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“La idea de que el conocimiento no cuenta y de que los expertos mienten es un problema”
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MARK THOMPSON, CEO DE 'THE NEW YORK TIMES'

“La idea de que el conocimiento no cuenta y de que los expertos mienten es un problema”

Desde hace algo más de cuatro años, el inglés ha liderado el 'New York Times' en una de sus etapas más convulsas. Ahora publica 'Sin palabras', donde vaticina la oratoria Trump

Foto: El consejero delegado de 'The New York Times' durante un momento de la entrevista. (Carmen Castellón)
El consejero delegado de 'The New York Times' durante un momento de la entrevista. (Carmen Castellón)

Un 3 de septiembre de 1979, un joven londinense llamado Mark Thompson comenzó a trabajar como RAT (ayudante de investigación en prácticas, pero también “rata”) en la BBC. Poco podía imaginarse que terminaría convirtiéndose en una de las figuras más importantes del periodismo del siglo XXI. Entre 2004 y 2012 fue director general de la televisión pública británica, después de dirigir Channel 4, y en agosto de 2012 fue nombrado CEO de 'The New York Times'.

Lo que le trae a España estos días es, no obstante, 'Sin palabras. ¿Qué ha pasado con el lenguaje de la política' (Debate), un ensayo sobre las derivas del lenguaje político durante las últimas décadas que tiene tanto de erudito como de autobiográfico, ya que recorre la Inglaterra de Thatcher o los EEUU de Reagan y Clinton que Thompson conoció de primera mano, hasta llegar a la América de Trump. El autor también ha presentado el libro en una conferencia en la Fundación Rafael del Pino.

Trump refleja lo que explico en el libro: la compresión del discurso, la exageración y lo que considera “el idioma de la gente”

El propio periodista es consciente de que su libro, publicado en inglés en septiembre del pasado año, anticipa y predice el estilo del presidente Trump. También sabe que resulta irónico que 'The New York Times' haya sido precisamente uno de los blancos preferidos del POTUS, así que qué mejor lugar para dar comienzo a nuestra entrevista.

PREGUNTA. Empecemos por un famoso tuit que todos conocemos, firmado por el presidente de los Estados Unidos, Donald Trump: “el fracasado 'New York Times' se ha equivocado desde el principio. Dijo que perdería las primarias, y luego las generales. ¡NOTICIAS FALSAS!”. ¿Es un resumen en 140 caracteres de lo que usted explica en más de 400 páginas?

RESPUESTA. Es una sensación rarísima escribir un libro a lo largo de varios años y justo cuando lo terminas todo aquello de lo que hablas comienza a cobrar vida. Con lo cual, sí. Creo que en realidad Donald Trump refleja muchas de las cosas que explico en el libro: la compresión del lenguaje, el uso de la exageración y ese intento muy deliberado de reflejar lo que el llama el “idioma de la gente de verdad”, no el de las élites.

El libro comienza con un tuit de Sarah Palin y lo que me resulta interesante es que ya en 2009 ella habló de “los comités de la muerte” [“death panels”]. Ni siquiera tenía un cargo público, era comentarista en Fox News. Todos los días publicaba y tuiteaba cosas en Facebook y Twitter para recabar atención. Ese tuit fue recogido inicialmente por las radios conservadoras de derechas y más tarde fue replicada por otras páginas. Así que hace ocho años ya se anunciaba lo que iba a ocurrir. Lo que en ese momento no se veía venir es que el propio presidente de los Estados Unidos se iba a comportar como Sarah Palin.

P. En el populismo y otras nuevas tendencias, el político asegura dirigirse directamente a la así llamada “gente” a través de su propio lenguaje. Y lo hace a través de redes sociales o usando la televisión y los medios de la red en su provecho. ¿No han perdido los medios tradicionales toda la influencia que tuvieron como mediadores entre la política y el ciudadano?

R. Esta idea de que hay una élite que utiliza la retórica para confundir al público y mentir no tiene nada de nuevo. Cito en el libro el famoso discurso de Marco Antonio en la obra 'Julio César', en el que dice “no soy un orador como Bruto, pero como todos sabéis, soy un hombre franco”. Esta idea del hombre sencillo es bastante antigua.

Los políticos han descubierto algo obvio para los adolescentes: que a través de Facebook o YouTube pueden comunicarse con la gente

Lo interesante es que esa idea antigua empieza a combinarse con una nueva, la desintermediación de los medios por parte de las redes sociales y otros canales, de forma que ese hombre sencillo puede hablar directamente con el público. Esta idea de comunicación directa es positiva. Lo que ha sucedido es que los políticos han descubierto algo que era obvio para los adolescentes desde hace 10 años: que a través de Facebook o YouTube, donde han surgido nuevas estrellas, pueden comunicarse directamente con el público. Ahora los políticos están empezando a hacer lo mismo.

