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Sorolla en el país de los ricos
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LAS PINTURAS DE LA ETAPA AMERICANA DE JOAQUÍN SOROLLA VENDRÁN A ESPAÑA

Sorolla en el país de los ricos

Una exposición traerá a España por primera vez algunas de las obras de la aventura americana del pintor español Joaquín Sorolla

El pintor de las impresiones escucha ánimos y gritos desde su habitación en el Hotel Savoy de Nueva York. Se asoma a la ventana. El maratón corre por las calles de la ciudad. Agarra un cartón y sus gouaches y congela el paso de los corredores entre el pasillo del público. La vista aérea está resuelta con rápidos toques que impresionan un boceto fugaz. Es uno de los últimos artistas dispuestos a atrapar instantes antes de que la fotografía se adueñe definitivamente del tiempo. El segundo viaje de Joaquín Sorolla (1863-1923) a EEUU es tan enriquecedor como el primero y aprovecha para apuntar esquinas, edificios y vistas nocturnas que le llaman la atención.

Nueva York es el escenario en el que el pintor valenciano culmina su trayectoria internacional. Tiene 48 años y escribe a su íntimo amigo Pedro Gil-Moreno de Mora una carta en la que le reconoce que el segundo viaje también ha tenido mucha trascendencia económica, a pesar de que los primeros días se mostrase desesperado por obtener menos ventas que en su anterior viaje. El pintor le confía a Pedro los beneficios de la irrupción de su pintura entre el público estadounidense, que en 1911 pudieron ver sus trabajos en las exposiciones de Chicago y Saint Louis.

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Para esas dos citas mandó 140 cuadros, asegurados por valor de 370.000 dólares. Vendió la mayor parte de ellos, atendió nuevos encargos en los casi tres meses de estancia en el país y sumó con la venta de sus trabajos más de 100.000 dólares. Y lo que fue más importante: cerró con la Hispanic Society of America un acuerdo por 150.000 dólares, para decorar la gran sala de la biblioteca de la institución neoyorquina, dirigida por el mecenas que cambió la vida del valenciano: Archer Milton Huntington (1870-1955), filántropo heredero de una de las fortunas más importantes de los EEUU, gracias a la compañía de ferrocarriles Central Pacific Railroad y de los astilleros Newport News Shipbuilding de su padre.

El mecenas norteamericano había conocido al pintor en 1908, en Londres, en una exposición de 278 obras en las Grafton Galleries, que estuvo abierta al público tres meses. A pesar de que las ventas sólo alcanzaron la mitad de los ingresos obtenidos en otra de París, Huntington –que ha cruzado el charco para conocer de primera mano y en profundidad la obra de aquel pintor de la naturaleza y los tipos españoles- cae entregado a la “apoteosis de lo visible”, al “resplandor solar” de la visión Sorolla. Compra algunos cuadros y le propone una exposición en Nueva York, que supondrá la apertura y admiración definitiva de los coleccionistas norteamericanos a su obra.

Sigue vivo

Gracias al apoyo del entregado hispanista, la pintura de la luz de Sorolla deslumbra hoy todavía más allá de las estrechas fronteras españolas. De hecho, esta semana se ha anunciado la unión del Museo Meadows de Dallas, el Museo de Arte de San Diego y la Fundación Mapfre de Madrid para organizar la primera exposición y estudio de las obras que el artista pintó y vendió en los EEUU.

De las 160 obras que formarán parte de la muestra –que arranca el próximo diciembre en tierras norteamericanas para arribar en septiembre de 2014 a España, alrededor de 100 no se han vuelto a contemplar desde principios del siglo XX y, de ellas, cerca de 40 no se han visto jamás, reconocieron los responsables de una muestra llamada a ser única y taquillazo de la temporada museística en nuestro país.

MarkRoglan, director del Museo Meadows, donde arranca la itinerancia de Sorolla y América, dice que el interés por el pintor “ha renacido en los últimos 20 años y es raro ir a un museo de los EEUU en que no esté presente”. Para la comisaria de la muestra Blanca Pons-Sorolla apunta que mostrará el “excepcional triunfo” del artista.

