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Auge y caída de una cadena de montaje
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Diario de un trabajador

Auge y caída de una cadena de montaje

Bem Harper trabajó en una fábrica de General Motors el pasado siglo. Y vivió para contarlo en un libro. Crónicas salvajes y cómicas desde el corazón industrial de EEUU

Foto: Cadena de montaje de Ford a principios del siglo XX
Cadena de montaje de Ford a principios del siglo XX

Me lo enseñó mi padre. A mi padre el padre de mi padre. Y al padre de mi padre... su padre. Y así hasta el principio de los tiempos. O al menos hasta el principio del fordismo. Hablamos de la tradición familiar que llevó a Ben Hamper (Flint, 1956) a trabajar en la fábrica de General Motors de su pueblo, experiencia laboral narrada con humor crudo en sus memorias, Historias desde la cadena de montaje, que publica ahora Capitán Swing.

"Coches, parabrisas. Coches, guardabarros. Coches, lo que sea. La rotación infinita de las ratas de fábrica. Pero esa profesión no era una plaga surgida de la nada para atrapar a mi viejo; de hecho era justo al revés. Su padre había sido una rata. El padre de su padre también había sido una rata. Incluso tal vez el padre del pa­dre de su padre habría sido una rata si a Hank Ford se le hubiera ocurrido toda esta mierda un poco antes. .. El primero de todos fue mi bisabuelo. En 1910 comenzó lo que acabarían siendo veinte años en Industrial Avenue, ensam­blando cochecitos móviles. Esto fue justo después de la invención del motor de gasolina y mucho antes de que se disparara la cons­trucción de autopistas", escribeHarper al principio del libro.

Estamos en Flint, Michigan, a unas decenas de kilómetros de Detroit, a mediados de los años setenta, justo antes de que el corazón industrial de EEUU empezara a tener problemas para bombear. El adolescente Hamper quiere escapar a toda costa de una tradición familiar que él ve más bien como una maldición familiar. Pero burlar a tu destino no es tan sencillo cuando eresuna "rata" working class.

placeholder Bem Harper

Primero, porque uno debe ir donde está el empleo, ytodo estaba preparado en Flint para acabar trabajando en la cadena de montaje. Y este "todo" hay que tomarlo literalmente."Incluso nuestro barrio era un subproducto de General Motors. Durante el boom de los años veinte fue necesaria la construcción de casas con el fin de abastecer a la afluencia de operarios llegados del sur en busca de empleo, y General Motors levantó su propio suburbio en el norte de Flint. Coincidiendo con su naturaleza repetitiva, todas las casas eran iguales. Se trataba de un barrio solo de obreros y predominantemente católico. Los hombres se arrastraban de casa a la fábrica y de la fábrica a casa", escribe.

Segundo, porque es difícil no dejarse contagiar por los vicios familiares: beber hasta desplomarse.Desde que Henry Ford perfeccionarala cadena de montaje para fabricar vehículosa principios del siglo XX, todos los varones de la familia Harper se habían dedicado a montar coches... y a ingerir alcohol como si no hubiera un mañana.

Se levantaba a las tres y media de la mañana, se preparaba un café bien cargado, encendía la radio de la cocina, fumaba unos cuantos Lucky Strikes y aguardaba a que dieran las cinco menos cuarto para ir a trabajar. No varió esta rutina en los cuarenta años que trabajó para General Motors

"El padre de mi madre era especialmente ducho en compagi­nar el deber con la juerga. De lunes por la mañana a viernes por la tarde era el perfecto pájaro que alimenta a sus polluelos. Volvía a casa directo del trabajo, cenaba, veía las noticias y a las siete ya estaba acostado. Entre semana se levantaba a las tres y media de la mañana, se preparaba un café bien cargado, encendía la radio de la cocina, fumaba unos cuantos Lucky Strikes y aguardaba a que dieran las cinco menos cuarto para ir a trabajar. No varió esta rutina un solo ápice en los cuarenta años que trabajó para General Motors. Pero en cuanto el viernes sonaba el timbre que indicaba el fin de la jornada semanal, se producía en él una metamorfosis colo­sal. Hasta otra, rata. Hola, hooligan. Du­rante el fin de semana no solían ver a mi tambaleante abuelo más que cuando se dejaba caer por casa en busca de algo rápido que llevarse a la boca, y entonces utilizaba la hora de la cena como excusa para criticar las aptitudes culinarias de mi abuela, castigar a los niños y mascullar repetidamente '¡La madre que os parió!'", se lee en el libro.

