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Los niños ricos que roban, violan o estafan: "Tienen un gran vacío existencial"
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Los niños ricos que roban, violan o estafan: "Tienen un gran vacío existencial"

En los últimos años el chaval de familia acomodada que llamaba la atención con gamberradas ha mutado en algunos casos a un auténtico delincuente profesional

Foto: Un ladrón antes de ingresar en prisión. (iStock)
Un ladrón antes de ingresar en prisión. (iStock)

Miguel habla por teléfono con su madre. Quedan para tomar unos gin tonics en una terraza de moda de Valencia. Ahora se llevan bien y les gusta salir de vez en cuando como si fueran amigos, aunque durante muchos años su relación fue horrible: gritos, peleas, amenazas, psicólogos e internados. Miguel trabaja en una agencia de publicidad. Tiene 37 años y pertenece a las clases acomodadas de su ciudad. En realidad, es más bien pijo, para entendernos. Sin embargo, estuvo en la cárcel más de dos años por delitos contra la salud pública. Miguel fue un niño bien de los que se portan muy mal. Un clásico, ese tipo de chaval 'rebelde' de clase alta que en los últimos años ha pasado de cometer gamberradas y excentricidades más o menos graves a convertirse en auténticos profesionales del delito.

“Es que hay mucho chico de nivel alto, o incluso muy alto socioeconómico que más que un gamberro, es un delincuente”, afirma Javier Urra, psicólogo y extrabajador en la Fiscalía de Menores de Madrid. “Tienen un vacío existencial y lo rellenan con actos que ellos entienden que son lúdicos”, precisa el experto. A veces esos actos son robos con violencia, estafas o violaciones. “No operan como ciudadanos, sino como clientes ‘quiero esto y me da igual si está o no está en venta”, prosigue el que fuera Defensor del Menor de la Comunidad de Madrid.

El mayor ladrón de cajas fuertes fue a un colegio privado en Madrid, uno de esos en los que apruebas el curso si pagas lo suficiente

Hace poco menos de una semana Alex di Francesco, hijo de un diputado italiano, fue detenido en Madrid. La policía le considera el mayor especialista en reventar cajas fuertes. Tiene 28 años, le gustan los Mercedes, los tatuajes y la cocaína. Fue a un colegio privado en el barrio de Chamartín, entre los de mayor renta de la capital. Uno de esos centros en los que te dejan repetir los exámenes hasta que apruebas. Eso sí, siempre y cuando pagues cada una de las pruebas a precio de oro. Allí coincidió con lo peor de esta clase de adolescente acomodado: varios de sus compañeros también han sido detenidos por robo y otros tantos pertenecen a los grupos ultras que se escudan en los colores de un equipo de fútbol para cometer todo tipo de tropelías.

Los datos que figuran en los juzgados de menores hablan de porcentajes superiores al 30% de los detenidos que provienen de familias, al menos, de clase media. Emilio Calatayud, el célebre juez de menores de Granada, famoso por sus originales sentencias, coincide bastante con el punto de vista de Urra. El togado incide en que "consentir todo lo que piden a los niños es asegurarnos de que crece convencido de que el mundo le debe todo.

'Tey is rich'

Algo así debe pensar Miguel Tey, que luce un tatuaje en el antebrazo: ‘Tey is rich’. Ahora está en la cárcel por robar y extorsionar a otros miembros de la burguesía catalana. Fue un niño rico, hijo de un empresario de éxito, que canalizó sus inquietudes en la velocidad: fue campeón de España de motociclismo. Adrenalina, coches, restaurantes de lujo, mil euros en el bolsillo para el día a día, champán y cocaína. Miguel Tey ni siquiera fue capaz de sacarse los estudios primarios en uno de esos colegios donde los hijos díscolos de los ricos no se enderezan demasiado, pero sí consiguen el título a base de inyecciones de dinero familiares.

Un veterano alto responsable policial se ha topado con varios de estos chicos. “Son siempre de los mismos entornos y acaban en los mismos colegios”, explica señalando que “lo que sorprende es que este tipo de ‘piezas’ cada vez participen en actos delictivos más especializados, como los butrones. Buscan estímulos y adrenalina, pero también sostener un nivel de vida muy caro que igual sus padres ya se han cansado de sostener”, precisa el agente.

Desvalijaban las casas y después regalaban las cosas a sus amigos o las almacenaban en el garaje de un familiar. Delinquían “por aburrimiento”

Los cuatro chicos se aburrían. Así que decidieron entrar a robar a los chalés de la zona, casas unifamiliares idénticas a las que ellos mismos vivían con sus padres. Un día a Majadahonda, otro a Las Rozas. Tenían entre 17 y 21 años. Desvalijaban las casas y después regalaban las cosas a sus amigos o las almacenaban en el garaje de un familiar. Delinquían “por aburrimiento”, según confesaron a los agentes. Los sorprendieron por casualidad y después de casi 30 allanamientos de morada.

Ya lo dijo el laborista británico Lord David Puttnam: “Es un error pensar que las carencias existen solo entre los más desfavorecidos: hay otros tipos de vacíos que aparecen de forma directa en las clases más altas”.

Padres inmaduros

Una observación que coincide con las experiencias y opiniones de Urra, que en su programa Recurra ha atendido “a montones de chicos cuyos padres son médicos o abogados de alto nivel”. “Hace 30 años se daba la ‘cristalización de clase’, es decir, que los chavales sin recursos sentían frustración por no poder tener lo que los otros chicos con más medios y robaban para equipararse. Todo eso ha cambiado enormemente. Ahora hay muchos con grandes recursos”, razona Urra, que achaca buena parte de la culpa “a unos padres que son adultos, pero no son maduros y que no han sabido poner límites a esos muchachos”. Lo que no había sucedido hasta la fecha es que el mayor ladrón de cajas fuertes perteneciera a estos estratos sociales.

Miguel habla por teléfono con su madre. Quedan para tomar unos gin tonics en una terraza de moda de Valencia. Ahora se llevan bien y les gusta salir de vez en cuando como si fueran amigos, aunque durante muchos años su relación fue horrible: gritos, peleas, amenazas, psicólogos e internados. Miguel trabaja en una agencia de publicidad. Tiene 37 años y pertenece a las clases acomodadas de su ciudad. En realidad, es más bien pijo, para entendernos. Sin embargo, estuvo en la cárcel más de dos años por delitos contra la salud pública. Miguel fue un niño bien de los que se portan muy mal. Un clásico, ese tipo de chaval 'rebelde' de clase alta que en los últimos años ha pasado de cometer gamberradas y excentricidades más o menos graves a convertirse en auténticos profesionales del delito.

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