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Dos clásicos japoneses ante el enigma humano
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Dos clásicos japoneses ante el enigma humano

Mishima y Kawabata. Tanizaki y Akutagawa. Sôseki. Oê. La narrativa japonesa del siglo XX está repleta de nombres brillantes, entre los que Dazai Osamu y Abe

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Dos clásicos japoneses ante el enigma humano

Mishima y Kawabata. Tanizaki y Akutagawa. Sôseki. Oê. La narrativa japonesa del siglo XX está repleta de nombres brillantes, entre los que Dazai Osamu y Abe Kôbô parecen menores, mas remiten a autores de enorme talla. Criaturas de posguerra, alcanzaron la fama en el Japón devastado por las bombas estadounidenses, que no sólo habían borrado del mapa ciudades enteras, sino de un sistema de valores -que sobrevivió incólume a la Restauración Meiji pero no pudo resistir la declaración de humanidad del emperador Hirohito-  que hacía de Japón una excepción universal.

Dicha excepción irá disolviéndose en lo que resta de siglo, hasta la crisis actual. La disolución de la anomalía japonesa ha llevado a una generación actual, abanderada por Murakami Haruki, de literatura de evasión, profundamente individualista, si bien no ajena a la pesquisa estética y la persecución de nuevas formas expresivas, pero no como una manifestación de la idiosincrasia nipona sino ya como parte de un proceso global.

Los autores japoneses de posguerra encarnaron en cambio una forma de humanismo, en sintonía con los existencialismos occidentales. Ante la devastación del sistema de valores que, durante siglos, había garantizado a cada individuo un lugar en la sociedad, el desarraigo y la desorientación dan lugar a una literatura que encuentra en el simbolismo surrealista y el nihilismo un vehículo expresivo revolucionario en las letras niponas.

En tal estado de cosas, y en una sociedad tan gregaria como la japonesa, cuyo motor principal es la vergüenza, no resulta extraño que la cuestión de la identidad sea uno de los temas literarios reiterados, con la novela de Yukio Mishima, Confesiones de una máscara, a la cabeza. El concepto de máscara es central en una cultura en la que el individuo sólo puede mostrarse tal cual es dentro de su círculo más íntimo, fuera del cual ofrece a su interlocutor una apariencia dictada por las convenciones sociales, aún muy rígidas -tatemae, di siempre lo que el interlocutor espera oír, haz siempre lo que espera que hagas-.

Dazai Osamu, Indigno de ser humano

A Yozo, el personaje principal de Indigno de ser humano, le cuesta sobremanera aceptar esa dicotomía honne (lo que se piensa realmente)-tatemae. Ya desde niño advierte su alteridad respecto de todos aquellos que le rodean y siente la necesidad de ocultar su yo ante todos, sabedor de que será incapaz de satisfacer las expectativas familiares, especialmente del padre: es indigno de ser humano.

Este no es sino el conflicto individuo-sociedad llevado al extremo, pero en el caso de Dazai se corresponde fielmente con su propia autobiografía. Como su personaje, era uno de los hijos menores en una familia acomodada del norte agrario, que por su vida disoluta -prostitutas, alcohol y morfina fueron los ejes de su madurez- mantuvo una tensa relación con su padre y trató varias veces de suicidarse aunque, a diferencia de su personaje -cuyo fin no se revela- lo logró en 1948, con 39 años y sólo unos meses después de publicar esta novela, su obra maestra y la segunda más vendida de la literatura japonesa tras Kokoro de Sôseki.

La novela se divide en tres partes: un prólogo y un epílogo narrados por un Dazai de papel, y un cuerpo formado por tres cuadernos de notas redactados por su personaje Yozo. Sólo el conjunto nos permite acceder a la identidad de Yozo, y siempre con dificultades. Para sí mismo es un ser mucho peor -y mucho mejor- que las personas de “la sociedad”. Así, reza: “Dame, por favor, una voluntad gélida. Muéstrame la naturaleza del ser humano. ¿No es un pecado que las personas vivan rechazándose unas a otras? Concédeme, por favor, una máscara de ira” (p. 80).

En el prólogo, el Dazai de papel comenta tres retratos de Yozo –de épocas correspondientes a cada uno de los cuadernos de notas-, formulando un juicio bastante más severo, sintiendo “una indescriptible impresión siniestra” (p. 7), pues “le faltaba el peso de la sangre, la aspereza de la vida” (p. 8). Mas en el epílogo una mujer que lo conoció, una prostituta, dice de él que era un “ángel”, “dulce e ingenioso”, y culpa de todas sus desgracias al padre. Todos los enfoques son parciales y sólo el lector está capacitado para arrojar un juicio aproximado… de no ser por sus propios prejuicios que, inevitablemente, deforman una verdad inalcanzable.

Abe Kôbô, Idéntico al ser humano

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Con la carrera espacial de fondo -la novela se publicó en 1967- el narrador de Idéntico al ser humano recibe una inoportuna visita en su casa, que luego se revela además imprevisible: un individuo que dice ser un marciano “idéntico al ser humano”. Podría pensarse en mera comedia ante un argumento tan absurdo, pero Abe, apodado “el Kafka japonés”, no resulta tan obvio.

Sin faltar el humor y la ironía retrata toda una época, el Japón hiperproductivo de los años sesenta, en plena euforia económica. Es un momento igualmente crítico de la historia nipona pues, si bien las heridas de la II Guerra Mundial están cerradas, la entrada salvaje en la modernidad abre otras nuevas; las mismas heridas que condujeron a Mishima a su célebre y mediático suicidio.

A través de un ingenioso diálogo, las convicciones del narrador se van haciendo pedazos. Su misterioso visitante parece un orate, su comportamiento inicial y la llamada de su esposa advirtiendo al anfitrión de su locura así lo indica. Pero, siendo un demente, es uno de esos inteligentes, juiciosos y penetrantes, tan caros a la literatura, “un loco tan terco que elabora argumentos con sentido lógico”, una lógica que demuele convicciones y siembra una duda que, instalada en el discurso, inicia un proceso infinito.

La escisión del individuo moderno es inevitable cuando va perdiendo aquellos asideros metafísicos que sostenían su unidad. Así, personaje y lector se ven envueltos en una espiral de indeterminación; fabulación y realidad, apariencia y verdad, difuminan sus límites y sobreviene la angustia, fenómeno que se intensifica por la presencia del gemelo, el otro indistinguible, “idéntico al ser humano”.

Indigno de ser humano. Ed. Sajalín. 124 págs. 13 €.

Idéntico al ser humano. Ed. Candaya. 168 págs. 15 €.

Mishima y Kawabata. Tanizaki y Akutagawa. Sôseki. Oê. La narrativa japonesa del siglo XX está repleta de nombres brillantes, entre los que Dazai Osamu y Abe Kôbô parecen menores, mas remiten a autores de enorme talla. Criaturas de posguerra, alcanzaron la fama en el Japón devastado por las bombas estadounidenses, que no sólo habían borrado del mapa ciudades enteras, sino de un sistema de valores -que sobrevivió incólume a la Restauración Meiji pero no pudo resistir la declaración de humanidad del emperador Hirohito-  que hacía de Japón una excepción universal.