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25 años de dos novelas míticas
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'OBABAKOAK', DE ATXAGA, Y 'LA LLUVIA AMARILLA', DE LLAMAZARES, ESENCIALES EN LA NARRATIVA

25 años de dos novelas míticas

El territorio y el tiempo se cruzan en dos novelas fundamentales en la narrativa española contemporánea: Obabakoak (Alfaguara), de Bernardo Atxaga, y La lluvia amarilla (Seix

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25 años de dos novelas míticas

El territorio y el tiempo se cruzan en dos novelas fundamentales en la narrativa española contemporánea: Obabakoak (Alfaguara), de Bernardo Atxaga, y La lluvia amarilla (Seix Barral), de Julio Llamazares. Ambas cumplen 25 años, son las más leídas de los dos y comparten el éxito de haber sobrevivido a las modas literarias, a los vaivenes del mercado editorial, a nuevas generaciones de lectores. Ambas participan del vínculo de sus autores con un paisaje que es su propia piel, aunque no lo muestren como una reivindicación patriótica. Atxaga formó una red de historias que tienen el común denominador de una geografía imaginaria y Llamazares, cuyo pueblo natal fue sepultado por la ingeniería minera, reflejó la memoria del entorno.

Las dos novelas tratan, cada una a su manera, la caída de un mundo que se cuela por las grietas del tiempo. Uno lo trata con elementos fantásticos y míticos que se combinan con los recuerdos de momentos dolorosos y el otro a partir de un estilo sobrio, descriptivo y equilibrado con el humor y la tragedia. Pero el mismo tiempo que ambos autores tratan de amarrar es el que adultera la lectura de sus libros. “Una obra tiene un sentido concreto y 25 años más tarde tiene otro. Espero que ahora se entienda de una manera diferente a como fue publicada”, apunta el autor de Obabakoak a este periódico. Llamazares cree que el texto no cambia: “Cambian los lectores, que tienen nuevas miradas y hay otras circunstancias sociales”. El lector reescribe la obra original.  

Durante estas últimas tres décadas, estas dos novelas han sido testigos de los cambios de un país que quería madurar. Ellos fueron de los primeros autores en hacer de su obra su profesión en una España libre y democrática. Atxaga tenía 38 años cuando llegó el éxito de la citada novela –galardonada con los premios de la Crítica, el Nacional de Literatura y el Euskadi de narrativa en euskera- y Llamazares cuatro menos. Las crónicas de aquellos días llamaban la atención sobre la apuesta de las editoriales por los nuevos escritores españoles y un hecho que entonces era inédito y hoy sería imposible: entre los diez libros más vendidos, figuraban seis escritores españoles. La mayoría literaria disimulaba la comercial.

Un mundo nuevo

Hoy todo ha cambiado. Entre los diez más vendidos cuesta hallar a un autor de propósito literario. Las orillas de los superventas se han multiplicado, la de los lectores tradicionales se mantienen en las mismas dimensiones. Atxaga defiende su independencia y le pone una cifra para sostenerla: un escritor para mantener su proyecto debe tener un grupo de fieles de 10.000 lectores. Es el número básico en un país como este, en el que “el aficionado a la literatura siempre ha sido minoritario”. Ese es el perfil que le gusta, el que “integra sus libros en su propio proceso de pensamiento”: el otro lector, el pasajero, el que busca entretenimiento y acción. 

Cada escritor emite en una frecuencia. Tenemos los lectores que nos corresponden, los que sintonizan, y un escritor no debe aspirar a tener más de los que le corresponden. Yo aspiro a llegar a todo el mundo, pero el hecho de que cuides más la música y el lenguaje hace que los lectores no sean tantos como me gustaría”, reconoce Llamazares, que no aspira a ser un autor minoritario, pero que tampoco quiere morir de éxito. Coincide con Atxaga en que el lector mayoritario busca “el puro entretenimiento”. Los suyos son los que se mueven por “la emoción y el sentimiento”

Hay otro término que, de manera natural, va y viene a la conversación con los dos autores: independencia. Atxaga dice que se ha cuidado de resbalar por el asidero de la etiqueta del escritor nacional, embajador cultural de su tierra. Llamazares explica que la libertad es tan valiosa como el anonimato. Pero algo ha cambiado también en este aspecto; antes el escritor era entendido como alguien que escribía aunque no le publicaran, “es decir, que el 90% de los que publican hoy en España no son escritores”. La transformación que observa el escritor leonés la vincula con la comercialización, “cada vez mayor”, de la literatura: “El escritor ahora debe ser una estrella mediática que sepa manejarse en los medios”.  

