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“Sin la gente normal, el nazismo no habría existido”
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nir baram publica 'las buenas personas'

“Sin la gente normal, el nazismo no habría existido”

Se preguntaban The Go Betweens en la canción Here Comes the City: “¿Por qué la gente que lee a Dostoievski tiene el aspecto de Dostoeivski?”. Nir

Foto: Adolf Hitler durante la Segunda Guerra Mundial
Adolf Hitler durante la Segunda Guerra Mundial

Se preguntaban The Go Betweens en la canción Here Comes the City: “¿Por qué la gente que lee a Dostoievski tiene el aspecto de Dostoeivski?”. Nir Baram (Jerusalén, 1976) no sólo lo lee, y lo reivindica apasionadamente, sino que de él la prensa alemana ha dicho que el autor ruso “escribiría como él si viviera hoy en Israel”. Y, sin embargo, este novelista también avalado por el encendido elogio de Amos Oz y comparado con Vasili Grossman y con Jonathan Littell, gasta patillas -no barba en V- y lleva una sudadera de sport en lugar de un gabán roído. Defiende su ambición literaria, siempre política, con tacos y no teme el chapuzón en aguas polémicas: piensa que el proceso de paz es una “gilipollez”, del mismo modo que critica sin sofocos tanto a gran parte de la izquierda israelí como a los autores judíos jóvenes de Nueva York.

Su novela Las buenas personas (Alfaguara), best-seller europeo traducido a 14 idiomas, pone el acento en esa gente normal que colaboró en los regímenes totalitarios de Europa en el siglo XX. Sin ellos no habría prosperado ni el nazismo ni el estalinismo y aquí quedan condensados en dos personajes: Thomas Heiselberg, un capitalista germano que decide colaborar con los nazis por mero arribismo y supervivencia, y Alexandra Weiesberg, hija de una familia de intelectuales judíos, que traiciona a sus padres para salvar su vida y la de sus hermanos al enrolarse en el Comisariado del Pueblo para Asuntos Internos de Stalin.

Pero esto no es sólo una novela histórica, su responsabilidad encuentra demasiados equivalentes en 2013. Baram intenta no juzgarlos, pero quiere introducirlos en los juicios en los que se deberían dirimir responsabilidades. A todos nosotros, las buenas personas.

EI reclamo promocional de Las buenas personas no puede ser más rotundo: la primera novela sobre la Segunda Guerra Mundial escrita por un israelí. ¿Lo han acribillado?

Creo que la literatura es interesante cuando representa a personajes complejos y contradictorios

Este tema siempre se ha tratado, al menos en Israel, desde la perspectiva del superviviente del Holocausto. Esto es lo contrario: va sobre los colaboradores, anónimos, aparentemente irrelevantes. Se necesitaba una nueva generación, lejos de aquella experiencia, para verlo desde otro punto de vista. Porque, por ejemplo, Thomas no es el típico nazi cabrón y loco y todos esos clichés. No es exactamente nazi, sino una especie de alemán americanófilo que sólo colabora con el nazismo para crecer él, para salvarse. Algunos lectores israelís sí se han sublevado un poco, porque creen que este libro no habla lo suficiente del Holocausto, pero yo creo que sí lo hace, sólo que desde otra perspectiva: sin todos los Thomas Heiselbergs, sin la gente normal, el Holocausto no habría sucedido.

Hasta ahora lo más subversivo era plantear la figura del nazi con corazoncito…

Sí, y Thomas creo que ni siquiera tiene buenos sentimientos. Creo que la literatura es interesante cuando representa a personajes complejos y contradictorios. Piensa en El Gran Gatsby, de Fitzgerald, es interesante por todos sus complejos. Esto es de cajón, pero a veces las novelas sobre la Segunda Guerra Mundial parece que jueguen en otra liga, que tengan otras reglas: no pueden ser complejas y sólo sirven para denunciar el nazismo. Eso lo podemos hacer en los periódicos, no necesitaríamos la literatura. No quería hablar otra vez del buen nazi o del mal nazi, o del nazi como nuevo monstruo. Había otras responsabilidades.

