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Pero Niño, el pirata castellano que doblegó a los ingleses
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la grandeza de un soldado inusual

Pero Niño, el pirata castellano que doblegó a los ingleses

Destacado militar, marino y corsario, Pero Niño ofreció sus servicios al rey Enrique III el Doliente, batallando en el Mediterráneo contra las tropas británicas

Foto: La campaña de Pero Niño en el Mediterráneo.
La campaña de Pero Niño en el Mediterráneo.

Como el almirante Bocanegra o Sánchez Tovar, como Pedro Mesía de la Cerda o Blas de Lezo y otros tantos innumerables marinos de talla única, el castellano Pero Niño, ya a muy temprana edad, apuntaba maneras.

Con tan solo doce años, montado en un percherón, precoz regalo de su padre, con la ballesta de su progenitor, le atinó al trote a un olmo centenario, doce dardos uno tras de otro sin errar ni un solo tiro. La criatura era un espadachín consumado con quince tacos, participando en justas y, en ocasiones, metiendo en cintura a algún noble levantisco a las ordenes de su rey, Enrique III de Castilla. Era un fiera y había sido parido para arrear mandobles a destajo; era un chaval de una naturaleza formidable.

Primeras andanzas

El caso es que con la credencial de sus habilidades, el monarca castellano le había puesto un ojo encima. A raíz de esta simbiótica empatía, se convirtieron en inseparables y el coronado le enviaría a hacer algunos trabajillos por el Mediterráneo, a la sazón un mar proceloso y lleno de corsarios y piratas que vivían opíparamente del cuento y del saqueo.

El Papa Benedicto XIII recordó al almirante castellano que de perseverar en su actitud hostil, sería excomulgado ‘ipso facto’

Así estaban las cosas cuando en comisión de servicio se bajó en una playa de Orán -nido sacrosanto de la piratería berberisca-, de una galera con treinta ballesteros, dando lugar a una épica escena en la que los pocos repartieron abundante estopa a los muchos. Aquel golpe de mano supuso un dolor de cabeza importante para el jerife local que estaba mas acostumbrado a dar que a recibir. Pero la cosa no acabó ahí, pues el castellano le cogería el tranquillo a lo de arrear a los del turbante, convirtiéndose en una pesadilla para los devotos de Allah que no ganaban para sustos.

placeholder Enrique III de Castilla, según Calixto Ortega
Enrique III de Castilla, según Calixto Ortega

Fue entonces cuando nuestro héroe, aburrido de hacer siempre lo mismo en las costas de berbería, cambiaría de aires para fortuna de los abnegados moritos masoquistas. Así estaban las cosas, cuando en uno de sus eufóricos arrebatos quiso ponerles la mano encima a dos piratas de reconocido prestigio cuyas andanzas en el Mediterráneo habían sobrepasado todos los limites.

Juan de Castrillo y Arnau Aymar eran dos prendas. Estos dos granujas trabajaban al alimón para la Corona de Aragón. Sucedió que un buen día de primavera, según cuentan las crónicas, allá por la altura de Menorca, estos dos colegas estaban dejando en paños menores a una embarcación mercante con el pabellón de Castilla. Alertado Pero Niño por unos pescadores que faenaban por la zona, se inició la memorable persecución de los rapiñadores, que a la postre se refugiarían en Marsella con los castellanos pisándoles los talones.

La cosa se puso fea porque Pero Niño quería capturarlos en el mismo puerto y prender fuego a la ciudad por albergar a estos perillanes. El Papa Benedicto XIII, que hacía manitas con el rey de Aragón, envió a sus emisarios para recordarle al almirante castellano que había una cosa que se llamaba obediencia debida y que de perseverar en esa actitud hostil, sería excomulgado ‘ipso facto’. Ni que decir tiene que Pero Niño cogió un berrinche importante y que la cosa, para bien de las partes, no llegó a mayores.

