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La rebelión de los intermediarios
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La rebelión de los intermediarios

Un informe sobre la industria de la gestión de activos británica subraya cómo las estructuras de poder corporativo están cambiando. Y señala quién está ganando dinero hoy de verdad

Foto: Paul Singer, CEO del hedge fund EMC, en una conferencia. (Brendan McDermid / Reuters)
Paul Singer, CEO del hedge fund EMC, en una conferencia. (Brendan McDermid / Reuters)

La industria de gestión de activos juega un papel vital en el Reino Unido, porque de ella dependen los ahorros y las pensiones de millones de sus nacionales. La industria británica es la segunda más grande del mundo y gestiona, según Bloomberg, casi 7 billones de libras (unos 9 billones de dólares) en activos. Entre ellos, un billón de libras de inversores minoristas del Reino Unido, 3 billones procedentes de inversores institucionales que incluyen fondos de pensiones, y 2,7 billones de clientes extranjeros. El mecanismo es sencillo: el gestor invierte el dinero que sus clientes le proporcionan en aquellos activos que estima más adecuados, bajo la promesa de conseguir que ese capital crezca y que proporcione la rentabilidad suficiente.

Según el Asset Management Market Study, realizado por la Financial Conduct Authority, y publicado este mes, más de tres cuartas partes de los hogares del Reino Unido dependen de estos fondos para su jubilación, y sus decisiones de inversión afectan de un modo directo a 9 millones de jubilados o futuros jubilados a través de los llamados Defined Contribution Plans.

Cobran mucho para lo que consiguen. A veces se pagan precios más altos a los gestores que proporcionan peores resultados

El informe subraya un aspecto muy llamativo que entronca con una realidad de nuestro tiempo. Los inversores deciden poner su dinero en manos de fondos activos porque esperan lograr un mayor rendimiento. Un entorno atravesado por el riesgo, como es el nuestro, también lo es de oportunidades. Dado que los gestores de este tipo de empresas son especialistas, al menos en teoría, en aprovechar las opciones de este mundo complejo, sus fondos poseen unas tarifas de gestión más elevadas. Pero lo que el informe señala que es no existe una relación clara entre lo que cobran y el rendimiento que proporcionan. Y es más, que hay evidencia de que existe a menudo una relación negativa: se pagan precios más altos a los gestores que proporcionan peores resultados. Los estudios que han analizado a los 'hedge funds' estadounidenses han llegado a conclusiones similares.

“Sacan el dinero de mí”

Durante la conferencia SALT del pasado año, este fue uno de los asuntos estrella. El mundo del capital se había dado cuenta de que era mucho más rentable negociar sobre acciones que desarrollar negocios reales. Allí donde los salarios se habían estancado, los activos se habían disparado. Sin embargo, quienes de verdad se estaban aprovechando de esta coyuntura eran los gestores de los fondos, que dadas las elevadas comisiones que cobraban, obtenían rentas millonarias, mientras que sus clientes salían mucho menos beneficiados, y con cierta frecuencia perjudicados. Los millonarios que se paseaban por SALT “estaban empezando a pensar que los multimillonarios les estaban cobrando demasiado por darles muy poco”. O, por decirlo de otra manera, “que los fondos no estaban obteniendo los beneficios de sus inversiones, sino de ellos”.

No son las viudas las que obtienen de los fondos el dinero para pagar sus pensiones, sino los gestores los que están sacando partido de las viudas

Esto es lo que, en esencia, viene a decir el informe, solo que en lugar de hablar de los millonarios estadounidenses lo hace del pequeño inversor británico. Aquel famoso ejemplo del fondo que gestiona las pensiones de las viudas de Escocia, que fue tan utilizado para explicar el funcionamiento del capitalismo financiero (“Los grandes propietarios de las empresas cotizadas son los fondos de pensiones de las viudas escocesas o los maestros de California”), puede servir también para ilustrar este momento: no son las viudas las que obtienen el dinero para pagar sus pensiones de los fondos, sino los gestores los que están sacando partido de las viudas. Demasiado a menudo, como decían los participantes en SALT, estos inversores no son más que el sector del que los directivos de los fondos extraen sus rentas.