No me parece que eso haga irrelevante el periodismo. Lo que significa es que tenemos que centrarnos en responsabilizar a los políticos por lo que dicen y ofrecer contexto y análisis para que la gente pueda entender lo que ocurre.

P. Muchos medios de comunicación han adoptado la misma retórica que los nuevos políticos. Es el caso de Breitbart News o YourNewsWire, cuyo lema es “Noticias. Verdad. Sin filtros”. ¿Cómo compite un medio tradicional con esa nueva retórica?

R. Básicamente, el reto que afrontan los medios es parecido al que afrontan los políticos: cómo hacerse oír entre el ruido y cómo tener un verdadero impacto sobre las personas, evitando la tentación de exagerar, concentrar y simplificar, como ocurre con los políticos.

Si bien es cierto que algunos escuchan solo mensajes muy sencillos, todavía quedan muchos que quieren algo más, que quieren aprender y entender el mundo de una forma más profunda. Estamos viendo en todo el mundo mucho periodismo responsable por nuevos editores digitales. Creo que el éxito de El Confidencial es un buen ejemplo de que hay una demanda de periodismo serio y genuino.

P. Uno de los razonamientos de la nueva política es que los medios forman parte de la élite, a quien sirven, y no del pueblo. De ahí que cuanto más ataque un político a los medios, más se acercan a la gente. ¿Ha faltado una autocrítica de los medios tradicionales en su relación con el poder?

R. Sí. Creo que los medios responsables –he tenido la suerte de trabajar tanto para la 'BBC' como para 'The New York Times'– siempre han entendido la necesidad de mantener esa separación, pero tampoco es lo más frecuente. Supongo que conoces la cena anual de la Asociación de Prensa de la Casa Blanca, en la que todo el mundo se viste de etiqueta y es una noche un poco jocosa en una sala de fiestas en Washington D.C., donde los políticos se ríen de sí mismos mientras los periodistas les aplauden.

Si los medios y los políticos parecen un club exclusivo, no puede sorprendernos que los excluidos sientan resentimiento

Hace años que 'The New York Times' no asiste, porque hay muy poca separación. Además este año el presidente Trump ha decidido no ir, y creo que hace bien. Si los medios y los políticos empiezan a parecer un club exclusivo, no puede sorprendernos que los que se ven excluidos sientan resentimiento. Esa es una de las razones por las que tanto los políticos como los medios han sufrido esa pérdida de confianza del público.

En lo que no esto de acuerdo con el presidente Trump es en que 'The New York Times' sea un ejemplo de ese elitismo. El día que el presidente nos visitó, poco antes de Navidades, comenzó el día con un tuit en el que decía “el fracasado 'New York Times'”. Al salir, dijo delante de los demás medios que estaban allí que éramos una joya para Estados Unidos y el mundo.

Lo que Trump representa es una especie de indeterminación. Puede decir una cosa y la contraria. Cuando vino a comer, le preguntamos “¿va a restituir la tortura?”, porque durante la campaña dijo que sí. Nos respondió que había estado hablando con el general Mathis, que le había dicho que eso no funcionaba, así que se lo estaba pensando. Pero después de eso ha vuelto a asegurar que la va a restituir, o que él quiere pero Mathis no quiere… Por un lado, el “fracasado New York Times”; por otro, “la joya de Estados Unidos”.

También le preguntamos si iba a denunciar a Hillary Clinton, pero no nos dijo ni que sí ni que no. Respondió “no quiero hacer más daño a los Clinton”. Es muy subjetivo. A diferencia de los políticos tradicionales, no te da una respuesta definitiva. Es más bien “me siento así en este momento”. ¡Lo cual es muy apropiado para Twitter! Twitter te pregunta cómo te sientes. O como una estrella de YouTube.

P. La sensación que existe en España es que los partidos de derechas han sabido aprovechar bien estos nuevos códigos, mientras que la izquierda, especialmente la socialdemócrata, se ha quedado muy atrás, lo que ha supuesto su perdición. ¿Está de acuerdo?

R. Al menos, es muy interesante. En algunas culturas hay ejemplos de movimientos y partidos progresistas que utilizan las redes sociales de forma eficiente. Durante la primavera árabe, los grupos que protestaban eran mucho más efectivos que el 'establishment', más conservador. Tengo la sensación de que potencialmente algunos de los partidos izquierdistas han utilizado las redes bastante bien.