El padre de Harper siguió la tradición familiar, solo que le gustaba mucho más beber que trabajar. No obstante, pese a que parecía incapaz de mantener su empleo debido a las curdas que se pillaba, papá Harper volvía una y otra vez a la cadena de montaje. Recuerden: estamos a mediados del siglo XX y el fordismo es una máquina de generar empleo.

placeholder Fábrica de coches en cadena en EEUU

Bem Harper recuerda a su padre de un modo ambivalente. Por un lado, le ve como a un desgraciado incapaz de cumplir con un mínimo decoro las obligaciones paternas. Por el otro, su tendencia a no tomarse en serio su trabajo le alejaba del resto de padres de sus amigos, arquetipos del trabajador industrial estadounidense de mediados de los cincuenta, hombres sin otro horizonte vital que despertarse, trabajar, procrear y desplomarse.

Mi padre tenía por costumbre concluir los seminarios etílicos con acusaciones terribles hacia la raza negra. Mi viejo era un maestro desviando su culpa sobre cual­quiera menos sobre él mismo

El retrato de su padre escariñoso, pero inflexible. Y nada complaciente: "Tenía por costumbre concluir los seminarios etílicos con acusaciones terribles hacia la raza negra. Mi viejo era un maestro desviando su culpa sobre cual­quiera menos sobre él mismo. Los negros eran su diana favori­ta, para él eran los culpables de absolutamente todo. Realizaba un sinfín de afirmaciones dementes acerca de cómo Hitler fue frenado demasiado pronto porque, una vez hubiera despachado a los judíos, habría aniquilado a los negratas. El alpiste perfecto con que infectar mentes de diez años... A pesar de la porquería racial, todos mis amigos coincidían en que la labia cervecera de mi viejo daba mil vueltas a las quejas de sus padres sobre la programación televisiva y cortar el césped. Se comportaban como robots tanto en la vida doméstica como en la fábrica. Parecía que el trabajo los hubiera vaciado por dentro y en lugar de intestinos tuvieran interruptores. Coche, tubo de escape. Comida, chuleta de cerdo".

A papá le gustaba tanto escapar de su realidad que desaparecía día enteros del hogar familiarsin dar, ay, mayores explicaciones. "Seguramente habría sentido un mayor respeto hacia él si, en esas ocasiones en las que le entraba una sed rabiosa, me hubiera explicado simplemente: 'Mira, hijo, me estoy asfixiando como una bestia a quien la vida le está dando palos muy jodidos, y la única solución es que me meta en un bar ya mismo. Quiero emborracharme. Quiero hacer manitas con las demás parroquianas. Quiero cantar Dean Martin. Quiero beber hasta que llegue la hora de cierre y quiero volver a casa haciendo eses y derrumbarme en la cama mientras siento cómo el peso del mundo se escurre entre las sá­banas. Puede que ahora no seas capaz de comprender todo esto, pero algún día tendrás tu propio mundo contra el que luchar'", recuerda el autor.

placeholder Primer modelo de coche producido en cadena por el fordismo

Hasta aquí lafabulosa primera partede Historias desde la cadena de montaje. Lasmemorias familiares se detienen justo cuando llega el momento de la verdad: tras años de juventud intentandoescapara su destino, Harper acabará siguiendo la tradición familiar:trabajar en la cadena de montaje y dejarque las mujeres se coman el marrón de la prole. En efecto, Harper tuvo un hijo, se separó y empezó a apretar clavijas.

Lo que sigue es una descripción costumbrista del día a día en la fábrica a base de humorsin contemplaciones. Los mil y un modos de escaquearte durante unos minutos del trabajo, la lucha contra la rutina, las pedradas mentales de loscompañeroso las miserias del frenético ritmolaboral del fordismo, capaz de volver tarumba a una ingente cantidad de obreros.

Esto se hunde

Paradójicamente es este ojo para el detalle costumbristael que permite aHarper describircon gran precisión la crisis que llevó a descarrilar a General Motors (y por extensión alcinturón industrial estadounidense) a principios de losochenta.

