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Teléfono rojo, llamemos a Roosevelt
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LOS SOBORNOS A GENERALES DE FRANCO Y MARCH (III)

Teléfono rojo, llamemos a Roosevelt

En la tercera entrega de los documentos del MI6, Ángel Viñas desvela las presiones que pasó Churchill para arreglar el bloqueo del soborno en EEUU

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Hillgarth preconizaba una política más orientada hacia la zanahoria que hacia el palo. En este último aspecto, los británicos contaban con una amplia panoplia de instrumentos muy contundentes como el sistema de control naval y de suministros esenciales para la economía española. En el lado más amable se habían mostrado abiertos a la posibilidad de limitar el riesgo de estrangulación.

El agregado naval propugnó abiertamente que los sobornos continuasen. Eran el factor oculto cuyos efectos se difundirían sobre todas las demás acciones. Subrayó que Franco no quería entrar en guerra pero que podría terminar cediendo a presiones. Es indudable que al hacer este diagnóstico se situaba en el escenario más desfavorable posible (con independencia de que sobreestimara la influencia falangista), pero tal situación nunca está ausente de las valoraciones de cualquier planificador diplomático o militar frente a un peligro grave.

Hillgarth caracterizó a Franco como un hombre más o menos realista, pero que vivía en una especie de ensueño y a quien la autoridad se le había subido a la cabeza. Tales aspectos, poco documentados, también los refieren otros testigos, a decir verdad desde poco después de la “exaltación” a la Jefatura del Estado.

En tanto se influía para que Franco mantuviera la no beligerancia, habría que desistir de acciones que le irritaran considerablemente

Un aspecto que no estaba demasiado explicado es que cuando Hillgarth preparó su balance ya se había producido una decisión muy importante. Mientras describía, con toda una serie de detalles adicionales que no merece la pena traer a colación, los planes para fortalecer la voluntad de resistencia ante una posible penetración alemana en España, en Londres los tiros habían empezado a ir por otro lado.

El fantasma “rojo”

El Gabinete de guerra (una especie de consejo de ministros superrestringido del que formaban parte Churchill, Chamberlain –enfermo-, Attlee, Halifax y John Greenwood) había tomado una decisión crucial el 2 de octubre de 1940. En tanto se influía para que Franco mantuviera la no beligerancia, habría que desistir de acciones que le irritaran considerablemente. Esto es lo que desde el Foreign Office se comunicó al Ministerio de Guerra Económica y al SOE una semana más tarde.

Es verosímil que fuese el resultado de la visita que a la embajada habían hecho poco antes varios agentes del SOE y de los contactos realizados con republicanos exiliados en Francia. Hoare redobló sus esfuerzos para presentarse como un “baluarte de sensatez”, al enjuiciar la conducta de los políticos del régimen, según informó a sus superiores en noviembre el espía franquista incrustado en la embajada.

Tal conducta respondía, sin duda, a una convicción muy extendida entre los iniciados en Londres pero Hoare conocía que Churchill había tomado posición. Según el primer ministro apoyar una resistencia que implicase ayudar a elementos desafectos al régimen implicaba el riesgo de dar alas a ciertos sectores de los vencidos en la guerra civil. Como señaló Dilks, disponía de información del Comité de Inteligencia Conjunto en el sentido de que Franco no cooperaría con los alemanes y de que estos no forzarían su entrada en España.

Churchill tenía un temor terriblemente exagerado pero constante ante la posibilidad de azuzar una eventual revolución por parte de los rojos

Hoare no tuvo inconveniente en destilar la interpretación a Serrano Suñer el 19 de diciembre: “Inglaterra ve con simpatía la consolidación del régimen y (…) para el fin de la guerra Inglaterra prevee (sic) una España grande a lo cual desea contribuir Inglaterra”. Tales son los términos en que escribió el ministro a Franco sin apenas ocultar su profundo desprecio hacia los británicos.

