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Hitler, Goethe y Fassbinder, 'tres cerditos' en 101 horas de cine
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EL POMPIDOU INAUGURA UNA RETROSPECTIVA SOBRE EL CINEASTA ALBERT SERRA

Hitler, Goethe y Fassbinder, 'tres cerditos' en 101 horas de cine

Imaginemos a los tres reyes magos, Melchor, Gaspar y Balsatar, cruzando penosamente los parajes inhóspitos de Islandia y Fuerteventura más disfrazados de cabalgata que de otra

Foto: Hitler, Goethe y Fassbinder, 'tres cerditos' en 101 horas de cine
Hitler, Goethe y Fassbinder, 'tres cerditos' en 101 horas de cine

Imaginemos a los tres reyes magos, Melchor, Gaspar y Balsatar, cruzando penosamente los parajes inhóspitos de Islandia y Fuerteventura más disfrazados de cabalgata que de otra cosa –coronas doradas incluidas– e intercambiando en catalán impresiones sesudas sobre el ente y la materia, por un lado, y por el otro exabruptos sobre el lugar, ya que la arena se le mete en las zapatillas, no llevan camellos y a fin de cuentas, dice uno, tampoco tienen prisa para conocer al Niño Jesús.

El cineasta Albert Serra (Pla de l'Estany, 1975), autor de esta imagen en El cant del ocells –El canto de los pájaros, de 2006– desdramatiza cuando se le comenta que el Centro Pompidou de París se ha rendido a sus pies y matiza con modestia que se trata de "una carta blanca" que le ha dado la institución, como queriendo decir que el Pompidou le da carta blanca a cualquiera. Lo cierto es que el museo parisién rendirá homenaje a su obra desde este miércoles al próximo 12 de mayo, proyectando toda la filmografía del catalán y programando una serie de actividades diseñadas por el propio Serra que él, sin apearse de una humildad casi militante, define esquivamente como "un poco de todo".

Un poco de todo concebido para ayudar a entender su cine, que el propio Serra define en conversación telefónica desde París como "duro y exigente" y que agradece, por cuanto tiene de personal, todo el contexto artístico y documental que el catalán quiera brindar a los espectadores. Durante la inauguración de la exposición en la capital francesa, por ejemplo, el artista Jordi Valls ofrecerá un espectáculo en homenaje a Derek Jarman –una de las influencias artísticas del cineasta–, mientras que el grupo Molfort –autor de la música de Els tres porquets o Los tres cerditos, su última cinta– hará un homenaje a Fassbinder a partir de canciones de Gunther Kaufmann.

101 horas de Goethe, Hitler y Fassbinder

No es imprescindible conocer estas referencias para disfrutar del cine de Serra, por supuesto, aunque tratándose de él, tampoco está de más. Un ejemplo: la última cinta del autor, Els tres porquets –Los tres cerditos–, traslada al cine textos de Goethe, Hitler y Fassbinder y dura nada menos que 101 horas. El Pompidou la pasará en varias sesiones de 10 horas cada una, después de que en la última edición del documenta en Kassel de 2012 –para el que Serra concibió la cinta ex profeso– se viera en cinco sesiones de casi 24 horas cada una. "La pasarán en francés y en sala de cine", se congratula Serra, a quien le preocupaba que los subtítulos traicionaran el texto de los autores alemanes. Lo traspuso en su cinta línea a línea, punto por punto, porque su intención, dice, era "trastocar su mensaje lo menos posible".

Serra es Serra a costa, si hace falta, de firmar películas que duran cinco días. Tal es el grado con el que violenta los límites rígidos del lenguaje del cine convencional –tanto "del comercial como del que dicen que es de autor pero que no es de autor", matiza– y no cede ni un milímetro cuando se trata de practicar aquello de lo que va en arte en su dimensión más primaria, que es la libertad creativa, la honestidad y la belleza. Sus cintas, en efecto, son arte, con todo lo que tal tenga de grandilocuente y con todo lo que tal tenga de simple, y por esa razón, paradójicamente, están fuera de los circuitos del séptimo ídem. Al menos de los industriales, y desde luego de los españoles.   

