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El aula para que los expulsados del instituto no acaben en la calle
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lOs aleja de la exclusión social

El aula para que los expulsados del instituto no acaben en la calle

Una iniciativa pionera permite a los alumnos sancionados sin acudir al instituto no perder el ritmo lectivo y trabajar para mejorar su comportamiento

Foto: El Aula de expulsados de Balia. (Foto: M. Z.)
El Aula de expulsados de Balia. (Foto: M. Z.)

Luis* tiene 16 años y esta semana fue expulsado por llegar varios días tarde a clase. No es la primera vez que debe pasar unos días fuera del instituto; en otras ocasiones se ha peleado con un compañero o ha hecho una montaña de sillas en medio de la clase. Sin embargo, sí es la primera que tiene un sitio donde pasar estos días de ausencia lectiva que no sea la calle o su casa.

El proyecto Aula de expulsados, de la fundación Balia es pionero en ofrecer en Madrid y Sevilla un sitio donde los alumnos pueden acudir para no perder el ritmo de las clases y reflexionar sobre las causas de su comportamiento, ayudados por educadores, pedagogos y psicólogos. “Detectamos que había una necesidad de atenderles durante el horario lectivo, ya que suele tratarse de menores en riesgo de exclusión social para los que estar en la calle o en casa, con referentes que a veces no son los mejores, puede suponer un riesgo mayor porque les desvincula aún más del sistema”, explica Beatriz Ruiz, coordinadora del área de jóvenes de la fundación.

Es el tercer curso que ofrecen esta alternativa, que tiene una buena acogida entre los centros de secundaria. En la sede que tienen en el madrileño barrio de Tetuán, derivan a alumnos de once institutos de la zona, un gran avance comparado con los dos con los que empezaron. El año pasado atendieron a 113 estudiantes entre este centro y el que tienen en Latina, y su tasa de éxito es elevada: el 82% de los menores que pasan aquí la expulsión no reincide.

Alumnos de 13 a 16 años

Durante estos primeros días de noviembre tienen pocos alumnos en el centro. Aún llevan poco de curso escolar y no ha dado tiempo a acumular partes. “Va por fases, tenemos épocas de gran afluencia y otras con menos estudiantes, pero en el tercer trimestre sí suele haber más porque los chicos y los profesores están más cansados”, cuenta Ruiz.

Trabajamos en los motivos de la expulsión, para que no vuelvan a repetirse, y el desarrollo de habilidades sociales

Solo Luis, Manuel* y Aitor* hacen esta semana los deberes que les ha puesto el centro apoyados por un educador de la fundación. Repasan los factores de conversión de Matemáticas y estudian las capitales del mundo para Geografía con un juego de ordenador. Luis y Aitor están en tercero de la ESO y Manuel está repitiendo primero.

“La mayoría de los que vienen tienen de 13 a 16 años, que es cuando acaba la edad de la educación obligatoria, luego el que se queda es porque quiere seguir estudiando. Los dos primeros años de instituto suelen ser más conflictivos, porque tienen que asumir nuevas normas, pasan a tener más profesores y los grupos son más grandes”, explica Ruiz, para quien también influye la coincidencia con la pubertad: “La adolescencia es una época complicada, en la que la autoestima y la confianza no es precisamente fuerte y hay chicos que no saben gestionarlo de otra manera que llamando la atención de una forma negativa”.

Precisamente por eso, el objetivo del proyecto, además de no perder el ritmo lectivo, es trabajar sobre su conducta y detectar los problemas que la provocan, a lo que dedican la otra mitad del día, después de almorzar. “Trabajamos en los motivos de la expulsión para que no vuelvan a repetirse, así como en el desarrollo de habilidades sociales, como la empatía o el control de los impulsos”, explica Eduardo Hernanz, educador del centro. “Para ello elegimos películas o lecturas que traten diversos temas, que varían en función del perfil del grupo. Ahora mismo, por ejemplo, estamos viendo una sobre cómo resolver los conflictos”.

Expulsión directa o por acumulación de partes

La acumulación de partes sancionadores leves es la causa más habitual por la que los alumnos llegan a Balia, más que por actitudes graves, aunque la justificación o no de estos depende de a quién se le pregunte:

—¿Por qué os ponen partes?

—Por todo, hasta por respirar —se queja Luis.

—Por levantarse a tirar un papel —cuenta Aitor.

—Bueno, por levantarse a tirar un papel… sin permiso —completa el educador.

—También por pasar un bolígrafo a un compañero...—continúa el alumno.

—O más bien por interrumpir la clase, ¿no?—insiste Hernanz.

