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Bill Viola hace llorar al Barroco
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los vídeos del artista conviven con las pinturas

Bill Viola hace llorar al Barroco

Bill Viola entra en la sala, levanta la vista y se encuentra con el imponente Cristo crucificado de Alonso Cano. Entra en éxtasis. "Acabo de tener

Foto: Varias personas observan 'El quinteto de los silenciosos', de Bill Viola en la Real Academia de Bellas Artes. (EFE)
Varias personas observan 'El quinteto de los silenciosos', de Bill Viola en la Real Academia de Bellas Artes. (EFE)

Bill Viola entra en la sala, levanta la vista y se encuentra con el imponente Cristo crucificado de Alonso Cano. Entra en éxtasis. "Acabo de tener en esta sala la experiencia más increíble de mi vida. Quiero hacerme una casita aquí para vivir". No es para menos: la Academia de Bellas Artes de San Fernando le ha reservado un lugar sagrado. A la pequeña estancia donde está colocado su vídeo El quinteto de los silenciosos se accede atravesando una puerta enmarcada por un san Jerónimo de José de Ribera, que surge de las tinieblas de su covacha, en un cruce de luces dramáticas.

Al fondo, el apretado grupo grabado por el artista neoyorquino de 62 años dejan ver sus emociones a cámara lenta. En breve les llegará la oleada emocional con la que el maestro de los sentimientos descarnados representa la amenaza del ser humano. Preocupación, dolor, amenaza. Y derribo. En uno de sus azotes habituales, Viola conduce a los retratados al extremo de la perturbación, recortados sobre un fondo tan tenebrista como la composición de Ribera y destacados por sus llamativas camisetas.

Los recursos de Viola quedan al descubierto como tradición o como plagio, junto al manto rojo que cubre las piernas de san Jerónimo. Viola no se ha visto nunca en una como esta. En unos pocos metros cuadrados, hay reunidos casi cuatro siglos de artistas interesados en desvelar la energía emocional y la fuerza volcánica del gesto. La lentitud revienta los matices expresivos y suspende el tiempo. Comparte logros con los pinceles de los artistas barrocos.

placeholder La obra 'Rendición' en la sala. (Efe)
La obra 'Rendición' en la sala. (Efe)

Un pelotón de periodistas persigue al artista norteamericano por las tres paradas, en las que ha colocado cuatro de sus creaciones audiovisuales. Las colecciones de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando le recuerdan el origen del que partió esta serie de vídeos de principios de siglo. “Los grandes maestros eran exactamente el punto de partida. No me interesaba apropiarme de ellos. Quería entrar en el interior de estos cuadros, encarnarlos, habitarlos y sentirlos respirar”.

Los viejos académicos han hecho hueco entre el expresivo mundo barroco español a las emociones desatadas lentamente de una de las estrellas del firmamento artístico mundial. Nunca antes habían visto tanta cámara de televisión y periodista alterar el silencio de sus salas. ¿Puede haber mejor lugar que este para quien trabaja con el sobrecogimiento y el efectismo del dolor? Viola vuelve a confesarlo, está en éxtasis.

Cuando estudiaba sólo me interesaba el futuro. No me preocupaba por el pasado. No pensaba en mi propia cultura

“Nunca antes me había pasado algo parecido a lo que me está ocurriendo aquí”. Minutos antes reconocía ante Montaña silenciosa (2001) y Dolorosa (2000) que sólo cuando murió su madre le empezaron a interesar los maestros clásicos. Hasta entonces había vivido en su mundo tecnológico desde aquel día en que uno de sus profesores en la Universidad de Bellas Artes les enseñó una pequeña pantallita, con “una luz azul, de la que nunca más quise escapar”.

“Cuando estudiaba sólo me interesaba el futuro. No me preocupaba por el pasado. No pensaba en mi propia cultura”, reconoce Viola, sin querer admitir que él pertenece a la cultura, precisamente, del progreso. El fallecimiento de su madre le volvió del revés. “Fue algo terrorífico. Mi madre me fue arrebatada y tuve que vivir con eso. Este hecho empezó a enseñarme muchas cosas, entre otras, que la vida es algo único y disponemos de un tiempo muy limitado y que debemos ayudar a los demás”.

placeholder Instalación de 'Dolorosa'. (Efe)
Instalación de 'Dolorosa'. (Efe)

Sí, Viola no ha parado de repartir amor entre sus contemporáneos desde que empezó su ronda triunfal por la mañana, en el Teatro Real, donde también cuenta con una participación estelar: un vídeo de cuatro horas de duración sobre la ópera de Wagner Tristán e Isolda, con Peter Sellars como director de escena. Así que antes de la terrible noticia que azotó su estabilidad no reconocía a los grandes maestros como tales. “No podía comprender quiénes eran”.

