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El Centro Niemeyer, su exdirector y un culebrón interminable
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NATALIO GRUESO, ESTRELLA DEL EQUIPO DE ARTES DE ANA BOTELLA, RESPONDE ANTE EL JUEZ

El Centro Niemeyer, su exdirector y un culebrón interminable

Como cualquier culebrón, el que protagoniza Natalio Grueso no puede entenderse si lo empiezas a la mitad, y por eso a muchos le pilló con el

Foto: El Centro Niemeyer, su exdirector y un culebrón interminable
El Centro Niemeyer, su exdirector y un culebrón interminable

Como cualquier culebrón, el que protagoniza Natalio Grueso no puede entenderse si lo empiezas a la mitad, y por eso a muchos le pilló con el pie cambiado que el director de Artes Escénicas del Ayuntamiento de Madrid declarase ayer ante el juez imputado en un presunto caso de corrupción. Como manda el canon del género la trama ha girado ya en sucesivas ocasiones sobre sí misma y, como en el buen producto nacional, mezcla por igual intrigas políticas, ramificaciones familiares, acusaciones cruzadas entre los grandes partidos y hasta un escenario que simboliza con la elocuencia de pocos el auge y derrumbe de la edad del pelotazo: el malogrado Centro Cultural Óscar Niemeyer de Avilés.

No hace tanto, sin embargo, el Natalio Grueso que ayer salía cabizbajo del segundo juzgado de Avilés era la estrella rutilante del no menos rutilante proyecto que se levanta en la ribera de su ría y recibía el abrazo público de los socialistas que gobernaban el Principado de Asturias. Tan poco como 2006, cuando la consejera de Cultura, Comunicación Social y Turismo, Ana Rosa Migoya, anunció su nombramiento como director del prometedor centro cultural, del que solo estaban puestos los cimientos, y al alcalde de Avilés le faltó tiempo para felicitarle –y felicitarse– asegurando que era alguien “con un perfil fenomenal que cumplirá con la necesidad de planificar los contenidos del centro”.

Si su perfil era fenomenal, no lo era menos su agenda. Como director de Relaciones Externas de la Fundación Príncipe de Asturias, Grueso había ejercido hasta entonces de cicerone de muchos de los premiados, acumulando unos contactos que valían su peso en oro al cambio de un proyecto que llevaba el empeño internacional escrito a fuego en su misma acta fundacional. Y los contactos de Grueso rentaron. En 2011 el mismísimo Woody Allen –premiado con el Príncipe de Asturias cuando el primero era su relaciones públicas– tocó el clarinete ante 10.000 invitados en la inauguración de la institución, y poco después desfilaron ante las blancas paredes sinuosas del centro –y ante los flashes consecuentes– caras tan conocidas como las de Brad Pitt, Kevin Spacey, Mira Sorvino o Paulo Coelho.

Lo que no rentaban en el Niemeyer eran las cuentas. A Grueso le envolvió la polémica desde el arranque mismo de la institución, cuando la publicación de los primeros números –requisito necesario para acceder a las subvenciones del Principado– desveló que la directiva se había gastado 473.000 euros en una exposición inaugural, Luz, a cargo del director de cine Carlos Saura y facturados en parte por Zebra, una productora del asturiano José Velasco en cuya junta directiva se sienta el propio hijo del cineasta.

Fue la primera de una larga serie de grescas que de lo contable pasaron a lo político cuando Joaquín Aréstegui, presidente del Partido Popular asturiano, pidió públicamente a Grueso que aclarara su actuación como “comisario político del PSOE, convirtiendo el Niemeyer en un artefacto electoral” después de que organizara un evento en el centro con la participación del expresidente Felipe González a tres meses de las elecciones autonómicas.

De estrella de la gestión cultural a represaliado político

Hoy, sin embargo, este “comisario político del PSOE” es director del área de Artes Escénicas del Ayuntamiento de Madrid con la ejecutiva popular de Ana Botella. El estrafalario revés político llegó después de que el presidente asturiano Francisco Álvarez-Cascos fulminase al Niemeyer tras las elecciones de 2011, cuando el fugaz Gobierno de Foro Asturias decidió no renovar la cesión de los terrenos del centro a su fundación homónima y rebautizarlo como Centro Internacional Avilés, a partir de entonces dependiente directamente del Ejecutivo del Principado.

