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El genocidio cultural
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Cristóbal Montoro insiste en la asfixia del sector

El genocidio cultural

Cada viernes que puede Cristóbal VI, el rey hechizado, pasa por la guillotina uno de los miembros gangrenados de la industria cultura. El inmovilismo y el

Foto: Mariano Rajoy explica en la sede del PP la reforma fiscal, junto con Cristóbal Montoro. (EFE)
Mariano Rajoy explica en la sede del PP la reforma fiscal, junto con Cristóbal Montoro. (EFE)

Cada viernes que puede Cristóbal VI, el rey hechizado, pasa por la guillotina uno de los miembros gangrenados de la industria cultura. El inmovilismo y el conformismo con los que el brazo ejecutor de Mariano Rajoy, el emperador de la resignación, ha sometido en estos dos años a uno de los caladeros con más proyección sobre el PIB de este país, está dando sus frutos. El ministro de Cultura Cristóbal Montoro –y del resto de carteras- ha garantizado el desplome del consumo cultural y su aniquilación. Y ni siquiera los suyos pueden pararlo.

No es la primera vez que lo hace. Es el maestro de la contraprogramación de las buenas noticias: su equipo anuncia motivos de alegría -después de meses y meses de reuniones con las partes del sector- en la parrilla de la programación de los viernes, y cuando toca la hora del directo emite todo lo contrario y descubre nuevas malas noticias.

Esta es la idea: cuanto más se asfixie al sector, más necesitado; cuanto más ahogado, más incapaz; cuanto más insignificante, menos molestias; cuanto más arruinado, más pedigüeño. Ahí es donde le gusta jugar el partido el rey de la Hacienda, en los minutos más tensos, la parte en la que aparece la exigencia de las ayudas para el rescate cultural, en medio del apocalipsis social español. En plena operación derrumbe de la educación y la sanidad pública, quien se mueve de la foto y pide subvenciones o un IVA menos grave es un irresponsable que no merece la negociación, por insolidario.

Así le ocurrió al lúcido novelista Marcos Giralt Torrente cuando habló, en el Palacio del Pardo, en nombre de los galardonados con los premios Nacionales de Cultura 2011 y 2012 y pidió al Estado que velara por los cientos de familias “arrojadas con sus enseres a la marginalidad”. El autor de Tiempo de Vida (Anagrama), Nacional de Narrativa, aclaró que ante un panorama como este reivindicar la importancia de la cultura da “cierta vergüenza”, cuando en este país se están destruyendo derechos básicos. Eso sí, “por la codicia de unos y la complicidad de otros”.

¿Unos ignorantes?

En el mismo acto, el entonces heredero de la Corona, pidió la “colaboración de todos” para superar la crisis que sufre España. “Ante estas graves dificultades todos tenemos que extremar el cumplimiento de nuestro deber, afrontar nuestras responsabilidades con la mayor serenidad y rigor y mantener viva la confianza y el espíritu de superación”.

Así es como se desarticula la fuerza de los protagonistas culturales sobre la opinión pública y cómo se fulmina la posibilidad de potenciar la rentabilidad del patrimonio histórico, artístico y cultural. “Que se lo tomen en serio, que se crean que esto es una fuente de riqueza y de creatividad. Lamentablemente, son profundamente ignorantes”, explotó Antonio María Ávila, director ejecutivo de la Federación del Gremio de Editores, hace unas semanas en el VI Foro de Industrias Culturales.

Ávila les llamó ignorantes en un supremo acto de ingenuidad. El abogado Raphael Lemkin propuso en 1933 el término “genocidio cultural” y subrayó el “vandalismo” como un componente clave de la aniquilación de la herencia cultural y de la privación de la integridad de los valores culturales.

Es muy probable que a esos vándalos de la cultura dirigiera sus palabras el Secretario de Estado de Cultura, José María Lassalle, en el largo artículo publicado hace unos meses en la revista Letras Libres. En él expresaba que la cultura debe ser atendida como una necesidad, porque “impide que el hombre se barbarice víctima de sus propias debilidades y frustraciones”. La referencia a Cristóbal Montoro no puede ser más clara.

Los vándalos de Lassalle

Bajo el título La cultura y el poder: ¿una afinidad electiva?, aseguraba, también, que la cultura aloja una potencia sugerente extraordinaria capaz de “espolear peligrosamente el espíritu humano hacia el cambio”. “No es de extrañar que el poder, o los poderes, hayan querido desplegar sobre ella una estrategia de vigilancia más o menos difusa que, al mismo tiempo, les ha permitido, con la excusa de su fomento, condicionarla y utilizarla para sus propios fines”.

Y en el párrafo más polémico para su propia casa lanzaba unas cuantas preguntas a los vándalos: “¿Podemos prescindir de la cultura en estos momentos? ¿Podemos justificar reducir su peso y su protagonismo? ¿Podemos inducir a la gente a que lea menos, vea menos cine y teatro, escuche menos música o reduzca su presencia en galerías, exposiciones o museos? […] Rotundamente, no”.

Sin embargo, el mismo verso libre que publicaba esta oda a la protección de la cultura en diciembre de 2013, a principios de 2012, en la presentación de sus primeros Presupuestos Generales y del tijeretazo aclaraba que el Gobierno tenía una prioridad: mantener el “gasto social”, es decir, las “pensiones y el pago de las prestaciones sociales por desempleo”. Lassalle no incluía entonces dentro de ese gasto social a la cultura, y los calificaba de “responsables”, porque dijo haberlos elaborado desde “la equidad y el realismo”.

Así cerramos un nuevo capítulo en las "debilidades y frustraciones" de Montoro, con una reforma fiscal tan superficial, que ni siquiera llega a la superficie de los problemas de fondo. Mucho menos a los problemnas que para él carecen de importancia como son los chupópteros de la cultura. No es que sea conformista recaudando, es que impide recaudar más eliminando la posibilidad de exenciones competitivas para el mercado internacional, en el sector del arte, del teatro y del cine. Para compensar el desengaño suelta el chiste del micromecenazgo, en lugar de la Ley de Mecenazgo. Cualquiera diría que el gran Gila es el responsable de los guiones de Cristóbal VI.

Cada viernes que puede Cristóbal VI, el rey hechizado, pasa por la guillotina uno de los miembros gangrenados de la industria cultura. El inmovilismo y el conformismo con los que el brazo ejecutor de Mariano Rajoy, el emperador de la resignación, ha sometido en estos dos años a uno de los caladeros con más proyección sobre el PIB de este país, está dando sus frutos. El ministro de Cultura Cristóbal Montoro –y del resto de carteras- ha garantizado el desplome del consumo cultural y su aniquilación. Y ni siquiera los suyos pueden pararlo.