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Edgar Wright y el resacón gore

Borrachos hasta el fin del mundo

Con 'The World's End', el director Edgar Wright cierra la trilogía que inició con dos de las mejores comedias británicas de los últimos años

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Con The World's End, el director Edgar Wright cierra la trilogía que inició con dos de las mejores comedias británicas de los últimos años, Zombies Party, una parodia hilarante del cine de no muertos, y Arma letal, un film que entroncaba con la vertiente más costumbrista del cine de su país añadiéndole un punto de humor negro. The World's End ofrece la misma comunión perfecta entre comedia y fantástico, que ya presentaban las dos anteriores, pero con un despliegue mucho mayor de medios.

El director vuelve a confiar en sus dos intérpretes de referencia, Simon Pegg y Nick Frost, aquí dos antiguos amigos que se reúnen con el resto de la cuadrilla de su juventud para armar una última juerga en su pueblo natal. En su arranque, el filme funciona como la respuesta británica a esa nueva comedia norteamericana, centrada en la crisis de los cuarenta de sus protagonistas masculinos: el personaje principal es el chico más popular del pueblo, que se ha quedado estancado en aquella época. Así Wright llena la película de guiños nostálgicos a los noventa (atención a la banda sonora).

El reto del protagonista es acabar un proyecto que quedó truncado en su juventud: recorrer en una única jornada los doce pubs locales bebiendo una pinta en cada uno hasta llegar a The World's End, el último de ellos. Lo que podría haberse quedado en una muy buena variante británica y cuarentona de Resacón en Las Vegas toma un giro inesperado cuando en la historia se cuela la ciencia-ficción.

En el pueblo al que los amigos no volvían desde hacía más de veinte años, las personas han cambiado... No tardan en descubrir que muchas han sido substituidas por robots, en una apropiación contemporánea del imaginario de La invasión de los ladrones de cuerpos que le permite a Wright apuntar una metáfora sobre la uniformización de la sociedad. Incluso los pubs se han “starbuckizado” (el copyright de la palabreja corresponde a uno de los personajes). The World's End ofrece un despliegue de ingenio humorístico desbordante: a medida que se complica la situación los protagonistas también van cada vez más borrachos. El filme se atranca al final, cuando a Wright le pierde la ambición de encadenar diversos clímax a cual más espectacular.

América como teocracia

Sitges acoge desde sus diferentes secciones cine español de varios formatos y temas. En sección oficial a concurso se presentaba Mindscape, de Jorge Dorado, otro ejemplo de cineasta español que firma una película de factura totalmente norteamericana, protagonizada además por un actor de prestigio como Mark Strong. Mindscape es un thriller psicológico que bebe de títulos como El sexto sentido o los procedimentales televisivos para ofrecer un entretenimiento de factura visual impecable, pero incapaz de ofrecer algo nuevo.

En Noves Visions, las propuestas se sitúan en las antípodas: films llevados a cabo con presupuestos mínimos, con filosofías próximas al hágaselo usted mismo, sin ninguna intención de imitar al cine comercial de Hollywood y mostrando las muchas voces del cine español. En Capa caída, por ejemplo, Santiago Alvarado, cineasta curtido en el mundo del cortometraje, firma una película simpática, pero demasiado apoyada en el chascarrillo sobre un supuesto superhéroe español de nombre Magno y traje rojigualda.

A pesar de conseguir salvar España de la Guerra Civil y a Europa de la Segunda Guerra Mundial, Magno cae en desgracia tras ser acusado de pederastia por su relación con un colega más joven. Acaba convertido en un juguete roto como esos que coleccionó Manuel Summers en su memorable filme homónimo.

Entre la poética de la extrañeza y el desencanto vital, La tumba de Bruce Lee, del colectivo Canódromo abandonado, se suma a ese cine español que consigue retratar la perplejidad y el desconcierto de la juventud de un país en crisis desde más allá de los márgenes de la industria. Los protagonistas, encarnados por los propios directores, se trasladan a Seattle para probar mejor suerte y venerar la lápida del mito del cine de artes marciales. Su búsqueda pone en evidencia la desorientación vital de unos personajes en una ciudad donde todo parece de repente funcionar con otras reglas.

Cosa de dios

Y Aram Garriga lleva a cabo en American Jesus una road movie por la dimensión religiosa de EEUU. Garriga arranca su polémico documental con un muestrario de las diferentes formas que toma el cristianismo en el país, tan diversas y variadas como su población: se suceden las iglesias de cowboys, de motoristas, de surferos, de roqueros, de gimnastas... En cada caso, algún representante explica por qué, por ejemplo, se decidió abrir un templo en forma de arena de rodeo.

En este paisaje humano, la religión se ha infiltrado hasta el más mínimo de los actos de la vida cotidiana, lo que convierte la expresión espiritual también en un gran negocio: los practicantes, sobre todo evangélicos, consumen productos solo con el sello “cristiano”. Incluso aparecen webs cristianas para confrontar el porno (www.xxxchurch.com, para los curiosos).

Sin necesidad de recurrir a ninguna voz en off, el documental da la palabra a los integrantes de cada una de estas iglesias al tiempo que ofrece el contrapunto de diferentes expertos en el tema. Si en la primera parte de American Jesus se presentan las variopintas expresiones de religiosidad en el país, evitando la caricatura fácil, en la segunda el cineasta se adentra en la relación entre religión y política.

American Jesus marca como fecha de entrada del cristianismo en campaña el año 1973, cuando se aprobó la ley del aborto en EEUU. Tras los liberales años sesenta, esta fue la gota que colmó el vaso para los integristas religiosos cristianos, que reaccionaron con la idea fija de influir de forma directa en Washington. Desde entonces, EEUU se ha convertido en un país próximo a una teocracia, un país donde, como denuncia uno de los testimonios, un ateo nunca podría llegar a ser presidente.

Con The World's End, el director Edgar Wright cierra la trilogía que inició con dos de las mejores comedias británicas de los últimos años, Zombies Party, una parodia hilarante del cine de no muertos, y Arma letal, un film que entroncaba con la vertiente más costumbrista del cine de su país añadiéndole un punto de humor negro. The World's End ofrece la misma comunión perfecta entre comedia y fantástico, que ya presentaban las dos anteriores, pero con un despliegue mucho mayor de medios.

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