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Qué ocurría en América justo antes de que llegase Hernán Cortés
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Un colosal choque de civilizaciones

Qué ocurría en América justo antes de que llegase Hernán Cortés

Estos son los primeros compases de la increíble historia del conquistador extremeño en la tierra de los muy sofisticados aunque crueles aztecas

Foto: La conquista de Tenochtitlan.
La conquista de Tenochtitlan.

"Si votar sirviera para cambiar algo, ya estaría prohibido".

-Eduardo Galeano

Era una mañana plácida y hermosa en la península de Yucatán. Aquel 21 de abril de 1519, la primavera levantaba suavemente el vuelo mientras una cálida brisa empujaba sin querer unas extrañas naves hacia la costa. Se podía adivinar la refulgente luz del sol en los bruñidos petos y una grave mirada escrutadora en aquella tripulación de osados y temerarios barbudos ávidos de gloria.

Una tropilla de chiquillos jugaba alegremente en la playa al tiempo que, asombrados, miraban aquel espectáculo inédito que se desarrollaba a cámara lenta ante sus inocentes ojos.

El pueblo azteca, para ser un pueblo que no conocía los beneficios de la rueda, iba a una velocidad impresionante por los meandros de la Historia

Tierra adentro, ocurría que una extraordinaria civilización, amalgama de astrónomos, matemáticos, poetas y pensadores, creadores de una de las ciudades más bellas que hayan existido jamás -Tenochtitlan-, más grande que el Londres de la época o incluso que el propio París, comenzaban una histórica cuenta atrás sin ser conscientes de ello.

El pueblo azteca (es más correcto llamarlo mexica) ha sido con la perspectiva de la observación calma, probablemente la civilización mesoamericana más grande con diferencia. Para ser un pueblo que no conocía los beneficios de la rueda, iban a una velocidad impresionante por los meandros de la Historia.

Deporte macabro

Vasallos de los tepanecas allá por el siglo XIV, con una increíble ciudad palafito en plena expansión, y con una perentoria demanda de agua dulce en franco progreso, se alzaron contra sus crueles caciques y en una revuelta extremadamente sangrienta, mataron a millares de ellos e inventaron el más temprano fútbol conocido. Las cabezas de sus atormentadores fueron objeto de un ingenioso deporte a la vez que macabro en su trasunto.

El caso es que le cogieron afición al tema y, con tesón y paciencia, se hicieron con un territorio enorme en un par de décadas a partir de la batalla contra los tepanecas. Pero no contentos con sus nuevas adquisiciones, crearon otro deporte aún más osado. Esto era así porque los interfectos capturados en las guerras floridas (nombre del deporte en cuestión), tras ser expropiados de su corazón en una ceremonia muy 'gore' y tras proferir contundentes y audibles alaridos, iban a parar a un osario común muy nutrido de finados.

Ir a visitar a sus vecinos, capturarlos vivos, darles matarile tras una sangrienta extracción del cardias y lanzar rodando sus cabezas

Aproximadamente cincuenta años antes de que llegaran los enlatados hombres barbudos, el Imperio Azteca (Mexica) ya tenía veinticinco millones de almas, una cifra similar a la del país de donde venían los nuevos visitantes; y no solo eso, sus obras de ingeniería civil eran admiradas por propios y extraños. La ciudad lacustre de Tenochtitlan y su famoso acueducto de cinco kilómetros, eran un prodigio de ingenio y osadía. Los cultivos por el método rotatorio de las chinampas (plataformas acuáticas muy parecidas a las bateas gallegas) daban una altísima productividad y abastecían permanentemente a la población. La educación era obligatoria y gratuita, y el nivel de la misma ponía en entredicho a romanos y árabes dejándolos en un indecoroso lugar. Pero tenían un problemilla muy serio que los hacia ser odiados por todos sus vecinos.

