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La rumba catalana también quiere la independencia
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GÉNERO DE CONTRASTES Y CONTRADICCIONES

La rumba catalana también quiere la independencia

Tratado con condescendencia por una parte del apparátchik cultural catalán, el género se mueve entre la integración y la marginación

Foto: Los Manolos
Los Manolos

Hija del tanguillo flamenco y de la guaracha cubana, pero reacia a la mezcla en largas etapas de su genealogía. Género abordado con ligereza por el público y con condescendencia por una parte del apparátchik cultural catalán, y sin embargo elegido como banda sonora de las Olimpiadas de Barcelona. Percibido como un cante menor para complacer a un público desinformado por la ortodoxia flamenca, y en cambio poco rentable para la industria. Uno de nuestros estilos musicales más exportables por su hedonismo y su rítmica, pero que sólo supieron convertir en un fugaz éxito mundial una banda de gitanos afincados en el sur de Francia. Y una música cantada en castellano, pero de adscripción indiscutiblemente catalana.

Este juego de espejos difícil de seguir, un cierto malditismo y la complejidad inherente a un género que ha requerido puentes entre los mundos payo y gitano que no siempre ha sabido tender, han condenado a la rumba catalana a una trayectoria errática.

Pero, como con tantos otros productos de nuestra cultura –sea por la alergia al chovinismo de un país acomplejado o por lo del célebre verso de Bartrina de “si habla mal de España... es español”–, el respiro y reconocimiento que se merece puede llegar del exterior.

Concretamente de Londres, base de operaciones del sello Soul Jazz, que en el pasado ha promocionado con buen gusto músicas alejadas del canon anglosajón –no lo llamen world music, por favor–, y que ha publicado recientemente una antología de la rumba catalana: Gipsy Rhumba: The Original Rhythm of Gipsy Rhumba in Spain 1965 - 1974.

El muerto vivo

Para Txarly Brown –alias de Carles Closa–, rumbero de adscripción más que de origen, el reconocimiento de Soul Jazz “quizás consiga abrir alguna pequeña puerta”, pero no tiene visos de revalorizar a la rumba catalana cómo ha ocurrido con la cumbia, el son o el ethio-jazz. “Primero porque la rumba tiene el recorrido que tiene, y no queda un Thelonious Monk del género por descubrir”, añade Brown, “pero sobre porque detrás de esta antología no hay una figura como la de Damon Albarn, instrumental en la revitalización de la música de Mali, o Ry Cooder, artífice del Buena Vista Social Club”.

Brown es una voz autorizada de la rumba catalana. Pasó del ska a la electrónica, y de ahí a preguntarse a finales de la década de 1990 qué música autóctona podía samplear en sus sesiones como DJ. “Descarté el flamenco porque resultaba difícil de cuadrar con patrones rítmicos convencionales, y acabé dando con la rumba”. De ese brillante ejercicio de apropiacionismo, Brown pivotó hacia la función de selector en una trilogía de recopilatorios clave en la exhumación del género: Achilifunk (2007), Más Achilifunk (2009) y Gitano Real (2010), recientemente culminada con el libro Achilibook (2013).

Rumba catalana vs. cultura oficial catalana

Sobre la mayor o menor simpatía que suscita la rumba catalana en el engranaje cultural catalán, Brown admite que, si bien el género sí pudo despertar una cierta simpatía entre el franquismo –no tanto por su lengua vehicular, sino por estar muy alineado con la España de fiesta, sol y playa que quería proyectar el régimen–, su declive a partir de 1975 no responde a una conjura institucional, “sino al testigo que tomaron escenas como el sonido Caño Roto (Chunguitos, Chichos...) y, en general, a la tendencia posterior a la caída del Muro de Berlín de considerar cutre y marginal todo aquello que no venía sancionado por el mundo anglosajón”.

Así lo suscribe Ramón Grau-Guinot, miembro fundador de Los Manolos, colectivo con diez integrantes que se fogueó con versiones rumberas de Kaka de Luxe para acabar clausurando las Olimpiadas del 92 flanqueando a Peret y a Los Amaya. “Yo nací en el barrio de Hostafrancs –uno de los tres polos creativos de la rumba en Barcelona junto al barrio del Portal y al de Gracia– y crecí con la música de los gitanos, pero cuando creamos el grupo en 1989 era un género invisible que los catalanes no considerábamos propio”. Grau-Guinot se refiere de hecho al gran valedor de la rumba en ese momento, Gato Pérez, “casi como a un cantautor” que además fallecería tristemente sólo un año más tarde.

