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La historia de las lesbianas durante el régimen nazi
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Ser mujer y homosexual en época de hitler

La historia de las lesbianas durante el régimen nazi

Un investigador de la Universidad de Stanford ha estudiado cómo era la vida de este colectivo en una época en la que cualquier minoría podía ser liquidada

Foto: Miembros de la Liga de Muchachas Alemanas. (Creative Commons)
Miembros de la Liga de Muchachas Alemanas. (Creative Commons)

Existe una consistente documentación por lo que se refiere a la persecución de hombres homosexuales durante el régimen nazi. Las leyes prohibían explícitamente las relaciones entre varones, cerca de 50.000 fueron procesados por su condición y alrededor de unos 15.000 acabarían encarcelados y marcados con un distintivo triángulo rosa en los campos de concentración a los que fueron destinados. Se calcula que un 60% de ellos moriría dentro de sus muros.

Lo que sucedió con el lesbianismo en este periodo es un tema sobre el que se ha investigado mucho menos. De hecho las mujeres fueron excluidas de las leyes contra la homosexualidad y con excepción de algunos casos concretos, existen muy pocos datos que den una amplia perspectiva sobre cómo se trataba la homosexualidad femenina durante el Tercer Reich.

De manera general, el papel secundario de la mujer en la sociedad nazi, como esposas y madres, provocó que el lesbianismo no fuera percibido como una amenaza. No sucedía los mismo con los hombres, sobre todo si tenemos en cuenta que en el propio seno del Partido Nacionalsocialista existía una gran tensión entre corrientes tan extremas como la profundamente homófoba de Heinrich Himmler y la que abogaba por la transigencia, cuya cabeza más visible era el jefe de las SA (Sturmabteilung), y homosexual confeso, Ernst Röhm, que acabaría muriendo a balazos en su celda tras la Noche de los Cuchillos Largos.

Cada mujer, fuera cual fuera su tendencia sexual, podía servir al estado como madre y como esposa

El investigador de la Universidad de Stanford Samuel Clowes Huneke ha publicado recientemente un nuevo estudio en el que ha examinado diferentes archivos policiales de los años 40 para poner algo de luz sobre la situación de las lesbianas durante este momento histórico: “La aparente falta de interés del régimen por la homosexualidad femenina es sorprendente, ya que en otros aspectos, el gobierno colocó importantes cargas sobre los hombros de las mujeres”.

El movimiento hasta los años 30

Las lesbianas formaron parte del primer movimiento homosexual en Alemania ya desde 1890. Su discriminación por aquel entonces era doble, por ser mujeres y por su tendencia. De hecho las leyes hasta 1908 prohibían la participación de las mujeres en organizaciones políticas.

Ciertas modificaciones legislativas y una relajación de la moral sexual durante la Primera Guerra Mundial provocó que el lesbianismo encontrara una vía de escape en algunos clubs y cabarets de las grandes ciudades, como el Café Dorian Gray, convirtiéndose Berlín una especie de capital mundial del movimiento, sobre todo durante la primera fase de la República de Weimar.

Algunas lesbianas encontraron en el matrimonio la mejor forma de protegerse. La unión conyugal se podía llevar a cabo con algún amigo homosexual

El progresivo auge del conservadurismo y la llegada final del nazismo al poder acabarían con el cierre forzado de estos locales, así como la prohibición de la literatura lésbica y de la “revista semanal para la amistad ideal entre mujeres” ‘Die Freundin’, con el fin de proteger a la juventud de unos textos considerados por los censores como obscenos y de ínfima calidad.

Madres en potencia

El lesbianismo perdía de este modo su visibilidad pública, pero a diferencia de lo que sucedió con otras minorías, las autoridades del Tercer Reich no pusieron especial énfasis en su persecución.

