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Locarno desvela la mala conciencia de Suiza
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El “Michael Moore suizo” denuncia la política migratoria

Locarno desvela la mala conciencia de Suiza

Cada tarde de invierno la misma escena. Docenas de personas sin hogar se agolpan a las puertas de un albergue público de la ciudad suiza de

Foto: Una escena del documental 'L'abri' de Fernand Melgar, director suizo de origen español.
Una escena del documental 'L'abri' de Fernand Melgar, director suizo de origen español.

Cada tarde de invierno la misma escena. Docenas de personas sin hogar se agolpan a las puertas de un albergue público de la ciudad suiza de Lausana, a la espera de poder resguardarse del frío. Pero nada les garantiza el acceso. El refugio, un amplio espacio subterráneo con la fría apariencia de un búnker, tiene un cupo de entrada. Primero se deja pasar a mujeres y niños. Los hombres adultos deben esperar. Si finalmente se quedan fuera, les toca pasar la noche a la intemperie. En Suiza, te pueden multar por dormir al aire libre. Sin papeles, incluso puedes ir a la cárcel. Lo que incrementa las tensiones ante la puerta del albergue. Varios de los que esperan tienen algo en común: proceden de España.

En este umbral a un bienestar con filtro de entrada se sitúa buena parte de L'abri de Fernand Melgar, director suizo de origen español que se ha convertido en la voz de la conciencia del país donde creció de forma clandestina. L'abri fue uno de los platos fuertes de la Competición Internacional del Festival de Locarno, que se clausuró el sábado. Es un documental que, como la mayoría de la filmografía de su director, denuncia las políticas suizas migratorias, sumergiéndose con su cámara en las instituciones que las ponen en práctica.

Prohibido entrar

Si en títulos como La Forteresse (2008) y Vol spécial (2011) se centraba en los funcionamientos de, respectivamente, un Centro de Registro y Procedimiento para solicitantes de asilo y un Centro de Detención Administrativa (el equivalente a los Centros de Internamiento para Extranjeros españoles) -desde donde se deportaban a inmigrantes sin papeles-, L'abri tiene lugar en una infraestructura a priori menos restrictiva. En los centros de las dos películas citadas no permiten salir a los inmigrantes encerrados. En L'abri, el problema es que no les dejan entrar.

A pesar de que cuentan con un mínimo de 100 camas que casi nunca se llenan y que las noches del más crudo invierno reciben órdenes para que nadie se quede fuera, no todos entran. ¿Por qué varía el número máximo de personas que traspasan la valla hacia el albergue según los días? ¿Con qué criterios se decide quién entra y quién queda fuera?

En Locarno, algún periodista definía a Melgar como el “Michael Moore suizo”. La etiqueta fácil permite situar rápidamente al documentalista más contestatario del país helvético. Pero sus métodos de trabajo difieren de los del director de Fahrenheit 9/11. Melgar no aparece delante de la cámara ni articula ningún discurso explícito desde una voz en off.

Sin criterio humanitario

En la tradición del cine directo estadounidense, su labor consiste en una larga y atenta observación y seguimiento de las rutinas y procedimientos de las instituciones a las que se aproxima. Somos conscientes de lo arbitrario de los cupos de entrada en L'abri porque se hace evidente delante de la cámara. Vemos que no existe un criterio claro de “selección”, lo que motiva discusiones entre los trabajadores del establecimiento, que reciben instrucciones contradictorias al respecto, según los intereses políticos de quienes gobiernan. El “aquí no hay sitio para todos” no se sostiene sobre ningún argumento sólido.

Melgar no solo filma las cuitas diarias para acceder a estas instalaciones. También entra en ellas para observar la labor de los trabajadores sociales, los que se limitan a cumplir con las órdenes con banalidad burocrática y los que se esfuerzan en ayudar a los menos favorecidos. Y sale a la calle para seguir los periplos de algunos de sus residentes temporales.

¿Cuál es la situación de quienes esperan poder dormir bajo techo en este refugio suizo? La mayoría son inmigrantes que han llegado a Suiza a la espera de encontrar trabajo. No estamos hablando solo de ciudadanos que proceden de países en vías de desarrollo. Melgar se detiene en dos casos de personas que han emigrado de España a causa de la crisis.

