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"Vuestro ministro del Interior debería suicidarse"
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entrevista a aki kaurismäki

"Vuestro ministro del Interior debería suicidarse"

El director finlandés Aki Kaurismäki, icono del cine de autor, analiza sus películas y critica los muertos de Ceuta. El Reina Sofía le dedica una retrospectiva

Foto: El director de cine Aki Kaurismaki (EFE)
El director de cine Aki Kaurismaki (EFE)

Son las doce de la mañana. El director finlandés Aki Kaurismäki (1957) recibe a la prensa en una sala acristalada del Museo Reina Sofía. Esta tarde se inaugura la retrospectiva que le dedica el museo con una master class para la que ya se han agotado las entradas. Bebe lo que le han dicho que es orujo y fuma un cigarrillo electrónico. "Hola", dice. Y estrecha la mano con fuerza mientras explica: “Tienes dos opciones: orujo o agua”. La botella de orujo está por la mitad... y pronto descubrirá que no es orujo, sino licor de hierbas. "Tiene 30 grados, eso no es nada, en Asturias los venden con 40, 50, o más".

Kaurismäki, que vive la mitad del año en un pueblecito del norte de Portugal, estrenó su última película, Le Havre, en 2011, en el Festival de Cannes, y posteriormente en el Festival de San Sebastián. Y lo hizo afirmando que se trataba de la primera parte de una trilogía dedicada al drama de los refugiados y la inmigración. "Era una broma. Una broma sucia. Soy un vago. Dije eso porque así me obligo a mi mismo a hacer al menos la segunda. Si no lo dijera, no tendría motivos para seguir rodando. Pero no, no es una trilogía. Ahora mismo me dedico a pescar, y a cortar leña. Mucha leña. No me pondré a pensar en la próxima película hasta dentro de unos meses". No tiene hijos, aunque sí mujer y perros, con los que suele viajar a los pocos sitios a los que se desplaza a presentar sus películas. Siempre, o casi siempre, en coche.

¿Ha venido conduciendo?

No, son 700 kilómetros. Lo hubiera hecho, porque para venir no es nada, pero para volver, con todo este licor en el cuerpo, es demasiado.

¿Y ha venido su mujer con usted?

Sí, debe estar por ahí...- y señala al infinito.

¿Y los perros?

Espero que no: yo los dejé en casa, pero ya sabes cómo son los perros. Algunos, como Lassie, te siguen el rastro.

La rotundidad con la que Kaurismäki responde a las preguntas, siempre tajante, pero siempre sonriente, es la misma con la que eligió el pueblo en el que quería vivir: "Lo encontré en un mapa. Nunca había estado en Portugal, pero quería un sitio frente al mar y con las montañas detrás. Busqué en un mapa, vi una playa que no tenía el dibujo de una sombrilla, y pensé "Está al norte del país, seguro que hace más frío, no habrá nadie». Y allí fuimos. Vimos una casa, y la compramos".

placeholder 'Le Havre', último filme de Kaurismäki

Pese a vivir medio año en el sur de Europa, a donde llegó huyendo del frío de su país natal, Kaurismäki desconocía las noticias sobre los quince inmigrantes muertos, ante la pasividad y los disparos de la Guardia Civil, en la frontera hispano-marroquí. "¿Me estás diciendo que la policía disparó a los inmigrantes en el agua, y les dejó ahogarse?". "Sí. No con balas, sino con pelotas de goma". "¿Y esto ha ocurrido en España, miembro de la Unión Europea?", pregunta antes de dar su opinión sobre Jorge Ferández Díaz. "Mi enhorabuena para vuestro ministro de Interior. Es tarde para él, que no trate de explicar nada, no tiene humanidad. Lo único que puede hacer ahora es suicidarse. Es todo lo que debería hacer".

Ante la realidad de la frontera, y la actuación de las autoridades españolas, el cuento de hadas de Le Havre, en la que un artista bohemio venido a menos, y toda la comunidad de obreros, trabajadores y parados de la ciudad, ayudan sin dudarlo a un niño africano que trata de cruzar a Londres de forma ilegal, se convierte todavía más en un faro de esperanza, bondad y construcción comunitaria. "Cuanto más cínico me hago con los años, más optimistas son mis películas. No tiene sentido. O en realidad sí, tiene todo el sentido del mundo".