El miedo de Churchill

El 2 de enero de 1941 Churchill se dirigió a Dalton, responsable del SOE, llamándole la atención sobre el peligro de azuzar una eventual revolución por parte de los rojos. Este era un temor terriblemente exagerado pero constante en Churchill. Dalton respondió que era consciente de ello (entrecomilló el término “rojos”) y que había reducido los contactos con elementos antirrégimen. Prometió que el SOE colaboraría lealmente con la embajada y por consiguiente bajo el control del Foreign Office.

Aun así, el director del Departamento de Inteligencia Naval, vicealmirante Godfrey, que dependía para la obtención de sus informaciones en buena medida del SIS/MI6, redactó el 3 de abril un informe sobre las relaciones entre este y el SOE. Achacó al segundo utilizar en España a personal poco preparado, moverse en círculos próximos a la izquierda, comprometer a Hillgarth y a Furse y haber obligado a Hoare a mostrarse muy duro por temor a que su propio trabajo pudiera verse perjudicado.

En el ínterin Halifax había ido de embajador a Washington y el hasta entonces ministro de la Guerra, Anthony Eden, asumió la responsabilidad del Foreign Office. Hoare le remitió inmediatamente, el 25 de diciembre de 1940, una carta personal y muy secreta.

Le explicó que los sobornos los conocían solamente en su totalidad el primer ministro, Halifax y Wood. Él no se atrevía a describirle la operación. Le anunció la ida de Hillgarth. Si Eden quería, podía informarle largo y tendido. Si esta información se recogió por escrito, algo probable, no figura en la documentación desclasificada.

¿Qué podía hacer Eden? Naturalmente se plegó ante una operación de cuyas interioridades todavía no sabía mucho en concreto. Los británicos procuraron que los tres millones de dólares que quedaban por transferir se enviaran sin dilación desde la Société de Banque Suisse a las cuentas en Nueva York, de las que disponían por parejas los colaboradores de Juan March.

1941, el año crucial

Si los seis primeros meses de vida no estaban suficientemente analizados en la historiografía, no ocurre lo mismo con la prolongación de la operación. Han aparecido bastantes cosas nuevas. Sabemos lo que a finales de abril de 1941 dijo Hillgarth a Eden cuando volvió a verle en Londres. Fue entonces cuando algún autor despistado (incluido su reciente biógrafo) ha señalado que Cadogan anotó en su diario (entrada del 25.4) que Hillgarth era un charlatán. Esta caracterización ni ninguna otra mención figuran en su edición según Dilks. Quizá en el original.

Hillgarth insistió en que los sobornos no podían detenerse. Era, en efecto, la época en que las armas alemanas hacían progresos considerables en Yugoslavia y Grecia. Hillgarth se proponía “comprar” a unos cuantos almirantes y propietarios de buques para que sus barcos abandonasen España si los alemanes la invadían. Es decir, el núcleo de agraciados se ampliaba.

Hillgarth se proponía “comprar” a unos cuantos almirantes y propietarios de buques para que sus barcos abandonasen España si los alemanes la invadían

Era también la época en que los británicos estaban pensando en preparar un desembarco en Canarias, que la embajada desaconsejó. Hillgarth abogó por movilizar con urgencia un millón de dólares y dos más en cuanto se confirmasen resultados positivos.

A mitad de mayo los tres millones se transfirieron al trío citado en el artículo precedente. Hoare confirmó el 21 que los pagos se escalonarían en pequeñas cantidades y que el resto se abonaría el 30 de junio de 1942 si los “amigos” se portaban bien. Si alguien no cumplía con sus compromisos perdería su parte que se asignaría a otro o se devolvería a Londres. La documentación desclasificada no arroja luz sobre cómo se puso en práctica el seguimiento de las contraprestaciones.

El detalle de las transferencias hasta entonces efectuadas es el siguiente:

17 de junio de 1940: 496.894 libras

5 de julio de 1940: 745.342 libras

10 de agosto de 1940: 745.342 libras

7 de enero de 1941: 745.342 libras

29 de mayo de 1941: 745.342 libras

Cuando Eden vio esta lista (14 millones de dólares, en total) el 10 de mayo se quedó de piedra. Cadogan anotó su orden de que no se autorizasen más pagos sin su consentimiento expreso.

