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Chris Ware reinventa el cómic
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El autor sorprende con 'Fabricar historias'

Chris Ware reinventa el cómic

¿Esto qué es? Los medios anglosajones llevan disfrutando de él un año y alguno ya lo ha denominado el Ulises de James Joyce de la novela

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¿Esto qué es? Los medios anglosajones llevan disfrutando de él más de un año y alguno ya lo ha definido como el Ulises de James Joyce de la novela gráfica. Sin embargo, una vez se destapa la enorme caja (sí, es una caja) de Fabricar historias (Reservoir Books), que caprichosamente Chris Ware (Omaha, EEUU, 1967) hace repetir al milímetro a todas las editoriales del mundo que se atreven a publicar esta maravilla (60 euros), sólo podemos caer en el asombro y tratar de definir el trabajo como todo lo que no es.

Evidentemente, no es un libro ni una caja de juegos reunidos. Aunque podría serlo. Tampoco es una novela y dudo mucho de que queramos apellidarla gráfica, porque ha ejecutado una deconstrucción del género de tal magnitud, que la narración ha sido desmigada en fragmentos en forma de tiras, folletos, librillos, librazos, pósters, revistas, un tabloide… contiene hasta algo parecido a un juego de mesa. Cuando algo escapa a todas las etiquetas del supermercado hemos aprendido a llamarlo “artefacto”. Pues eso.

Y todo este mundo encajado contiene la vida de un grupo de personas anodinas, con sus anodinas vidas en Chicago. Un alegato a favor del papel, las artes gráficas y el objeto, pero no sólo: también es la reivindicación –una vez más desde Jimmy Corrigan, el chico más listo del mundo- de la intimidad, del contenido no informativo. Ware, el autor de nueve premios Eisner y nueve Harvey, propone una sobredosis intimista de vida cotidiana, en la que la imagen refuerza el secreto de lo que las palabras nunca podrán desvelar, por su incapacidad a decir todo lo que querrían.

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Antes de analizar la obra que, sin duda, marca un hito en la historia del género (sea lo que sea), recordemos Vida, instrucciones de uso (1978) de Georges Perec, a quien es inevitable vincular con los actuales intereses del norteamericano.

No al género (sí al experimento)

La protagonista de esta narración coral se encuentra con un libro suyo en una biblioteca. No es un libro tal cual, dice, son trozos, cachitos de realidad que han ido cayendo sobre una caja de cartón y, una vez reunidos, toman sentido. Así es Fabricar historias, 14 documentos sueltos, historias en formatos distintos sobre una mujer sin nombre, que se pueden leer aleatoriamente y que, desde luego, será con cada nueva lectura una “novela” diferente. Ware señala la importancia del director polaco de cine Krzysztof Kieslowski y su Decálogo (1989) en esta arriesgada concepción.

Muchos de estos formatos reviven soportes de periódico, motivo en el que ha debido intervenir su tradición familiar: su tío abuelo fue editor y ganó el Pulitzer en 1919, su abuelo fue periodista deportivo y jefe de redacción y su madre fue periodista y editora, y más tarde dibujante.

Es un relato fascinante y obsesivo, como lo es el propio Ware. No tiene televisor y apenas sale de casa. Procura no distraerse con nada. Sólo vive para su trabajo y nada puede interrumpir su nivel de producción. Incansable y agotador, le define su mujer Marnie Ware en una carta incluida en el libro Chris Ware. La secuencia circular (Sins Entido), de Ana Merino. “Esta atormentado por muchas cosas, y tan ferozmente obsesionado con sus propios sentimientos y con el espacio íntimo de su trabajo quete rompe el corazón”.

No a la violencia(sí a la clase trabajadora)

Algunas de las piezas que componen Fabricar historias fueron apareciendo antes en publicaciones como Wired, aunque la mayoría de ellas son inéditas. Todas ellas son instrucciones de uso de la clase trabajadora, sometida a una estúpida cadena de resignaciones e incapaz para desarrollarse plenamente. No es la mejor imagen de EEUU, pero es la más real. La que adelantó Steinbeck. Sí, sus personajes sufren, pero Ware no recurre a la violencia como atajo para la implicación emocional. Simplemente, dibuja un país deprimido por las exigencias del capital, asfixiado por la culpa divina: “¿Por qué me atormentas con imágenes inaccesibles de alimentos mientras mi cuerpo se marchita y se apaga?”, pregunta la protagonista a dios.