Saqueos en la costa británica

Habida cuenta de las desbordantes energías del belicoso protegido y de la potencialidad de entrar en un conflicto internacional innecesario, Enrique III, con buen criterio, decidió darle otro hueso a su atómico almirante. Y lo envió al norte a aplicarles una terapia de choque a los subidos ingleses que no paraban de hacer de las suyas.

Quiso el futuro, que un gran amigo de la infancia y cronista de sus gestas, Gutierre Díez de Games, volcara en 'El Victorial' –posiblemente la primera biografía española–, sus hazañas por los mares controlados por Castilla, que eran unos cuantos.

El catecismo de Pero Niño era muy sencillo: se acercaba a la costa inglesa, los lugareños huían despavoridos, saqueaba e incendiaba la ciudad

La actividad principal de Pero Niño no era otra que la de estar abonado a poner en fuga a los despistados ingleses que pululaban por el Cantábrico y cercanías a la plataforma continental. Habituados los anglos a ser ellos los que cortaban el bacalao en materia de corso y piratería, disciplinas en las que estaban doctorados, quedaron ingratamente sorprendidos al ver que un marino del sur seco les disputaba la hegemonía que ellos creían que les pertenecía.

La verdad es que tras la aparición en escena de Pero Niño, a Inglaterra parecía que le había mirado un tuerto. Como es sabido de largo, los ingleses han sido muy aficionados a lo ajeno desde tiempos inmemoriales; lo que les sorprendió enormemente es que en pleno siglo XIV alguien les discutiera la paternidad de su único arte digno de mención; la piratería.

El catecismo de Pero Niño era muy sencillo. Se acercaba a la costa inglesa, los lugareños huían despavoridos, saqueaba, incendiaba y “hasta luego Lucas”. Todo ocurría en un abrir y cerrar de ojos. Obviamente el rey de Inglaterra estaba hasta la coronilla del almirante castellano.

Tras saquear Cornualles y la isla de Portland y de pasaportar a más de cuatrocientos soldados de su majestad, arramplaron con las naos que había en el puerto y las cargaron con todo lo que de valor pudieron. Y así, suma y sigue, el prestigio de Pero Niño iba ‘in crescendo’ e Inglaterra se aprestaba para una defensa civil con milicias ya que el ejercito no daba abasto ante la osadía del castellano.

Tiene títulos, honores, prestigio, bienes, poder, reconocimiento; pero no tiene sucesión y esto le obsesiona

Aprovechando el desconcierto de los insulares, y su sobrevenida afición de piromano, pegó fuego hasta los cimientos a las ciudades de Poole y Southampton.

Pero Enrique III, llamado el doliente por sus innumerables goteras, compañero de juegos de infancia ambos, le llama a la Corte. En plena juventud, a los 27 años y cuando iba a encumbrar al almirante castellano para convertirlo en caballero, el frágil monarca desaparece entre las hebras de la oscuridad invisible.

Finalmente, cuando parece darle esquinazo a la agitada vida de soldado, aparece en el escenario vital de este curtido marino una hermosa criatura llamada Beatriz de Portugal, a la que se abraza en cuerpo y alma tras un cortejo clásico y de un romanticismo increíble. Pero Beatriz muere al poco y Pero Niño se viene abajo. Tiene títulos, honores, prestigio, bienes, poder, reconocimiento; pero no tiene sucesión y esto le obsesiona. Lo intenta con la jovencisima Juana de Estúñiga sin resultados. A quien fue el terror de los mares, se le escapa lo mas tierno; una criaturita, un retoño, un vástago.

En 1453, probablemente postrado por una depresión, deja su cuerpo e inicia el Gran Viaje.

Pero Niño, un valiente sin espacio suficiente.

Como el almirante Bocanegra o Sánchez Tovar, como Pedro Mesía de la Cerda o Blas de Lezo y otros tantos innumerables marinos de talla única, el castellano Pero Niño, ya a muy temprana edad, apuntaba maneras.

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