Galarza entra en el Gobierno

Para entonces se había agravado la pugna entre militares y falangistas. El 5 de mayo de 1941 Franco nombró ministro de la Gobernación a Galarza en sustitución de Serrano Suñer. Los británicos y Hillgarth, en particular, exultaron, como ha recordado Wigg. No es para menos. Galarza había figurado desde el principio en el segundo escalón de beneficiarios.

Hoare telegrafió al minuto sobre la evolución de la crisis. A finales de mayo, una fuente segura le dijo que Serrano estaba conchabado con los alemanes para derribar a Franco. Otra que si los británicos querían, cabría arreglar un choque con el cuñadísimo. Hoare no entró en el juego. Poco después le confesaron que no se quería provocar a Alemania y que lo mejor sería conseguir que la crisis apareciera como un problema interno. Así ocurrió.

Al Gobierno llegaron nuevos ministros falangistas pero no de los incondicionales de Serrano. El resultado consolidó el poder de Franco. El 10 de mayo Hoare señaló que “los cambios políticos que han tenido lugar son una consecuencia directa del plan secreto del que tú y el primer ministro sois conscientes”. Según la Dirección General de Seguridad el sentir generalizado en las colonias extranjeras y en el Ejército era que España entraría en guerra en unas cuantas semanas. La embajada no pudo ignorar este clima de opinión.

Los norteamericanos habían bloqueado las cuentas a nombre de titulares extranjeros, por los 14 millones de dólares

Franco había proclamado retóricamente que los británicos habían perdido la guerra. Esta, sin embargo, se había ampliado a la Unión Soviética, lo que era una buena cosa para el Reino Unido que ya no estaría solo ante el Tercer Reich. Churchill, realista, se apresuró a ofrecer ayuda a Stalin, viejo trasunto del demonio para un buen político conservador (el enemigo de mi enemigo es mi amigo, algo que los británicos jamás reconocieron cuando tal máxima la practicó Negrín y que siguen ignorando los historiadores guerreros de la guerra fría).

Los sobornos no se vieron afectados en lo más mínimo pero de pronto cayó sobre ellos, no el bombazo del envío de la mitificada División Azul al frente del Este, sino otro que muy bien podría afectarlos directamente.

Un shock para los sobornados

El 6 de agosto de 1941 Hoare escribió a Eden alarmadísimo. Los norteamericanos habían bloqueado las cuentas a nombre de titulares extranjeros. De los 14 millones de dólares, uno ya se había convertido en pesetas y el pago de los otros diez debería haberse hecho a finales de 1940.

March, a petición de la embajada, se las había arreglado para que los fondos permaneciesen en Nueva York. Posteriormente, había sugerido que no sería prudente distribuirlos todavía. Tal vez quisiera asegurar una correlación estrecha entre el buen comportamiento de los “amigos” y los sobornos. Los británicos aplaudieron la medida pero Eden instruyó a Cadogan el 10 de agosto: “Sabes cuánto me repugna este tema. Ni un céntimo más a los generales por mi parte”.

Esta actitud es verosímil que se suavizara cuando llegaron informaciones a Londres de que la postura de los generales se había endurecido contra la política probeligerante de Serrano, como ha estudiado Moradiellos. En el ínterin, March se había apañado para convencer a los beneficiarios de que era conveniente dejar el dinero en EEUU y formó una pequeña compañía holding en Suiza que los representaba. El reparto de los activos había de aprobarse por unanimidad y en el holding figuraba un agente de la máxima confianza del banquero.

Los británicos, por si las moscas, intensificaron la presión económica sobre España y, como ha resumido Díaz Benítez, prosiguieron la planificación para un eventual desembarco en Canarias. La fuerza prevista creció hasta llegar a unos 24.000 hombres.

placeholder Stalin, Roosevelt y Churchill.

Tras el bloqueo de cuentas los “amigos” se pusieron muy nerviosos. Obviamente, temían no llegar a disfrutar de sus dineros. Esta perogrullada no se había documentado hasta el momento. March, siempre al quite, pensó que era absolutamente esencial tranquilizarlos y darles garantías del cobro. La Société de Banque Suisse tenía depósitos por importe de muchos millones de dólares en Nueva York, pero a la embajada lo que le interesaba eran los millones ya “ganados” puesto que los que expiraban a finales de junio de 1942 no corrían tanta prisa.