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No a la superficialidad (sí a la intimidad)

Ware ha radiografiado los apartamentos del viejo edificio de ladrillo rojo de manera indiscreta. Repasa y se inmiscuye en la vida de sus inquilinos. Analiza su aislamiento, sus desengaños y sus fracasos. ¿Noticias de la felicidad? No. Lo que descubrimos al descorrer las cortinas de la intimidad sin obscenidad ni publicidad es la absoluta intrascendencia, es decir, la vida sin héroes. Ni siquiera hay acontecimientos. Puro silencio y soledad, taras y grietas por las que se cuelan las frustraciones. Vidas irremediablemente desdichadas. Con lo bonito que lo envuelve todo y lo amargo que sabe.

Es el cronista menos complaciente, el patólogo de la privacidad sin edulcorar. La mujer a la que le falta la pierna izquierda se levanta de la cama. Ha dejado la muleta cerca y la ortopedia apoyada en la mesilla de noche. En otro momento, la protagonista se depila su muñón en la ducha. Intimidad insignificante que hacen indestructibles a los personajes como personajes reales.

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No a la acción (sí al paso del tiempo)

Qué pasa cuando alguien pretende contar su vida o la de los demás, que sólo consiguecontar su muerte. Esta es la materia con la que trabaja Chris Ware, el paso del tiempo mezclado con los miedos. Lento caminar hacia alguna parte, mientras la vida se escapa. Sentirse vivo es sentir que se pierde la vida. Es justo la dirección opuesta en la que insisten los anunciantes de refrescos. “La sensación de vivir es refrescante”.

No, Ware es todo lo contrario a un anuncio, aunque sus productos sean especialmente espectaculares. La diferencia es que sus personajes evolucionan en cada viñeta, sin renunciar a su muerte. Ni proezas ni alardes ni confesiones colectivas en directo, que trivializan la privacidad que nunca es satisfactoria. En el Gran Hermano de Ware nada es importante, pero todo es concluyente. Nadie actúa: si un vigilante come chocolatinas con refrescos es porque come chocolatinas con refrescos.

No a la expresividad (sí a la frialdad)

Chris Ware es el más elegante de todos los dibujantes debido a la implacable influencia de las tiras de periódico (cartoon), sobre todo, Peanuts de Charles Schulz. Con el personaje Charlie Brown descubre una nueva dimensión del humor gráfico: no tiene porqué haber humor. Entendió con aquellas tiras que una buena historia podía tocar al lector tan profundamente como para afectarle emocionalmente. Y debió parecerle mucho mejor que la risa. Apenas hay humor –si no es del negro- en estas historias para fabricar.

Su obra es la precisión, el detalle, la minuciosidad. La exactitud con la que definir el gesto que desnude la desolación y los traumas de sus personajes. La claridad del dibujo y su línea nítida. La falta de efusividad gráfica contrasta con la carga de profundidad narrativa, sentimos a través de los personajes.

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No al hombre (sí a la mujer)

Cuenta Ware que cuando vio a una chica con una pierna ortopédica esperando el autobús se quedó con su vida. Le atrajo porque era convincente, porque todos nos sentimos incapaces e inadaptados en algún sentido, porque no hay razón para que alguien no pueda identificarse con cualquiera. En este libro trata, con crudeza y sensibilidad, la intimidad de esa mujer, la vida que nunca le ha pasado y nunca le pasará. De esta manera, Ware se libera –algo- de ese marco autorreferencial de Jimmy Corrigan, para emplearse a fondo en eliminar todo lo políticamente correcto que puede ser un hombre tratando de emular a una mujer.

Quizá porque esta es una sociedad en la que ya no importa lo que se diga, porque todo puede decirse públicamente, el autor es tan comedid en el uso de la palabra y en el retrato sobre fondo negro y silencioso de sus criaturas, en este caso, femeninas. Es como si no quisiera desgastarlas. La intimidad de la mujer que ha diseñado Ware no sólo no es incomunicable, sino que contagia.

¿Esto qué es? Los medios anglosajones llevan disfrutando de él más de un año y alguno ya lo ha definido como el Ulises de James Joyce de la novela gráfica. Sin embargo, una vez se destapa la enorme caja (sí, es una caja) de Fabricar historias (Reservoir Books), que caprichosamente Chris Ware (Omaha, EEUU, 1967) hace repetir al milímetro a todas las editoriales del mundo que se atreven a publicar esta maravilla (60 euros), sólo podemos caer en el asombro y tratar de definir el trabajo como todo lo que no es.

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