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“Sin amor no entenderíamos ni la familia”
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LUNA MIGUEL HACE DE LA ENFERMEDAD POESÍA EN ‘LA TUMBA DEL MARINERO’

“Sin amor no entenderíamos ni la familia”

Su mundo es un mundo de pájaros más que de cucarachas. A Luna Miguel (Madrid, 1990) de los escritores amargados le gusta hasta sus andares

Foto: La poeta Luna Miguel
La poeta Luna Miguel

Su mundo es un mundo de pájaros más que de cucarachas. Aunque escribe hasta de condones y del cáncer. A Luna Miguel (Madrid, 1990) de los escritores amargados le gusta hasta sus andares y utiliza la verborrea que mama de ellos cuando quiere preguntarse en qué consiste ser feliz o qué es el amor. Dos cuestiones básicas que se plantea en cada uno de los libros que dan voz a su precoz trayectoria: Estar enfermo, Poetry is not dead, Pensamientos estériles, Exhumación (a la limón con Anonio J. Rodríguez) y ahora La tumba del marinero (publicada por La Bella Varsovia), donde se acerca todo lo que puede al dolor de la enfermedad -la suya aunque en esencia la de su madre- ante el temor de la orfandad: “Sin madre. Sin padre. / Sin puntuación. Desnuda”.

Es una poeta del cuerpo más que del rito o de la escena, como puede leerse tanto en su blog y en sus anteriores trabajos. Pero ahora, aquí, con esta tumba marinera el cuerpo se transforma en algo más allá de lo sexual: “Se convirtió en una máquina preparada para amar, para sufrir y para preguntarse por su propia condición. De ahí que en este poemario haya más dudas que sexo, más drogas que sexo, más infancia que sexo y así”, explica a este periódico.

Luna se protege tras un carmín a punto de estallar, que retumba como un pálpito de carne unas veces y otras como un amor incondicional. La falsa marinera, “la que nunca montó en un barco”, que, a pesar de disfrazarse de navegante nunca abandona tierra firme, vuelve a preguntarse por la felicidad. Esta vez por la felicidad en el seno de una familia al borde de la extinción por culpa del mal que todo lo traga, que todo lo hace desaparecer y vuelve la vida del revés sin remedio. Ningún remedio.

Amor incondicional

“Hay amor porque es un libro que habla de lo familiar, de la compasión por los enfermos, de la compasión por el amante y de la compasión por uno mismo. Sin amor no entenderíamos ni la familia, ni la enfermedad, ni al amante, ni a nosotros. Y sin comprensión, no hay literatura”, dice en medio de los tiempos del rey porno. El poema Coma diabético tiene al menos dos compasiones en una, por el enfermo y por la autora misma: “Tú me diste una boca. / Mi madre me dio este páncreas. / La ciencia me dio insulina. / Dios no me dio nada / salvo miedo / en un puñado de azúcar”.

La tumba del marinero es el diario de una joven que abandona por las malas la adolescencia. Está escrito entre los 19 y 21 años, pero insiste que eso es algo circunstancial, que lo que le preocupa es su libertad. Y sin embargo el contexto, el espacio escénico es el de una persona que está aprendiendo a desamar para volver a llenarse el corazón, del paso de una mujer que se marcha de casa para vivir con un hombre y equivocarse cada día varias veces antes de dormirse, que debe asumir que en algún momento se quedara sola. Todos desaparecerán salvo ella. Esa soledad ceñuda es la tensión que mueve este libro.

placeholder La autora Luna Miguel.

A pesar de todo, reconoce una inquietud generacional en este latido fúnebre: “Más que una edad propia es un sentimiento propio, ese al que ahora mi generación se enfrenta: tantear el terreno, poner un pie fuera y… ¿ahora qué?”. Advierte que no es un retrato, que quizá sea un antídoto que “ayude a sentirnos menos miserables”.

La letra con sangre

Como a la marinera de secano lo cursi siempre le ha dado un poco de qué se yo, trabaja con la directa, con el tortazo, con el impacto crudo, aunque sin llegar a la bofetada de otras escritoras como Angélica Liddel o Maite Dono, dos entre su abarrotado altar. “Maite y Angélica son alucinantes, yo nunca podría ser como ellas, porque ellas sí que son descarnadas y atrevidas”, y cita otras lecturas que han alimentado esta tumba: (Leopoldo María) Panero, Chantal Maillard, Vicente Aleixandre y Sharon Olds. “Hay escritores sin los cuales yo no sabría ni leer ni escribir”.

La suya, su manera, su acento, tiende al tono del diario, a lo biográfico, lo crudo y lo sucio. Damos rodeos, pero de lo que hablamos es de la verdad, de creer en un libro, en su verbo y en su voz. Hablamos de que “la vida es cruda y es sucia”. Y nunca le ha gustado “decorarla”. Así, amor es lo mismo que destrucción: “Todos elegimos la destrucción. / Elegir es destruir la otra posibilidad. / Elige. Tómame a mí. Besa. / Vela por el cariño que te concedo. / Todos elegimos la perdición. / Elige mi saliva… o de lo contrario… / Pues elegir es perder a alguien. / Perderte solo. / Elegir el cielo. / Elijo el cielo. / De lo contrario / ¿a quién?”.

Como todo diario que sea apreciado por su sustancia, esta es la crónica de un hundimiento de una familia que zozobra, a la que su hija y autora se resiste a dejar marchar. Se acerca tanto al balcón de los horrores, que Luna Miguel no termina de dar el siguiente paso y entregarse al dolor. Siempre hay esperanza, porque todavía no se ha atrevido a entregarse a la fiebre caníbal de acabar con sus padres (literariamente, se entiende, Ana y Pedro). Ella les protege. “Quiero pensar que después de un hundimiento podemos levantarnos. Esto he querido dejarlo muy claro en el capítulo Mala sangre, donde la prosa fue concebida como un cuento sobre lo que significaba el fin del mundo. Y el fin del mundo, curiosamente, resultó ser un mundo nuevo”, explica.

Qué contagiosa es la muerte. / Qué contagiosa es la corteza del árbol. / La sabia y la saliva. Qué contagiosas. / Quiero vivir”, y también en la última parte del libro: “¿Y quién no querría vivir si el mundo es bello? / Quién no querría. / Y quién se atreve… / a mi madre… / a mi madre que es bella como el mundo le falta un trozo de lengua / y no se marcha”. Los cuerpos se resisten a abandonar la vida y caer en una tumba de cartón. Aunque no seas marinera.

Su mundo es un mundo de pájaros más que de cucarachas. Aunque escribe hasta de condones y del cáncer. A Luna Miguel (Madrid, 1990) de los escritores amargados le gusta hasta sus andares y utiliza la verborrea que mama de ellos cuando quiere preguntarse en qué consiste ser feliz o qué es el amor. Dos cuestiones básicas que se plantea en cada uno de los libros que dan voz a su precoz trayectoria: Estar enfermo, Poetry is not dead, Pensamientos estériles, Exhumación (a la limón con Anonio J. Rodríguez) y ahora La tumba del marinero (publicada por La Bella Varsovia), donde se acerca todo lo que puede al dolor de la enfermedad -la suya aunque en esencia la de su madre- ante el temor de la orfandad: “Sin madre. Sin padre. / Sin puntuación. Desnuda”.

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