Ni en Le Havre ni, en general, en ninguna de las películas de Kaurismäki aparecen los causantes del desastre, los ricos, los poderosos, y su cámara se fija siempre en las clases populares, retratando una conciencia y una solidaridad de clase cada vez más rara de ver: "Es lo que conozco, y es lo que filmo. No sabría rodar ni escribir un guión sobre banqueros. No les conozco. Ni quiero conocerles. ¿Qué se dicen los banqueros a la hora de cenar?: '¿Qué traje me pongo para ir a la cena de gala, cariño?'. No me interesa. No podría escribir nada sobre gente rica”.

El cine de Kaurismäki siempre se ha balanceado en el diálogo entre las referencias cinematográficas, fusionadas en un estilo propio y tan reconocible como difícil de imitar ("es el único que tengo", afirma quitándole importancia), y el trabajo con las clases populares.

Su cortometraje La Fonderie, dirigido en 2007 para una película homenaje a los 60 años del Festival de Cannes, mezclaba esos dos extremos de forma magistral: los trabajadores de una fábrica salían del trabajo... y sin abandonar la factoría, entraban en una sala de cine en la que se proyectaba Obreros saliendo de la fábrica, la película funcacional de los hermanos Lumiére. Cine, metacine y conciencia de clase.

No analizo mis ideas ni mis películas. Siempre dejo al subconsciente que haga su trabajo

"No sé cómo se me ocurrió aquella idea. Me llamaron para que participara en aquella película, y no tenía ninguna gana, pero acepté. Como vivo a 300 metros de la fábrica, decidí que iba a rodar ahí, para no tener que moverme mucho. Pero no analizo mis ideas ni mis películas, ni antes ni después, así que no sé qué significa. Siempre dejo al subconsciente que haga su trabajo".

Aunque él mismo se reconozca como un vago, es obvio que Kaurismäki disfruta con su trabajo... cuando llega el momento de hacerlo. Pregunta: Rodar con usted tiene pinta de ser divertido. Respuesta: "Puede serlo. Aunque cuando estoy rodando pierdo la noción del tiempo. No necesito parar. A veces miro a mi alrededor y veo al resto del equipo durmiendo, tirados por el suelo, o con cara de estar realmente enfadados, y entonces les pregunto qué les pasa, y me responden: 'Llevamos sesenta horas sin comer'. Y claro, les digo: 'Id a comer entonces'".

Realismo ético

Muy alejado del realismo, y pese a su fama de cínico, difundida probablemente por quienes no han visto sus películas, siempre dotadas de un singular sentido del humor de marcado pesimismo humanista, Kaurismäki ha ido construyendo una obra que funciona como un trabajo político y social sin necesidad de discursos ni subrayados.

Le havre, por ejemplo, está dotada de una hondura ética que funciona al mismo como espejo perfecto de aquella negrura social y política que rodea a la película, y como una luz esperanzadora. "Todo pasa por el tono que estableces. Se trata de contar una historia, buena o mala, que la gente irá siguiendo, y a los lados puedes ir introduciendo esas notas procedentes de la realidad. Pero, como has dicho, la película es un cuento de hadas. En el guión original, cuando la policía abre el contenedor donde están los inmigrantes, escribí que habría alguno muerto. Luego decidí que no. Y lo que vemos es un grupo de africanos, bien vestidos, limpios, dignos, guapos. No es lógico, porque llevan ahí encerrados dos semanas, pero la lógica no tiene nada que ver con el cine. Todo es posible en el cine".

¿Incluso una película con dos finales felices?. "Claro", responde: "Al público le encantan los finales felices. Así que como soy productor de mis películas, me dije 'Si les gustan, yo les voy a dar dos finales felices'. Si Vittorio De Sica rodó Miracolo a Milano, yo decidí hacer Milagro en Le Havre". Y como el cigarrillo electrónico no es suficiente, y el orujo no es orujo, Kaurismäki se despide, y sale a una de las terrazas del museo para fumar. Cigarros de verdad.

Son las doce de la mañana. El director finlandés Aki Kaurismäki (1957) recibe a la prensa en una sala acristalada del Museo Reina Sofía. Esta tarde se inaugura la retrospectiva que le dedica el museo con una master class para la que ya se han agotado las entradas. Bebe lo que le han dicho que es orujo y fuma un cigarrillo electrónico. "Hola", dice. Y estrecha la mano con fuerza mientras explica: “Tienes dos opciones: orujo o agua”. La botella de orujo está por la mitad... y pronto descubrirá que no es orujo, sino licor de hierbas. "Tiene 30 grados, eso no es nada, en Asturias los venden con 40, 50, o más".

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