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Colegio Británico: un caballo de Troya en la España de Franco
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el british council cumple 75 años en españa

Colegio Británico: un caballo de Troya en la España de Franco

La apertura de un colegio británico en la capital de España en los comienzos de la dictadura franquista sirvió para introducir de forma sutil en la sociedad una política probritánica

Foto: Un grupo de alumnos del coro canta en el colegio en Martínez Campos. (British Council)
Un grupo de alumnos del coro canta en el colegio en Martínez Campos. (British Council)

En 1940, con una España arrasada por la Guerra Civil y en pleno auge del fascismo por toda Europa, un hombre pensó que abrir un colegio británico en Madrid podía ser una buena idea. Walter Starkie, agregado cultural de la Embajada británica en la capital, impulsó la apertura del primer Instituto Británico en un país salpicado de centros de enseñanza alemana e italiana. Un desafío que este año cumple 75 años y que el propio centro se encarga de recordar en el libro 'Yo fui al Británico. 75 años de historias y recuerdos'.

"Controlar a los niños significa controlar el futuro", escribió Michel Houellebecq en su polémica novela 'Sumisión'. Algo similar debieron pensar tanto Starkie como Lord Lloyd, a la sazón presidente de la Cámara de los Lores en Londres y otro de los impulsores del proyecto. "Todos sabían que, para introducir sutilmente una política probritánica, había que sembrar en la sociedad española distintos aspectos del mundo sajón", recuerda la exalumna y escritora Patricia Martínez de Vicente. "Un colegio británico en Madrid era la plataforma idónea para crear un ambiente favorable y ganarse las simpatías tanto de los españoles más escépticos como los de ideas más avanzadas, todo a través de la infancia".

En esta empresa, 'a priori' complicada, Starkie contó con algunos aliados como el duque de Alba —embajador de España en Londres— frente a la "indiferencia" del embajador británico Samuel Hoare. En un principio, la dictadura no vio con buenos ojos la apertura de un colegio británico que pivotase en torno a "una educación abierta, liberal y mixta". Dado que la religión católica era la columna vertebral del currículo español, Starkie tuvo que salvar ese obstáculo con la contratación de un sacerdote para impartir clases de religión a quien lo desease: "¡La independencia de criterio ante todo!", insistía por entonces.

"Teníamos sacerdotes, rabinos, imanes o lo que hiciese falta si había suficientes niños que profesasen una determinada religión", añade Carolina García-Sicilia, otra exalumna. "Sin ser conscientes de ello, nos estaban enseñando a respetar otros puntos de vista y a confiar en las personas, no en las religiones. Esa era mi España en 1945".

Precisamente, fue esa declaración de intenciones la que ayudó a que muchos hijos de diplomáticos y extranjeros destinados en la capital optasen por matricular a sus hijos en el centro. "Con su atinado olfato propagandístico, cultural y hasta comercial, sacó adelante su plan educativo con la excusa de favorecer las relaciones hispano-británicas a través de la infancia", recuerda la escritora.

Pero Starkie quiso dar un paso más. Conquistados los niños, faltaban los adultos. Por las tardes, el centro se convertía en lugar de conferencias, tertulias, exposiciones y toda una ristra de actividades encaminadas a promover esa educación británica que tanto había costado introducir en la capital. Las hemerotecas cuentan que por sus aulas pasaron conferenciantes como Camilo José Cela o Julio Caro Baroja —"siempre de claro talante liberal", subraya Martínez de Vicente—, todo con el objetivo de ganarse las simpatías de aquellos que estuviesen dispuestos a escuchar.

Aunque el colegio se sitúa en Pozuelo de Alarcón (Madrid), lo cierto es que no siempre fue así. En su casi centenaria historia, las mudanzas han sido una constante. En septiembre de 1940, el Instituto Británico —por entonces se llamó así— abrió sus puertas en la pequeña calle Méndez Núñez, muy cerca del parque del Retiro. "Ocupaba una casa entera, con una entrada muy importante y un salón enorme que se utilizaba como salón de actos, y tenía en las paredes enormes trofeos de caza", recuerda el exalumno Manuel Gutiérrez Cantó. "Las clases estaban en los pisos superiores. Y arriba del todo había una enorme terraza donde a veces teníamos los recreos".

Cuatro años más tarde, se mudó a un palacete situado en la calle Velázquez esquina con Diego de León. Fue una estancia breve, ya que el siguiente traslado llegó a principios de los cincuenta hasta el número 31 del paseo del General Martínez Campos, donde hoy se imparten clases de inglés y se mantienen todavía las oficinas centrales.

La dictadura no vio con buenos ojos la apertura de un colegio británico que pivotase en torno a "una educación abierta, liberal y mixta"

Ya en la década de los noventa, con la expansión del centro, pasó a situarse en Somosaguas, al noroeste de la capital. Un cambio que en palabras de la exestudiante Elena Ovejas fue “traumático para casi todos” los compañeros. “Perdíamos el encanto de Martínez Campos, esa familiaridad, esos recreos, esas actuaciones, ir a Vallehermoso o al Canal de Isabel II a hacer deporte”, recuerda.

Los diferentes enclaves del colegio, todos ellos en las zonas más pudientes de la capital, no son algo baladí. Desde sus orígenes hasta hoy el 'British Council School' ha sido una institución donde se han educado las élites. Por sus pasillos han desfilado nombres como la escritora Carmen Posadas, la exlideresa del PP Esperanza Aguirre y más recientemente los hijos de Mariano Rajoy, Eduardo Zaplana y José Blanco, amén de otros importantes personajes de la vida política y social.

A lo largo de sus más de 200 páginas y decenas de testimonios, esta biografía del Británico cuenta además con dos protagonistas de excepción, un par de nombres que se repiten de forma constante y que sin duda marcaron a todos los alumnos que por allí pasaron: Remedios y Manolita. Dos “sólidos pilares” de la institución para los que padres, estudiantes y profesores solo tienen buenas palabras. Podríamos contar quiénes son, pero esa ya es otra historia...

En 1940, con una España arrasada por la Guerra Civil y en pleno auge del fascismo por toda Europa, un hombre pensó que abrir un colegio británico en Madrid podía ser una buena idea. Walter Starkie, agregado cultural de la Embajada británica en la capital, impulsó la apertura del primer Instituto Británico en un país salpicado de centros de enseñanza alemana e italiana. Un desafío que este año cumple 75 años y que el propio centro se encarga de recordar en el libro 'Yo fui al Británico. 75 años de historias y recuerdos'.

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