del espectáculo.