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Diez motivos para empezar a leer a Thomas Bernhard
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NUEVAS EDICIONES Y ADAPTACIONES DE LA OBRA DEL ESCRITOR AUSTRIACO FIJAN SU ACTUALIDAD

Diez motivos para empezar a leer a Thomas Bernhard

Más de veinte años después de su muerte, todavía se escuchan sus gritos. Hay razones: no hemos mejorado y merecemos que nos traten con sarcasmo, con

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Diez motivos para empezar a leer a Thomas Bernhard

Más de veinte años después de su muerte, todavía se escuchan sus gritos. Hay razones: no hemos mejorado y merecemos que nos traten con sarcasmo, con escepticismo, con agresividad. Con la lucidez del que sabe más de la cuenta y lo utiliza para herir. Mientras la historia de la humanidad insista en abrir sus grietas y heridas, Thomas Bernard se mantendrá como portada de actualidad. Aquí avanzamos algunas de las últimas reediciones y adaptaciones que se hacen en estos días de su obra.  

Uno. Es sarcástico. La editorial Sins Entido acaba de publicar la adaptación que ha hecho Mahler -“recientemente galardonado como mejor autor de cómics en alemán”- del clásico Maestros antiguos, tan irreverente con el repaso de los grandes pintores como lo fue Thomas Bernhard (1931-1989) cuando escribió esta novela en 1985. El dibujante tiene la suficiente mordacidad como para conservar los golpes de sarcasmo y acidez originales y multiplicarlos con el uso de una imagen caricaturesca. “Bernhard sólo puede escribir sobre lo mal que se conservan algunas de las pinturas de los grandes maestros, pero yo, además, ¡puedo mostrarlo!”, explica el autor a El Confidencial. El libro hace un maravilloso repaso satírico por la historia del arte.

Dos. Es vehemente. La primera página de cualquiera de las obras de su vasta producción avisa sin miramientos a una vehemencia que obliga al lector a decidir continuar o dejarlo. El pensador, novelista, poeta, dramaturgo, ensayista, crítico implacable de nuestro mundo y de su tiempo –que no ha muerto todavía- practica el género del arrebato, ese que impide callar, el del hablo o reviento. El alegato que sale sin avisar y cuyas primeras noticias podemos encontrar en El imitador de voces, El ignorante y el demente, La partida de caza y La fuerza de la costumbre, que Alfaguara acaba de reunir en una misma edición.

Tres. Es un humorista. En el prólogo de este volumen, su traductor de cabecera, el académico Miguel Sáenz señala que El imitador de voces cuenta con un elemento imbatible contra la mala prensa de su inevitable dureza. Las más de cien píldoras inspiradas en la prosa periodística rebajan la práctica habitual en prosa del autor alemán: párrafos interminables sin puntos y aparte, que se extienden durante páginas y más páginas. No hay nada peor contra la popularidad que una subordinada dentro de otra subordinada, dentro de otra subordinada que se incluye en otra subordinada, que… Es un “Bernhard para principiantes”, la invitación perfecta a seguir avanzando por la furia grotesca de una familia en la que también están Knut Hamsun, Ingeborg Bachmann, Céline o Álvaro Cunhal. Aunque de todos ellos sólo Bernhard considera echarle una pizca de comedia, bueno, de tragicomedia.

Cuatro. Es conmovedor. “No creo que Bernhard sea un autor hostil. Creo que es un grandísimo malentendido”, explica Mahler. “Maestros antiguos es un libro suave y conmovedor, oculto bajo montañas de insultos. Creo que Bernhard tenía un gran miedo a la escritura sentimental, por eso ocultó los aspectos más sensibles bajo una pila de cinismo. Eso me gusta mucho en él”. El dibujante ve debajo de las frases obsesivamente reiterativas, de la sintaxis rigurosa, del largo lamento que habla de desgracias, suicidios, enfermedades y muertes, un modo conmovedor de existir. “Lo más complicado no es ilustrar una novela, sino hacer algo nuevo con ella”. Para empezar, ha tenido que eliminar, editar y deshacerse de las repeticiones. El ritmo del cómic Maestros antiguos se basa en las imágenes.

Cinco. Es un provocador. Nato. Ya hemos mencionado que le hierve la sangre (caliente), que su prosa es un puro borbotón, que arremete contra todo y que acabó siendo prisionero e imitador de su propio verbo. Pero todo eso, toda su provocación no habría sido nada sin un estilo cultivado y un ritmo de pura relojería. Fuera de sus libros también se imitó a sí mismo: cuenta Sáenz en el prólogo que El ignorante y el demente se estrenó en 1972 en Salzburgo, y que al final de la obra las instrucciones del autor exigían dos minutos de absoluta oscuridad en el escenario. Pero el reglamento del teatro lo impedía y Bernhard envía un telegrama al director del festival: “Una sociedad que no soporta dos minutos de oscuridad se quedará sin mi obra”.

Seis. Está herido. Bernhard ha observado las miserias de la sociedad salzburguesa, desde el nacionalsocialismo a la Segunda Guerra Mundial. Tiene que tragar con la ruina y la barbarie. Siente verdadero desdén por la mediocridad. Es un Goya irritado y molesto, un aguafiestas con un verbo, una dicción, que no da tregua. Pero hasta la expresión del rencor acaba sonando a impostura, sobre todo, cuando se escribe bajo el signo de la revancha, el resentimiento o el rencor. La necesidad de cobrarse una deuda no se improvisa.

Siete. Es un exagerado. “Para hacer algo comprensible, tenemos que exagerar”, dice Murnau, personaje de Extinción (1981). “Sólo la exageración hace las cosas evidentes”. Bernhard encanta con la música de su prosa para inocular el veneno de su historia. Miraba a su Austria natal en el reflejo de un espejo deformado que le devolvía “un escenario en el que todo es desorden y putrefacción y degradación, un elenco que se odia a sí mismo de seis millones y medio de abandonados”.

Ocho. No es un moralista. Nunca lo fue. Acontecimientos lo escribió con veinticuatro años y en sus brevísimos textos por los que desfila la galería de personajes (desde el cajero a la hermana del cura) sin intención de adoctrinar. Una sobria prosa retrata fragmentos de vida de cada uno de ellos, sin avisar de nada, sin moralizar con nada. Sólo descripciones, que desembocan en catástrofe (del suicidio al asesinato).

Nueve. Es inimitable. La lista de autores que escriben en castellano que lo han intentado es interminable. Empezando por Juan Benet, Juan Goytisolo, Javier Marías, Molina Foix, Féliz de Azúa, Guelbenzu, Fernando Savater y Horacio Castellanos Molla, entre tantísimos. Alguno de ellos han logrado evitar el pastiche, otros llevaron la musicalidad del lamento de Bernhard a la caricatura.

Diez. No tiene el Nobel. Decía que a partir de cierta edad no había que aceptar premios literarios. Los recibió a montones. Se quejó por la mayoría de ellos. Probablemente porque no le dieron el que más le habría apetecido recibir. Sí, el Nobel.

Más de veinte años después de su muerte, todavía se escuchan sus gritos. Hay razones: no hemos mejorado y merecemos que nos traten con sarcasmo, con escepticismo, con agresividad. Con la lucidez del que sabe más de la cuenta y lo utiliza para herir. Mientras la historia de la humanidad insista en abrir sus grietas y heridas, Thomas Bernard se mantendrá como portada de actualidad. Aquí avanzamos algunas de las últimas reediciones y adaptaciones que se hacen en estos días de su obra.