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El problema filosófico que demuestra que sabes menos de lo que piensas
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CONOCIMIENTO, OPINIÓN Y CREENCIAS

El problema filosófico que demuestra que sabes menos de lo que piensas

Durante más de 20 siglos, nuestra definición de conocimiento apenas evolucionó. Hasta que un estadounidense llegó y lo cambió todo para siempre: ¿tenía razón de verdad?

Foto: ¿Al conocimiento por pura chiripa? Eso se acabó. (iStock)
¿Al conocimiento por pura chiripa? Eso se acabó. (iStock)

Pongamos que tiene que volver a la universidad y hacer un examen tipo test sobre una materia que desconoce por completo. Por ejemplo, imagine que es de ciencias y le colocan ante un examen de Historia en el que una pregunta es “¿en qué año llegó Aníbal a las puertas de Roma?” Las respuestas son el 544 a.C., el 216 a.C. o el año 42 d.C. Desconoce la respuesta, pero prueba a ver si acierta y da en el clavo: fue en el 216 a.C. ¿Sabía usted realmente que Aníbal había culminado su hazaña en ese año? No, pero de cara al examinador, lo sabe tan bien como un especialista en historia clásica que hubiese ofrecido la misma respuesta.

¿Conocemos lo que consideramos cierto? ¿Creemos en lo que conocemos? ¿Todo lo que sabemos es conocimiento? Estas son algunas de las preguntas que se hizo el filósofo estadounidense Edmund Gettier en un popular 'paper' llamado “¿Es conocimiento la creencia verdadera y justificada?” y publicado en 'Analysis', uno de los hitos de la epistemología del siglo XX. Desde su alumbramiento en 1964, el breve ensayo ha sido discutido por decenas de filósofos y expertos en lógica proposicional. Veamos el primer caso (contraejemplo) propuesto por Gettier:

Durante mucho tiempo se ha mantenido que algo es conocimiento si existe una creencia, esta es verdad y este conocimiento está justificado

Smith y Jones quieren el mismo puesto de trabajo. Smith tiene pistas de que la siguiente proposición conjuntiva es cierta: Jones conseguirá el trabajo y tiene 10 monedas en su bolsillo. Las pistas que tiene es que el presidente de la compañía le ha asegurado que contratará a Jones, y no a él, y que él mismo ha contado las monedas de su competidor. Por lo tanto, Smith considera que el hombre que va a conseguir el trabajo tiene 10 monedas en su bolsillo.

Ahora viene el giro. Finalmente, no es Jones, sino Smith, el que consigue el trabajo. Entonces, mira su bolsillo y, de repente, se da cuenta que tiene 10 monedas en el bolsillo. ¿Terrorífico? En dicho caso, se puede decir que su creencia de que el hombre que iba a conseguir el trabajo tenía diez monedas en su bolsillo era verdadera”.

¿Sabía Smith, de verdad, que su creencia era verdadera? Esa lógica tiene multitud de implicaciones, pero la principal, aquella por la que Gettier utilizó dichos contraejemplos, es que la noción de creencia verdadera justificada como conocimiento, popularizada desde Platón, no siempre es válida. En definitiva, durante mucho tiempo se ha mantenido que algo es conocimiento si existe una creencia, esta creencia es verdad y, además, este conocimiento está justificado. En el caso de Aníbal, por ejemplo, por mucho que hayamos acertado la fecha (es decir, es verdad), quizá no creamos en ello ni tengamos razones para pensar que es esa y no otra.

Veamos el segundo contraejemplo, muy español, por cierto:

“Smith considera que Jones tiene un automóvil Ford. Lo sabe porque siempre le ha visto montado en él, y de hecho, le acaba de llevar a casa. Smith tiene otro amigo que se llama Brown, pero no sabe mucho de su vida. De repente, Smith, que es un poco juguetón, piensa en tres proposiciones: 'O Jones tiene un Ford, o Brown está en Boston'; 'O Jones tiene un Ford, o Brown está en Barcelona'; 'O Jones tiene un Ford, o está en Brest-Litovsk'. Smith tiene buenas razones para considerar que todas ellas son verdaderas, porque sabe que Jones tiene un coche de esa marca, con lo cual, cualquier disyunción que coloque junto a esta proposición será verdadera, esté donde esté Brown.

Otros filósofos como Descartes dudaron de esta asunción, y Gettier mantenía que era difícil describir qué era conocimiento realmente

¿Y si, de repente, Brown estuviese en Barcelona de verdad? ¿Y si, al mismo tiempo, estuviese equivocado y Jones no tuviese coche, y este fuese alquilado?”