El argumento que aportó Cascos fue su inoperancia contable y el poco camino recorrido por el Niemeyer hacia la sostenibilidad financiera. Hablamos de un centro que requirió una inversión inicial de 44 millones de euros y que, pese a marcarse la autosuficiencia financiera como objetivo, gestionó en 2009 1,3 millones de euros públicos –500.000 del Principado, 200.000 del Ayuntamiento de Avilés, 200.000 de la Autoridad Portuaria de Avilés y 95.000 del Ministerio de Cultura– y que en 2011 preveía ingresos de 600.000 euros por entradas –aunque solo recaudó 450.000– y otros 600.000 euros por aportaciones privadas y mecenazgos –aunque solo recaudó 28.000–.

Grueso anunció entonces acciones legales, aunque no obtuvo los apoyos políticos que esperaba, empezando por los de quienes lo habían encumbrado. Los antiguos gestores socialistas de la res cultural empezaron a tener sus propios problemas y algunos dejaron de estar presentables siquiera para prestar apoyo alguno, empezando por la misma que anunció su nombramiento, la exconsejera Ana Rosa Migoya, y por su mano derecha y exdirector general de Promoción Cultural y Política Lingüística, Carlos Madera: ambos acabaron pringados y finalmente imputados judicialmente en el llamado caso Renedo.

El cable le llegó así a Grueso de las propias filas populares –aunque madrileñas–, que vieron en él un gestor cultural con experiencia pero, sobre todo, una herramienta de venganza contra Álvarez-Cascos. Desde marzo de 2012 Grueso es el máximo coordinador de los escenarios madrileños dependientes de Ana Botella –incluyendo perlas como el Español, las Naves del Matadero, el Fernán Gómez, la Casa de Vacas, el Conde Duque o el Circo Price–, aunque el fichaje estrella pronto se desveló envenenado para la regidora.

A finales de 2012 la Fundación Niemeyer –restituida tras la marcha de Álvarez-Cascos por el nuevo Ejecutivo socialista, ahora de Javier Fernández se declaró en concurso de  acreedores debido a las deudas de 1,6 millones de euros, de los que 1,1 eran deudas a proveedores acumuladas en la era Grueso. La auditoría de cuentas organizada por la nueva presidenta del centro, Ana González, arrojó además al conocimiento de la opinión pública la existencia en las cuentas de partidas estratosféricas –tanto como 180.000 euros– consignadas como consumiciones en cafeterías y restaurantes. Tras la denuncia de González, en enero de 2013 Grueso fue imputado imputado por un presunto delito societario durante su etapa en la dirección del centro, acusado de viajar a costa del dinero de la Fundación.

Así, las presuntas irregularidades por las que Grueso respondió ayer fueron presentadas ante el juez por los socialistas asturianos del ejecutivo de Fernández, mientras que los madrileños han anunciado ya sus sospechas sobre la opacidad que impera, según ellos, en el área que ahora dirige Grueso en la capital. Y en el Partido Popular, que años antes tachó a grueso de “comisario político” socialista y llegó a cuestionar su solvencia como contable, le prestan su apoyo aunque con la boca cada vez más pequeña, quizá porque saben que este gato político, que siempre cae de pie, ha consumido ya varias de sus siete vidas. Ahora resta que unos y otros decidan defenderlo o dejarlo caer, habida cuenta de que ambos tienen algo que perder en el envite. Por desgracia la cultura, la gran perdedora de este conflicto, lo ha hecho, una vez más, sin tener parte que la defienda en el juicio. 

Como cualquier culebrón, el que protagoniza Natalio Grueso no puede entenderse si lo empiezas a la mitad, y por eso a muchos le pilló con el pie cambiado que el director de Artes Escénicas del Ayuntamiento de Madrid declarase ayer ante el juez imputado en un presunto caso de corrupción. Como manda el canon del género la trama ha girado ya en sucesivas ocasiones sobre sí misma y, como en el buen producto nacional, mezcla por igual intrigas políticas, ramificaciones familiares, acusaciones cruzadas entre los grandes partidos y hasta un escenario que simboliza con la elocuencia de pocos el auge y derrumbe de la edad del pelotazo: el malogrado Centro Cultural Óscar Niemeyer de Avilés.