Desde el Atlántico al Pacifico, este pueblo de pueblos vivía rodeado de otros cabreados inquilinos de la tierra que padecían sus iras y desatinos. Los totonacas, los chichimecas y los tlxacaltecas estaban hasta el gorro de las tropelías de los aztecas (mexicas) y de su voracidad bélica. Ocurría que los súbditos de los Acamapichtli, Moctezuma y otros reyes emperadores, no paraban de hacerles averías con sus guerras floridas que no consistían en otra cosa que ir a visitar a sus vecinos, capturarlos vivos, darles matarile tras una sangrienta extracción del cardias y cuando acababa la ceremonia de hermanamiento con los dioses y satisfechas las peticiones varias, enviaban la cabeza del interfecto escalinatas abajo de la pirámide de turno. Cuando el tema estaba bastante calentito, llegaron los españoles que a la sazón pasaban por allí.

Gran gesta... y tragedia

Un hombre adusto y con un genio militar incomparable estaba a punto de bajarse de uno de los once bajeles en un lugar indeterminado de la costa de Yucatán. Una de las más grandes gestas -tragedias- de la historia estaba a punto de desencadenarse. Entonces, este hombre enjuto y de poblada barba se hizo amigo de una de las mujeres más fascinantes y cuestionadas de la epopeya americana, La Malinche. Mientras que le hacía un hijo como quien no quiere la cosa, Doña Marina –que así la llamaban los hombres barbudos–, le contó a Cortés todas las cosas que ocurrían en el patio y cómo (según su criterio) acusaba a los aztecas-mexicas de ser muy malos y hacer cosas muy feas. El caso es que Hernan Cortés, al que no hacía falta calentarle mucho para entrar en combate, se puso manos a la obra .

Los aztecas-mexicas, por aquel entonces, estaban en alerta máxima ante el imparable avance de los españoles y con la mosca detrás de la oreja pues estos se habían hecho amigos de toda la vida de los tlaxcaltecas, totonacas, chichimecas y de todos los colegas que se la tenían jurada a los aztecas-mexicas, que eran unos cuantos. El colosal choque de civilizaciones estaba servido.

Una severa derrota infligida por los lugareños que los acosaban durante la famosa huida ha quedado como la "Noche Triste"

En llegando a aquella fascinante ciudad edificada sobre postigos soportados en lava volcánica, con cerca de doscientos mil habitantes distribuidos en una vasta extensión liquida –el lago Texcoco–, con monumentales construcciones arquitectónicas y una exótica población ataviada con textiles de incomparable terminación, la cosa comenzó a ponerse fea, pero fea, fea. Cortés se coló en la trastienda del Imperio Azteca y comenzó a teledirigir a Moctezuma, y no se sabe cómo ni por qué, pero un día indeterminado, al parecer, sus cabreados súbditos le arrearon unas cuantas pedradas de tamaño natural cuando estaba dirigiéndose a ellos; otras versiones dicen que fueron los propios españoles los que le dieron el pasaporte. El caso es que se armó la marimorena.

Tras una severa derrota infligida por los iracundos lugareños que en número de 100.000 los acosaban durante la famosa huida que ha quedado en los anales como la "Noche Triste", en la que perecieron más de cuatrocientos españoles y miles de sus aliados tlaxcaltecas, Cortes se rehízo y de vuelta a las andadas, les cortó el acueducto que suministraba el agua a los habitantes de Technotitlan, construyó una flota y embarcó en ella la artillería de las naves que había dejado en la costa y así, de esta manera, este empecinado extremeño arrasó hasta los cimientos una de las urbes más increíbles que haya dado en ser la imaginación humana.

Armas de destrucción masiva: la gripe

Pero no solo eso, Hernan Cortés, sin saberlo, era portador de sofisticadas armas de destrucción masiva. La gripe, el tifus, la viruela y otros pérfidos bichitos se coaligaron con los venidos del este y todos juntos y bien compinchados les hicieron un roto más que importante a los aztecas-mexicas dándose la apocalíptica situación de que en menos de treinta años, veinte millones de almas perecerían en un holocausto sin precedentes en los anales del tiempo.

Al final, paradojas de la historia, la catedral metropolitana se construyó con las piedras del Gran Templo que albergaba en sus galerías miles de cráneos que dormían el sueño de los justos.

Unos nacen y otros mueren, unos vienen y otros se van: la vida.

"Si votar sirviera para cambiar algo, ya estaría prohibido".

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