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"Empecé a escribir tarde por culpa de Borges"
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JAVIER CERCAS LLEGA A LA FERIA CON LA PUBLICACIÓN DE TODA SU OBRA REVISADA.

"Empecé a escribir tarde por culpa de Borges"

Toma una limonada para arrancar el día. No como norma, sino como excepción. La bebida debe llevarse bien con los desastres de una noche de tormenta.

Foto: "Empecé a escribir tarde por culpa de Borges"
"Empecé a escribir tarde por culpa de Borges"

Toma una limonada para arrancar el día. No como norma, sino como excepción. La bebida debe llevarse bien con los desastres de una noche de tormenta. Javier Cercas (Ibahernando, Cáceres, 1962) entra rápido en conversación. Una charla a base de elipsis, de saltar de un tema a otro, en la que el autor de Anatomía de un instante se mueve con un buen ramillete de citas y chascarrillos. Es un experto de la cultura rebajada con un par de hielos de humor. Es uno más, sabe de dónde viene, se cuenta como hijo del arroyo, de familia humilde y fama sobrevenida. Recuerda cómo Bolaño, conspiranoico literario, le llamó cuando apareció el volumen Páginas amarillas –una recopilación de casi 40 autores montada por Lengua de trapo, en 1997-, donde estaba toda la generación de Cercas, menos Cercas. Pero entonces no era más que un profesor universitario que cuatro años más tarde publicaría Soldados de Salamina y todo cambiaría. Doce años después, su editorial, Mondadori, crea la biblioteca Cercas, en la que revisa su extensa aportación literaria, desde artículos, ensayos y novelas.      

Nunca salió de mi boca una queja. Lo normal era tener los lectores que tenía. Lo anormal era lo otro, el éxito. Antes tenía el prejuicio idiota de creer que un libro que vendiera 100.000 ejemplares no era bueno.

¿Y cuándo cambió ese prejuicio? ¿Quizás cuando vendió sus primeros 100.000?

No, mucho antes. Nunca pensé que me iba a ganar la vida con esto. No entraba en mis planes para nada. Lo único que pretendía era que mis amigos leyeran mis libros. Juan Ferraté, Bolaño… Escribía porque quería escribir buenos libros.

Y con eso era suficiente.

Yo era un profesor de universidad de provincias y a mí no me conocía nadie. Bolaño me llamó indignado porque no estaba en la recopilación y para decirme que tenía un enemigo muy poderoso que me quería borrar del mapa. ¿A un profesor universitario de provincias? Lo normal era que no apareciese en ninguna parte.

¿Por qué lo hacía?

Se llama vocación. Escribes aunque no te pasen un puto duro. Sólo los idiotas escriben sin cobrar y yo me pasé hasta los 40 años sin cobrar por lo que escribía. Espero no llegar a los sesenta y volver a pasar por la misma situación, aunque tal y como está el patio...

¿La vocación necesita una buena familia para aflorar?

No creo. Vengo de una familia en la que no había una tradición de grandes lectores. Mi padre era veterinario y leía el periódico, mi madre alguna novela.

Entonces, ¿a qué se debe su vocación literaria?

No lo sé, pero siempre digo que yo soy un extremeño que a los cuatro años dejó el pueblo para ir a vivir a Gerona. Vivíamos en una casa con tíos, abuelos, criadas... Allí éramos los ricos y los pobres en cuanto salimos. Gerona era un sitio gris, donde hablaban otra lengua. Me sentía totalmente huérfano. Los veranos volvíamos al pueblo y era nadie, en el otro lado también era nadie.

¿Y si su familia se hubiese quedado en Extremadura qué habría pasado?

Siempre he pensado que no habría sido escritor. Soy escritor porque la escritura es, como dice Pavese, una defensa contra las ofensas de la vida. He sido un puñetero desencajado toda mi vida, un descolocado que no ha estado bien en ninguna parte. La literatura ha sido un refugio y una forma de lidiar con esa incomodidad y ese desasosiego, con la falta de anclaje en un sitio. Soy un desubicado y no tengo remedio.