El catalán, sin embargo, no se acaba de ver con uno de sus sambenitos artísticos más frecuentes, que es el de profeta fuera de su tierra. No al menos si la inflexión de la expresión se pone en la tierra, ya que no cree que el desinterés que los exhibidores comerciales demuestran por cintas como las suyas sea un problema singular de España. "Toda Europa se está volviendo muy provinciana para esto del cine", sentencia. "Ni Londres, ni Milán, ni Berlín: hoy el 85% del cine de autor que llega a estrenarse en el continente se estrena en París".

La razón es que Francia, sostiene Serra, "quizá se consume más este tipo de cine", aunque asegura que acaba de tener claro el porqué. "Es algo que tiene que ver con la formación del público y con las salas donde se exhibe, que aún son capaces de hacer algo de dinero con ello".

Cine español más allá del cine español

Fenómenos paneuropeos aparte, sin embargo, lo cierto es que Serra, como Jess Franco antes que él y como Buñuel antes que Jess Franco, tiene en Francia más predicamento del que tiene en España. Fue la Quincena de Realizadores del festival de cine de Cannes de 2006 la que descubrió figuradamente al cineasta en su segunda cinta, Honor de cavalleria, un retrato de la historia de Don Quijote y Sancho Panza de la que el director artístico del festival, Olivier Peré, dijo que era "una propuesta extremadamente radical, muy bella, en abierta ruptura respecto a numerosos filmes españoles y europeos actuales". 

Tan abierta es la ruptura de Serra, sin embargo, que a veces confiese sentirse incluso fuera del cine español. "En España hay una idea preconcebida del cine, del modo de contar historias y de qué historias se cuentan", explica. "Tiene mucho que ver con la industria, con los Goya y todo eso. Y cuando tu cine no se parece al cine que se vende con esa etiqueta, parece que es que tu cine ya no es español ni es cine ni es nada".  El creador no lo critica porque  admite que en un entorno comercial "es inevitable", pero tiene claro su inocencia en el asunto: "Yo no me autoexcluido del cine español", sentencia. Es el sistema, dice, quien te saca "de este tipo de categorías".

No todo es malo, claro, en este exilio que sufre el arte y ensayo en la gran industria del cine comercial. Serra, por ejemplo, no se da por aludido en la confrontación que mantienen algunos cineastas con el Gobierno, empezando por su exclusión en la etiqueta del cine español y acabando con propio su cine, desprovisto de ideología. Bromea, eso sí, con que sería un producto rentable para el poder él, que rara vez se mete en jardines políticos. "Podrían interesarse más por cine como el que hago yo", explica el autor, que ironiza con que al partido en el Gobierno "no le gusta el cine comercial que se hace en España, pero luego no se interesa por el producto artístico, que a lo mejor es que le vendría mejor para hacer imagen del país". ¿Le gustaría contar con un mayor patrocinio institucional? Serra se lo piensa unos segundos y, tras advertir que algunos de sus filmes sí han contado con la ayuda de Cultura –"en las comisiones a veces hay gente que sabe", puntualiza–, responde a la vez que sí, que no y que todo lo contrario. "En el fondo a mí lo que me interesa es seguir haciendo películas", sentencia. "Es lo único que me importa". 

Imaginemos a los tres reyes magos, Melchor, Gaspar y Balsatar, cruzando penosamente los parajes inhóspitos de Islandia y Fuerteventura más disfrazados de cabalgata que de otra cosa –coronas doradas incluidas– e intercambiando en catalán impresiones sesudas sobre el ente y la materia, por un lado, y por el otro exabruptos sobre el lugar, ya que la arena se le mete en las zapatillas, no llevan camellos y a fin de cuentas, dice uno, tampoco tienen prisa para conocer al Niño Jesús.