Las dos instalaciones de vídeo rodean otra dolorosa, la del escultor barroco Pedro de Mena. Los personajes barrocos, como los neobarrocos de Viola, se abaten sobre ellos mismos y sus sentimientos, encerrados en un telón de oscuridad. Con una hondura sobria y reservada, como la España de la austeridad impulsada por el conde duque de Olivares; severa y puritana, como el país encadenado a la moral impuesta por la Contrarreforma, que divide el mundo entre decentes e indecentes. El repertorio velazqueño –del que en estas salas no hay muestra más que por sus seguidores– expresa con eficacia el rígido programa católico, que propugna verosimilitud, compostura, decoro y aproximación a lo real. Un proyecto iconográfico que calca cuatro siglos más tarde nuestro protagonista del día.

“Hay muchas cosas en la vida a las que uno debe rendirse y abandonarse para encontrar algo nuevo, aunque sea doloroso”, cuenta a modo de secreto el artista, en una postura cercana a las reflexiones de las doctrinas de autoayuda. Es normal, dirige a sus actores para que se conviertan en personajes dolosos. Como ocurre en Rendición (2001), donde dos personajes enfrentados en un eje vertical “expresan un intenso sentimiento de dolor y pérdida”.

placeholder Bill Viola. (Reuters)
Bill Viola. (Reuters)

Las dos figuras emergen del agua y, cuando lo hacen, su angustia aumenta considerablemente, entran en una crisis violenta y distorsionada. “Es la destrucción del propio ser para crear uno nuevo”. Las explicaciones de Viola, ante Goya, vuelven a perderse por derroteros psicoanalíticos, sobre la distorsión de la personalidad y “el alma que cruza los cuerpos”. Es la paradoja de una obra tan expresiva como muda, su creador explicándolas a decenas de periodistas.

Ahí aparecen sus personajes descompuestos sobre azabache, el color del naturalismo barroco, del dogma del gesto por encima de cualquier distracción. Es la reserva preferida antes que la escandalosa pompa triunfal y apoteósica. Viola lo entendió a la perfección en su día. Las emociones afloran entre la sombra que corre y envuelve de manera prodigiosa los fondos de sus retratos. Como hizo Velázquez en su Pablo de Valladolid (1635) o su Menipo y Esopo (ambos de 1638). Personajes a los que soltó en medio de la nada; personajes a los que Viola cuela en la misma escena, indeterminada, para potenciar la condición humana del retratado.

El artista es aquel que se salta toda norma, el que rompe lo establecido, el que piensa de otra manera. Sin esa ruptura no existiría la Historia del Arte. Hay que infligir los principios establecidos

Y a pesar de la máxima “todo lo que no es tradición es plagio”, Viola se rompe la camisa para hablar de la actitud del verdadero artista contemporáneo. “Es el que se salta todas las normas, el que rompe lo establecido, el que piensa de otra manera. Sin esa ruptura no existiría la Historia del Arte. Hay que infligir los principios establecidos, porque sin eso nuestras vidas estarían destruidas. No existirían las revoluciones, no avanzaríamos… no conoceríamos el verdadero amor”, y en ese momento cita a San Juan de la Cruz, como uno de los hombres que más le han influido. A pesar del evidente origen de su inspiración insiste en la rotura: “Las normas deben romperse, pero al tiempo hay que aportar nuevas normas”.

La muestra en la Academia, en la que ha ayudado el Ministerio de Educación, Cultura y Deporte y la Fundación Banco Sabadell, es una de las grandes sorpresas del arranque del año (y estará abierta hasta el 30 de marzo). En el recorrido, sembrado por los opuestos que tanto le gustan a Viola (luz y oscuridad; hombre y mujer; vida y muerte), el protagonista es la experiencia vital íntima.

Bill Viola entra en la sala, levanta la vista y se encuentra con el imponente Cristo crucificado de Alonso Cano. Entra en éxtasis. "Acabo de tener en esta sala la experiencia más increíble de mi vida. Quiero hacerme una casita aquí para vivir". No es para menos: la Academia de Bellas Artes de San Fernando le ha reservado un lugar sagrado. A la pequeña estancia donde está colocado su vídeo El quinteto de los silenciosos se accede atravesando una puerta enmarcada por un san Jerónimo de José de Ribera, que surge de las tinieblas de su covacha, en un cruce de luces dramáticas.

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