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Y Gabilondo dejó su fusil
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Y Gabilondo dejó su fusil

Círculo de Bellas Artes. Madrid. Algo más de la una de la tarde de ayer, jueves. Unas cincuenta personas, entre políticos, periodistas, empresarios y algún que

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Y Gabilondo dejó su fusil

Círculo de Bellas Artes. Madrid. Algo más de la una de la tarde de ayer, jueves. Unas cincuenta personas, entre políticos, periodistas, empresarios y algún que otro representante del pueblo llano, escuchan con atención el speech que Gabilondo ha preparado con motivo de la presentación del libro Zapatero 2004-2008. La legislatura de la crispación, de Antonio Papell. El periodista vasco habla de campesinos vietnamitas, de La cartuja de Parma, de la batalla de Waterloo y de ciertas guerras dialécticas e “impostadas” que libran soldados espontáneos blandiendo plumas malquerientes en nombre de sus medios y su ideología. Guerras de las que se siente partícipe y de las que ya empieza a estar cansado; parece querer desprenderse del fusil.

Gabilondo es el foco de toda la atención. No se oyen murmullos, ni se observan miradas perdidas entre los asistentes. Los discursos que habían pronunciado con anterioridad Aina Calvo -alcaldesa de Palma de Mallorca- y Félix Madero -periodista de Punto Radio- no habían tenido el mismo ‘efecto sedante’ en el graderío. La vicepresidenta, María Teresa Fernández De la Vega, que intervendría justo después, tampoco lo conseguiría.

De la Vega se había llevado todos los flashes en los prolegómenos del acto. Alguien le preguntó mientras accedía al recinto que si España estaba en crisis, como si sus palabras pudieran modificar realidades. Los periodistas buscaban titulares, pero la vicepresidenta no venía a darlos. Habló de la huelga de transportistas, habló de la “desaceleración” en la que vivimos sumidos, habló de un libro que probablemente no se había leído y habló de otras muchas cosas… pero en realidad no dijo nada. Dialéctica política propiamente dicha. Vacía. Vacua. Fútil. Se quejó, eso sí, de que siempre que acude a un acto de este tipo junto a Iñaki Gabilondo la toca intervenir tras él, por lo que su fracaso en la oratoria está más que asegurado. Y llevaba razón.

“Tengo la impresión de que España necesita encauzar por los caminos de la racionalidad su vida política en común”, comenzó Iñaki su discurso. “Digo esto en calidad de periodista, porque nos pasa lo que a aquel agricultor vietnamita que se dedicaba a cultivar sus campos […] y un buen día se dio cuenta de que se había convertido en combatiente”. La metáfora del campesino resultó un tanto opaca, tanto que algunos en el auditorio, entre ellos Rosa Villacastín, periodista del couché, fruncían el ceño con intención de encontrarla sentido.

Pero las intenciones de Gabilondo pronto se hicieron nítidas: el suyo era un sermón contra el periodismo militante y contra la crispación en los medios. Crispación de la que el periodista vasco se siente partícipe y parece querer abandonar: “Nuestro campo [se refería a la profesión periodística] se ha convertido también en un campo de batalla. Pero nuestro sueño no es ser combatientes, sino regresar al viejo oficio. Muchos tenemos ganas de desprendernos del casco y el mosquetón y volver a la vida civil”.

No lo parecía, sinceramente. A los cinco minutos de discurso, Gabilondo había abandonado ya el plural inclusivo y la ‘dialéctica mea culpa’, había cargado el pistolón y estaba disparando a diestro y siniestro contra el enemigo: “Nunca nos han faltado cainitas que hayan arrastrado a este país a conflictos que los ciudadanos querían evitar”, dijo. Y entonces comenzó a hacer digresiones sobre ciertos medios que parecen abogar más que otros por la tensión; los mismos que se “rasgan las vestiduras” por “la falta de democracia interna del PP”, mientras miraban hacia otro lado y se dedicaban a “hacer quinielas” cuando Aznar designó a su sucesor.

Tras la soflama, bien argumentada, todo hay que decirlo, Iñaki ‘Montesquieu’ Gabilondo entonó un sincero: “Yo me siento absolutamente independiente”. Y entonces todos vimos la luz, incluida Rosa Villacastín. Por lo que Iñaki había abogado en su alocución, pues, era por la separación de poderes. Porque los poderes, lo sabe todo el mundo, siempre tienden a juntarse. Quizás por eso estaban por allí sentados, confundidos entre el público, los tres juntitos, como una piña, Alfonso de Salas (cofundador de El Mundo y presidente de El Economista), Alejandro Echevarría (presidente de Telecinco) y Florentino Pérez (presidente de ACS y ex presidente del Real Madrid). Y quizás por eso también, cuando Gabilondo concluyó su discurso, se abrazó efusivamente con la vicepresidenta socialista y se hicieron un par de confesiones al oído.

Círculo de Bellas Artes. Madrid. Algo más de la una de la tarde de ayer, jueves. Unas cincuenta personas, entre políticos, periodistas, empresarios y algún que otro representante del pueblo llano, escuchan con atención el speech que Gabilondo ha preparado con motivo de la presentación del libro Zapatero 2004-2008. La legislatura de la crispación, de Antonio Papell. El periodista vasco habla de campesinos vietnamitas, de La cartuja de Parma, de la batalla de Waterloo y de ciertas guerras dialécticas e “impostadas” que libran soldados espontáneos blandiendo plumas malquerientes en nombre de sus medios y su ideología. Guerras de las que se siente partícipe y de las que ya empieza a estar cansado; parece querer desprenderse del fusil.