Siempre independientes

Es precisamente la independencia que ambos escritores han logrado mantener en cada una de sus siete novelas publicadas –al margen de los ensayos, la poesía, los libros de viaje y las narraciones cortas- lo que les define. Para uno, Atxaga, la literatura mantiene una relación con la sociedad y la comunidad en las que nace. “De lo contrario, se convertiría en un adorno como la pintura abstracta”. Adelanta que su próxima novela será autobiográfica porque en esa indagación encuentra verdades y fenómenos que han afectado a la gente.

Quizá por eso señale El hombre solo como la novela de la que más orgulloso se siente, porque fue una apuesta difícil por hacer pensar al lector en la revolución y en la violencia. Habla de la enfermedad del escritor, la realidad: reacciona ante lo que sucede, es un ser permeable, “reaccionar es bueno, pero no estar a la contra”.  

En el caso de Julio Llamazares lo que cuenta es el 'calambrazo'. “La literatura y el arte tienen que dar calambre. Como si metieras los dedos en un enchufe”, recrea. El motivo de su literatura ha permanecido inalterable desde su segunda novela: el paso del tiempo y la incapacidad de poseerlo, que se muestra todavía más clara en su nueva novela, Las lágrimas de san Lorenzo (Alfaguara), en la calle la semana que viene. Pero la carga ideológica es secundaria, prefiere la fibra humana al pensamiento político.

Su rumbo literario ha permanecido inalterable. Define su obra como la de un artesano que ha dedicado muchas horas a su creación. “Mi gran éxito es que he hecho siempre lo que he querido”. ¿Y su mayor decepción? “Que aspirábamos a un mundo ideal y ahora aspiramos a que no nos quiten el mundo real”.

Boxeadores o intelectuales

No quiere hablar del intelectual, no quiere que se valore al escritor como un referente de nada. “Yo no soy un intelectual, yo escribo con las manos”, y no quiere estar por encima del común de los mortales. Tampoco pasa por sus mejores momentos el intelectual, al que este mundo tecnológico “que produce muchísimo ruido” ha dejado de escucharle.

Nadie escucha a nadie. Seguramente por eso escriba Llamazares, porque es la única manera de decir tres frases seguidas sin ser interrumpido. La literatura para Llamazares, del que Seix Barral publicará próximamente una edición especial de La lluvia amarilla con un documental sobre el paisaje que le inspiró en DVD, es el refugio en el que apartarse del mundo.   

Atxaga es más boxeador. Las pesadillas y las dudas forman parte del trabajo, “quien quiera ser boxeador y no quiera recibir un crochet que se dedique a otra cosa”. Su escritura es su forma de pensar, de entretenerse, de estar en el mundo. Sus ideas políticas no han tenido tanta fortuna como su escritura.

Defensor de Ezker Batua (Izquierda unida) no se siente muy contento de su marcha. “Me interesó mucho la idea de la ciudad vasca frente al pueblo vasco. Era un cambio de utopía, porque una ciudad se esfuerza por atraer al extranjero y enriquecerse en el intercambio. Aquella idea se malinterpretó”. Atxaga dice que apoyará ideas políticas, pero no será un escritor con compromiso. Habrá que esperar otros 25 años más para ver si sus deseos se cumplen. 

El territorio y el tiempo se cruzan en dos novelas fundamentales en la narrativa española contemporánea: Obabakoak (Alfaguara), de Bernardo Atxaga, y La lluvia amarilla (Seix Barral), de Julio Llamazares. Ambas cumplen 25 años, son las más leídas de los dos y comparten el éxito de haber sobrevivido a las modas literarias, a los vaivenes del mercado editorial, a nuevas generaciones de lectores. Ambas participan del vínculo de sus autores con un paisaje que es su propia piel, aunque no lo muestren como una reivindicación patriótica. Atxaga formó una red de historias que tienen el común denominador de una geografía imaginaria y Llamazares, cuyo pueblo natal fue sepultado por la ingeniería minera, reflejó la memoria del entorno.