En estas clases intentan hacerles entender el motivo de la expulsión, y que se pongan de parte del centro. “Reflexionan sobre lo que ha pasado, son conscientes de que no lo han hecho bien. Al final en todo conflicto hay dos versiones, la suya y la del instituto y lo que trabajamos con ellos es que se pongan en lugar del centro", cuenta la coordinadora. “Muchas veces ellos mismo se dan cuenta y te dicen: 'es verdad, ni yo me aguanto a mí mismo'”.

Las expulsiones pueden darse por acumulación de partes leves o por una falta grave, como una pelea

El baremo de lo que es merecedor de un parte o el número necesario para la expulsión depende del reglamento de cada centro y de la facilidad para otorgarlos de cada profesor. “En algunos institutos es la última opción, pero otros lo hacen más flexiblemente”, comenta Hernanz. En unos son necesarios cinco leves, pero en otros es suficiente con tres. Los motivos pueden ser desde llegar tarde a hablar en clase, mientras que una pelea o un enfrentamiento con un docente puede llevar a una sanción inmediata, por la que están más tiempo. Es el caso de Aitor, que estará un mes sin pisar su instituto por un conflicto con una compañera del que prefiere no hablar.

Manuel, sin embargo, está por acumulación de partes, aunque no recuerda cuántos. “Muchos, profe”, dice bajando la mirada mientras pronuncia una coletilla que repite a quien sea que le pregunte, sea el educador o la periodista que le formula la pregunta. “Para ellos todos somos ‘profes’, aunque nos ven como algo más cercano que un profesor, pero sin ser sus compañeros”, comenta Hernanz, quien considera por su experiencia interviniendo en centros escolares que la expulsión por sí sola, no es una herramienta eficaz: “Si se queda en una medida simplemente punitiva no sirve de nada”.

Ninguno quiere estar expulsado porque supone estar fuera del sistema. Y solo, porque sus amigos siguen yendo a clase

Sin embargo, apenas hay centros que cuenten con aulas o programas específicos para los alumnos sancionados, por lo que recurren a esta alternativa: “Es una demanda de muchos institutos, ellos también ven que la expulsión del centro no es una buena solución, pero muchos no tienen los recursos para evitarlo, y el reglamento es el que es”, añade Ruiz. "Lo más eficaz es que la consecuencia esté relacionada con lo que han hecho, o se pueda relacionar o vincular de alguna manera, y que se pueda aprender de esa consecuencia. No es tanto la conducta, como faltar el respeto a un profesor, si no qué hay detrás de esa falta de respeto: qué te ha hecho saltar así, qué podías haber hecho de otra manera...".

Los alumnos, por su parte, reciben la iniciativa positivamente y son proactivos en el desarrollo de las actividades. “Las primeras horas, cuando estudiamos, está bien, luego almorzamos y vemos una película, así que perfecto. Para estar expulsado es un privilegio, aunque voy a intentar no seguir llegando tarde para que no me expulsen más”, cuenta Luis, el más hablador de todos. “Eso decimos todos, tío, pero luego...”, le espeta Manuel, también castigado por acumulación de retrasos.

Sin embargo, aunque aquí se sienten a gusto, la mayoría prefiere estar en el instituto: “Al final ninguno quiere estar expulsado porque supone estar fuera del sistema. Y solo, porque sus amigos siguen yendo a clase”, explica Ruiz.

Consentimiento familiar

Aemás de para los institutos, el proyecto también es un alivio para los padres, que tienen que dar el consentimiento para que el menor pase la expulsión en este proyecto, propuesto por el centro de estudios. “Los padres lo ven bien porque muchos no pueden estar con ellos durante el tiempo que están fuera de clase y se quedan más tranquilos que si están en casa o por ahí”, comenta Ruiz.

Además, el contacto con la familia también les permite valorar el entorno familiar, a menudo el nido donde nacen los problemas que eclosionan en el instituto. “El primer día que vienen tenemos un tiempo para entrevistarnos con ellos, les preguntamos cuál es el motivo de la expulsión, cómo lo viven… y en función de eso muchas veces intervenimos también con la familia”, añade la coordinadora.

Una vez que abandonan el aula para expulsados, los expertos redactan un informe para el centro de estudios y hacen seguimiento con visitas para confirmar si la actitud, efectivamente, ha cambiado. “Espero no volver a veros por aquí, y mucho por el instituto”, les advierte el educador.

*Nombres cambiados para preservar la intimidad de los menores.

Luis* tiene 16 años y esta semana fue expulsado por llegar varios días tarde a clase. No es la primera vez que debe pasar unos días fuera del instituto; en otras ocasiones se ha peleado con un compañero o ha hecho una montaña de sillas en medio de la clase. Sin embargo, sí es la primera que tiene un sitio donde pasar estos días de ausencia lectiva que no sea la calle o su casa.

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