El largo camino hacia la aceptación institucional (y más allá)

En 2007, mientras buscaba respaldos institucionales para su Rumba Club, Txarly Brown vio en un Institut de Cultura de signo socialista –todavía bajo la alcaldía de Jordi Hereu– una vocación de juntar a la diáspora de la rumba para que el género pudiera reivindicar un espacio propio en la cultura catalana.Una cultura que, en lo musical, a menudo parece no querer ver más allá de la santísima trinidad que conforman el Canet Rock de 1975, el recital de Lluis Llach en el Camp Nou en 1985 y el concierto coral de las fuerzas vivas del rock català en el Palau Sant Jordi en 1991.

El ente encargado de la gestión cultural del ayuntamiento evitaría cuatro años después la rotación de técnicos derivada del acceso de CiU a la alcaldía, una rara avis favorecida por el cambio de chaqueta de Ferran Mascarell que dio una valiosa continuidad en el tiempo a la complicidad consistorial hacia la rumba.

De ella surgió en 2009 Forcat, la Asociación de Fomento de la Rumba Catalana, presidida por un Brown que, junto a Grau-Guinot, considera cumplido su mandato original.“Hoy los payos catalanes ya pueden tocar rumba sin complejos”, gracias en parte al repertorio en catalán que se ha construido desde 1992 pero también a gestos como la declaración institucional del Ayuntamiento de Barcelona de la rumba catalana como música tradicional y popular de la ciudad en 2009, de nuevo todavía bajo mando socialista, pero a propuesta de CiU.

Este hito ha de tener continuidad pronto en una declaración análoga por parte del Parlamento catalán sobre la que Grau-Guinot se muestra escéptico, pero que Brown considera cuestión de tiempo: “La Generalitat quiere hacer antes una declaración en defensa de la sardana, pero luego nos toca a nosotros”.

El fruto de ese lento proceso de aceptación institucional deberían ser la asignación a la rumba de una cuota en el circuito de música tradicional, que emplearía a los rumberos y garantizaría su supervivencia, pero Brown echa en falta un ejercicio paralelo “para dotar al género de una literatura y de una actividad académica análoga a la que permitió al flamenco pasar de la oscuridad a ser declarado patrimonio cultural inmaterial de la humanidad”.

Otra asignatura pendiente consiste en devolver a la rumba catalana su inclinación natural a mezclar estilos. Ejemplifica a la perfección la paradójica ortodoxia del género una anécdota de Grau-Guinot. En un concierto de Los Impagaos, una de las bandas de la nueva hornada de rumberos de la que Brown reivindica especialmente a La Troba Kung-Fú, el Tío Paló, apodado el James Brown de la rumba por el propio Peret y una fuerza viva del género hasta su fallecimiento en 2009, sentenció al oído del ex-Manolo: “això no val res” (“esto no vale nada”).

Para Grau-Guinot, la vieja leyenda no podía estar más equivocada: “que los jóvenes digan que lo que hacen es rumba, incluso cuando no lo es, es una buena noticia, en tanto que es un género que ven con buenos ojos y al que se quieren asociar”. Algo impensable prácticamente desde 1975 y por espacio de más de tres décadas.

Siempre nos quedarán los clásicos

El debate sobre la rumba y su definitiva asimilación en el canon de la música catalana sigue pues en curso, pero, pase lo que pase y consiga o no Soul Jazz erigirse en el altavoz global del género, se trata de un tesoro de escucha obligatoria.

Vengan o no mejores tiempos, nadie debería perderse la producción de genios como Peret –de triste actualidad por el anuncio de que padece cáncer, en una semana trágica para el género que culminó el pasado domingocon el fallecimiento del Tío Toni–, la naturalidad de Antonio González el Pescaílla, el descaro de Los Amaya o la lírica de Gato Pérez.

Hija del tanguillo flamenco y de la guaracha cubana, pero reacia a la mezcla en largas etapas de su genealogía. Género abordado con ligereza por el público y con condescendencia por una parte del apparátchik cultural catalán, y sin embargo elegido como banda sonora de las Olimpiadas de Barcelona. Percibido como un cante menor para complacer a un público desinformado por la ortodoxia flamenca, y en cambio poco rentable para la industria. Uno de nuestros estilos musicales más exportables por su hedonismo y su rítmica, pero que sólo supieron convertir en un fugaz éxito mundial una banda de gitanos afincados en el sur de Francia. Y una música cantada en castellano, pero de adscripción indiscutiblemente catalana.