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"Pido limosna con mi bandera porque soy español, ¿y qué?"
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"Pido limosna con mi bandera porque soy español, ¿y qué?"

Un anciano normal y corriente complementa sus ingresos pidiendo en un semáforo y sorteando a las cada vez más poderosas mafias que dominan la calle

Foto: El pensionista mendigo y patriota. (Daniel Borasteros)
El pensionista mendigo y patriota. (Daniel Borasteros)

A lo lejos parece una peonza con boina bamboleándose. Pero cuando se acerca, caminando por la calzada y pegado a los coches, la peonza resulta ser José, el pensionista mendigo y patriota que tiene su negocio frente al Estado Mayor. A José, a primeros de enero, le llegó la carta de la ministra de trabajo, Fátima Báñez, a su casa de Legazpi, en el sur de Madrid. Le informaba de que le habían subido “el sueldo” un 0,25%. Hizo una bola con la misiva y la lanzó a la papelera. Su verdadera fuente de ingresos está en pleno Paseo de la Castellana, con vistas al cogollo financiero de Madrid.

José, que roza ser un octogenario, nunca ha tenido problemas de adicciones, ni de salud mental. Tampoco de exclusión social por ningún motivo. Hasta su jubilación regentaba el bar El Globo, en la Ciudad de los Ángeles. Lleva esos pantalones grises de tela que gastan muchos señores mayores y una chaqueta verde como de cazador perdido en la ciudad. La cabeza cana la cubre con una gorra. En ocasiones, juega a la petanca en el hogar del jubilado que se esconde detrás del Ministerio de Trabajo.

No vamos a poner un agente de paisano para que corra tras un anciano para levantar un acta y ponerle una multa que no pagará

José es un pensionista normal y corriente, uno de los casi 9 millones que hay en España (cobra cerca de 700 euros de pensión tras cotizar muchos años como autónomo, “¡una mierda!”, puntualiza él), aunque no es precisamente un viejecito amable y dicharachero. Cada palabra sale de su boca con dificultad y una sonrisa irónica. Quizá contribuya a su falta de locuacidad el que es consciente de que su actividad es ilegal. En realidad, pide limosna rodeado de varias banderas españolas “porque soy español, ¿y qué?”, aunque bajo la tapadera de vender bolsitas de pañuelos a los conductores que se detienen frente a él en el semáforo.

“Se considera venta ambulante y es una actividad ilegal, por supuesto”, comenta un mando de la policía local, “pero no vamos a poner un agente de paisano para que salga corriendo detrás de un anciano para levantarle un acta y ponerle una multa que no va a pagar”, revela sin poder evitar que se le escape una risilla. La policía, en lo que respecta a la venta ambulante, se centra en aquellos “choricillos de poca monta” que aprovechan la oferta de pañuelos para distraer a las víctimas y “meter la mano en el bolso o robarte la cartera”. De todos modos, si un particular denunciara a José, la policía no tendría más remedio que actuar. No ha sido el caso y no parece que vaya a serlo.

Los servicios sociales no tienen nada que ver con la vida de José, no los necesita. Algo que hace su caso único en toda la ciudad. El resto de pensionistas u otras personas a las que no les llega el dinero que reciben, acuden a las parroquias, a Cáritas o a las administraciones (generalmente a todo ello a la vez) para llegar a fin de mes. No son emprendedores, como José.

La ley de la calle

Muy distinto es el caso de Popeye, que pide limosna una manzana más arriba. Popeye (sí, le llaman así porque no tiene dientes) también es un anciano, aunque algo más joven. Pero él sí responde al perfil clásico de hombre de la calle. No tiene techo, duerme en albergues, padece alguna clase de demencia, ha abusado de las drogas y es alcohólico. Vive de la limosna y los servicios sociales. Según la Fundación RAIS, solamente en la Comunidad de Madrid hay 2.576 personas sin hogar. De ellas, más de 900 duermen en plena calle. El resto, en albergues. En Barcelona aún hay más: 2.914 personas sin hogar.


