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Segunda carta al ministro de Educación
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objetivos y plan para conseguirlos

Segunda carta al ministro de Educación

Para mejorar la enseñanza, los tres factores fundamentales son la formación de los docentes, la calidad de los equipos de dirección y de inspección y la ayuda a las familias

Foto: José Antonio Marina. (EFE)
José Antonio Marina. (EFE)

Señor ministro:

En primer lugar, quiero desearle un gran éxito en su puesto. Después, paso a cumplir lo que prometí en la carta anterior: hablar de lo que a mi juicio necesita el 'sistema escolar', como parte de un gran 'sistema educativo'.

Si se quiere cambiar una organización, lo primero que hace falta es convencer a quienes tienen que llevarlo a cabo de la necesidad de ese cambio. Todas las instituciones —la escuela también— son reacias a cambiar, por inercia, por pereza o por miedo. Cualquier propuesta pone en marcha mecanismos de defensa que es preciso desactivar con paciencia, proporcionando la seguridad necesaria a los afectados.

Se requiere mayor autonomía y flexibilidad en los centros, que deben poder cambiar los currículos y seleccionar a docentes

Antes de comenzar cualquier reforma, hay que marcar con claridad objetivos precisos, mensurables y con plazo de realización. En repetidas ocasiones, he propuesto un Objetivo 5-5-5. Podemos tener un sistema educativo de alto rendimiento (equiparable al de Finlandia, para entendernos) en CINCO años, dedicando el CINCO por ciento del PIB (que ya lo hemos tenido), y consiguiendo CINCO metas: (1).- Rebajar la tasa de abandono escolar al 10%. (2) Subir 35 puntos PISA (ya sé que PISA tiene muchos defectos, pero es un indicador útil). (3) Disminuir la distancia entre los peores alumnos y los mejores, que en España es muy grande. (4) Dedicar más atención a los alumnos con necesidades especiales, porque tienen dificultades de aprendizaje o porque poseen altas capacidades. (5) Introducir en la escuela las llamadas 'destrezas del siglo XXI', que incluyen la enseñanza de idiomas, la creatividad, el aprender a aprender, la gestión del propio cerebro, el uso de las nuevas tecnologías, etc.

Igualdad, no homogeneidad

Fijados los objetivos, se trata de diseñar un plan para conseguirlos. Las investigaciones más solventes coinciden en que para mejorar la educación, los tres factores fundamentales son la formación de los docentes, la calidad de los equipos de dirección y de inspección, y la ayuda a las familias desfavorecidas socio-económicamente. Propuestas sobre estos temas están precisadas en el 'Libro blanco de la profesión docente y del entorno educativo', cuya redacción nos encargó a mi equipo y a mí, en su anterior etapa ministerial.

placeholder Hay que llevar a todas las escuelas al siglo XXI. (iStock)
Hay que llevar a todas las escuelas al siglo XXI. (iStock)

Esto debe ir acompañado, sin duda, de una mayor autonomía y flexibilidad en la gestión de los centros educativos, que deben tener competencias para establecer cambios en los currículos y para seleccionar —al menos parcialmente— a los docentes que van a tener que realizar su proyecto educativo. No todos los centros deben tener la misma financiación. Los que sean más problemáticos necesitan tener mejor financiación, y atraer a los mejores docentes, que deben ser incentivados para que trabajen en ellos. También merecen tener una financiación distinta los centros que presenten proyectos innovadores y eficientes. Parece igualmente sensato que el Bachillerato se imparta en centros especializados y que haya algunos centros de excelencia. La equidad no significa homogeneización, sino atención cuidadosa a la diversidad.

La flexibilidad y la pluralidad deben llegar a todos los elementos educativos, para facilitar la consecución de los objetivos. Los currículos deben hacerse menos exhaustivos, y los métodos de enseñanza, más activos. También debemos ser menos rígidos en las normas de acceso a cada nivel de enseñanza. Ahora solo se tiene en cuenta la edad. Todos los alumnos de la misma edad deben estar en el mismo curso. Esto, en los cursos superiores, tiene muy poco fundamento, porque hay alumnos que podrían ir más deprisa. Tener miedo a la pluralidad educativa es un sentimiento que nos viene de la influencia francesa en nuestro sistema. El Ministerio de Educación francés ha presumido durante decenios de que sabía qué lección se estaba dando en cada momento en cada aula de Francia. En cambio, los sistemas anglosajones han sentido alergia ante esa uniformidad. Hasta 1988, no hubo en Reino Unido un currículo nacional. Se marcaban los objetivos finales, y cada escuela se lo organizaba a su manera. En España se considera terrible que haya 17 sistemas educativos. Si evitamos la instrumentalización ideológica de la enseñanza, esa pluralidad puede ser muy beneficiosa.

Las empresas, como centros de enseñanza

El éxito educativo pasa por una potenciación de la Formación Profesional, que es fundamental para reducir el abandono. El sistema dual es bueno… si se hace bien. De lo contrario, se cumpliría el adagio latino de que “lo pésimo es la corrupción de lo óptimo”. Uno de los éxitos del sistema alemán es que los departamentos de orientación en los centros son muy potentes. No se trata de que los alumnos entren de 'aprendices' en una empresa, sino de que las empresas se conviertan en centros de enseñanza, y formen a sus tutores. Hay que incluir dentro de la responsabilidad social de las empresas la ayuda a la escuela.

Es muy difícil que haya un pacto político si previamente no lo hay a nivel ciudadano. Y eso nos exige a todos una paciente labor de pedagogía

Para conseguir todos estos cambios, hace falta tener el presupuesto necesario, pero con eso no basta. Hay que gestionar bien todo el sistema. Y eso plantea otra dimensión del fenómeno. Sus antecesores han caído siempre en el error de pensar que cambiando una ley se puede mejorar la educación. No es verdad. La educación mejora cuando mejora lo que sucede en las aulas, y, antes de llegar a ellas, las leyes pueden perderse en el camino. Es preciso comprometer, apoyar, evaluar, premiar, sancionar, movilizar a la comunidad educativa.

Y, por fin, llegamos al mantra que se ha repetido tanto: necesitamos un pacto educativo. En los 'Papeles para un pacto educativo', he estudiado los obstáculos que han impedido que los intentos de conseguirlo tuvieran éxito. Algunos de ellos vienen del siglo XIX. Posiciones ideológicas se han enquistado, falseado, acumulado agravios, y al final el debate se convierte en un diálogo de sordos. La polarización procede de la sociedad, la recogen las distintas asociaciones, la fomentan los intereses corporativos, económicos, sindicales. Y la articulan los políticos. Es muy difícil que haya un pacto a nivel político si previamente no lo hay a nivel ciudadano. Y eso nos exige a todos una paciente labor de pedagogía, que estoy seguro de que puede impulsar no solo como ministro, sino como portavoz del Gobierno. Los problemas técnicos pueden solucionarse, los enfrentamientos ideológicos solo pueden superarse buscando propuestas más potentes.

Vuelvo a reiterarle, señor ministro, mi deseo de que para bien de todos alcance grandes éxitos en su gestión.

Señor ministro:

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