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El viaje de Navia a la inmortalidad
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El fotógrafo publica 'nóstos'

El viaje de Navia a la inmortalidad

Somos lo que recordamos. Lo que pasamos, pensamos, pisamos. Memoria, viaje y territorio, las tres patas con las que fotografía José Manuel Navia

No hay inmortalidad, hay memoria. Somos lo que recordamos, somos lo que viajamos, somos lo que vemos. Lo que pasamos, pensamos, pisamos, paseamos. Memoria, viaje y territorio, las tres patas con las que fotografíaJosé Manuel Navia (Madrid, 1957), que tuvo una revelación en una casa de Armenia, donde se quedó a dormir a finales de los noventa, mientras resolvía un encargo. En aquella habitación se encuentra con el papel de las paredes que había decorado su infancia en casa de sus padres, en una céntrica calle madrileña. El mismo papel. Ese papel, como la magdalena proustiana, le lleva a recordar su infancia y al regresar del chute nostálgico comprende que “todos los lugares son el mismo lugar, que todas las personas son la misma persona, que todas las fotos son la misma foto”.

“Esto te crees que es un pueblo de Castilla y es Armenia”. Toma café. Detiene el paso de las páginas de su nuevo libro Nóstos (Ediciones Anómalas) para insistir en el motivo que le ha obsesionado durante las últimas dos décadas: contar su vida a través de la de los demás, hacer de la memoria un asunto moral. “No soy un fotógrafo posmoderno, pero toda obra sincera es autobiográfica. Yo no cuento mi vida exhibiendo mi vida, no tengo ese tipo de impudor. Sin embargo, este libro son vivencias mías”, y el lector o espectador que vea o lea estas fotos terminará deambulando por el territorio de la memoria. No importa de quién.

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Porque la fotografía de Navia es una fotografía sin iconos, aunque cualquiera tenga en mente una de sus fotos máscaravaggiescas, con un haz de luz iluminando a la barca y al marino. Digo que no importa de quién sea la memoria, porque ha tomado su tarea como una suerte de ambigüedad, en la que las imágenes pueden significar lo que sea.Abiertas a la lectura del espontáneo.

No hay símbolos definitivos, como no hay exotismo. Otra de las trampas que aprendió a evitar gracias a las enseñanzas del poetaJosé Hierro. Porque, en realidad, todo lo que ha aprendido este veterano documentalista lo ha hecho en los libros. Sí, ahí al fondo estáWalker Evans,Robert Frank, pero quienes miran por el visor cuando Navia mira por el visor son sus filósofos, sus antropólogos, sus escritores. Su mirada es la deÁlvaro Mutis,Julio Caro Baroja,María Zambrano,Miguel de Unamuno,Rafael Sánchez Ferlosio,Antonio Machado,Virgilio,William Carlos Williams,Immanuel Kant,Homeroy su hermano de viajeJulio Llamazares.

Todos ellos aparecen en este viaje por la memoria de un país y tres generaciones, pero con una curiosa fórmula que los humaniza: son citas sin citados. Sólo al final del libro se resuelve la autoría de cada una de las frases que elevan el trayecto visual. “No es esta distancia lo que asusta: son los pasos inútiles”.“Con estos fragmentos apuntalé mis ruinas”. “El mundo que conocemos no lo hicieron los reyes ni los soldados –decía Amalia–, lo hicieron los viajeros”. “Signos, figuras, parecen así ser como gérmenes de una razón que se esconde para dar señales de vida…Es múltiple la imagen siempre, aunque sea una sola”.

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La imagen infinita

Por eso Nóstos: la vuelta a la patria, el regreso; la llegada, el viaje, el camino, la salida; las probabilidades de regreso. Fueron los griegos micénicos los primeros en inaugurar el género literario y Homero es el encargado del primer nóstos con La Odisea. El viaje o la vida. Pero de nóstos proviene otra palabra, también de tintes fotográficos, “nostalgia”. Navia dice que ha querido fotografiar como se escribe, llenar el viaje de imágenes como los escritores lo llenarían con palabras, y acumular más memoria, más fotos, a la vieja lata de carne de membrillo que conserva el pasado de una familia. La suya, la de cualquiera. Esa es la primera imagen, con ella arrancamos el recorrido de Navia por sus recuerdos, los nuestros.

“Mi mar”, y para sobre una foto de un profundo y vasto campo, que se extiende hasta el infinito, en el que no hay más que un camión destartalado y un par de personas que deben de estar trabajando en la cosecha. ¿Castilla? “No, Armenia”. De nuevo. “Busco ese mundo mío en el entorno en el que me he movido a lo largo de todos estos años, desde Portugal al norte de Marruecos, a la Provenza francesa”, explica el fotógrafo sobre esta reconstrucción de su pasado a partir de motivos del presente.

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“Mira esta mujer lavando la ropa en el cubo y con la tabla. La encontré en el protectorado de Marruecos. Idéntico al que usaba mi abuela. Ese es el cubo donde me bañaban a mí los domingos. Viajas a otros lugares y encuentras cosas que tienen que ver contigo y con tu propio pasado”. No extraña que insista en que la fotografía para él no es un descubrimiento, porque “todo está descubierto”. La fotografía es reconocimiento para Navia.

No hay inmortalidad, hay memoria. Somos lo que recordamos, somos lo que viajamos, somos lo que vemos. Lo que pasamos, pensamos, pisamos, paseamos. Memoria, viaje y territorio, las tres patas con las que fotografíaJosé Manuel Navia (Madrid, 1957), que tuvo una revelación en una casa de Armenia, donde se quedó a dormir a finales de los noventa, mientras resolvía un encargo. En aquella habitación se encuentra con el papel de las paredes que había decorado su infancia en casa de sus padres, en una céntrica calle madrileña. El mismo papel. Ese papel, como la magdalena proustiana, le lleva a recordar su infancia y al regresar del chute nostálgico comprende que “todos los lugares son el mismo lugar, que todas las personas son la misma persona, que todas las fotos son la misma foto”.

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