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'Dunkerque', la batalla: una película sensacional en todos los sentidos

Christopher Nolan recrea con brillantez uno de los episodios bélicos clave del siglo XX

Fotograma del filme.

Lo que ha permitido a Christopher Nolan convertirse en uno de los cineastas más poderosos del mundo es su capacidad inigualable para poner de acuerdo las demandas del 'blockbuster' con sus idiosincrasias personales como orquestador de acción y emoción. Haciendo uso de ella, por ejemplo, el británico reformuló la mitología de Batman a la manera de un solemne drama moral; y persuadió a la gente para que fuera en masa al cine a ver lo que parecía ser una aventura espacial, 'Interstellar', pero resultó ser una densa reflexión sobre la elasticidad del tiempo y el espacio.

En esas películas y en otras, como el rompecabezas narrativo 'Memento', la colección de giros narrativos 'El truco final' y la 'matroska' de sueños 'Origen', Nolan nos pedía que mantuviéramos el cerebro funcionando a máxima potencia. Eso convierte su nueva película en un aparte en su carrera. 'Dunkerque' es una obra sensacional, en todos los sentidos. Trata de llegarnos a la mente y el corazón, sí, pero de hacerlo a través de nuestro sistema nervioso.

Su objetivo principal es arrojarnos al centro mismo de la evacuación de Dunkerque, y para lograrlo ha diseñado la película a la manera de una larga, sostenida y poliédrica secuencia de acción. Sin proporcionarnos más contexto que unas pocas líneas de texto introductorio, nos sumerge desde el principio en el caos y luego se niega a concedernos un solo momento para tomar aire. Tanto para los soldados como para nosotros, no hay manera de escapar. La muerte puede llegar en cualquier momento, desde cualquier lado.

Dicho esto, quizá ya no sea necesario aclarar que 'Dunkerque' no tiene nada que ver con todas esas películas históricas concebidas como páginas de la Wikipedia filmadas. De hecho, una visita previa a la Wikipedia podría resultar útil antes de verla, a modo de apoyo. Lo que pasa es que Nolan no quiere que tengamos apoyos. Quiere que nos sintamos perdidos, confusos y desesperados. Con ese fin trata a todos los soldados que se apilan en la playa y en los barcos como partes de un organismo colectivo, importantes no por sus respectivas individualidades que por su contribución al tejido de la Historia. No pretende que nos identifiquemos con sus circunstancias personales. Apenas llegamos a conocer a ninguno de ellos, y las cosas que dicen no solo son irrelevantes sino que, como de costumbre en el cine de Nolan, casi ni se entienden. Las personalidades se expresan a través de las acciones y de la inacción, no de los diálogos.

Nolan quiere que nos sintamos perdidos, confusos y desesperados

La de 'Dunkerque' es la historia del rescate de cientos de miles de soldados aliados en mayo de 1940. Acorralados por el ejército nazi a orillas del Canal de la Mancha —cuyas aguas son tan poco profundas que los buques británicos no podían acercarse lo suficiente para una evacuación—, los jóvenes permanecieron en la arena esperando al milagro o a la muerte, casi capaces de ver desde su posición la costa británica, a tan solo 40 kilómetros.

De esa situación aparentemente desesperada emergió uno de los grandes episodios de heroísmo de la Segunda Guerra Mundial. Si todos esos soldados hubieran sido abatidos o capturados, es muy probable que Reino Unido se hubiera visto obligado a rendirse a Hitler; hoy los libros de texto contarían una historia muy distinta. Fue gracias a los innumerables marineros civiles, que reunieron una flotilla de embarcaciones de recreo y cruzaron el Canal para evacuar a sus hijos, que el país se mantuvo vivo.

La gran odisea

Dicho de otro modo, el asunto de 'Dunkerque' ni siquiera es el fragor del campo de batalla sino la odisea de un grupo de infelices que luchan por sobrevivir. Pero hay otros rasgos que la convierten en una película de guerra genuinamente original. Uno de ellos es la invisibilidad del enemigo; tan solo vemos un rostro alemán, y completamente desenfocado —los nazis, eso sí, son una presencia constante gracias a la lluvia de balas, bombas y torpedos—. El otro, sobre todo, es la destreza con la que Nolan complica la cronología. El relato se divide en tres secciones: tierra, mar y aire; y cada una de ellas transcurre durante un periodo de tiempo distinto —respectivamente, una semana, un día y una hora—. A medida que la película avanza, las diferentes líneas temporales empiezan a chocar y a dialogar entre sí. La estrategia narrativa quizá suene confusa explicada con palabras, pero en pantalla cobra pleno sentido, en tanto que transmite la noción de que esos tres acontecimientos dispersos a lo largo de los días forman todos ellos parte de un mismo momento capital en la Historia.

Esa precisión estructural, en todo caso, no trata de llamar la atención sobre sí misma. De nuevo, la intención de Nolan no es demostrarnos qué listo es sino ilustrar el horror y el peligro constantes y mantenernos inmersos en todo momento dentro de las barcas que cruzan el Canal y de las cabinas de los aviones de combate, y en la playa junto a esos jóvenes de uniforme obligados por un lado a afrontar con honor la derrota y por otro a intentar salvar la vida como sea, a lidiar con el miedo y el sentido del deber y sacrificarse en pos de la causa común. Decir que lo logra es quedarse corto: por momentos, viendo la película, uno casi se olvida de respirar.

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