El gran héroe americano

“No se habla hoy en Nueva York más que de Sorolla”, dice el propio pintor de su paso por este país. El éxito comercial, de público y de críticas de las dos visitas fue rotundo. El ruido que provocó su irrupción en el panorama cultural norteamericano en 1909, en las salas de la Hispanic Society of America donde cuelgan los 356 cuadros que componían la exhibición, es descrito con pasión en una carta entusiasta que Huntington escribe a su madre, aclarándole los detalles del encuentro entre la sociedad neoyorquina y el pintor.

“Fue lo que se dice un triunfo. Los artistas la vieron como una invasión. Para los coleccionistas supuso la oportunidad de darle, por asociación, todavía más lustre a algunos nombres de latón. Los marchantes refunfuñaron entre dientes y me escribieron entusiastas misivas. Uno de ellos me llegó a decir: “España se hundió tras la derrota que le infligimos, pero ha respondido con el rayo del arte”, señala orgulloso.

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“Jamás ha sucedido algo similar en Nueva York. Los ohs y las ahs empañaban las baldosas del suelo y los automóviles atascaban la calle. Llovieron los encargos de retratos. Se vendieron reproducciones fotográficas en cantidades nunca vistas. Y en medio de todo aquello allí estaba sentado nuestro pequeño creador, sentado tan tranquilo, abrumado pero no engreído, mientras yo le traducía las oleadas de entusiasmo de la prensa”, añade Huntington a su madre.

La exposición tuvo 29.461 visitas el día de máxima afluencia y en total pasaron por la institución 159.831 visitas, durante el mes que duró abierta al público. Se agotaron los 20.000 catálogos editados para la muestra y el artistavendió 150 cuadros de los más de trescientos. De ahí, reducida a 201 obras, prosigue la muestra su camino a Buffalo y Boston. Entre las tres ciudades vende 195 cuadros por un total de 181.760 dólares. El pasado 23 de mayo Sotheby’s adjudicó Niños en la playa, Valencia por más de tres millones de euros.

Dinero y felicidad

El pago le llega en dos plazos y en francos, que el tesorero de la Hispanic Society of America se encarga de ingresarle. La suma total supera el millón de francos. “El total de estudios, apuntes y cuadros vendidos ¡¡¡¡son 200!!!! Es una barbaridad”, escribe emocionado el pintor. El artista, dice, se hizo con esta cantidad con los recursos necesarios para satisfacer su sueño de tener una casa en Madrid y que, con el tiempo, llegase a convertirse en museo. Y llegó, es el actual Museo Sorolla.

Chicago es un pueblo industrial y agrícola como Barcelona y dan mil vueltas al duro sin resolverse jamás a nada enseguida

Cuenta por carta a Gil-Moreno que el local en el que trabaja en Nueva York no tiene buenas condiciones de luz y que le cuesta trabajar para atender a todos los pedidos que acumula tras las tres sedes de la exposición. Además, asegura a su amigo que ha vendido todo lo que ha pintado en Valencia el último verano, como los retratos de María y de Clotilde, también “todos los apuntes pequeños”, y alguna vista de Toledo y naranjales de Alcira… “Todo sube muchos dollars”, exclama el pintor en la carta.

En Nueva York gustaron los temas de playa valenciana, se vendieron al menos 32 cuadros de esta temática, con precios que oscilaron entre los 300 y los 5.000 dólares. “Es esto un éxito que llega a producirme verdadero rubor, estoy avergonzado”. Hasta el presidente de los EEUU, William Howard Taft, le encarga un retrato, que el valenciano culmina en tres jornadas, en Washington. Se convierte en el primer pintor extranjero en retratar a un presidente estadounidense.

Mucho trabajo para un pintor muy fértil. “Claro es que esto supone mucho dinero, pero también es verdad que yo soy de carne y que mi naturaleza se resiste a la fatiga de este tipo de trabajo”. La recompensa merecía la pena: “Yo calculo que los retratos me darán unos 50.000 dollars limpios, pues no hay en ellos intervención de marchantes, y eso es algo ¿no es verdad? Si la vida en esta ciudad no fuese tan cara…”, cuenta. Por el inmenso cuadro Aldeanos leoneses la Hispanic le ha pagado 8.000 dólares. El Metropolitan Museum of Art aprovecha y se hace con tres cuadros al precio único de 5.000 dólares.