Pero tienes razón en que en EEUU y Reino Unido estos movimientos populistas de derechas han sido muy efectivos. Por ello esta idea de que los políticos progresistas tienen la mente más abierta no es cierta: ¡los progres son más conservadores!

P. Otra sensación es que la prensa es como el doctor Frankenstein: ha creado un monstruo político, porque le venía bien, y ahora ese monstruo se ha rebelado y tiene vida propia. ¿No es así?

R. No exactamente. Creo que de ser cierto, la insurgencia populista no necesitaría tener sus propios medios. De hecho, diría que dentro de los medios, algunos que ya existían como Fox News y otros relativamente nuevos como Breitbart News sí se han acercado mucho. Breitbart apareció como una nueva voz para los derechos de los populistas. De alguna manera están estrechamente relacionados.

La idea de que el conocimiento no cuenta y que hay que desconfiar de los expertos porque te pueden mentir es un problema

Si vuelves a los años 30 del pasado siglo, en Europa podías ver que parte de los medios ayudaban a los populistas y a los fascistas, pero los partidos fascistas creaban sus propias organizaciones de prensa. Cuando estaban en el poder, apoyaban a estas organizaciones para garantizar que su mensaje se difundía.

Para dejar las cosas claras, en EEUU Trump no considera que haya tenido ninguna clase de ayuda, ni por parte de 'The New York Times' ni de 'CNN', sino que siempre nos ha visto como el enemigo. Pero no somos el enemigo, somos periodistas profesionales y tenemos que informar de lo que ocurre. No tiene sensación de que su éxito se deba a nosotros, sino más bien, a pesar de nosotros.

P. Se está produciendo una desprofesionalización de la política, unida a la crítica al tecnócrata. En el libro utiliza el ejemplo de Ronald Reagan, que presumía de que él no era un político. ¿Pero no estamos corriendo hacia un peligroso aplauso de los no profesionales y una crítica del consenso y a las concesiones que marcaron la política tras la Segunda Guerra Mundial?

R. En términos más amplios, la división de la sociedad entre una minoría de expertos con altos niveles de educación, con conocimientos económicos, sociológicos, médicos y de otras disciplinas, y una mayoría con menos oportunidades de formación, es también una brecha en el lenguaje, entre la forma en que hablan los expertos y la forma en que habla la gente normal. Es un problema fundamental en las sociedades occidentales.

El peligro viene de que esos grupos puedan terminar despreciándose mutuamente. Creo que la forma en que procesemos esto y redescubramos el respeto por el otro será el gran debate. Tenemos en EEUU un nuevo director de la Agencia de Protección Medioambiental (EPA), que no solo no cree en el calentamiento global, sino que además dice que es experto en ello. No lo es. La idea de que el conocimiento no cuenta y de que hay que desconfiar de los expertos porque te pueden estar mintiendo es un problema.

P. Se produce una espiral de silencio: aquí estamos usted y yo hablando de Donald Trump, que marca la agenda informativa del día con un tuit publicado a primera hora, y crea el marco en el que lo discutimos.

R. El señor Trump representa un estilo de relaciones públicas muy diferente al de todos sus predecesores. Barack Obama era una figura vagamente remota, rara vez se reunía con periodistas, sus declaraciones públicas estaban cuidadosamente planificadas y eran bastante defensivas. Donald Trump cree en llevar la batalla al campo del enemigo y en llenar el aire con su voz e ideas.

El señor Trump tiene un número de teléfono móvil que la mayoría de periodistas conocen y al que pueden llamar para preguntarle

Hace un par de semanas hablé con un par de periodistas que estaban escribiendo un artículo sobre Trump y la Casa Blanca, y contactaron con Steve Bannon, que les dijo “¿por qué no os pasáis esta noche y hablamos?” Les dieron dos horas en la Casa Blanca y Bannon les dijo “¿por qué no hablamos con el propio Trump y le preguntáis qué opina él?”. Es una especie de confianza y flexibilidad que permite tener un abordaje proactivo hacia los medios, que era algo que no se había visto.

El señor Trump tiene un número de teléfono móvil que la mayoría de periodistas conocen y al que pueden llamarle para preguntarle cosas. Es un estilo muy diferente. Se cuida mucho menos que los políticos tradicionales. Si te fijas en todos los líderes populistas, como Nigel Farage del UKIP o Beppe Grillo en Italia, se sienten muy a gusto con los medios.

