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Pongamos que hablo de Brassens
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SE EDITA UN CÓMIC CON RETRADOS DEL CANTAUTOR

Pongamos que hablo de Brassens

Una noche de 1976, Javier Krahe (32 años) y Joaquín Sabina (27 años) colocaron en el tocadiscos el que sería el último disco de Georges Brassens,

Una noche de 1976, Javier Krahe (32 años) y Joaquín Sabina (27 años) colocaron en el tocadiscos el que sería el último disco de Georges Brassens, Trompe la mort (engaña a la muerte). Ambos eran entonces dos cantautores primaveras, con poco oficio y menos beneficio, y como siempre que escuchaban a Brassens se quedaron bastante impresionados. “En cuanto terminamos de escuchar el disco, nos pusimos manos a la obra. Yo ese día compuse Dónde se habrá metido esta mujer, mi primera canción que nacía de un argumento, y no de un verso. Y Joaquín, también ese mismo día, escribió Pongamos que hablo de Madrid. Las dos eran pura inspiración Brassens, por mucho que la canción de Joaquín sea tan urbana”, relata Krahe.

Krahe, Sabina, Paco Ibáñez, Loquillo, Albert Pla, Joan Manuel Serrat, Joaquín Carbonell, Loquillo... Una innumerable lista de músicos españoles ha bebido y vivido de la música de un cantautor francés adorado en su país pero olvidado en España. O más bien eterno desconocido. A pesar de que su aliento aúlla ronroneadoramente en temas tan infinitos como el Pongamos que hablo de Madrid de Sabina (y en muchas otras), el Mediterráneo y Penélope de Serrat (y en otras tantas), o el Feo, fuerte y formal de Loquillo (que también versionó La mauvaise réputation/La mala reputación).

Ahora la editorial Fungencio Pimentel acaba de traducir y publicar un cómic sobre la vida de este vagabundo anarquista francés que tanto influyó, y tan silentemente, en la canción española. El cómic es de Joann Sfar (1971), dibujante, guionista y director de cine francés que saltó a la fama internacional glosando en celuloide a otro desprestigiante músico francés. Estrenó en 2010 la película Gainsbourg, vida de un héroe. Pero ya antes había vendido cerca de un millón de ejemplares de sus cómics. El título de la obra de Sfar recién traducida es Georges Brassens, la libertad.

No se trata de una biografía típica. Sfar no se lo hubiera permitido a sí mismo. Ni Brassens, desde la muerte, se lo hubiera consentido a Sfar. Al fin y al cabo, Sfar es desordenado y Brassens era anarquista, el primer anarquista en la historia de Francia que recibió el Premio Nacional de Poesía, el primer y único músico en la historia de demasiados países que recibió un nacional de poesía. De tales geometrías no puede surgir ningún orden.

A Sfar, nacido diez años antes de la muerte de Brassens en 1981, se le encargó el año pasado comisariar una ambiciosísima exposición sobre el cantor de Séte en la Ciudad de la Música de París. Y allí germinó la idea de este cómic. Un libro abierto, anárquico y desordenado, que narra más las ideas que la vida de este poeta que se dedicó a tenues latrocinios en su juventud, vivió en la miseria hasta los 31 años, alcanzó un espectacular éxito repentino insultando a policías, jueces y otras autoridades, pasó como de la mierda del 68 francés, y fue el primer músico que decidió que los derechos autorales sobre las canciones eran basura anticultural, y los cedió libremente a quien quisiera cantar sus temas solo con una condición: que se acercaran a su casa con una guitarra, le cantaran las adaptaciones y le demostraran que conservaban el “pum, pum, pum” original. ¿Qué es el “pum, pum, pum”? Es el pentagrama sagrado de un anarquista que componía sus canciones con un lápiz en la mano derecha, escribiendo los versos, y midiéndolos a golpe de puño rítmico en la mesa con la izquierda. Sin guitarra ni piano. Solo con el “pum, pum, pum” del golpe en la mesa.

El cómic de Sfar viene a contar todo esto, pero dramatizado a través del viejo recurso de juntar a guionista y compositor. Venía siendo 2012 cuando lo escribió Sfar y, para Sfar, Brassens no había muerto. Así que se encontraron en un tiempo atemporal en el que el trovador aun pasaba hambre por las calles de París. Componiendo canciones dedicadas al marido de su amante Jeanne, agradeciéndole la hospitalidad de techo y de sábana en su Chanson pour l´Auvergnat. O relatando cómo se le enseñan las artes fornicatorias a una virgen para, muy honradamente, dedicarla a la prostitución en compañía de decentes ciudadanos: “Porque en el arte de ser puta, lo confieso / lo más difícil es mover bien el trasero / Es diferente el movimiento antifonario / ante un botica, un sacristán o un funcionario”.

A pesar de todas las influencias que tanto marcaron la música española de aquellos raros años que navegaron entre la pretransición y el posfranquismo, Krahe sostiene que, lo mismo que ahora, a Brassens nunca se le conoció en España. “Cuando se murió, en 1981, los críticos musicales vieron que los periódicos franceses consideraban a este señor muy importante. Y me llamaban. Oye, ¿quién es este Georges Brassens? No creo que en España se llegaran a vender ni 5.000 copias de sus discos”.

En el mismo año en que murió Brassens, Sabina, Krahe y Alberto Pérez publicaban el mítico disco de La Mandrágora, en el que aparecían traducidos dos grandes clásicos del trovador francés: La Tormenta y Marieta. Que todo el mundo, en España, se cree que son de Krahe. “Se han hecho muchas traducciones de Brassens. Pero, y lo digo con muchas reservas, creo que las únicas que no son casi infames son las mías”, apunta con su nada inhabitual ironía el cantautor madrileño.

El libro de la editorial de Fulgencio Pimentel no solo incluye el cómic de Sfar. “Juan de Pablos, Dildo de Congost, Patricia Godes y Vicente Fabuel firman respectivamente una introducción, un irreverente perfil biográfico y patológico del artista, un repaso al legado puramente lírico de su cancionero y un análisis de su influencia a este lado de los Pirineos”, señalan desde la editorial.

Un cómic sobre un cantautor, sobre un poeta, es una rareza ya en Francia. Pero, en España, todavía más. “Es que aquí, que se haga eso con un cantautor español, es impensable”, apunta Krahe. “Los franceses adoran a sus artistas, pero aquí nadie adora a un artista. Yo también soy español y no le hago demasiado caso a eso de que haya que respetar a los artistas. A mí me adoran muy poco, pero lo poco que me adoran ya me parece demasiado”.

En mi pueblo, sin pretensión,

tengo mala reputación.

Haga lo que haga es igual.

Todo lo consideran mal.

Una noche de 1976, Javier Krahe (32 años) y Joaquín Sabina (27 años) colocaron en el tocadiscos el que sería el último disco de Georges Brassens, Trompe la mort (engaña a la muerte). Ambos eran entonces dos cantautores primaveras, con poco oficio y menos beneficio, y como siempre que escuchaban a Brassens se quedaron bastante impresionados. “En cuanto terminamos de escuchar el disco, nos pusimos manos a la obra. Yo ese día compuse Dónde se habrá metido esta mujer, mi primera canción que nacía de un argumento, y no de un verso. Y Joaquín, también ese mismo día, escribió Pongamos que hablo de Madrid. Las dos eran pura inspiración Brassens, por mucho que la canción de Joaquín sea tan urbana”, relata Krahe.