La dirección decidió que lo que hacía falta para que el concepto de calidad cuajara era una mascota. El plan, concebido en un momento de pura iluminación visionaria, consistía en disfrazar a la mascota de gato gigante

La decadencia empezó en los setenta tras la crisis del petróleo. Pero lo peor estaba por venir.Cuando Japón empezó a exportar coches buenos, bonitos y baratos, los encargados de la fábrica deHarper idearon diversas estrategias para hacer frente a la competencia. Ya no bastante con fabricar rápido y en cadena, ahora también hacía falta calidad.Atentos:"La dirección decidió que lo que realmente hacía falta para que el concepto de calidad cuajara era una mascota. El plan, concebido en un momento de pura iluminación visionaria, consistía en disfrazar a la mascota de gato gigante. Ala rata vestida de gato se la llamó Gato de la Calidad. Pero, en algún punto del proceso, una mente directiva aún más brillante llegóa la conclusión de que Gato de Calidad era un nombre bastante soso, y organizó un concurso para que lamascota tuviera un nombremás estimulante:Armando Cochuelos.

"Armando Cochuelos medía un metro setenta y cinco. Su piel era marrón clara, tenía largos bigotes sintéticos y una cabeza del tamaño de un coche Datsun. Llevaba puesta una capa larga y roja con la letra C (de calidad) estampada. Armando iba de aquí para allá metiendo sus flexibles bi­gotes en todos los departamentos. Los 'He visto a Armando' fueron siempre motivos de gran fanfarria. Los trabajadores gritaban y bramaban y saltaban arriba y abajo en sus bancos cada vez que Armando se dejaba caer por las distintas áreas. Es posible que Armando Cochuelos hubiera empezado su an­dadura en GM como un simple ardid más de la empresa para espolear a sus desmotivadas legiones, pero a la mayoría de nosotros enseguida nos hizo gracia y Armando acabó convir­tiéndose en un fenómeno muy loco", resume el libro.

Todo esto de Armando Cochuelos les parecerá a ustedesun chiste -y en el fondo tiene mucho de broma, aunque sea una espeluznantemente real-solo que resume muy bienla impotencia del capitalismoindustrial estadounidense de la época. Tres décadas después de la invención de Armando Cochuelos,Detroit es una ciudad en quiebra, y Flint no digamos.

Una decadencia que se agudizójusto en el momento en que acaba Historias de la cadena de montaje, pero queun amigode Hamper en Flint, Michael Moore, describió en suestupenda ópera prima,Roger & Me (1989), documental que narrabade forma demoledora la destrucción del pueblo el día en queGeneral Motors decidió deslocalizar su producción. Ben Hamper era, de hecho, uno de los obreros descolocadosque aparecían en Roger & Me.

En los años ochenta, MichaelMoore era el gran agitador del pueblo desde las páginas del periódico quincenal Flint Voice. Fue Moore el que persiguió a Harper para que empezara a escribir crónicas en primera persona desde la cadena de montaje. Y es Moore el que prologa el ensayo.

"Ben y yo crecimos en Flint, Michigan, y ambos somos hijos de obreros fabriles. Se suponía que nunca deberíamos haber sa­lido de ahí, y que usted nunca debería haber oído hablar sobre nosotros. Todo se reduce a un asunto de clase, de saber el lugar que nos corresponde... Me alegro de que nuestros caminos se cruzaran y de que, cada uno a su manera, nos aferráramos a la creencia de que, no porque nuestros padres comieran de tartera y compraran en tiendas de descuento, nosotros estábamos abocados a ser invisibles y a no tener voz. Cada uno al final ha tenido su oportunidad", zanja Moore.

Me lo enseñó mi padre. A mi padre el padre de mi padre. Y al padre de mi padre... su padre. Y así hasta el principio de los tiempos. O al menos hasta el principio del fordismo. Hablamos de la tradición familiar que llevó a Ben Hamper (Flint, 1956) a trabajar en la fábrica de General Motors de su pueblo, experiencia laboral narrada con humor crudo en sus memorias, Historias desde la cadena de montaje, que publica ahora Capitán Swing.

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