Amadou vendió la tienda que regentaba en Mauritania para viajar hasta la península, donde consiguió un permiso de residencia para trabajar en el campo por un sueldo mísero. En la película le cuenta a su madre por teléfono que no está dispuesto a regresar a África a pesar de vivir en la calle. Para un emigrante, resulta un fracaso volver a su país de origen con las manos vacías. Y un pequeño empresario ha empezado a gestionar los permisos para contratar a Amadou...

El precio de la dignidad

Aunque en Suiza el salario mínimo no está regulado (sus ciudadanos rechazaron en referéndum este mayo una propuesta para establecerlo en 4.000 francos mensuales, algo más de 3.200 euros), incluso los sueldos más precarios siguen estando muy por encima de lo que se paga en nuestro país.

Esta también fue la principal razón para que Rosa y César dejaran a su hija de 10 años con su abuela en España e intentaran buscarse la vida en Suiza. Él es de origen colombiano, ella nació en Ecuador. Ambos se conocieron y casaron en España, donde obtuvieron la nacionalidad y adquirieron una casa mediante una hipoteca que ahora, a causa de la crisis que les dejó sin trabajo, no pueden pagar. Los sin techo con pasaporte español no son ninguna excepción en Suiza.

Melgar convierte las cuestionables rutinas de este refugio para inmigrantes sin papeles en una muestra de las contradicciones y paradojas del país que acoge las sedes internacionales de la Cruz Roja y de las Naciones Unidas. Pero su crítica a las políticas migratorias bien puede extenderse a buena parte de los estados de la vieja Europa.

La paradoja (democrática) suiza se traslada también a la producción del filme. Melgar rueda sus obras de denuncia con ayudas públicas y con los permisos oficiales para adentrarse en estas instituciones. Además, el director más incómodo de Suiza presenta sus filmes con todos los honores en Locarno, el festival más importante del país y plataforma internacional para el cine de autor más arriesgado.

Un “fascista” fuera del palmarés

En 2008, Fernand Melgar consiguió, con La Forteresse, el Leopardo de Oro del Festival de Locarno en Cineastas del Presente, sección dedicada a los autores emergentes. En 2011 regresó con Vol spécial, en Competición Internacional, de la que se salió escaldado porque el presidente del jurado, el productor portugués Paulo Branco, tildó su obra de “fascista”. Incomprensible ante una película que pone de manifiesto la violencia estructural de un CIE.

Melgar ha vuelto a quedar fuera del palmarés este 2014 con L'abri, ante algunos de los mejores cineastas del panorama mundial. El Leopardo de Oro de la 67 edición del Festival de Locarno ha recaído en From What is Before, otro filme-río (casi seis horas de duración) del filipino Lav Díaz, que sigue la destrucción de una comunidad rural en su país tras la imposición de la ley marcial dictada por Ferdinand Marcos en 1972.

Durante la mayor parte de la película, la violencia militar se ejerce desde el fuera de campo, como si se tratara de un mal en abstracto, de manera que en la pantalla contemplamos solo sus consecuencias: las reses desaparecen misteriosamente, algunos aldeanos huyen del lugar, otros aparecen muertos. Hasta que la desaparición de ese grupo humano que hemos ido conociendo a lo largo de varias horas es casi total.

El Premio del Jurado ha ido a parar al único filme estadounidense a concurso, Listen Up Philip de Alex Ross Perry, un retrato muy poco indulgente del escritor como ser humano ególatra e incapaz de cualquier empatía emocional. Y el galardón para el mejor director ha reconocido a Pedro Costa por Cavalo Dinheiro, una obra magna donde, a partir del personaje real de Ventura, un obrero de origen caboverdiano, el portugués convoca los fantasmas revolucionarios y coloniales del pasado y el presente de su país desde una propuesta más cercana a la poética expresionista que al documental.

Cada tarde de invierno la misma escena. Docenas de personas sin hogar se agolpan a las puertas de un albergue público de la ciudad suiza de Lausana, a la espera de poder resguardarse del frío. Pero nada les garantiza el acceso. El refugio, un amplio espacio subterráneo con la fría apariencia de un búnker, tiene un cupo de entrada. Primero se deja pasar a mujeres y niños. Los hombres adultos deben esperar. Si finalmente se quedan fuera, les toca pasar la noche a la intemperie. En Suiza, te pueden multar por dormir al aire libre. Sin papeles, incluso puedes ir a la cárcel. Lo que incrementa las tensiones ante la puerta del albergue. Varios de los que esperan tienen algo en común: proceden de España.

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