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García de Paredes: el sansón extremeño temido por su valor
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Sus hazañas bélicas

García de Paredes: el sansón extremeño temido por su valor

El gigante nacido en Trujillo se crearía toda una leyenda con ribetes de delirio por su enorme fortaleza y su capacidad para aplastar a sus enemigos

Foto: Diego García de paredes, según Tomás López Enguídanos
Diego García de paredes, según Tomás López Enguídanos

Era en una oscura calle de Roma, sórdida, llena de basura, excrementos, ratas, insectos de toda laya y un hedor insoportable, cuando a un atildado guardia vaticano se le ocurrió ofender a un español que pasaba por allá. Lamentablemente para la guardia vaticana que patrullaba la zona aledaña al Templo de las Mentiras, las palabras de su osado capitán no habían pasado desapercibidas para aquel gigante que iba de retirada tras haber visitado el barrio alegre de la ciudad eterna. Ellos, los guardias uniformados, eran más de veinte. El gigante, un sujeto marcado por cicatrices de todas las procedencias y latitudes, medía algo más de dos metros y pesaba 120 kg. Además, como tenía el pelo ralo, parecía más alto todavía.

El caso es que la provocación les salió cara a los italianos y el cabreado gigante se encaró con una descomunal barra de hierro arrancada de cuajo de una balaustrada próxima. Los sesos de los interfectos poblaban las paredes, como restos de esponjas sudando la sangre que antes habitaban tranquilas en sus saneados cráneos. Seis de los veinte quedaron tiesos para los restos. Once, reventados a palos; y el resto pedían clemencia de rodillas alegándose padres de proles enormes e incontables. Fue algo memorable, inenarrable, antológico.

El mito de este soldado asegura que fue capaz de acabar con quinientos miembros de una patrulla francesa con la ayuda de unos pocos compañeros

Era un tío de Trujillo el elemento en cuestión, una pequeña ciudad extremeña de la que salían enormes gentes valientes hacia todos los destinos. Se hablaba de un tal Pizarro y de un tal Orellana, una pléyade de conquistadores sin complejos que allá donde fueran, la armaban. El gigante que había provocado aquella masacre en Roma era también de Trujillo. Se llamaba Diego García de Paredes y era un devoto seguidor del Gran Capitán al que se arrimaba como un huérfano a un padre.

Historia de un coloso

En 1496, la madre del gigante murió reventada por el trabajo del campo y por esa forma de pobreza tan secular y arraigada en aquella tierra desesperada que se llamaba Extremadura. El gigante no lo pudo soportar y se fue a la guerra para exorcizar su dolor. Buscando fortuna como soldado, mientras Gonzalo Fernández de Córdoba combatía en Nápoles contra las ambiciones francesas de anexión de este reino, tradicionalmente bajo el orden de Aragón. Sus hazañas bélicas individuales y su capacidad de liderazgo, comenzaron a crear el mito. Tras la trifulca del callejón romano, el Papa Alejandro VI, quiso saber quién era el autor de tamaño desaguisado, y por supuesto, dio con él.

Se conocen sus dotes como espadachín “de dos espadas“, estilo francés de alta escuela con el que asombraba por su desbordante habilidad

En vez de excomulgarlo, lo nombró guardia de honor de su cohorte de guardaespaldas. Pero el sueldo del purpurado era un poco exiguo ya que el cabeza de la cristiandad tenía otros dispendios más alegres que pagar y la soldada siempre llegaba con retraso. Por las mismas, volvió con su admirado jefe de antiguo, el Gran Capitán, y su fama y rendimientos subieron enteros, así como el calibre del mito.

placeholder El Gran Capitán ante el Papa Alejandro VI. Obra de Zacarías González Velázquez
El Gran Capitán ante el Papa Alejandro VI. Obra de Zacarías González Velázquez

Aunque los franceses tenían una seria preocupación por las hazañas del español, lo cierto es que el mito llego a tener ribetes de delirio cuando se verifico que en un enfrentamiento con una patrulla francesa de no más de un centenar de soldados, de la que ciertamente salió victorioso – con la ayuda de sus compañeros de armas claro está -, había acabado con más de “quinientos de ellos “. Cosas de la mitología cuando el escribano relator ha bebido más de la cuenta o se le emociona la pluma.

