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Homosexuales que hicieron brillar a la Iglesia
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Homosexuales que hicieron brillar a la Iglesia

El viaje de la homosexualidad en la Iglesia empezó hace casi seis siglos, cuando la institución acudió a los artistas para que estos hicieran su mensaje

Foto: San Juan Bautista, de Da Vinci; detalle de la Capilla Sixtina, de Miguel Ángel; y San Juan Bautista (o Joven con cordero),  de Caravaggio.
San Juan Bautista, de Da Vinci; detalle de la Capilla Sixtina, de Miguel Ángel; y San Juan Bautista (o Joven con cordero), de Caravaggio.

El papa Francisco ha hablado para dejar claro que la Iglesia, su Iglesia, no juzgará a nadie por su orientación sexual. “Si una persona es gay, busca a Dios y tiene buena voluntad, ¿quién soy yo para juzgarla?”, se preguntaba ante los periodistas que le acompañaban en su vuelo de regreso a Roma desde Brasil. Pero el viaje de la homosexualidad en la Iglesia católica es mucho más largo, empezó hace casi seis siglos, cuando la institución acudió a los artistas para que estos hicieran de su imagen su mensaje.

No fueron homosexuales a los que la Iglesia no les hizo la cruz. A pesar de que esta pusiera su programa propagandístico en manos de creadores que levantaron recelos por su orientación sexual, por sus modos y sus costumbres públicas, fueron perseguidos y acusados de delitos de sodomía e incluyeron la visión erótica y sensual en la iconografía católica que adorna las paredes de las más sacrosantas referencias.

El que más sospechas y recelos levantó fue sin duda Leonardo da Vinci (1452-1519), que “vestía una túnica rosa hasta la rodilla en un momento en que la mayoría llevaba túnicas largas”, informa el anónimo Gaddiano sobre las fórmulas del vestir del autor de La Gioconda. Era un hombre diferente y Salai, su ayudante más fiel y presunto amante, estaba acostumbrado a sus caprichos.

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Mientras los ahorros del taller se agotan y la situación económica en su segunda estancia en Florencia le hace pasar por serios apuros, encarga a Salai que compre unas calzas rosas. El genio ha regresado de la batalla, ayudando a los Borgia a levantar puentes sobre ríos para que las tropas del hombre más despiadado del siglo XVI puedan invadir, destruir y saquear a placer Pisa. Está cansado y manda a su ayudante a comprar esas calzas rosas que, probablemente, le ayudarán a recuperar su tranquilidad.

Contra las convenciones

En otro momento vemos al pintor concentrado en el cuadro de la Virgen de las rocas, encerrado en su estudio, sin salir a la calle, perfumándose los dedos con agua de rosas y evitando el contacto con la muchedumbre y la enfermedad que transporta. “Esta multitud de seres apiñados como un rebaño de cabras, uno detrás de otro, llenan hasta el último rincón con su fetidez y siembran la pestilencia y la muerte”, escribió.

El pintor que se saltó todas las convenciones sociales, para el que una túnica nunca es demasiado corta si esconde unas medias bonitas, fue denunciado a los 24 años de prácticas homosexuales. Leonardo aprende en Florencia a cubrirse contra la humillación y el desprecio. Allí se le niega prácticamente todo lo que necesita y se conforma con lo que le dan.

Pero lo que peor llevó la Iglesia católica fueron sus estudios anatómicos y sus disecciones de cuerpos. El papa León X se cebó con él y multiplicó su maltrato con el desprecio. A Miguel Ángel Buonarroti (1475-1564) y Rafael Sanzio (1483-1520) les cubren con los paños calientes de los mejores encargos. El primero, recibe del papa Clemente VII, el encargo de descargar sobre los frontales de la Capilla Sixtina el mayor programa iconográfico católico. Pero el gran acontecimiento sentimental en la vida del artista fue Tommaso Cavalieri, un joven de 22 años, de familia noble, que admiraba la obra de Buonarroti y que logró arrebatar el corazón del artista.

Entre musas y muslos

La orientación sexual del artista aretino es de sobra conocida y se le reconocen relaciones con varios hombres, aunque se desconoce su intimidad ya que Miguel Angel creía que creaba mejor si se era fiel a la abstinencia sexual. El amor que sentía por Cavalieri le llevó a escribirle encendidas cartas –que acompañaba con dibujos con la excusa de que los copiara- en las que le aseguraba que le “amaba infinitamente más que a ningún otro”. El joven correspondía a los deseos del artista y le respondía: “Juro retornarle su amor. Jamás he amado a un hombre más de lo que lo amo a usted”. El discípulo acompañó al maestro hasta su lecho de muerte.

