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La inteligencia social

Los españoles tenemos la necesidad urgente de desarrollar nuestra capacidad para reflexionar acerca de los mismos procesos sociales que protagonizamos

Foto: Una comunidad con alto capital social está en una mejor situación para tomar decisiones. (iStock)
Una comunidad con alto capital social está en una mejor situación para tomar decisiones. (iStock)

Todo el mundo empieza a hablar de “reforma constitucional”. Una vez más aparece una palabra mágica, un conjuro, que va a resolver todos nuestros problemas. En los últimos tiempos se ha apelado a la 'política' (por oposición a la legalidad), al consenso, al diálogo, a la calle. Se utilizan más como jaculatorias taumatúrgicas que como programas precisos de acción. La política utiliza tópicos que dan una impresión de evidencia que no existe. Uno de ellos es el que afirma que “el pueblo siempre tiene razón”. La democracia no tiene nada que ver con la verdad, ni siquiera con la justicia. Es tan solo un modo de organizar pacíficamente el poder, y ya es bastante. Pero se basa en la ley de las mayorías, y esta no asegura la bondad de sus conclusiones. Puede haber mayorías justas y mayorías injustas, mayorías sensatas y mayorías exaltadas, lo que quiere decir que la calidad de la mayoría no depende de su carácter de mayoría, sino de la calidad de los argumentos que la mueven. Es verosímil pensar en una mayoría ferozmente discriminatoria, por motivos religiosos, raciales o ideológicos.

Una reforma constitucional puede ser mala, aunque la defienda una gran mayoría. Por eso, me parece imprescindible la constitución de mayorías ilustradas, responsables, emocionalmente serenas, capaces de ponerse en el lugar de los otros, y conscientes de la importancia de buscar estrategias de suma positiva o de alcanzar el equilibrio de Nash entre el beneficio individual y el beneficio social. Saint-Exupéry escribió: “No conocemos las soluciones, lo único que podemos hacer es ayudar a que nazcan las fuerzas que las encontrarán”. Esa es la esperanza que nos mueve a todos los interesados por la educación. No pretendemos conocer las soluciones, pero sabemos cómo debería ser la inteligencia capaz de encontrarlas. Y ese es el talento que debemos empeñarnos en desarrollar.

En este momento, el 'capital social' español es bajo, lo que no es buena situación para emprender cualquier tipo de 'reforma constitucional'

En 1993, el sociólogo Robert Putnam y sus colaboradores publicaron 'Making Democracy Work: Civic Traditions in Modern Italy'. Su objetivo era descubrir por qué las democracias funcionan mejor en unos lugares que en otros. Estudió la eficiencia de los 20 gobiernos regionales de Italia a partir de 1970. Eran instituciones similares, pero dentro de contextos sociales, económicos y culturales distintos. Descubrieron que los gobiernos regionales eran más eficientes, siendo constante el resto de factores, cuando se movían en contextos con alto 'capital social'. La idea me parece importante. El 'capital social' de una nación, una región o una ciudad está compuesto por los valores éticos compartidos, una clara estructura de prioridades, un buen sistema de resolución de conflictos, el buen funcionamiento de las instituciones, la confianza mutua, la participación cívica, y lo que denominamos 'metapolitica', es decir, la capacidad para reflexionar acerca de los mismos procesos sociales que protagonizan. Una comunidad con alto capital social está en mejores condiciones para tomar decisiones.

Tenemos la obligación moral de saber

En este momento, el 'capital social' español es bajo, lo que no es buena situación para emprender cualquier tipo de 'reforma constitucional'. Somos muchos los que estamos asustados ante las tormentas políticas que nos amenazan, y desearíamos colaborar en la medida de nuestras posibilidades a mejorar las previsiones. En el momento de la Transición, tuvieron mucho éxito libros muy breves que explicaban temas políticos fundamentales: qué son los partidos políticos, qué es la democracia, qué es la Constitución, etc. La gente quería saber. Creo que estamos en un situación análoga, en la que todos debemos esforzarnos por aclarar los conceptos, que muchas veces son engañosos, aumentar nuestra inteligencia política y nuestro 'capital social'. Tenemos la obligación moral de hacerlo porque cualquier discusión constitucional afecta a otras personas, y ejerce su influencia más allá del presente. Todos los españoles con menos de 40 años han nacido dentro de un marco constitucional que ellos no eligieron.

placeholder Vivimos conectados, pero no hay afán por comprender. (iStock)
Vivimos conectados, pero no hay afán por comprender. (iStock)

Cada cual debe colaborar como pueda. Mientras el director de El Confidencial me lo permita, me gustaría aprovechar esta tribuna para tratar algunos de los temas que van a estar presentes en la discusión. Se trata de proporcionar herramientas conceptuales para el debate. La filosofía es un servicio público cuyo lema es conocer para comprender, y comprender para tomar buenas decisiones y actuar.

