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El exilio de los fotógrafos de guerra españoles
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El exilio de los fotógrafos de guerra españoles

Un documental analiza el estado actual del fotoperiodismo bélico. O cómo los mejores profesionales trabajan en medios extranjeros

Foto: Foto de Samuel Aranda ganadora del World Press Photo.
Foto de Samuel Aranda ganadora del World Press Photo.

El 15 de octubre del 2011 el fotógrafo español Samuel Aranda acudía a una manifestación en Yemen con su cámara para documentar la escena. Lo que en un principio comenzó como una protesta pacífica se convirtió en un campo de batalla cuando empezaron a disparar y a bombardear a los manifestantes.

Aranda se refugió junto a muchos de los asistentes en una mezquita utilizada como hospital de campaña improvisado. Allí encontró a todo el mundo gritando preso del pánico, menos a Fátima. Sentada en el suelo, Fátima sostenía el cuerpo herido de su hijo. La pasión de una madre que lloraba “no por tristeza, sino porque había encontrado a mi hijo y todavía estaba vivo”, como ella misma comenta. La escena conmovió al fotógrafo, que captó una instantánea para la posteridad.

Gracias a esa imagen, Samuel Aranda recogió el Premio World Press Photo del 2011. Era la primera vez desde 1981 que se premiaba a un español. Desde la mítica imagen de Tejero en el Congreso de los Diputados realizada por Manuel Pérez Barriopedro, ningunohabía logrado el máximo galardón al que puede aspirar un fotoperiodista.

La historia de Aranda es el punto de partida del documental No me llames fotógrafo de guerra, producido por Canal + y que se proyectará el 2 de julio en la Cineteca del Matadero y una semana más tarde (el 9 de julio) podrán disfrutarlo los abonados al canal de pago.

Una película que analiza el estado de todos los profesionales españoles que arriesgan su vida para contar lo que ocurre más allá de nuestras fronteras. Una profesión vocacional, como explica Samuel Aranda, que recuerdaque él veía cosas en su barrio que no le parecían justas cuando “cayó una cámara en mis manos casi por accidente y comencé a hacer fotos de lo que pasaba”.

Actualmente, las historias de Aranda no se publican en ningún medio nacional, sino que es el mismísimo New York Times el que lo hace. Una situación parecida a la que se enfrentan la mayor parte de fotógrafos de guerra (una expresión que rechazan, como indica el título del documental) que tienen que vender sus imágenes y trabajar para potentes medios internacionales.

Un exilio para nuestros mejores profesionales que siempre viene justificado por una misma excusa: la crisis. Esta fuga de cerebros es uno de los temas que afronta No me llames fotógrafo de guerra, y que Sandra Ballsels considera algo falso en el documental: “Eso no es verdad, cuando hay Copa del Mundo de fútbol se mandan no sé cuántos redactores. Es un tema de prioridad de información. Es preocupante que la prensa española no apueste por ello”.

Por desgracia, esta situación es la tónica general en el sector. Es el caso de Álvaro Ybarra, que trabajar para Getty Images, y que la propia agencia califica como “uno de los fotógrafos más puros” en su nómina, o Emilio Morenatti, que cubrió el conflicto en Afganistán para Associated Press, empresa que actualmente tiene 300 fotógrafos en plantilla y otros 700 colaborando alrededor del mundo.

Siria, Libia, Venezuela, Ucrania… Miles de historias que llegan a nosotros gracias a la cámara de nombres como Moisés Samán, Álvaro Ybarra, Manu Brabo, Fernando Moleres, Sandra Balsells y Emilio Morenatti. Sus historias profesionales y sus imágenes llenan No me llames fotógrafo de guerra y consiguen emocionar al espectador. Un trabajo en el que también se muestra la cara más amarga de esta profesión.

Es el caso de Morenatti, que el 12 de agosto de 2009 sufrió un atentado mientras viajaba con fuerzas militares estadounidenses por Kandahar (Afganistán) y perdió un pie. O de Manuel Brabo, que a pesar de llevar días sin dormir siguió al pie del conflicto en Libia porque “no quería decir adiós al sueño”. Brabo (premio Pulitzer en la categoría de Mejor cobertura gráfica informativa) fue secuestrado el 5 de abril de 2011 por el ejército libio y puesto en libertad el 18 de mayo del mismo año.

Ellos vivieron en su propia piel los riesgos de fotografiar los mayores conflictos bélicos y sociales del mundo. Las consecuencias de una vocación a la que uno nunca se acostumbra, aunque ya las consideren parte de su profesión.

El 15 de octubre del 2011 el fotógrafo español Samuel Aranda acudía a una manifestación en Yemen con su cámara para documentar la escena. Lo que en un principio comenzó como una protesta pacífica se convirtió en un campo de batalla cuando empezaron a disparar y a bombardear a los manifestantes.

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