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De cómo los españoles le aplicaron al pirata mas sádico una receta inapelable
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LA MUERTE DE DRAKE

De cómo los españoles le aplicaron al pirata mas sádico una receta inapelable

Venerado en Inglaterra como un icono de la Edad de Oro de la piratería, sus descendientes veían como aceptables sus sanguinarios comportamientos

Foto: Sir Francis Drake retratado por Marcus Gheeraerts el Joven.
Sir Francis Drake retratado por Marcus Gheeraerts el Joven.

"Hay una grieta en todo, así es como entra la luz".

Leonard Cohen

La persecución se hacía cada vez más intensa, mientras que dos docenas de perros y 300 jinetes seguían a las huestes de Drake a través de la selva del Darién. Alta humedad, caimanes, mosquitos de alta gama, indios cabreados, la ropa pegada al cuerpo, agua en las botas, la luz penetrando las copas de los descomunales árboles en una atmósfera irreal; y un marcaje al hombre como antes nunca se había visto.

Cerca de medio centenar de piratas ingleses habían sido emboscados tras una fallida entrada en el istmo de Panamá y sus correrías se habían visto truncadas ante la alerta en la que estaban instaladas las guarniciones locales. El corso se había puesto muy difícil desde que los españoles se habían fortificado a conciencia en previsión de evitar ataques como el sucedido en Cartagena de Indias años ha.

Se vengó arrasando Cartagena de Indias y hundiendo una veintena de navíos en Cádiz durante la preparación de la Felicísima Armada

No es fácil saber si Francis Drake lamentó en sus postreros momentos haber conocido el Caribe en particular, o a los españoles en general; pero al parecer según estadísticas, éramos su karma. Desde su dura derrota en San Juan de Ulua en 1568 a manos españolas, había incubado un rencor incontenible.

Se vengó arrasando Cartagena de Indias y hundiendo una veintena de navíos en Cádiz durante la preparación de la Felicísima Armada para la demorada invasión a Inglaterra, y echándole el guante a un galeón del tesoro con jugosos dividendos. Pero eso fue todo, era un mito sobredimensionado.

A este sir y corsario, venerado en Inglaterra como un icono o paradigma de la Edad de Oro de la piratería insular, se le ha hecho un traje a medida y sus descendientes ven como aceptables comportamientos que hoy habrían sido calificados de delitos de lesa humanidad. Por eso, cuando cayó en la morada del olvido, nadie lo lamentó; ni siquiera su propia reina (Isabel I) a la que había defraudado unas cuantas veces de pie y tumbado.

Pocos son los historiadores ingleses que han querido meter mano en el mito, con suerte varia, y pocos han podido desmontar al personaje y ponerlo en su sitio. El historiador militar A. Beevor tiene un opúsculo universitario en el que con perceptibles acotaciones señala la absoluta falta de principios y de respeto a las leyes del mar y de la guerra por parte de este sujeto aupado por el caprichoso destino a un sitial inmerecido.

Se dice que en el ataque a traición perpetrado en San Juan de Ulúa, cuando la tropa española allá acantonada pudo neutralizarlo, este granuja –por suavizar el adjetivo un poco–, dejó en la estacada a todos los compañeros, huyendo a toda pastilla y sin mirar atrás. Un fenómeno.

Pero la cosa no queda ahí, hay más.

Sir, corsario y granuja

En Irlanda le recuerdan por la matanza de la bahía de Smerwick, en la que, en uno de sus afamados ataques de cólera, pasó a cuchillo a más de 600 mercenarios italianos enviados por el Papa y que previamente se habían rendido. Tras rebanarles el gaznate, los despeñaría por un acantilado.

Montó la Contraarmada para agradar a su exigente reina y como respuesta al ataque de nuestra flota, perdida en las procelosas aguas de Irlanda

Cobardía y ego iban de la mano en este personaje, y mira que Inglaterra ha tenido piratas con más caché, pero han quedado en segundo plano. Este mequetrefe –por llamarlo de alguna manera–, dicen que es el que dijo durante el abortado ataque español a Plymouth, en medio de una partida de bolos, que los españoles podían esperar, que más tarde acabaría con ellos... Años más tarde lamentaría estas palabras.

Como amante de la reina se podía decir que tenía recursos ilimitados para invertir, y así lo hizo. Su circunvalación al Globo en 1579 en la Golden Hind le había dado un reconocimiento importante y se podía decir que tenía carta blanca.