Confirmada su participación en las batallas de Ceriñola y Garellano en 1503, se sabe a ciencia cierta de sus dotes como espadachín “de dos espadas“, estilo francés de alta escuela, con el que asombraba a propios y extraños por su desbordante habilidad.

El extremeño pereció por un accidente a caballo en el que tropezaría contra un cordel anudado entre dos alcornoques que le segarían la garganta

Finalizada la guerra en Italia hacia 1504, Nápoles pasó a la Corona de España. Entonces, el Gran Capitán comenzó su gobierno del reino napolitano como virrey con unos muy amplios poderes. En agradecimiento a sus servicios, Fernández de Córdoba nombraría a Diego García de Paredes, ni más ni menos que marqués de Colonnetta (Italia).

Las últimas campañas

Pero cuando las cosas se pusieron feas y Fernando Gonzalez de Córdoba cayó en desgracia, la defensa que hizo el antiguo soldado de su bien amado jefe, le costaría la pérdida del marquesado. Pasados los años, el soldado extremeño dedicado al corso o a la piratería en el Mediterráneo según pidiera la oferta y la demanda, haría su agosto contra sus presas favoritas, los barcos berberiscos y franceses.

En 1508, Diego García de Paredes recuperaría el favor real quedando redimido de sus tropelías, que no eran tales, sino malentendidos políticos entre rivales en sus particulares agarradas, y que obviamente, salpicaban a todos los colegas de pensamiento afín.

Acabaría uniéndose a la campaña española para la conquista del norte de África, participando en el asedio de Orán y repartiendo una estopa considerable según los cronistas de la época. Su fama le precedía. Entre un sinfín de gestas militares, acabaría como maestre de campo de la infantería española, que el emperador de Alemania usaría para atacar a la arrogante República de Venecia.

placeholder El puerto de Orán, según el pintor Vicent Mestre.
El puerto de Orán, según el pintor Vicent Mestre.

Cuando Carlos V irrumpe en España, ya era un gran admirador de su leyenda. El extremeño acompañaría al emperador por Europa en sus correrías y acabaría nombrándolo Caballero de la Espuela Dorada, la más alta condecoración en la caballería germana. Sus servicios en Alemania y Flandes, y en la trágica Guerra de los Comuneros, lo encumbrarían a la categoría de mito. Pero la desgracia lo acechaba.

Era el año de 1533 del calendario de los humanos, tras regresar con Carlos V de derrotar a los turcos en el Danubio, el enorme y gigantesco extremeño, el llamado Diego García de Paredes perecería por las heridas infligidas en un inocente juego infantil. Estas heridas, sufridas durante un accidente a caballo en el que tropezaría contra un cordel anudado entre dos alcornoques, le segarían la garganta. mientras jugaba con los niños a tirar contra una diana improvisada una lanza. Lo que no había conseguido la cruel guerra ni la violencia de los adultos, lo haría un elemental juego infantil; fue la muerte de un gigante.

Era en una oscura calle de Roma, sórdida, llena de basura, excrementos, ratas, insectos de toda laya y un hedor insoportable, cuando a un atildado guardia vaticano se le ocurrió ofender a un español que pasaba por allá. Lamentablemente para la guardia vaticana que patrullaba la zona aledaña al Templo de las Mentiras, las palabras de su osado capitán no habían pasado desapercibidas para aquel gigante que iba de retirada tras haber visitado el barrio alegre de la ciudad eterna. Ellos, los guardias uniformados, eran más de veinte. El gigante, un sujeto marcado por cicatrices de todas las procedencias y latitudes, medía algo más de dos metros y pesaba 120 kg. Además, como tenía el pelo ralo, parecía más alto todavía.

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