Una vez más, Smith está en lo cierto, pero sin tener ni la menor idea de lo que está ocurriendo. Tenía una creencia, era verdadera y estaba justificada, pero su conocimiento era nulo. Veamos ahora otro ejemplo quizá aún más elocuente, diseñado por el filósofo estadounidense Roderick M. Chisholm, platonista y racionalista:

“Un turista llega a un campo inglés. Allí, a lo lejos, observa lo que parece una oveja, por lo que considera que, efectivamente, en ese campo hay ovejas. Pero no era un animal bovino, sino un perro. Aquí llega el giro: aunque no fuese una oveja, sí que había otra tras una cerca que no había alcanzado a ver”.

Una vez más, el protagonista tiene una creencia justificada y verdadera. ¿Pero verdaderamente sabía que había ovejas, si su percepción le ha engañado? Los contraejemplos de Gettier y colaboradores siguen la larga tradición de otros filósofos como Descartes, que dudaron de la asunción de que una creencia verdadera y justificada era verdaderamente conocimiento. El problema, sugería Gettier, es que es muy difícil saber qué es exactamente conocimiento… pero también, que estamos confundidos en muchas de nuestras percepciones sobre lo que sabemos y lo que no.

Entre el azar y las pistas falsas

Hay diversas teorías que han intentado resolver esta aparente paradoja. Las dos más populares probablemente sean la de “supresión del azar”, que recuerda que en los contraejemplos la suerte juega un papel demasiado decisivo, y la de “análisis de la causalidad”, que recuerda que las creencias deben tener una relación causal con los hechos. Sea como sea, lo que está claro es que a menudo incurrimos, intencionadamente o sin querer, en llamar “conocimiento” a lo que no lo es.

Pongamos un ejemplo cotidiano: la politología. Tenemos a nuestro amigo Landelino, que se gana la vida adivinando resultados electorales, y le toca analizar la pasada campaña estadounidense. Él tiene buenas razones para pensar que va a ganar Hillary Clinton, puesto que las encuestas a las que solo él tiene acceso le han dicho que Hillary va a ganar y se va a alzar, con total seguridad, con el Estado de Ohio. Así que publica un artículo que se titula “el ganador de las elecciones se llevará el Estado de Ohio”.

Llega el 9 de octubre y Trump arrasa en Ohio, por lo que se hace con dicho Estado. También con otros en los que en principio se esperaba su derrota, como Florida o Iowa. Sin embargo, el titular de su artículo, que empieza a compartirse en redes sociales, da en el clavo: efectivamente, el ganador de las elecciones se ha llevado el Estado de Ohio. El problema es que, si uno entra a leer el análisis del artículo, se dará cuenta de que su candidato era Clinton, y no Trump, por lo que no se puede decir que tuviese la menor idea de lo que iba a ocurrir… a pesar de haber acertado de pleno.

El amigo del matrimonio, sorprendido, descubre que tenía razón y sus amigos se lo recuerdan… aunque él no tenía ni idea de lo que estaba ocurriendo

Puede que no sea el mejor ejemplo, ya que hay una relación causal entre vencer en Ohio y ganar las elecciones. Pensemos en una relación de pareja: el amigo de un matrimonio formado por María y Juan sospecha que la mujer está engañando a su marido, puesto que así se lo ha dicho una tercera persona. Además, también sabe que lo está haciendo con Pedro, un amigo del matrimonio. Por lo tanto, piensa que Pedro va a ser el desencadenante de su divorcio, y así se lo transmite a sus amigos sin dar más detalles. Y tiene razón: tras unos meses, deciden firmar la separación, pero porque Juan, que realmente es bisexual, ha comenzado una relación con Pedro. El amigo del matrimonio, sorprendido, descubre que tenía razón… al mismo tiempo que no tenía ni idea de lo que estaba ocurriendo, por mucho que sus amigos le pregunten dónde consigue información tan buena.

Pongamos que tiene que volver a la universidad y hacer un examen tipo test sobre una materia que desconoce por completo. Por ejemplo, imagine que es de ciencias y le colocan ante un examen de Historia en el que una pregunta es “¿en qué año llegó Aníbal a las puertas de Roma?” Las respuestas son el 544 a.C., el 216 a.C. o el año 42 d.C. Desconoce la respuesta, pero prueba a ver si acierta y da en el clavo: fue en el 216 a.C. ¿Sabía usted realmente que Aníbal había culminado su hazaña en ese año? No, pero de cara al examinador, lo sabe tan bien como un especialista en historia clásica que hubiese ofrecido la misma respuesta.

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