El que faltaba

No fue nada fácil conseguir el desbloqueo que ha estudiado Stafford. Hubo malentendidos en Londres. El general Torr, agregado militar en Madrid, trató de desatascarlos personalmente sin demasiado éxito. Hoare empezó a inquietarse. El 12 de septiembre advirtió de los incalculables daños que podrían producirse si los sobornados ponían en duda la buena fe de March. Al día siguiente recomendó una medida drástica: si no se encontraba una pronta solución, Churchill podría escribir directamente a Roosevelt. Esto eran palabras mayores.

Suponemos que apoyado por Hoare o a instigación suya, Hillgarth se desplazó a Londres para entrevistarse con el primer ministro y luego con el ministro de Asuntos Exteriores. Las preocupaciones de Hillgarth se reflejaron en papel oficial del primer ministro. Churchill se movilizó y presionó a Eden y a Wood. De la documentación desclasificada se desprende que la reticencia de Eden era consecuencia de las recomendaciones de sus funcionarios, según los cuales Hoare iba demasiado deprisa.

March adelantó de su bolsillo 5 millones de dólares en bonos del Tesoro argentino y los transfirió a la holding suiza

La idea de contactar con Roosevelt, sin contarle todo lo que había detrás, despertó entre muchos de los iniciados, altos y bajos, considerables recelos y el temor a que el secretario del Tesoro norteamericano, Henry Morgenthau, pudiera sentirse ofendido.

Una primera solución técnica propuesta por su colega británico se reveló inviable. El 25 de septiembre Churchill volvió a la carga, esta vez contra Wood. Cuestiones de la máxima importancia estratégica, afirmó, dependían de que España se mantuviese neutral y resistiera a las presiones alemanas.

En tan delicada coyuntura, y con una visión algo técnica, los funcionarios londinenses argumentaron que si los fondos permanecían bloqueados los beneficiarios podrían sentirse tranquilos porque los recibirían al final del conflicto. Naturalmente la idea no la recibieron con agrado ni Hoare ni Hillgarth. Para salvar una situación que iba embrollándose entre Londres y Washington, March adelantó de su bolsillo 5 millones de dólares en bonos del Tesoro argentino y los transfirió al holding suizo. El mecanismo no está documentado. El episodio, muy significativo, tampoco era conocido.

Finalmente Londres ordenó al embajador en Washington que contara a Morgenthau algo de la operación sobornos pero extremando la cautela. Por si acaso, y tras un sinfín de debates internos, el 21 de octubre de 1941 el propio Churchill rogó al secretario del Tesoro que tratase la petición como un favor personal. Un gesto realmente extraordinario.

Se necesitaba, no obstante, un pretexto válido para justificar el desbloqueo. Se encontró uno pero no satisfizo al banco. Hubo que buscar otro y verificar si sería aceptable en Washington. A principios de noviembre Morgenthau dio su conformidad pero hasta finales de mes no se arregló el problema que había crispado los nervios a muchos y que se detalla en numerosos telegramas.

Poco después, y como ha recordado Smyth, Hillgarth no tuvo inconveniente en comentar diversos detalles de la operación al teniente coronel Robert Solborg, agregado militar norteamericano en Lisboa. Alguna de las actuaciones de March en EEUU, considerada ilegal, había hecho salir su nombre a los periódicos junto con varios de sus colaboradores, entre ellos un tal Pepe Mayorga, mucho más tarde presidente de la compañía propietaria de los famosos almacenes Simago.

(Cuarta entrega, el próximo lunes 16)

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Hillgarth preconizaba una política más orientada hacia la zanahoria que hacia el palo. En este último aspecto, los británicos contaban con una amplia panoplia de instrumentos muy contundentes como el sistema de control naval y de suministros esenciales para la economía española. En el lado más amable se habían mostrado abiertos a la posibilidad de limitar el riesgo de estrangulación.

Francisco Franco