Montó la Contraarmada para agradar a su exigente reina y como respuesta al ataque de nuestra malhadada flota, perdida en las procelosas aguas de las costas de Irlanda. Tras sumar sendos fracasos en el ataque a La Coruña (recordar María Pita) y Lisboa, conduciría a una larga agonía a la expedición, que costó la muerte y desaparición –añadidas las enormes deserciones– de las tres cuartas partes de los 18.000 hombres a su mando. Suma y sigue.

Foto: Estatua de María Pita, en el centro de La Coruña. Opinión

Su empeño por la venganza y el desquite del ataque a Ulúa le condujo a un fracaso monumental y ello le llevó a estar castigado contra la pared durante seis años. Transcurrido este tiempo, se le rehabilitó con todos los honores y se le envió al Caribe con plenos poderes para afanar sin cortapisas. Es curioso que hoy estén los paraísos fiscales en islas que fueron antaño madrigueras de piratas.

Corría 1595 cuando Drake intentó asolar como antaño los puertos españoles del Caribe. La Corona inglesa traduciría en una designación que en román paladino sería la de embajador de la piratería inglesa en los territorios de ultramar.

Al hacer aguada en Las Palmas en el viaje de ida y contraviniendo las órdenes del otro almirante (Hawkins) –con más rango por antigüedad–, se había dejado durante el desembarco a un centenar de hombres entre muertos y prisioneros sin conseguir su objetivo; pero la cosa no acababa ahí. En Puerto Rico le dieron una somanta de antología y en Panamá otra inenarrable. Tras arrasar, expoliar, capturar esclavos, incendiar, saquear y varias terminaciones en -ar, atacaría pequeñas poblaciones indefensas, e inasequible al desaliento, lo intentaría de nuevo con Cartagena de Indias, que ya había sufrido sangrientos ataques anteriores por parte del prenda. Pero esta vez los españoles habían aprendido la lección y estaban más que preparados; la cosecha de fracasos y el sumatorio de bajas iba in crescendo y no tenía visos de remitir.

Las guarniciones en Centroamérica combatían hasta el último hombre a sabiendas de lo que les esperaba

Su leyenda de crueldad siempre le precedió. Si capturaba una nave española, la íntegra tripulación era pasada a cuchillo sin más preámbulos; solo se salvaban los pilotos por la información cartográfica que podían aportar. Por ello, las guarniciones en Centroamérica combatían hasta el último hombre a sabiendas de lo que les esperaba.

Con este pedigrí y sus terribles credenciales, los que iban detrás de él se la tenían jurada. Un 27 de enero de 1596, sus implacables perseguidores se llevarían un chasco tremebundo; cuando llegaron a la playa de Portobelo y casi lo tenían al alcance de arcabuz, este ángel del infierno escapaba a remo en una veloz chalupa hacia una de las fragatas apostadas en la bahía.

Pero la flota inglesa financiada a escote por la reina y Drake no tenía su día. En la isla de Pinos, una escuadra española enviada para expulsarlos del Caribe al mando de Bernardino de Avellaneda y de Gutiérrez de Garibay, aplicaría un contundente correctivo al crápula. Su colega de correrías, otro pirata de relumbrón, John Hawkins, se había embarcado hacía unos días en el largo tránsito cuando el capitán de una fragata española descargó una entera andanada sobre la popa del barco en la que este marino de fortuna estaba apretándose un whisky doble para aplacar el fuego de la disentería que lo minaba.

Más de 17 buques hundidos, tres capturados, cerca de 2500 muertos y más de 500 prisioneros sería el balance de tan abultada derrota, que sabiamente sería ocultada al pueblo inglés para evitarle una depresión más y la evidencia de la mortalidad del mito.

Pero de lo que no se salvaría Drake sería de la atroz muerte que venía incubando desde hacia meses, una disentería aguda que convertía su interior en una licuadora y lo vaciaba de vida sin remisión.

La muerte de este espécimen glorificado por Inglaterra tras una intensa cortina de humo, todavía hoy sin disipar por los historiadores locales, no puede soslayar la desaparición de uno de los mayores criminales de guerra de la historia conocida, dicho y reconocido por sus propios coetáneos, y si no que se lo pregunten al valeroso Thomas Doughty, al que le separó la testa del soporte sin más preámbulos por una afrenta trivial.

Decía Dostoievski en "Los Hermanos Karamazov" algo así como... "Hombre, no te encumbres sobre los animales: ellos no pecan, mientras que tú, con tu grandeza, pudres la tierra al aparecer en ella y dejas huellas de tu podredumbre". Es de suponer que se refería a Francis Drake.

"Hay una grieta en todo, así es como entra la luz".

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