¿Sigue siéndolo?

Es que eso es para siempre. Eso no se arregla de ninguna manera. Uno de los personajes de Las leyes de la frontera dice que el sentimiento esencial de la adolescencia es el miedo. La adolescencia fue muy mala para mí y la literatura fue mi refugio, y una manera de encajar socialmente. Además, era un chico de familia muy católica, y esto me da mucha vergüenza reconocerlo, hasta que a los catorce años me enamoré de una chica. Pero al final del verano regresé a Barcelona y tuve la mala idea de ir a leer un libro de Unamuno, San Manuel Bueno Mártir. Fue terrorífico. Me armó un lío tan gordo, que perdí la fe, me di al tabaco…

Debe a Unamuno un montón de cosas.

Muchas, muchas cosas. Con Unamuno me hice un lío tan grande que todavía no lo he arreglado. Porque éste se dedica a liarte y, además, te lo dice. La literatura era un chaleco salvavidas. Era un desubicado y tenía que agarrarme a algo, así que lo hice a la literatura.

Y se agarró a la lectura, ¿pero cómo dio el salto a la escritura?

Era lector desde muy pequeño, pero después de Unamuno todo cambia. A partir de ese momento leí a brazo partido, como si me fuera la vida en ello, buscando las seguridades y la supervivencia. En Wikipedia dice que Javier Cercas leyó a Borges a los 15 años y que entonces se hizo escritor. Totalmente falso. Fue justo lo contrario: leí a Borges a los 15 años y lo que hizo fue aplazar mi atrevimiento a escribir. Empecé a escribir muy tarde por culpa de Borges.

Así que mejor no leer grandes de pequeño.

W. H. Auden, que es un poeta que me importa mucho, dice que para un joven escritor tener como modelo a un escritor demasiado grande es letal. A mí con Borges me pasó eso. Me hice un lector feroz, pero no me podía comparar con Kafka o Poe. Empecé a escribir a los 19 años. Soñaba con ser escritor, pero me daba vergüenza decirlo.

¿Qué ha cambiado desde entonces?

La escritura ya forma parte de mi vida y de mi modo de estar en el mundo. Es un estado natural. Antes era un sueño y ahora es una realidad con la que convivo. Me asombro de haberme convertido en escritor. Me digo que he engañado a todo el mundo, que soy capaz de escribir una página. De pequeño fingía escribir y hacía garabatos en libretas.

El otro día Antonio Muñoz Molina decía que su generación era afortunada por escribir en democracia.  

Escribí un texto en un libro titulado Una buena temporada, de ensayos. Sobre los inconvenientes de escribir en libertad era uno de ellos y llegaba a la conclusión de que en democracia ya no tienes excusas para no escribir bien. Los que escribían en pleno franquismo podían decir que ellos estaban ahí para arrimar el hombro y echar la dictadura abajo. Pero nosotros ya no tenemos excusas, si no escribimos bien es que somos unos matados.

¿Es más fácil hacerlo sin libertad?

Soy consciente de ser un privilegiado, pero no creo que en democracia haya mejores escritores que sin ella. Las cosas no funcionan así. Los escritores son buenos y malos, sin más. Pero soy un privilegiado, porque he escrito en libertad, he tenido acceso a la literatura universal, he conocido otras lenguas y me gano la vida como escritor, que es una cosa insólita.

¿En democracia se deja de escribir a la contra?

No. Siempre se escribe a la contra. Uno escribe para rectificar el mundo, porque no le gusta lo que ve, porque el escritor es un desajustado. Escribe para rectificar la realidad, porque el mundo real no le satisface, escribe para suplantar ese mundo. Escribir es un acto de venganza. No existe la escritura a favor, siempre se escribe a la contra.

¿Soldados de Salamina también cambió el sentido de la realidad?