En una sociedad que produce la falsa impresión de que estamos al tanto de todo, conviene reforzar la capacidad para tomar las mejores decisiones

Les pondré un ejemplo. El partido socialista defiende un modelo federal para España. Urkullu, a quien los sucesos catalanes han tenido que molestar mucho, porque han dado oxígeno a sectores que lo habían perdido, apuesta por un modelo confederal. Parece imprescindible que los ciudadanos conozcan qué hay detrás de esas palabras. Hay una apelación continua a los derechos humanos, pero hay derechos humanos de primera, segunda y tercera generación. Se habla de soberanía, pero ¿puede haber una soberanía compartida? Se habla de derechos históricos, pero ¿qué tipo de derechos pueden basarse en la historia? Las preguntas son interminables. Se ha recordado en los últimos días que Miterrand, Macron, Malouf o Vargas Llosa consideraban que el nacionalismo conduce a la guerra. ¿Es verdad? Ya he mencionado en estas páginas el papel de las emociones en la política y no estaría de más seguir dándole vueltas al tema. En este momento se elevan críticas contra la democracia representativa, pero ¿es posible una democracia asamblearia? ¿Significa algo claro el término 'populismo'?

Nuestra ignorancia nos hace vulnerables

Por su importancia en el diseño de la política, sería deseable que los ciudadanos tuvieran también los suficientes conocimientos sobre economía para no dejarse engañar. Acaban de dar el Premio Nobel de Economía a Richard Thaler, por sus estudios de 'economía psicológica'. Piensa, con razón, que en el origen de todos los fenómenos económicos (como en el de todos los fenómenos políticos) hay decisiones individuales, que están movidas por nuestros deseos, intereses y emociones, y que con frecuencia son irracionales o, al menos, poco razonables. En 2002 le dieron el mismo premio a Daniel Kahneman, por sus estudios sobre los componentes irracionales de las decisiones económicas. En 2015, lo ganó Angus Deaton, por sus estudios sobre cómo las decisiones individuales influyen sobre la marcha de la macroeconomía. “Para diseñar políticas económicas a favor del bienestar y de la reducción de la pobreza —afirma—, primero debemos entender las decisiones individuales de consumo”. Para cerrar el círculo, Jean Tirole, otro Nobel de Economía, ha escrito 'La economía del bien común', movido por la idea de que es necesario que el ciudadano conozca el funcionamiento del sistema económico.

En una sociedad red que produce la falsa impresión de que todos estamos al tanto de todo, conviene reforzar la capacidad de cada persona, de cada ciudadano, de cada nodo de esa red, para tomar las mejores decisiones, para recuperar el protagonismo, para evitar la vulnerabilidad que en este momento nos aqueja. En una palabra, hay que generar talento ciudadano.

Todo el mundo empieza a hablar de “reforma constitucional”. Una vez más aparece una palabra mágica, un conjuro, que va a resolver todos nuestros problemas. En los últimos tiempos se ha apelado a la 'política' (por oposición a la legalidad), al consenso, al diálogo, a la calle. Se utilizan más como jaculatorias taumatúrgicas que como programas precisos de acción. La política utiliza tópicos que dan una impresión de evidencia que no existe. Uno de ellos es el que afirma que “el pueblo siempre tiene razón”. La democracia no tiene nada que ver con la verdad, ni siquiera con la justicia. Es tan solo un modo de organizar pacíficamente el poder, y ya es bastante. Pero se basa en la ley de las mayorías, y esta no asegura la bondad de sus conclusiones. Puede haber mayorías justas y mayorías injustas, mayorías sensatas y mayorías exaltadas, lo que quiere decir que la calidad de la mayoría no depende de su carácter de mayoría, sino de la calidad de los argumentos que la mueven. Es verosímil pensar en una mayoría ferozmente discriminatoria, por motivos religiosos, raciales o ideológicos.

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