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La industria del cine se marca un gol en propia puerta
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Resaca de la fiesta del cine

La industria del cine se marca un gol en propia puerta

Tras abarrotar las salas de cine durante tres días, los espectadores reclaman una bajada drástica del precio de las entradas a una industria moribunda

Foto: Cola a las puertas del cine Capitol (Madrid) durante la Fiesta del Cine (EFE)
Cola a las puertas del cine Capitol (Madrid) durante la Fiesta del Cine (EFE)

Morir de éxito. El apoteósico triunfo de la Fiesta del Cine, con las salas multiplicando por nueve la asistencia en el día de ayer, ha puesto a la industria del cine en un brete. Los organizadores del evento -(patronal de productores (FAPAE), Federación de Distribuidores de Cine (FEDICINE), Federación de Cines de España (FECE) e Instituto de la Cinematografía y las Artes Audiovisuales (ICAA)- han tenido que salir en tromba a desmentir que el experimento (entradas a 2,90 euros, entre dos y tres veces más baratas que el precio normal) pueda extenderse al resto del año. Como si la Fiesta del Cine hubiera demostrado que la solución a todos los dramas del cine español pasara por una bajada del precio de la entrada, una exigencia clásica del espectador convertida ahora en clamor popular.

El director Montxo Armendariz se atrevió incluso a romper un tabú dentro de la industria del cine al decir lo siguiente en Twitter: "Dos reflexiones ante el éxito de la Fiesta del cine: Hay que revisar los precios de las entradas y la piratería no es la causa primordial de los males del cine". ¿No habíamos quedado en que la gente ya no iba a los cines porque se podía bajar las películas gratis? Quizás una agresiva política de precios populares podría devolver a las salas a unas cuantas almas descarriadas.

La industria española del videojuego vivió un 'boom' descomunal al bajar los precios contra la piratería

Un ejemplo histórico de qué ocurre cuando una industria cultural baja de golpe los precios para luchar contra la piratería. En 1987, la empresa que controlaba el 80% del sector español del videojuego recortó de golpe el precio de los juegos de 2.100 pesetas a 875, ante la evidencia de que los jóvenes los pirateaban a un tercio del precio original. ¿Consecuencias? Las ventas se dispararon y la industria española del videojuego vivió un boom descomunal, aunque algunas de las empresas pequeñas se fueron al garete.

La pregunta del millón sería, por tanto, si hay que bajar ya los precios de las entradas de cine. ¿Está en lo cierto el público o la industria? La respuesta más sencilla de lo que parece: los dos. Se trata, en efecto, de un tema contradictorio. Es muy probable que las entradas sean caras y es seguro que el espectador no quiere/puede pagarlas. También parece claro que la bajada llevaría a más gente al cine, pero se desconoce si en número suficiente para aumentar la recaudación. Tampoco está claro si la industria puede permitirse ahora mismo bajar el precio a lo loco. Todo pese a que los cines están condenados a estamparse si no lo hacen. O la cuadratura del círculo del cine en España. Bienvenidos al callejón sin salida de un país empobrecido, incapaz de salvar a sus cines.

En 2012, el precio medio de la entrada de cine en España fue de 6,5 euros, aunque en Madrid y Barcelona a veces supere los 9 euros. El precio medio de la entrada en la UE fue de 6,9 euros en 2012. Las entradas españolas, por tanto, serían más baratas que las europeas. El problema surge cuando comparamos los salarios españoles con los de los 27 países de la UE: 321 euros menos al mes, un 17% menos (2011). Ejemplo sangrante: el salario medio del trabajador danés es el doble que el del español. ¿El precio de sus entradas de cine en 2011? 10 euros (Dinamarca) contra 6,6 euros (España). En efecto, no salen las cuentas: la entrada española tendría que valer 5 euros para que valiera igual que la danesa.