Los nazis concebían a las mujeres no solo como seres inferiores, sino también como dependientes por su naturaleza de los hombres, siendo entendida la sexualidad femenina como fundamentalmente pasiva. Por otro lado, a las mujeres se les permitía una mayor expresión pública de afecto que permitía esconder y confundir de cara al público su condición con la amistad entre personas del mismo sexo. Para la ideología del Tercer Reich, la función primordial del sexo femenino era la de servir de madre engendrando el mayor número de descendientes arios posibles. Cada mujer, fuera cual fuera su tendencia, podía servir al estado como madre y como esposa.

Muy pocas lesbianas acabarían siendo encarceladas. El nazismo no las clasificaba en los informes como prisioneros homosexuales

Con todo, sí existió en la Alemania de Hitler una cierta persecución hacia ellas. La más evidente se manifestó en el cierre de clubes que mencionábamos más arriba, si bien se creo también un cierto clima de terror estimulado por las redadas policiales y la invitación de las autoridades a la denuncia. Algunas lesbianas se vieron obligadas a romper con sus círculos sociales y mudarse a otras ciudades en busca de una nueva vida. Otras encontraron en el matrimonio la mejor manera de protegerse, siendo a veces la unión conyugal un trámite de conveniencia que se llevaba a cabo con algún amigo homosexual.

Hay que pensar que la mayor falta de protección que ellas tenían se debía más a su situación como mujeres que al hecho de ser lesbianas. Los trabajos de la población femenina en Alemania eran de baja cualificación, los sueldos eran muy reducidos y el camino al que supuestamente estaba destinado toda mujer era el del matrimonio.

La indiferencia en los procesos

Muy pocas lesbianas acabarían siendo encarceladas. El nazismo no las clasificaba en los informes de la policía como prisioneros homosexuales. Entre los casos más destacados, Huneke destaca el proceso contra 8 mujeres que fueron delatadas por alguna persona cercana (un vecino, un compañero de trabajo o un familiar).

“Que estas ocho mujeres fueran denunciadas a la kriminalpolizei de Berlín en los primeros años cuarenta es algo llamativo en sí mismo, considerando el silencio procesal que existe respecto a la homosexualidad femenina”. Los abogados defendieron que no había ningún indicio que violara los códigos que regulaban las relaciones entre personas del mismo sexo, ya que este solo se refería a los hombres.

Aunque existiera una mayor transigencia con la homosexualidad femenina esto no significaba que tales mujeres llevaran unas vidas envidiables

No existen evidencias de que las acusadas recibieran finalmente castigo alguno: “Para los estudiosos acostumbrados a ver en el régimen nazi un laberinto de jurisdicciones imbricadas, este es un retrato curioso del sistema de justicia marcado por la estricta interpretación de los estatutos”.

Otro caso sobre el que Huneke llama la atención es el de Margot Liu (cuyo apellido de soltera era Holzmann), una lesbiana judía berlinesa casada con un camarero chino. Al disponer de la ciudadanía del país de su conyuge, Margot se encontraba protegida de cara a acabar sus días en un campo de concentración, según lo que figura en los archivos de la policía.

Cuando su esposo la denunció a las fuerzas del orden en tres ocasiones por su conducta sexual, la policía se limitó a no intervenir. Una posible causa de este comportamiento lo achaca Huneke a que el detective que llevaba el caso era el mismo en las tres denuncias y podía ser particularmente indiferente a la situación por sus ideas.

Concluye el experto respecto al lesbianismo en el Tercer Reich que “el hecho de que fueran tan minuciosos con cada detalle de la ley en todos estos casos sugiere un importante nivel de tolerancia”, si bien aclara más adelante que “aunque existiera una mayor transigencia con la homosexualidad femenina ello no significaba que estas mujeres llevaran unas vidas envidiables”.

Existe una consistente documentación por lo que se refiere a la persecución de hombres homosexuales durante el régimen nazi. Las leyes prohibían explícitamente las relaciones entre varones, cerca de 50.000 fueron procesados por su condición y alrededor de unos 15.000 acabarían encarcelados y marcados con un distintivo triángulo rosa en los campos de concentración a los que fueron destinados. Se calcula que un 60% de ellos moriría dentro de sus muros.

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