Exigente y ambicioso

El éxito se repitió, como se atrevía a aventurar el propio pintor, dos años más tarde. Esta vez las exposiciones son en Chicago y en Saint Louis, algo que disgusta a Sorolla, porque el dinero no está allí. “Creo pues, sólido éxito, pero no espero resultados materiales, pues Chicago es un pueblo industrial y agrícola como Barcelona (y realmente gentes y cosas son iguales) y dan mil vueltas al duro sin resolverse jamás a nada enseguida”, escribe molesto el pintor a su buen amigo sobre el puño cerrado de sus anfitriones.

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En su segunda visita al país de la riqueza, Sorolla se ha vuelto más exigente y ambicioso. Ya hemos visto que reniega del talante ahorrador de los vecinos de Chicago, pero insiste en este hecho de lo que ahora considera poca venta y supone “que se repetirá el éxito moral, que si bien no es dinero, es agradable, y útil para los artistas y público aficionado”. Y acepta resignado: “Todo no es pan pues de algo más vive el hombre”.

En nuevas cartas a Pedro insiste en el hecho económico para resumir su situación, que se antoja hasta desesperada: “Éxito ruidoso enorme pero poco dinero”. “La gran lástima ha sido el empeño de Huntington en no hacer una exposición en Nueva York, allí está la gente que se aburre si no gasta dinero, mientras que en esta [Saint Louis] está la gente que ahorra el céntimo, para enriquecerse y luego ir a vivir a Nueva York”, carga las tintas el artista.

A pesar de sus reclamaciones, en Chicago recauda 13.800 dólares y en Saint Louis 14.050 dólares, a los que hay que sumar 12.000 más en compras de la Hispanic Society of America y los casi 38.000 dólares de un nuevo ricachón en la vida de Sorolla: el opulento coleccionista “Mr. Ryan”, que compró seis composiciones y cuatro paisajes sevillanos.

El arte de la luz

En Chicago a Sorolla le falta la luz. “Es un pueblo envuelto siempre en una espesa neblina de carbón y extremadamente sucio, pero con deseo de aprender”, asegura. Así que en el Art Institute de la ciudad da una conferencia de más de dos horas y una clase magistral a estudiantes acomodados a los tonos grises y suaves. “Enseñó a sus alumnos a aplicar el color de forma más directa, en vez de disuelto” e hizo cubrir las paredes del estudio con sábanas blancas porque no podía soportar su apagado aquel horrible tono gris.

¿Por qué se sintieron los estadounidenses cautivados por Sorolla? En primer lugar, tenía el camino hecho. Como apuntó Ramiro de Maeztu, uno de sus grandes admiradores, Manet y Monet eran la referencia y él adoptó sus principios y se benefició de sus valiosas sugerencias y extrajo de la luz todo su atractivo.

“Ha venido a desarrollarse en un momento en el que el público estaba muy familiarizado con la escuela de Monet, pudiendo comprender el propósito de la moderna pintura al aire libre”, apuntó en 1912 esta línea el crítico estadounidense Duncan C. Phillips. “Pero donde el llamado puntillismo de Monet tuvo que lidiar con el reconocimiento, el pincel de Sorolla no hacía más que cosechar elogios”.

Al público norteamericano le interesaba la belleza del color, la presencia del sol, el cambiante capricho del aire, el color local de los objetos y las atmósferas costumbristas de un país anclado en otro siglo. La comparación con Velázquez en el tratamiento del claroscuro también lo destacan. “Fue este gran compatriota de quien surgió la inspiración de Sorolla”, dice Phillips que conoció al pintor. “Cuanta más luz en la pintura, más vida y cuanta más verdad, más belleza”.

El pintor de las impresiones escucha ánimos y gritos desde su habitación en el Hotel Savoy de Nueva York. Se asoma a la ventana. El maratón corre por las calles de la ciudad. Agarra un cartón y sus gouaches y congela el paso de los corredores entre el pasillo del público. La vista aérea está resuelta con rápidos toques que impresionan un boceto fugaz. Es uno de los últimos artistas dispuestos a atrapar instantes antes de que la fotografía se adueñe definitivamente del tiempo. El segundo viaje de Joaquín Sorolla (1863-1923) a EEUU es tan enriquecedor como el primero y aprovecha para apuntar esquinas, edificios y vistas nocturnas que le llaman la atención.

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