Miguel Ángel visitó lupanares en los que hombres y mujeres practicaban la prostitución para inspirarse en los cuerpos masculinos, muy viriles, que componen el Juicio Final

Según la historiadora del arte Elena Lazzarini, Miguel Ángel visitó lupanares en los que hombres y mujeres practicaban la prostitución para inspirarse en “los cuerpos masculinos, muy viriles, que componen el Juicio Final”. Estos burdeles (stufa) eran similares a los baños turcos y las escenas condenadas por la jerarquía de la Iglesia, pero reflejadas en los muros del Vaticano, destilan una obscenidad que se refleja en escenas esenciales: “Un condenado es conducido al infierno agarrado por los testículos y entre los beatos se producen besos y abrazos ambiguos, claramente de naturaleza homosexual”, dice Lazzarini. Vasari apuntó que otros creadores como Bronzino y Leonardo acudieron a estos lugares.

Todos sabemos cómo acabó aquella saturación erótica: Daniele da Volterra acabó con los genitales al aire y sus colegas de profesión le apodaron Il Braghettone.

Entre los artistas más pintones de la Iglesia, cuya orientación sexual reprobaban, no podemos dejar de nombrar a Sandro Botticelli (1445-1510), que pintó la Adoración de los Magos para Santa María Novella, formó parte del comité para decidir la fachada de la catedral de Florencia y fue llamado por el papa Sixto IV para pintar los frescos de las paredes de la Capilla Sixtina (cuyo asunto era la supremacía del papado), fue denunciado a los 57 años de edad por un acto de sodomía con uno de sus ayudantes, de la que quedó en libertad. Vasari le describe en sus Vidas como “muy agradable, bien parecido, y que siempre tenía diversión en su taller, donde continuamente había jóvenes”.

El tormento de la Iglesia

La consideración de la Iglesia católica de Michelangelo Merisi Caravaggio (1573-1610) fue tan tormentosa como la que tuvo de Leonardo. Del entusiasmo a la decepción, donde encontró sus mayores protectores y sus peores enemigos. Al pintor no le interesaba la dulcificación de los santos que pretendía el arte amparado y patrocinado por la Iglesia. Le interesaban los bajos fondos y los pies sucios más que los mantos inmaculados y dorados.

Los santos eran golfos y vulgares, los gestos de sus personajes eran exagerados hasta elhomoerotismo en alguna ocasión, como sus Chico con cesto de frutas, Baco enfermo y Chico mordido por una lagartija. Los biógrafos de Caravaggio dan por sentada su homosexualidad a partir de la posición que adoptan estos dos personajes. En el primero, enseña los hombros, la sonrisa provocadora, los labios entreabiertos y sensuales, insinuaciones ambiguas, que nos invita a ver lo que esconde, muecas que los historiadores han recogido como insinuaciones sexuales. “Sus genitales están ocultos y, sin embargo, son visibles. Baco parece decir, mira mi sexo”, escribe el historiador Leo Bersani en Los secretos de Caravaggio, donde destaca la naturaleza insondable de lo erótico de sus primeras obras.

El Vaticano mantuvo estrechas relaciones con los homosexuales del momento que supieron iluminarla a los ojos de los creyentes

El padre del tenebrismo recibe los mayores encargos eclesiásticos en su madurez, como el grupo dedicado a san Mateo en la iglesia de San Luis de los franceses de Roma, para la que pintó la Vocación de san Mateo, Martirio de san Mateo y San Mateo y el ángel. Sin embargo, nunca halló un lugar seguro entre las jerarquías de poder y patrocinio, pintaba como si ricos y poderosos fueran sus enemigos.

El contrapunto al naturalismo exagerado caravaggiesco fue Annibale Carracci (1560-1609), que no tuvo los problemas que su coetáneo con la Iglesia, a pesar de sus dibujos y retratos en los que se entrega a una atención precisa y delicada del detalle de los cuerpos adolescentes. Carracci se recrea en los ejercicios de representación de la fisonomía masculina y saborea captando las relaciones entre hombres. Uno de esos cuerpos masculinos más erotizados es el del bello Ganímedes, que colmaba de gozo a los dioses y se convirtió en el amante de Zeus. En los frescos del Palacio Farnese de Roma pintó el mito de Ganímedes y Zeus, un rapto homosexual.

La exaltación y glorificación del cuerpo masculino ayudó a la Iglesia a ser vista como una institución grande y poderosa. Para consumarlo, el Vaticano mantuvo estrechas relaciones con los homosexuales del momento que supieron iluminarla a los ojos de los creyentes.

El papa Francisco ha hablado para dejar claro que la Iglesia, su Iglesia, no juzgará a nadie por su orientación sexual. “Si una persona es gay, busca a Dios y tiene buena voluntad, ¿quién soy yo para juzgarla?”, se preguntaba ante los periodistas que le acompañaban en su vuelo de regreso a Roma desde Brasil. Pero el viaje de la homosexualidad en la Iglesia católica es mucho más largo, empezó hace casi seis siglos, cuando la institución acudió a los artistas para que estos hicieran de su imagen su mensaje.

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