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El grupo más violento del mundo actuará esta noche en el Matadero de Madrid
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El grupo más violento del mundo actuará esta noche en el Matadero de Madrid

Cuando vi a Michael Gira en directo por primera vez, en Bruselas, a principios de siglo, quedé más impresionado por su telonero que por él. El

Foto: El grupo más violento del mundo actuará esta noche en el Matadero de Madrid
El grupo más violento del mundo actuará esta noche en el Matadero de Madrid

Cuando vi a Michael Gira en directo por primera vez, en Bruselas, a principios de siglo, quedé más impresionado por su telonero que por él. El duendecillo ácido Devendra Banhart era, al cabo, una presencia asombrosa y fresca entonces, luz nueva girando sobre sí misma como un torbellino. Gira era, en cambio –pensaba uno– tan sólo un viejo brujo más: imponía respeto, sin duda, y era notable su capacidad para hipnotizar con la monocorde grisedumbre de sus temas y un dominio apenas aproximativo de su instrumento (una guitarra acústica), pero probablemente lo que me quedó de él tras esa noche que pasé fascinado por la exhibición de su pupilo fue apenas una sensación extraña de amenaza y el estúpido orgullo de poder decir “yo he visto al tipo que creó a los Swans, la banda más violenta de la historia”. Sí, ese era el tópico, para quienes no habíamos llegado a conocerlos en vida. Y sí, aquel era el hombre que había tallado en ruido puro obras maestras del sótano y la cloaca existencial en forma de LP, como Filth ('podredumbre') o Cop ('madero') y restallantes declaraciones de filo metafísico como «The Great Anihilator» ('el gran aniquilador'). El ogro cruel y ambiguo que se había definido en brutalidades como «Raping a Slave» ('violar a un esclavo'):

¿Por qué estar avergonzado del odio? / No hay nada malo en arder / Trabajo duro por cada cosa que poseo / Todo lo que poseo me asfixia mientras duermo

O en «Flesh is Money» ('La carne es dinero'), en plena obsesión por las dinámicas del poder, la obediencia y el control:

El dinero es carne en tu mano / El dinero es carne en tu mano / Cuando pagas eres un sirviente.

Te lo mereces / Te lo mereces / Es fácil sacar dinero de tu carne / La carne es fácil de conseguir cuando trabajas por dinero

En todo caso, pensaba yo en Bruselas, en 2003, Gira había ardido. Su pasado era convulso, oscuro y fulgurante, pero su presente parecía tan sólo el de una respetable leyenda underground. Una más.

Justicia poética

Casi una década después de aquello he de reconocer mis variados errores: los discos actuales del (ya no) tan joven Banhart han dejado de importarme por completo (aunque sigo atesorando sus primeras maravillas) y, mientras tanto, Gira (59 años, aunque aparenta diez menos; los pactos, ya se sabe) ha vuelto a reagrupar a esos Swans a los que se cansó de negar porque, ha declarado, “deseaba tener de nuevo la experiencia de las cascadas irresistibles de sonido que te destruyen el cuerpo”. Y, no sólo eso: parece haber logrado convertirlos en lo que nunca fueron: el llameante hype de la temporada independiente. Absurdo y genial. Tiene sentido porque lo merecen su leyenda sus conciertos y su reciente y brutal disco The Seer, y porque funciona como extraña, dilatada revancha para toda una generación de habitantes de las sombras. La rata de biblioteca underground -ese animal más común de lo que parece- puede hoy explayarse, decir “oh, yeah”, repachingarse en su sofá, ponerse un whisky y brindar, apoyado en su colección de discos de noise neoyorquino por ese momento de justicia poética extrema que está a punto de suceder en su ciudad: crítica y público a los pies del demonio de dos caras, garitos llenos a merced del inclemente martillear de una banda perfecta en su exceso, genuflexos ante una ola de sonido sobre la que el brujo oscuro riza el rizo, dispuesto a poner la guinda final en forma de bonita carcajada en la cara de la nada.

