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Un bandolero anda suelto: la historia oculta del Lute de Cádiz
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Prófugo de la justicia

Un bandolero anda suelto: la historia oculta del Lute de Cádiz

La misteriosa desaparición de Antonio Sánchez, el hombre que vivió prófugo de la justicia durante años en las montañas con un trabuco y sus perros

Foto: La Guardia Civil sospecha que Antonio deambula por alguna ciudad. (iStock)
La Guardia Civil sospecha que Antonio deambula por alguna ciudad. (iStock)

Antonio Manuel Sánchez, gaditano de 44 años, vivía en la espesura del monte, prófugo de la justicia, con el rostro enmarcado en una barba cerrada, una mirada feroz de cuencas hundidas que trasluce sus brotes esquizofrénicos y un trabuco en la mano. Era el último bandolero andaluz. Ocupaba una cueva y los recovecos de la montaña eran sus amigos y su refugio. Había escapado varias veces de la cárcel y no está dispuesto a regresar. Pone a su perro pitbull Titán de testigo: “¡Nunca volveré a estar preso!”.

Pero según la Guardia Civil de la población gaditana de El Bosque, que son los agentes que se encargan desde hace años de buscarlo, “eso es una idea muy bonita y muy romántica, pero ese tipo es muy listo y ya está en alguna ciudad grande, donde es más sencillo pasar desapercibido. Esa es nuestra convicción”. Antonio se ha hecho un urbanita, aunque nadie sabe dónde se esconde desde 2014. Se lo tragó la tierra y los cuerpos de seguridad apuestan a que eso sólo es posible en una capital, seguramente Sevilla. “En la ciudad es fácil pasar desapercibido, en los albergues o por donde andes si lo haces con cuidado”, deslizan los agentes como explicación a la mudanza.

De hecho, dudan de que nunca pasase mucho tiempo en la sierra de Grazalema, donde supuestamente vivía, agreste y montaraz, cometiendo pequeños delitos. En España hay cerca de 4.100 personas que no se sabe dónde están. Pueden ser prófugos de la justicia o gente que simplemente desapareció un día sin dejar rastro. Este dato se ha hecho público este año por primera vez desde el Ministerio de Interior.

Antonio tiene una mirada feroz que trasluce sus brotes esquizofrénicos de hombre que charla con el demonio, un trabuco y cuatro pitbulls

Antonio Manuel tiene las manos, la tripa y la cara llenos de cicatrices blanquecinas como pequeñas lombrices. Son de las veces que lo han apuñalado en sus repetidos ingresos en prisión. Antonio, dueño de cuatro perros de raza pitbull, ha vivido mucho tiempo en el monte. En 2006, después de 14 años “en chirona” se instaló en la sierra de Grazalema, cerca de Benamahoma (Cádiz), donde vivían su madre y abuela. Conocía bien la montaña: su abuelo, cazador furtivo, se la enseñó cuando era niño.

Allí fue forjando su carácter indomable. Nunca conoció a su padre. “Es el que me dio la vida, tenerlo lo tuve, pero nunca lo conocí”. Y fue modelando al hombre casi salvaje y de pocas palabras capaz de sobrevivir durante años a la intemperie y de alimentarse de su propia caza. Antonio dice que nunca ha hecho nada realmente malo y es cierto que en su historial no hay delitos de sangre. Él asegura que tiene un demonio dentro que le ordena cosas con las que a veces no está de acuerdo. Lo que ocurre, es que no le queda más remedio que obedecer. Padece esquizofrenia.

Existencia salvaje

En todos sus años de existencia salvaje se fue forjando una leyenda en la comarca. Pequeños delitos y hurtos en huertos y corrales que se le atribuían. Vivía a salto de mata y de vez en cuando bajaba a ver a su vieja “yaya” para que le diese cosas de comer y recados. En la casa de su abuela, también aprovechaba esas visitas para ocupar partes de otras fincas y construir edificaciones anejas ilegales. Cosas del demonio. También para empalmar la luz y el agua. 'El Lute gaditano' nunca ha sido muy amigo de las normas. Ni de pagar sus cosas.