Es un tema que trata el heroísmo, que es un tema que como lector siempre me ha interesado muchísimo. La velocidad de la luz y Anatomía de un instante son los otros dos libros que tratan el heroísmo. Tres versiones distintas de un mismo tema. Cuando escribía Soldados de Salamina siempre tenía una frase en la cabeza: “La inutilidad de la virtud”.

Esa era la rectificación de la realidad, ¿no?

Probablemente. Ese libro cuenta la historia de un hombre limpio y valiente. Un hombre desconocido y gracias al libro ese hombre se hace conocido. Ahí está la rectificación. Gracias al libro un héroe anónimo deja de serlo y se convierte en un personaje vivo para mucha gente. El libro demuestra que no era tan inútil.

¿Cómo usar la verdad a partir de la ficción?

La verdad de la literatura no es la verdad de la historia, ni del periodismo. Esto es muy elemental. La verdad del periodismo o de la historia es una verdad factual, concreta. La verdad de la literatura no es esa.

¿Cuál es?

Es la verdad moral, es la verosimilitud. Es una verdad universal, que persigue saber qué les ocurrió a todos los hombres en cualquier circunstancia en cualquier lugar.

Parece un propósito muy ambicioso.

A esa verdad de la literatura se llega a través de una ficción, a través de un engaño. Gorgias dice que la poesía es un engaño, en el que quien engaña es más honesto que quien no engaña, y quien se deja engañar más sabio que quien no se deja engañar. La verdad de la literatura no es un engaño moral, sino un engaño literario que persigue una verdad a la que no se puede llegar mediante la verdad del periodismo o la verdad de la historia. La ficción pura no existe.

¿Y la verdad pura?

Sí, la verdad pura sí existe. Pero quien cree poseerla está loco o es un mentecato.

¿Está la literatura o el periodismo más cerca de ella?

El periodismo y la literatura son lo opuesto. La literatura mezcla mentiras y verdades, el resultado de eso es la ficción. El periodismo o la historia tienen terminantemente prohibido eso. Todas las grandes mentiras se construyen con pequeñas verdades.

¿El relato de la historia podría construirse con medias verdades?

No. Es una aspiración a la verdad.

¿Y los medios no justifican? ¿Ni siquiera para recrear una escena? Los historiadores anglosajones lo hacen de maravilla.

Sí, es verdad. Ellos usan la imaginación. Pero la imaginación no es la fantasía. La imaginación es indispensable para un historiador, porque nos trae cosas del pasado al presente. Si le dices a un historiador anglosajón que la historia es ciencia se muere de risa. La historiografía anglosajona es mucho más modesta, literaria, lúdica, divulgativa, que la francesa o la española.

¿Y la literatura? ¿Es una ciencia?

Es absurdo. Yo vivo ahora en Alemania y allí hablan de la ciencia literaria. Es una barbaridad y de unas pretensiones exageradas. 

Toma una limonada para arrancar el día. No como norma, sino como excepción. La bebida debe llevarse bien con los desastres de una noche de tormenta. Javier Cercas (Ibahernando, Cáceres, 1962) entra rápido en conversación. Una charla a base de elipsis, de saltar de un tema a otro, en la que el autor de Anatomía de un instante se mueve con un buen ramillete de citas y chascarrillos. Es un experto de la cultura rebajada con un par de hielos de humor. Es uno más, sabe de dónde viene, se cuenta como hijo del arroyo, de familia humilde y fama sobrevenida. Recuerda cómo Bolaño, conspiranoico literario, le llamó cuando apareció el volumen Páginas amarillas –una recopilación de casi 40 autores montada por Lengua de trapo, en 1997-, donde estaba toda la generación de Cercas, menos Cercas. Pero entonces no era más que un profesor universitario que cuatro años más tarde publicaría Soldados de Salamina y todo cambiaría. Doce años después, su editorial, Mondadori, crea la biblioteca Cercas, en la que revisa su extensa aportación literaria, desde artículos, ensayos y novelas.