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Estas han sido las últimas comidas de los condenados a muerte
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Estas han sido las últimas comidas de los condenados a muerte

Desde una hamburguesa doble con queso hasta una solitaria aceituna: la comida nos invita a evocar vivencias y sensaciones que ocupan un lugar especial en nuestra memoria

Foto: No en todos los Estados de EEUU se permite este 'privilegio'. (iStock)
No en todos los Estados de EEUU se permite este 'privilegio'. (iStock)

La magdalena de Proust encarna a la perfección el poder de los alimentos para despertar algunos de nuestros recuerdos más profundos. Nuestro cerebro es capaz de guardar cientos de historias, sabores, olores y sonidos que de repente nos sorprenden y desplazan por los recovecos de la nostalgia. Al escritor francés ese placer inconsciente provocado por la magdalena le trasladó a los veranos de su infancia. La comida nos invita a evocar vivencias y sensaciones que ocupan un lugar especial en nuestra memoria. Por esa razón, la pregunta a la que se enfrenta cada preso en el corredor de la muerte provoca una respuesta emocional tan intensa: y tú, ¿qué elegirías para tu último bocado?

Decisiones nada arbitrarias

La artista y cocinera Julia Ziegler-Haynes explora ese mismo interrogante en su proyecto 'Today's Special (El especial de hoy)' que, además de recrear cuidadosamente las comidas de los presos en fotografías, se compone de una extensa investigación de los registros públicos sobre las peticiones de las personas a punto de ser ejecutadas (al menos cuatro horas antes). “Lo que realmente encontré interesante fue la particularidad de las decisiones”, dice la autora. “Fue de verdad la última decisión de sus vidas. En una situación tan extrema, la decisiones arbitrarias como elegir un 7-Up frente al Sprite cobran un factor emocional muy intenso”.

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Comentar las elecciones de los presos ya se ha convertido en una tradición entre los medios americanos y sus audiencias. "El ritual de la última cena cautiva la imaginación del público porque la actividad de sentarse a comer es algo con lo que los estadounidenses que no han estado en la cárcel se pueden identificar", señala Deborah Denno, profesora de Derecho y experta en las leyes de pena de muerte, a la BBC.

No obstante, y pese a ser uno de los 25 países que usaron la pena capital en 2015, no en todos los Estados americanos se concede este "privilegio". La decisión de Texas (el Estado en el que se registran un mayor número de condenas) de abolir la 'comida especial' tiene su miga: poco antes de que el reconocido defensor de la supremacía blanca Lawrence Brewer fuese ejecutado con una inyección letal en 2011, ordenó dos bistecs, una hamburguesa triple con queso, una tortilla de huevo con queso, un tazón grande de quimbombo, tres fajitas, un litro de helado y 500 gramos de carne a la parrilla con media barra de pan blanco. No probó ni un solo bocado. El gesto fue intrepretado por los políticos como una burla y, desde entonces, a los condenados en Texas se les ofrece la misma comida de cafetería que al resto de prisioneros.

Comida rápida y una solitaria aceituna

Antes de la abolición, el Departamento de Justicia Criminal de Texas realizó entre 1982 y 2003 un pormenorizado (y en cierto modo macabro) estudio que mostraba que quienes se encuentran en el corredor de la muerte suelen pedir hamburguesas dobles con queso, patatas fritas, ensaladas, huevos fritos, enchiladas y jalapeños picantes, además de helados. Las pizzas y el pollo frito también suelen aparecer entre las peticiones. Es decir, principalmente comida rápida, la típica americana, y nada de delicatessen.

La decisión la suelen tomar por un recuerdo de su vida pasada: 'Cuando salíamos a divertirnos, ¿qué comíamos?'

Esta tendencia indica que los condenados desean algo que les recuerde por última vez a su hogar, según explica Phoebe Elisworth, profesora de Psicología en la Universidad de Michigan, a la BBC. "La mayoría de los delincuentes son de origen humilde", señala Elisworth. "Es un recuerdo de la vida que tenían antes: 'Cuando salíamos a divertirnos, ¿qué comíamos?'".

Según Ziegler-Haynes, la selección de los menús va desde esa nostalgia por tiempos mejores hasta lo político. Por ejemplo, antes de ser ejecutado por una inyección letal, Robert Anthony Buell, de 62 años, condenado por el asesinato de una niña de 11 años, pidió una solitaria aceituna negra. Buell tuvo ocho años para decidir su última comida y finalmente optó por la aceituna con el fin de que un olivo creciese de ella como un símbolo de paz.

Aliviar la conciencia del verdugo

Conviene recordar que hay quien considera que este ritual no tiene la intención de consolar a los condenados sino a la sociedad misma, al suavizar el hecho de que se le va a quitar la vida a un ser humano con la plena autorización de la ley. “Esto de las últimas comidas son un truco para hacer sentir mejor a los presos antes de la ejecución”, asegura Lawrence Hayes, un excondenado a muerte convertido en activista, en el 'Huffington Post'. “Cuando pensé por primera vez el asunto, me dije a mí mismo: 'Vale, esto es un acto de humanidad, de benevolencia'. Pero cuando comencé a estudiarlo a fondo, me di cuenta de que fue creado para aliviar la conciencia del verdugo”.

Las últimas cenas

Robert Anthony Buell, 2002: una solitaria aceituna negra.

James Rexford Powel, 2002: una taza de café.

Lewis Eugene Gilbert, 2003: una caja de hamburguesas Whoppers, una tarrina grande de helado de vainilla y conos para el helado.

Jackie Lee Willingham, 2003: un plato de fettuchine alfredo, una pizza de pepperoni, pan y dos Peppermints. 

Peter J. Miniel, 2004: 20 tacos de carne, 20 enchiladas de carne, dos hamburguesas con queso, una pizza con jalapeños, pollo frito, espaguetis con sal, un pastel de fruta, la mitad de un pastel de chocolate, la mitad de otro de vainilla, un helado de nata y caramelo, dos Coca Colas, dos Pepsis, dos cervezas y dos zumos de naranja. 

Hastings Arthur Wise, 2005: una cola de langosta, patatas fritas, ensalada de col, pudding de plátano y un vaso de leche.

David Leon Woods, 2007: pizza y tarta de cumpleaños. 

La magdalena de Proust encarna a la perfección el poder de los alimentos para despertar algunos de nuestros recuerdos más profundos. Nuestro cerebro es capaz de guardar cientos de historias, sabores, olores y sonidos que de repente nos sorprenden y desplazan por los recovecos de la nostalgia. Al escritor francés ese placer inconsciente provocado por la magdalena le trasladó a los veranos de su infancia. La comida nos invita a evocar vivencias y sensaciones que ocupan un lugar especial en nuestra memoria. Por esa razón, la pregunta a la que se enfrenta cada preso en el corredor de la muerte provoca una respuesta emocional tan intensa: y tú, ¿qué elegirías para tu último bocado?

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