Otra manzana más arriba y ya en todas las sucesivas hasta llegar al centro de la ciudad, serán hombres rumanos los que ofrezcan los pañuelos de papel. Algunos, según la policía, aprovecharán para robar, otros simplemente serán muy insistentes mientras estás en una terraza y pondrán mucha cara de pena mientras hacen el gesto de llevarse los dedos a la boca. La traducción del gesto es "tengo hambre".

Vienen unos tipos y rodeándote dicen que no les gusta verte ahí, así que lárgate. Es mejor hacerles caso, en serio

También para por la zona, a dos manzanas, dirección al gran atasco capitalino de José Abascal, el malabarista Matías, argentino y joven. Él vive así por elección, porque le gusta estar al margen “de la sociedad de consumo” y llevar un bombín en la cabeza, pero advierte de que en los semáforos la competencia es feroz y de que, a él le ha pasado, un día "vienen unos tipos y rodeándote te dicen que no les gusta verte en esa esquina, así que que te largues y te busques otro sitio para trabajar. Es mejor hacerles caso, en serio”.

Las mafias de mendicidad organizada siguen operando de la manera habitual. Trasladan a la gente en furgonetas desde la Cañada Real, lugar de asentamiento chabolista a pocos kilómetros de Madrid, u otros sitios de la periferia al centro a primera hora de la mañana. Después, “con una pizarra y un rotulador”, según confirma uno de los trabajadores de la Comunidad de Madrid, trazan el plan del día y las rutas. Lo que se ha observado es una menor cantidad de tullidos. Hace menos de un año se dio un fuerte golpe a las mafias que trasladaban a estas personas desde hospitales y sanatorios psiquiátricos rumanos a España. “Se nota que hay menos”, confirman desde una de las asociaciones de rumanos de España, pero tampoco quieren profundizar mucho en el asunto: “De esos temas no queremos hablar”, zanjan desde Scanteia.

Más mafia

Juan, agente municipal en el barrio de Moncloa, lo tiene claro: "No hay menos bandas de mendigos en absoluto, quizá menos de esos que venían sin manos o sin pies, pero las mafias organizadas funcionan exactamente igual o incluso con más gente". Juan revela que han visto en más de una ocasión cómo se reparten el trabajo y las ganancias, pero advierte de que "no merece la pena actuar porque no hay pruebas y la mendicidad es una simple falta administrativa. Ni siquiera les puedes filiar, ¿para qué?".

Según su experiencia, la extorsión y amenazas a otro tipo de mendigos es continua, "pero no es violenta, no sacan un cuchillo. Simplemente les dicen que se vayan y que de tal a cual esquina no se les ocurra aparecer. Los mendigos 'sin techo' lo asumen y se largan a otro lado". En opinión de este veterano agente no es posible evitar las correrías de estas bandas "ni hay ningún plan para hacerlo". "A las mafias les va muy bien", desvela Juan, que asegura que "van y vienen de Rumanía a España y van acumulando lo que ganan en su país".

Según un policía hay más mafias "porque les va muy bien" y asegura que ha visto a los jefes repartir el trabajo, pero "no merece la pena actuar"

Las amenazas para controlar los territorios son habituales, pues, pero José asegura que a él nadie le tose en su semáforo, y eso que es uno de los más jugosos de Madrid: “No hay ningún problema, a veces hablo con otros vendedores, pero nunca en plan mal, solo comentando cosas”, dice con su media sonrisa no muy cálida y guiñando los ojos nublados por las cataratas al sol. Quizá el que nadie lo moleste tenga algo que ver que está a dos pasos de unos guardias civiles con subfusiles que le saludan al cruzar la calle y vigilan el edificio del Estado Mayor de la Defensa... O quizá no.

A lo lejos parece una peonza con boina bamboleándose. Pero cuando se acerca, caminando por la calzada y pegado a los coches, la peonza resulta ser José, el pensionista mendigo y patriota que tiene su negocio frente al Estado Mayor. A José, a primeros de enero, le llegó la carta de la ministra de trabajo, Fátima Báñez, a su casa de Legazpi, en el sur de Madrid. Le informaba de que le habían subido “el sueldo” un 0,25%. Hizo una bola con la misiva y la lanzó a la papelera. Su verdadera fuente de ingresos está en pleno Paseo de la Castellana, con vistas al cogollo financiero de Madrid.

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