Así han subido los precios del cine en España en los últimos diez años: 4,6 euros (2003), 4,8 (2004), 4,9 (2005), 5,2 (2006), 5,5 (2007), 5,7 (2008), 6,1 (2009), 6,5 (2010), 6,6 (2011), 6,6 (2012). Una subida ajustada tanto a la de la UE como a la de la inflación. El problema es que el último ascenso brusco, marcado por la irrupción del 3D (Avatar se estrenó en diciembre de 2009), ha coincidido con la mayor pérdida de poder adquisitivo de los salarios españoles en varias décadas. En 2012 los salarios en España sufrieron el mayor recorte de la democracia, que se dice pronto.

Los precios suben (y no sólo los de las entradas de cine) y los salarios bajan. Datos del Banco de España sobre la remuneración de los asalariados españoles. En 2008, las familias ingresaron 537.591 millones de euros. En 2012, la cifra bajó a 482.627 millones, un 11,3% menos que en 2008, primer año de la crisis, 55.000 millones de euros menos para gastar en cosas como los productos culturales.

En estas circunstancias, a ver quién le quita la razón al espectador que abarrota estos días los cines reclamando una bajada de las entradas.

Pero en todas partes cuecen habas. La industria del cine también tiene razones económicas de peso para resistirse a una bajada drástica de los precios. Pongamos que la entrada baja mañana a mitad de precio. Los cines necesitarían que el número de espectadores se doblara a diario para sacar... la misma cantidad que ahora mismo. Por tanto, el milagro de llevar el doble de personas al cine no serviría para escapar de los números rojos que han propiciado el cierre de decenas de salas en los últimos meses.

La cruda paradoja es que mantener los precios actuales tampoco parece servir de mucho si hacemos caso a la continua caída de las recaudaciones desde que empezó la crisis económica: 671,04 millones de euros (2009), 662,31 (2010), 635,85 millones (2011), 614, 20 (2012). Todo pese al continuo aumento de los precios de las entradas.

La industria ingresa 50 millones de euros menos al año por las entradas de cine a causa de la subida del IVA

Hay que entender que las recaudaciones anuales de los cines se reparten entre muchos agentes. Por ejemplo: el 21% va a parar al Estado y el 2% a los derechos de autor. El 77% restante se reparte más o menos a partes iguales entre productores/distribuidores y salas de cine. En este contexto, la subida del IVA cultural del 8% al 21% en septiembre de 2012 ha supuesto que la industria del cine (productores, distribuidores, salas) ingrese por entradas de cine alrededor de 50 millones de euros menos al año. Este dinero ahora va a parar a las arcas de Hacienda y quizás habría servido para salvar a ese sector de la industria que está entre el cierre y la quiebra.

Al factor IVA hay que sumarle que en los dos últimos años los cines han tenido que invertir unos 65.000 euros por sala para hacer frente a la obligatoria reconversión digital, una inversión que ha dejado temblando al circuito de pequeños cines urbanos.

Los espectadores dicen no tener dinero para ir al cine si se mantiene el precio actual. La industria asegura no poder arriesgarse a que la bajada de la entrada aumente sus pérdidas. Unos por los otros, la casa sin barrer (es decir, los cines vacíos y en proceso de cierre). El Estado, por su parte, ni está ni se le espera, al menos hasta marzo de 2014, cuando se anuncie una cacareada reforma fiscal que podría llevar a la bajada del IVA cultural. Quizás sea entonces cuando baje el precio de la entrada de cine. Hasta entonces, toca apretar los dientes. No sería extraño, no obstante, que la Fiesta del Cine aumente su periodicidad.

Morir de éxito. El apoteósico triunfo de la Fiesta del Cine, con las salas multiplicando por nueve la asistencia en el día de ayer, ha puesto a la industria del cine en un brete. Los organizadores del evento -(patronal de productores (FAPAE), Federación de Distribuidores de Cine (FEDICINE), Federación de Cines de España (FECE) e Instituto de la Cinematografía y las Artes Audiovisuales (ICAA)- han tenido que salir en tromba a desmentir que el experimento (entradas a 2,90 euros, entre dos y tres veces más baratas que el precio normal) pueda extenderse al resto del año. Como si la Fiesta del Cine hubiera demostrado que la solución a todos los dramas del cine español pasara por una bajada del precio de la entrada, una exigencia clásica del espectador convertida ahora en clamor popular.

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