Darwinismo

Para evitar este problema, el estudio de la FCA (Financial Conduct Authority) propone una serie de medidas que faciliten el descenso de los precios, entre ellas la de concentrar el sector (con los grandes absorbiendo a los pequeños), de manera que la economía de escala permita abaratar precios. Es una solución que respeta la ortodoxia económica y que señala una de las opciones preferidas de los libros de texto, pero la realidad demuestra que la concentración lleva más a menudo a lo contrario. El darwinismo, por citar el término con el que 'Bloomberg' lo describe, suele ser más un problema que una ventaja.

Más allá de analizar cómo se soluciona este problema, lo que el informe pone de relieve es un nuevo reparto de poder en la estructura social. En la década de los 30 del siglo pasado, Berle y Means se hicieron justamente famosos con 'The modern corporation and the private property', un texto en el que reflejaban cómo en un entorno en el que la propiedad y el control de la gran empresa estaban separados, los directivos acababan concentrando un gran poder, ya que de ellos dependían las grandes decisiones. Ni los accionistas ni los colectivos interesados en la marcha de la empresa poseían la influencia necesaria para minar la capacidad de acción del gran CEO.

Los gestores invierten dinero ajeno, al igual que los antiguos CEO dirigían una empresa que no era suya; pero ahora son los gestores los que mandan

Años después, en la década de los 80, la situación había cambiado completamente, porque las compañías giraron hacia la generación de valor para el accionista, y el CEO pasó a ser un empleado estupendamente remunerado cuyo objetivo principal era mantener contentos a los accionistas más relevantes. Últimamente esta tendencia se ha acentuado, y mecanismos como las recompras de acciones o el pago de dividendos más sustanciosos se han convertido en norma y no en excepción en muchas compañías, algo a lo que los fondos de inversión no son ajenos.

Los gestores detentan un poder enorme que utilizan en su beneficio. Los intermediarios que trabajan para sí mismos son la élite actual

Pero esto es así en la empresa productiva, no en la financiera. Aquellas personas que, como los CEO en las grandes firmas, deben gestionar una propiedad que no era suya, son las que se acaban convirtiendo en las verdaderas élites, en quienes ganan dinero de verdad y sacan partido del nuevo contexto. Al igual que los consejeros delegados de la época de Berle y Means estaban blindados de facto frente a los inversores, los accionistas no tienen más capacidad de decisión que sacar su dinero del fondo, y las consecuencias sociales que causan su operativa en el mercado, que a veces es lesiva, no puede ser combatida por los interesados.

Partiendo de una posición intermediaria, los gestores han acabado detentando un poder enorme que utilizan en su beneficio. Los intermediarios que trabajan para sí mismos son la élite actual, tal y como reflejan Savage y Williams y conforman un sector con un enorme peso en las dinámicas económicas y sociales. Hasta el punto de que se han convertido en los grandes aceleradores de la desigualdad. Lo que el informe señala, desde esta perspectiva, no sería más que otra demostración de ese lugar privilegiado que ocupan.

La industria de gestión de activos juega un papel vital en el Reino Unido, porque de ella dependen los ahorros y las pensiones de millones de sus nacionales. La industria británica es la segunda más grande del mundo y gestiona, según Bloomberg, casi 7 billones de libras (unos 9 billones de dólares) en activos. Entre ellos, un billón de libras de inversores minoristas del Reino Unido, 3 billones procedentes de inversores institucionales que incluyen fondos de pensiones, y 2,7 billones de clientes extranjeros. El mecanismo es sencillo: el gestor invierte el dinero que sus clientes le proporcionan en aquellos activos que estima más adecuados, bajo la promesa de conseguir que ese capital crezca y que proporcione la rentabilidad suficiente.

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