P. Eso también está condicionado por los modelos de negocio de la prensa. En el pasado acudías al kiosko a comprar el periódico que creías que analizaba mejor la realidad. Ahora se depende enormemente del tráfico web o de las suscripciones, como ocurre con 'The New York Times'. ¿Hasta qué punto eso condiciona los contenidos?

R. Hay una gran diferencia entre ambos modelos. Y tengo que decir que a la larga me parece más cómodo el modelo que establece una relación de confianza entre el que suministra las noticias y el lector comprometido que da valor a las noticias que lee. La publicidad es un ingreso perfectamente válido, pero siempre corres el riesgo de que en un modelo basado en publicidad, te centres más en los intereses del anunciante que en los del lector.

En la práctica se pueden combinar de forma efectiva, y un publicista inteligente también tiene interés en enganchar al lector. El mayor problema al que se enfrentan actualmente los medios de todo del mundo es la disrupción del modelo basado en publicidad, y el hecho de que ahora los anunciantes puedan llegar a los consumidores a través de plataformas digitales como Facebook o Google.

P. En su libro escribe lo siguiente: “La mayoría de los jóvenes que trabajan para las nuevas editoriales no se encuentran metidos hasta el cuello en una zona de guerra ni cuentan con el tiempo y los recursos necesarios para seguir una heroica investigación de largo alcance, sino que están encerrados en una maquiladora digital, plagiando el trabajo ajeno, redactando listas y mendigando clicks, corriendo para mantenerse un paso por delante de las cuchillas de esa implacable segadora que es el algoritmo de Facebook”. ¿No es otro gran problema?

R. Sí. Los periodistas jóvenes siempre han tenido que trabajar duro, pero hay un problema en el ecosistema, que básicamente es que la publicidad digital no proporciona suficientes nutrientes para alimentar a las redacciones. Los ingresos son muy débiles y la capacidad de las redacciones de proporcionar un salario profesional suficiente y dar a los periodistas el tiempo que necesitan para madurar un trabajo más serio no se puede financiar con esta débil fuente de ingresos.

La monetización no es la parte difícil de un periódico. Si haces algo que tiene mucho valor, la gente lo va a pagar

Uno de los motivos por los que creo que casi todas las publicaciones deberían tomarse más en serio el modelo de ingresos digital es porque la probabilidad de encontrar un modelo de éxito con el que se pueda pagar periodismo de calidad es mayor al centrarse en un número menor de lectores, más comprometido. Un periódico o una página web que regularmente puedan ofrecer periodismo de investigación con éxito como los papeles de Panamá es algo valioso. Si el producto es bueno, se vende.

P. ¿Cuál es el futuro inmediato de 'The New York Times'? Su edición impresa ha sufrido una gran caída, aunque lo está compensando con un ascenso en las suscripciones digitales. ¿Cuáles son los retos?

R. Para nosotros el corazón de lo que hacemos es construir una experiencia interesante de periodismo profundo para 'smartphones', y creo que estamos avanzando bastante. Sin embargo, creo que debemos lograr que el periodismo sea exitoso, porque es posible que en el futuro solo haya dispositivos móviles, aunque también ordenadores de sobremesa y periódicos en papel, pero la vida y la muerte se juegan en el móvil.

Foto: Jill Abramson, exdirectora de 'The New York Times', ayer en Madrid. (Pablo López Learte)

Yo supongo que seguiremos teniendo durante muchos años un 'New York Times' en papel, pero todos nuestros esfuerzos se tienen que dirigir a lograr el éxito de la edición móvil. La verdadera batalla será ofrecer un periodismo que tenga tanto valor que los lectores día tras día quieran pasar mucho tiempo leyendo. Me interesa mucho más el compromiso profundo de la audiencia que ninguna otra consideración.

Si se da valor al producto, termina siendo rentable. La monetización no es la parte difícil. Muchos de los medios piensan que sí, pero no es así. Si haces algo que tiene mucho valor, la gente lo va a pagar. La batalla en este mundo con tanto ruido es lograr que la gente se comprometa con el valor profundo del contenido que les ofreces.

Un 3 de septiembre de 1979, un joven londinense llamado Mark Thompson comenzó a trabajar como RAT (ayudante de investigación en prácticas, pero también “rata”) en la BBC. Poco podía imaginarse que terminaría convirtiéndose en una de las figuras más importantes del periodismo del siglo XXI. Entre 2004 y 2012 fue director general de la televisión pública británica, después de dirigir Channel 4, y en agosto de 2012 fue nombrado CEO de 'The New York Times'.

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