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La increíble historia del falso 'alto comisionado' de Mali
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La increíble historia del falso 'alto comisionado' de Mali

Un maliense viaja a su país con recortes de periódicos y vídeos en los que muestra las penalidades de sus compatriotas en Europa y desmiente las historias de los que marcharon

Foto: Sidibe Mousa en las afueras de Londres. (D. B.)
Sidibe Mousa en las afueras de Londres. (D. B.)

“Hubo muchas lágrimas ese día. Las mujeres lloraban y lloraban. ¡Todo daba muchísima pena!”, recuerda Sidibe Mousa, que se había autoimpuesto, precisamente, esa tarea: la de dar pena a la gente de su país, Mali, para que no decidiera a iniciar el peligroso periplo de la emigración. Este hombre, que ahora vive en Londres, lleva más de 10 años recopilando noticias, malas noticias, sobre la vida de los africanos en Europa. Ese día, hace poco más de un mes, lo que llevó fue un documental sobre las condiciones de trabajo en los invernaderos de Almería: “Muchas lágrimas de las madres”. Mali es uno de los países más pobres del mundo. Tiene un renta anual algo superior a los 600 dólares por persona y una población de más de 17 millones de habitantes.

Mousa entiende que su misión es frenar “un círculo vicioso” que consiste en que los que se marchan, antes de reconocer sus miserias y fracaso, inventan una vida maravillosa que, a su vez, invita a otros chicos de las aldeas a seguir sus pasos. “No me creen. Han pagado entre todos el pasaje del inmigrante del pueblo y quieren creerle, quieren pensar que todo es fantástico”. El propio Mousa vive atrapado en ese círculo. Él también miente con frecuencia. Hace años se autoproclamó alto comisionado de Mali en Madrid y asegura que se codea con ministros y embajadores “que hablan de secretos de Estado en mi presencia”. Lo cierto es que hace años la Embajada de Mali ya le advirtió de que no fuera presentándose como un cargo oficial ni hiciera gestiones en su nombre. “Me incluyen en el protocolo”, reivindica él, que subraya: “Eso tiene mucho mérito”.

No me creen. Han pagado entre todos el pasaje del inmigrante del pueblo y quieren creerle, quieren pensar que todo es fantástico

En su último viaje a África, dice, además de denunciar las condiciones en las que “viven los negros en Europa”, le dio tiempo a desactivar a “una mafia de traficantes que llevaban gente de Costa de Marfil a Barcelona”. “Después de mi intervención los detuvieron a todos. Yo aproveché que todas las radios y la televisión del país me siguen cuando voy allí”, insiste Mousa.

Mane Atad, senegalés residente en Barcelona y trabajador de CEPAIM, se dedica más o menos a lo mismo, pero desde un ámbito más organizado. "Hacemos muchísimas campañas y trabajo de campo, pero es complicado convercerles de que Europa no es El Dorado". Atad ve varios motivos que justifican por qué un 25% de los jovenes senegaleses quiere abandonar su país: "Todas las élites del país se formaron en el extranjero, Francia o Inglaterra, sobre todo; también que con 100 euros al mes sus familias se convierten en los más ricos y mejor vestidos de la aldea y lo han visto de aquellos que se han ido antes".

Los más ricos de la aldea

Hay muchos más motivos. La principal causa de que ninguno de los emigrados quiera confesar su fracaso tiene que ver con asuntos culturales: "Los africanos somos muchísimo menos individualistas. Esa persona no está en España por sí mismo, lo ha ayudado su familia, sus amigos, su pueblo, y todos están en la misma empresa", explica Atad, que cuando gestiona el retorno de alguno de estos hombres tiene que viajar antes a su pueblo para convencer y preparar a su madre, padre, mujer, amigos y vecinos explicándoles las cosas. "Si no lo hacemos así, el retornado lo vivirá como un fracaso eterno", dice Atad.

La realidad es dormir en cartones y comer en un comedor social. Los inmigrantes mienten a sus familias y me acusan de mentiroso

"No sabes cómo es la miseria que te puede tocar hasta que no llegas. Tú piensas en teléfonos, televisiones y rascacielos", cuenta Atad. Nadie piensa en vender chatarra con un carrito ni en correr delante de la policía con una manta enrrollada. Y nadie lo piensa porque nadie lo cuenta, menos estas asociaciones, cada vez más, y el autoproclamado alto comisionado maliense, claro.

placeholder Sidibe Mousa en su universidad.
Sidibe Mousa en su universidad.

Mousa dice que algunos le acusan de impostor. Pero él se defiende: “Lo que yo cuento son verdades difíciles de explicar, pero no tengo nada que esconder. Solo intento salvar vidas. Todo lo que nos han contado de Europa son mentiras. La realidad es dormir en cartones y comer en un comedor social. Los inmigrantes mienten a sus familias y me acusan a mí de mentiroso, pero en los pueblos de Mali usan las imágenes y las pruebas que yo les llevo para desanimar a los jóvenes a dar el salto a Europa”.

Sobre la incongruencia de por qué no se queda él mismo en Mali, arguye que su tarea en Europa es necesaria para ayudar a sus compatriotas. Ahora trabaja en Londres, comenta desde un teléfono móvil con prefijo británico. “Trabajo en una estación de tren. Pero yo soy el jefe de un grupo de trabajadores”, explica. También estudia Derecho, cosa que no pudo hacer en Madrid, donde vivió más de diez años, porque “no había ayudas y aquí sí”.

Recortes en un maletín

Mousa se lanzó al mar en el año 2000. Acabó ese mismo año en un pequeño pueblo toledano, Recas, recogiendo cebollas. “En ese pueblo hay mucha gente de Mali y Senegal y es muy normal empezar por allí”. Después ya no le gustó porque “pintaban al rey negro en la cabalgata de Reyes” y se marchó a Orcasitas. Allí hizo de todo, aunque necesitó la ayuda de Cáritas para alimentar a sus hijos pese a ser “orientador” en una ONG. En su maletín llevaba los recortes con las detenciones de los manteros, las tragedias en la frontera de Melilla o las miserias cotidianas de los africanos.

Ahora, desde Londres, advierte de su regreso: “Volveré a Madrid, a mi barrio de Orcasitas, y abriré un despacho de abogados”.

“Hubo muchas lágrimas ese día. Las mujeres lloraban y lloraban. ¡Todo daba muchísima pena!”, recuerda Sidibe Mousa, que se había autoimpuesto, precisamente, esa tarea: la de dar pena a la gente de su país, Mali, para que no decidiera a iniciar el peligroso periplo de la emigración. Este hombre, que ahora vive en Londres, lleva más de 10 años recopilando noticias, malas noticias, sobre la vida de los africanos en Europa. Ese día, hace poco más de un mes, lo que llevó fue un documental sobre las condiciones de trabajo en los invernaderos de Almería: “Muchas lágrimas de las madres”. Mali es uno de los países más pobres del mundo. Tiene un renta anual algo superior a los 600 dólares por persona y una población de más de 17 millones de habitantes.

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