Dos años de rodaje les han permitido viajar de lo sólido a lo transportadorO al menos eso es lo que intentan los Swans, encaramados sobre unas ‘tendencias’ “independientes” que –imprevisibles ellas– llevan unos años decantándose por la música densa, la psicodelia circular de raíz kraut y otras cosas raras que deberían venir con diccionario. Bandas, todas ellas (en España podríamos citar, sin rompernos mucho la cabeza, a los excelentes Lüger) que se apuntalan siempre en directos sólidos y epatantes. Y epatantes, cierto, eran los cisnes cuando los vi en vivo en Oporto hace dos años, recién reunificados y presentando su irregular My Father Will Guide Me Up a Rope in the Sky. “Sólo puede hacer usted fotos en la primera canción”, me dijo una azafata de la exquisita Casa de la Música de la ciudad portuguesa, “pero no se preocupe: dura 17 minutos”. Y así fue. Excesivo e impresionante. Un compendio muy bien graduado –y ejecutado con pericia de perros viejos– de lo aprendido en el camino: de sus épocas asesinas, sus momentos de contemplación y su inherente circularidad. Quedaba, sin embargo, ese resto inconcreto, esa impresión de que el éxtasis no siempre se conseguía del todo. De que todo el mundo tiraba hacia él con demasiada intención: Gira, atípico, iletrado director de orquesta, epástico pelele de sí mismo, parecía rozar todo el rato un trance colectivo que se quedó en los labios, como un recuerdo del que se duda.

Una amiga los vio hace tres semanas en Glasgow, y parece ser que dos años de rodaje les han permitido viajar de lo sólido a lo transportador. Y no es la primera persona que me lo jura: “No sabría decirte qué canciones tocaron antes o después, yo sólo cerré los ojos y viajé. Fue intenso. La gente que estuvo decía que era el concierto con el sonido más alto en el que había estado, y yo me tuve que ir de la primera fila porque pensaba que me iban a estallar los oídos… guitarrazos, intensidad, trance… Hay parones, luego guitarrazo que te destroza el oído, luego melodía, silencio, destrucción de sonido… Duró una hora y media más o menos, pero yo perdí la noción del tiempo. No sé cuántas canciones tocaron porque se enlazaban unas con otras, era un viaje. Un conocido que trabaja en conciertos le dijo que después de ese, ninguno le iba a parecer bueno. La sensación fue alucinante. A mí me colocó, literalmente, durante unos días y cuando salí de la sala, todavía retumbaba…”

Etapa Oscura, Ángeles de Luz

Gira se convirtió en un verdadero contador de historias en el sentido clásico del término

Fue antes del citado concierto de Oporto cuando pude conversar con el hombre que da miedo. Gente educada, demasiado quizá, dotado para una simpatía gélida que guía con unos ojos de azul cristal que no ríen nunca, aunque él suelte una carcajada. Daba algo de miedo, sí, pero estuvo bien. No ha matado a nadie, que yo sepa.

“Lo primero es sentarte ahí, tú solo”, me decía hablando del proceso de escritura de las canciones, “e ir poniendo las palabras una detrás de otra, pero a veces, de pronto, hay algo se abre en la parte trasera de tu mente… algo que no sabrías definir. Es lo que siempre estoy esperando, pero sólo sucede en ocasiones. En el escenario, con la música, establecemos una situación que potencialmente tiene un final muy abierto, y la idea es la de perder tu cuerpo y perder tu mente en el sonido y que en un momento el sonido posea por la fuerza, tome el control y nos conduzca, más que al revés…”

Luego me habló de Joseph, que es quien toma el mando cuando el trance creativo se produce: “La parte trasera de mi cabeza se abre y… es como un vómito… Yo le llamo a este individuo Joseph. Se sienta en mis hombros y mete sus manos dentro de mi cabeza. Es como un… hermano demónico”. Así lo explica, también, en «Joseph Song», integrada en el soberbio We Are Him, quizá el punto culminante, incluso en lo iconográfico, de su cancionero angélico:

Él escribe esas palabras sobre tu piel / Tú apartas la cara de él / Siempre hay cosas que no se pueden decir / Pero Joseph tiene la llave que las abre

Él deja esas canciones en tu lengua / pero es hora de pagar por lo que has hecho / tus dispersos agujeros en deudas pendientes / todas catalogadas / en la cabeza de Joseph

Tu hermano está borracho aquí, a tu lado / esperando tu aliento de vida / pero ¿cómo puedes cantar aquello que sabes falso? / Nunca borrarás la boca de Joseph de tu cara

Un primer arañazo se interna en este polvoriento escenario de madera / Una historia de nuestros mejores años desperdiciados / No hay donde escapar de la verdad de Joseph / Sus manos están en torno a tu cuello, pero te alimentan 

¡Así el río ate una soga a tus pies / Y se lleve tu cuerpo y tu mente a alta mar! / Y entonces, agradece al cielo con sus colores, desde abajo, bajo el fango universal donde Joseph crece

No es despreciable esa idea del fango universal para saber qué es lo que intentan los Swans. Un retorno al magma, una comunión que implique de verdad, lo físico. Quizá por eso el volumen excesivo, cruel. Quizá por eso el mantra pseudorreligioso.

“Mi música es mi práctica espiritual”, ha dicho Gira. “Y creo que es lo mismo que meditar… cuando va bien eres capaz de llegar a un estado en el que puedes expresarte y simultáneamente perderte dentro de otra cosa distinta, y ambos os disolvéis dentro de algo que está al mismo tiempo dentro y fuera de ti. Eso es lo que intentan las religiones, y lo que la gente quiere, por eso quieren religión”. Interesante, viniendo de alguien a quien uno imagina perfectamente atravesando la vida al son de aquella inolvidable apertura de Henry Miller en Trópico de Capricornio: “Tenía tan poca necesidad de Dios como él de mí, y con frecuencia me decía que, si Dios existiera, iría a su encuentro tranquilamente y le escupiría en la cara”.

En todo caso, no se lo pierdan. Quizá el año que viene toque adorar a Antony And The Johnsons, o algo peor. Y si prefieren empezar por el principio, con los LP, recuerden esto: los discos de 45 revoluciones de Black Flag pueden ser escuchados a 33 y funcionan. A los Swans les pasa al revés, sus discos de 33 se pueden poner a 45 sin que la cosa se desmande. Durante un tiempo, yo lo hice de ese modo.

Luego decidí que ya estaba preparado, ralenticé el giro y me zambullí.

Cuando vi a Michael Gira en directo por primera vez, en Bruselas, a principios de siglo, quedé más impresionado por su telonero que por él. El duendecillo ácido Devendra Banhart era, al cabo, una presencia asombrosa y fresca entonces, luz nueva girando sobre sí misma como un torbellino. Gira era, en cambio –pensaba uno– tan sólo un viejo brujo más: imponía respeto, sin duda, y era notable su capacidad para hipnotizar con la monocorde grisedumbre de sus temas y un dominio apenas aproximativo de su instrumento (una guitarra acústica), pero probablemente lo que me quedó de él tras esa noche que pasé fascinado por la exhibición de su pupilo fue apenas una sensación extraña de amenaza y el estúpido orgullo de poder decir “yo he visto al tipo que creó a los Swans, la banda más violenta de la historia”. Sí, ese era el tópico, para quienes no habíamos llegado a conocerlos en vida. Y sí, aquel era el hombre que había tallado en ruido puro obras maestras del sótano y la cloaca existencial en forma de LP, como Filth ('podredumbre') o Cop ('madero') y restallantes declaraciones de filo metafísico como «The Great Anihilator» ('el gran aniquilador'). El ogro cruel y ambiguo que se había definido en brutalidades como «Raping a Slave» ('violar a un esclavo'):