Eso hizo Hannah Arendt, en sus crónicas sobre el juicio en Jerusalén a Adolf Eichmann (alto cargo de las SS): buscar otros enfoques. Habló de la banalidad del mal, los nazis no tenían por qué ser especialmente diabólicos, sino que actuaban sumisamente dentro de las reglas del sistema. A ella le llovieron las críticas por parte de los judíos…

Nir baram, autor de 'las buenas personas'

Sí, pero mi idea es la contraria. La suya iba especialmente sobre Eichmann, que era un idiota, un burócrata pusilánime sin habilidades críticas y que cría en los ideales del sistema. Thomas es exactamente lo contrario: él es muy listo, es un espíritu libre, sin ideología. Pero ahí está su complejidad. Es responsable, pero no hay nada banal en él. La idea de Arendt tiene un problema: no explica por qué miles y miles de alemanes inteligentísimos se sumaron al nazismo sin problemas.

Empezando por su maestro: Heidegger.

Exacto.

Pero esa idea recuerda a la de ‘Las buenas personas’, porque implica a gente normal. Normalmente no asumimos nuestra parte de culpa.

Arendt no explica por qué miles y miles de alemanes inteligentísimos se sumaron al nazismo sin problemas

Lo sé, te entiendo perfectamente. Pero para mí Eichmann es un protagonista con el que yo no podría hacer nada. Es sólo un tipo mediocre. De todos modos, se parece en algo a este caso. El libro ha sido un best-seller en Israel y planteó un debate durante muchísimos meses. Mucha gente lo entendió, pero otros lo tacharon de inmoral porque no acusaba realmente. Pero Thomas no existía en el discurso sobre esa guerra hasta este libro. Si el personaje nos apela, nos hace cuestionarnos cosas, entonces tiene sentido haber publicado este libro.

Y las plantea, incluso en la actualidad. Thomas representa al capitalismo. De hecho, ¿no son muchos los Thomas, gente anónima, que ha colaborado de una forma u otra en el colapso financiero?

Es que en el fondo creé a Thomas para eso. Quería que fuera relevante en su periodo, pero, sobre todo, que creara debate sobre nuestro tiempo. De hecho, Thomas, si lo piensas, representa a las consultoras financieras de nuestro tiempo.

Y también a todos nosotros. Tenemos ideas de izquierdas, pero esta entrevista está siendo grabada con un iPhone, un gadget de Apple, con todo lo que ese detalle implica.

Exacto. Es el síndrome de cooperar y servir al capitalismo y luego postear una injusticia de un país remoto en tu Facebook. No quiero juzgar a nadie, todos tenemos que sobrevivir, pero actualmente hay una distancia sideral entre tu ideología y tu ocupación, tu trabajo. Esa es la gran genialidad del capitalismo: le da igual tu ideología, sólo quiere chupar tu talento. Puedes ser marxista, pero aprovecharán tus habilidades. Los totalitarismos te obligaban a creer en ellos, el capitalismo no. Ha logrado convencernos de que fuera del sistema, el abismo.

También es crítico con las ONG… Porque no reclaman cambios políticos fundamentales.

Algunos han tachado el libro de inmoral porque no acuso realmente

De eso va, exactamente, mi próxima novela. Yo estuve en una ONG durante seis meses por la paz en Israel y noté que todas las conversaciones eran sobre: “¿Podemos hacer esto o lo otro con tu dinero?”. Pero si obtienes el dinero de un lobby, o de una empresa, eso te maniata, no puedes hacer lo que quieres. ¿Qué sentido tiene eso? Es estúpido. Se necesita un cambio global, de todo, no sólo trabajar una pequeña parcela. En la novela, una gente de Londres declara la huelga de mil millones de personas al final del año. El libro describe cómo lo intentan y todo lo que se pone en su camino.

Hay quien es muy optimista con la ciberutopía. ¿Lo es usted?