Cerca de la construcción y la cueva que le sirvieron de refugio plantó marihuana “para tener un poco de paz”. En ese época se llevó con él a una niña de 14 años, Samanta, que posteriormente quedó embarazada. El hecho de que fuera una menor precipitó los acontecimientos y aquella primera época de vida montaraz quedó abortada en una espectacular batida en la que fue apresado y en la que participaron más de 70 agentes. No era la primera vez que lo intentaban. En esa época, la Guardia Civil de la zona sí tenía pruebas fehacientes de su presencia: encañonó a dos agentes un día en el que casi lo acorralan. Escapó. Todo aquello concluyó en 2011.

Apodado El Lute de Cádiz por su gusto por las fugas, esta vez tampoco duró demasiado tiempo entre rejas y se volvió a escapar. En septiembre de 2013 aprovechó un permiso cuando ya tenía concedido el tercer grado. Dijo que iba a trabajar en un taller de unos religiosos y nunca más se supo. Hasta hoy. Eso, escaparse, fue una de las cosas que él achaca a las órdenes que le da de vez en cuando el demonio que lleva dentro. Según él, además de por el mandato de Mefistófeles, tenía que marcharse porque otros reclusos lo habían amenazado de muerte en la prisión sevillana donde cumplía condena.

Según él, además de por el mandato del demonio, tenía que fugarse porque otros reclusos lo habían amenazado de muerte en la prisión

A partir de entonces fue cuando se supone que regresó a un chamizo cercano a una gruta a vivir con sus cuatro perros, entre ellos Titán, a quién asegura tener adiestrado para lanzarse contra los agentes. Pero los propios guardias civiles que le siguen la pista creen que en realidad solo fue al monte para visitar a su anciana abuela.

La historia de Antonio es más fácil de entender rebobinando. Con 11 años se trasladó desde la Sierra de Grazalema a una humilde barriada sevillana junto a su madre. Desde aquella mudanza casi dejó de pisar el colegio y se hizo muy amigo de la calle. Empezaba un carrusel de trapicheo, coches robados, turistas asaltadas, fiestas y, sobre todo, muchas, muchas drogas. Cocaína, metafentamina, heroína. Todas. Y la cabeza de Antonio ya empezaba a dar muestras de que no funcionaba del todo bien.

La primera vez que pisó “la trena” tenía 17 años. Hacía no demasiado que Antoñito, 'el Gitano', su colega del alma en aquella época, le ofreciera su primera papelina de heroína. A los 19 volvió a ser encarcelado y allí estuvo hasta los 33. La condena fue agravándose por intentos de fuga e indisciplinas. Antonio, el salvaje, no podía aguantar el régimen carcelario. Al fin salió de prisión y se marchó a vivir a Talavera de la Reina (Toledo) junto a una cocaínomana con la que se había casado para agilizar los vis a vis en la cárcel. Duraron seis meses. Los arrebatos y las charlas con el demonio precipitaron el fin de la relación y de un trabajo de albañil.

En el monte robaba gallinas, atracaba gasolineras, se zafaba de los agentes a veces a tiros y llevaba una lanza hecha por él mismo

Los años que vivió en el monte atracaba gasolineras y portaba una lanza hecha por él mismo. El periodista Andros Lozano lo entrevistó para la revista Fiat Lux y advertía: “Si me cazan, me quitaré la vida”. En eso andan aún, en capturarlo, aunque ahora apuntan a la capital sevillana.

Una presencia silenciosa y camuflada entre cientos de miles de personas. Antonio, ahora, lo tiene fácil para confundirse entre la multitud: “Esto no es un estado policial, si no le pides el DNI por casualidad, que él como es listo va a evitar situaciones en las que se lo pidan, es muy difícil encontrarlo, casi imposible”, dicen los hombres que tienen la misión de capturarlo. Antonio es ahora una sombra más en la ciudad.

Antonio Manuel Sánchez, gaditano de 44 años, vivía en la espesura del monte, prófugo de la justicia, con el rostro enmarcado en una barba cerrada, una mirada feroz de cuencas hundidas que trasluce sus brotes esquizofrénicos y un trabuco en la mano. Era el último bandolero andaluz. Ocupaba una cueva y los recovecos de la montaña eran sus amigos y su refugio. Había escapado varias veces de la cárcel y no está dispuesto a regresar. Pone a su perro pitbull Titán de testigo: “¡Nunca volveré a estar preso!”.

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