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Cézanne plano, plano
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El museo Thyssen pierde la oportunidad de su vida

Cézanne plano, plano

En la reiteración está el éxito y en la sorpresa el fracaso. Es la fórmula y el camino labrado por el Museo Thyssen-Bornemisza, que ha granado

Foto: Una visitante paseando por la exposición del Thyssen. (Reuters)
Una visitante paseando por la exposición del Thyssen. (Reuters)

En la reiteración está el éxito y en la sorpresa el fracaso. Es la fórmula y el camino labrado por el Museo Thyssen-Bornemisza, que ha granado de celebridades absolutas y vaciado de coraje y riesgo. La nueva aventura es Paul Cézanne y la excusa, que han pasado 30 años desde la última exposición que este país le dedicó al extraordinario pintor que tumbó el impresionismo a golpe de temperamento.

La justificación de este museo hace tiempo que dejó de ser historiográfica, para centrarse en la coartada comercial: hay mucho público que estará dispuesto a pagar una entrada por ver a uno de los grandes nombres de la pintura; uno de los sobresalientes titulares de las taquillas, con el permiso de Monet, Renoir, Degas, Van Gogh y Gauguin. En este punto es donde el interés de una fundación privada se pervierte camuflándose entre las letras doradas del interés público.

El recorrido propuesto para colocar los 49 óleos y 9 acuarelas de un pintor de producción vastísima –además de unas pocas piezas de coetáneos y herederos- es una de las decisiones más simplistas del montaje, en cinco pasos: arranca con el retrato de un desconocido, la cuerva del camino, desnudos y árboles, el fantasma de la Sainte-Victoire y acaba con el juego de construcciones.

placeholder 'Gardanne', 1885-86. Nueva York, Metropolitan Museum of Art

La pretensión es mostrar los vínculos entre el bodegón y el paisaje y el resultado es un juego plano y sin ambición más allá de la decoración. No hay tesis, no hay intención, no hay alma. Hay cuadros que cuelgan de las paredes, como una colección de cromos en un álbum infantil. La respuesta a esta ausencia de profundidad la encontramos en el catálogo, en el que los especialistas en Cézanne han desaparecido y todo el peso es concentrado en Guillermo Solana, director artístico del Museo, del que hasta el momento no habíamos tenido el placer de leer ningún texto científico sobre el protagonista.

La primera sala, dedicada a encumbrar una obra del propio Museo Thyssen, el retrato de un campesino desconocido. Un cuadro que no necesita ningún altar para brillar como obra maestra, pero que aquí recibe sin humildad una alabanza grotesca. La segunda parada es la dedicada a la curva del camino, donde encontramos una de las cuatro joyas de la muestra: Ladera en Provenza (1892), de la National Gallery de Londres.

Oportunidad perdida

Es una oportunidad perdida para ahondar en las pretensiones del proyecto plástico de Cézanne, que creía que la naturaleza se halla para nosotros los hombres más en profundidad que en la superficie. Pero claro, de esto no hay mención en unos textos de sala de una afectación insólita hasta el momento. Decía el pintor que por eso necesitaba introducir los rojos y los amarillos, una suma suficiente de azulados, “con objeto de sentir el aire”.

placeholder 'La Montaña de Sainte-Victoire', 1904. Del Cleveland Museum of Art.

No hay atisbo de entrar a analizar los propósitos, de divulgar –en serio- las obsesiones espaciales de Cézanne al hilo de esta reunión de paisajes, que lamentablemente corresponden en su absoluta mayoría a la etapa previa a la madurez del pintor, cifrada entre 1895 y 1906. Sólo 12 de los 49 cuadros traídos corresponden a esta etapa (a pesar del aval del Estado). Así es difícil demostrar que el espacio plástico que defendía era el plano radical, frente al espacio aéreo que desarrolló Velázquez y que se mantuvo hasta los impresionistas. Un paso definitivo en la guerra por la hegemonía de la concepción espacial que en esta exposición brilla por su ausencia, como tantas otras cosas.

La mayor boutade de todas es la inclusión del poema de Wallace Stevens para “glosar la presencia del cántaro de gres” en los interiores del pintor. “Puse un cantaro en Tennessee,/ Y era redondo, sobre una colina./ Hizo que el tosco paramo/Sitiara la colina”.

placeholder 'ladera en provenza', 1890. National Gallery de Londres.

Lo que Cézanne propuso fue sustituir la fluidez por la gravedad, lo aéreo por lo sólido. Cambiar la accesibilidad por una barrera impenetrable. Es decir, todo lo propio de Velázquez es lo contrario de Cézanne. Por eso para muchos, el mundo de las formas contemporáneas se sintetiza en la lucha entre Cézanne y Velázquez, entre el plano plástico y la eliminación radical de la base bidimensional.

En la exposición ni rastro del combate por el replanteamiento de la espacialidad aérea, a pesar de contar con una pieza como es La montaña de Sainte-Victoire (1904), en la magistral versión del Museo de Arte de Cleveland. El maestro pedía a sus alumnos que abordaranla naturalezaa través del cilindro, la esfera, el cono.En su pintura, plano a plano; en la exposición, plano, plano.

En la reiteración está el éxito y en la sorpresa el fracaso. Es la fórmula y el camino labrado por el Museo Thyssen-Bornemisza, que ha granado de celebridades absolutas y vaciado de coraje y riesgo. La nueva aventura es Paul Cézanne y la excusa, que han pasado 30 años desde la última exposición que este país le dedicó al extraordinario pintor que tumbó el impresionismo a golpe de temperamento.

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