Conozco el escepticismo. Pero en Egipto sí sirvió para organizarse. A ver, Lenin dijo aquello de que un capitalista vendería la soga que lo ahorcase si le recibiese dinero por ella. Creo que sucede algo así: el capitalismo, para seguir haciendo dinero, introduce todos estos cambios tan acelerados que luego les pueden explotar en la cara. Creo que es prematuro decir si Facebook o Twitter ayudarán o no para buscar una acción global… De todos modos, creo que al sistema le empieza a llegar su hora: sin movilidad social el capitalismo muere. Y en algunos estados europeos, la diferencia de clases parece ya como de una novela del XIX de Dostoievski, así que creo que está en un callejón sin salida.

¿Con qué alternativa?

No la necesitas. Puede surgir de la dinámica de la lucha, de un nuevo escenario. Creo que estamos en un gran momento, porque la gente ha entendido que el supuesto juego democrático de intercambio de gobiernos no sirve para nada.

Ya no es tan fácil el ping-pong bipartidista.

Es una conclusión radical, de verdad, darnos cuenta al fin de que no puedes cambiar nada dentro del sistema, con sus reglas. Más de lo que parece.

Usted ha leído discursos en festivales literarios en los que se quejaba de que allí se habla de estilos o de estética de la novela, pero no de ideas realmente delicadas e importantes. ¿Se siente decepcionado por los autores de su generación?

La gran genialidad del capitalismo es que le da igual tu ideología, sólo quiere chupar tu talento

No quiero juzgar a nadie. Fui escogido para dar ese discurso… y supongo que no me lo volverán a pedir. Lo único que intenté explicar era por qué quería dar hablar de política, cuando se me había advertido de que hablara de cultura y no de política. Pues bien, alguien que ha leído algo o ha vivido el siglo XX y que no entiende cómo se ha usado la cultura en los diversos regímenes y, por tanto, que la cultura es siempre política es, directamente, un idiota. Incluso esta idea tan simple fue recibida mal por algunos. Pero mi poética es sobre mi idea sobre el mundo. No la entiendo de otra forma

También ha sido muy crítico con la izquierda israelí: por su actitud con el proceso de paz y también por sus políticas económicas. ¿Están las dos cosas conectadas?

La izquierda las separó, en su momento. Debemos pensar que si una nueva izquierda quiere crear un país justo, con más movilidad social, debería ser así para toda la gente que vive en Israel. No puedes hablar sobre justicia social si se la niegas a los palestinos y se la das a los judíos. Nacional y Socialismo… no acaban de combinar bien, ¿no crees? No quiero que se repita, francamente.

¿Es difícil para usted mantener esas ideas en Israel?

Nir Baram, autor de 'Las buenas personas'

Cada vez menos. La mayoría de intelectuales allí creen en la idea de los dos estados y en un estado judío. Y yo creo en un estado israelí. Es una gran diferencia. Quiero un Israel que sea experimentado por judíos, pero también por palestinos o colombianos. Un Israel inclusivo. Quiero que esas comunidades se impliquen en ese estado. Y creo que esa idea gana cada vez a más adeptos…

Cuando era más joven, ¿estaba más ilusionado con el proceso de paz que ahora?

Bueno, claro, porque es que ahora no hay proceso de paz.

¿Se ha estancado?

No, no lo hay, no existe. Sólo es algo que Occidente vende para que parezca que se hace algo. Pero, ¿todas esas reuniones con Obama, por ejemplo? Son un mero simulacro. Ni creo que se llegue jamás a la solución de los dos estados como la plantean.

Es como una ficción paralela.

Los totalitarismos te obligaban a creer en ellos, el capitalismo no

Estamos en un momento de ese supuesto proceso, en el que todos sus actores saben que es una gilipollez y una mentira. Los palestinos ni siquiera quieren ir porque saben que es una basura, pero van para que no se les acuse a ellos de que no cooperan y los israelís van para ganar más tiempo. Pero todos saben que nada saldrá de ahí. Están mintiendo, hace mucho que no existe. Piensa un momento: un proceso que lleva décadas y ahora imagínate que estamos en 2060 y seguimos hablando sobre el proceso de paz. Es una estupidez. Hay que explorar otras ideas.

Usted era un chaval cuando se construyó el muro. ¿Qué recuerda?

Simplemente, cada vez se aísla más. Yo solía jugar con niños palestinos por la calle, en Israel y fuera. Pero ahora niños judíos y palestinos pueden vivir 20 años sin verse. Este es el gran problema, el que fomenta el racismo. No todo Israel es racista, pero sí que existe esa tendencia. Por ejemplo la idea de que somos nosotros somos judíos y el resto del planeta son gentiles. Esa noción de separación entre judíos y el resto del universo es la gran enfermedad de Israel. Esa no es una forma válida de entender el mundo y menos aún un mundo tan globalizado. Y eso lo aprendes desde pequeño: es una gilipollez, ¿verdad? Todos quieren ir contra nosotros, etc.

Una especie de victimismo. Les debe encantar cuando lo dice en Israel…

Pero es que es así: el complejo de víctima. Siempre somos la víctima, del Holocausto, de la deportación de España… Lo que sea, siempre las víctimas.

Su padre y abuelo fueron ministros laboristas. ¿De qué modo fueron una influencia en usted?

En buenos consejos, pero no tenemos las mismas ideas. Ellos son izquierdistas suaves. Ellos son del Labour Party, y yo nunca les he votado, los laboristas son una broma. No, no, son peor que los socialdemócratas que puedes conocer tú.

¿Cuándo decidió ser escritor y no político?

Nunca he querido ser un político. Quería ser jugador de fútbol, y lo fui hasta los 16.

¿Su favorito?

Creo que es prematuro decir si Facebook o Twitter ayudarán o no para buscar una acción global

Maradona, Francescoli… Ahora Israel ya no sigue las ligas europeas, porque todo es el Barça.

Sólo una opción, como el capitalismo… y con patrocinio de Qatar.

Exacto (ríe).

El europeo lee a muchos autores judíos, pero normalmente son de Estados Unidos. Lo más normal es que visiten Israel en el tercer capítulo, cuando el protagonista es adolescente, y luego regresen a Nueva Jersey… ¿Es la literatura demasiado anglocéntrica?

Creo que sí. No me gustan demasiado esos autores tipo judío neoyorquino, francamente. Alucino cuando se compara a algunos de ellos con autores rusos del XIX. Esa combinación de sentimentalismo, nostalgia… Como si siempre tuvieras que ser mono. ¡La literatura no es eso!

Philip Roth decía lo de que la literatura no es un concurso de belleza.

La buena literatura, en mi opinión, no debe serlo. Debe ser cruel, también. Además, esos autores, y muchos otros, en realidad, miran Israel como una especie de lugar exótico y eso me crispa. Lo imaginan de un modo muy oriental: ese desierto con dos pueblos persiguiéndose todo el rato. Y quieren que la literatura represente esa idea preconcebida. Yo no quiero darles la satisfacción de que lean la descripción de este “complejo de camello”, de desierto. Odio todos esos clichés.

Se preguntaban The Go Betweens en la canción Here Comes the City: “¿Por qué la gente que lee a Dostoievski tiene el aspecto de Dostoeivski?”. Nir Baram (Jerusalén, 1976) no sólo lo lee, y lo reivindica apasionadamente, sino que de él la prensa alemana ha dicho que el autor ruso “escribiría como él si viviera hoy en Israel”. Y, sin embargo, este novelista también avalado por el encendido elogio de Amos Oz y comparado con Vasili Grossman y con Jonathan Littell, gasta patillas -no barba en V- y lleva una sudadera de sport en lugar de un gabán roído. Defiende su ambición literaria, siempre política, con tacos y no teme el chapuzón en aguas polémicas: piensa que el proceso de paz es una “gilipollez”, del mismo modo que critica sin sofocos tanto a gran parte de la izquierda israelí como a los autores judíos jóvenes de Nueva York.

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