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La lección que un banquero y un experto del MIT aprendieron viviendo con 0,5 € al día
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La lección que un banquero y un experto del MIT aprendieron viviendo con 0,5 € al día

Seguro que has oído el tópico: 'viajar a la India te transforma por dentro'. No sucede siempre, pero fue cierto para estos dos privilegiados que decidieron cambiar las tornas

Foto: Eligieron ser pobres por un mes. (iStock)
Eligieron ser pobres por un mes. (iStock)

No hay nada más temido por los habitantes de los países más afortunados del mundo (o más explotadores, según el discurso que elijas) que experimentar la pobreza en primera persona. Quejarse de un sueldo de mil euros durante años y luego viajar como turista a países donde las condiciones económicas medias son mucho peores supone un shock que nos afecta profundamente... durante una semana.

Para Tushar, banquero de inversiones formado en la Universidad de Pensilvania, y Matt, licenciado en el prestigioso Massachusetts Institute of Technology, la experiencia fue diferente. Los dos son de origen indio y a los 26 años se encontraban de vuelta en su país para trabajar en el UID Project (Proyecto por la Identidad Única de India) en Bangalore, colaborando en el registro de datos demográficos del país, algo básico para mejorar su calidad de vida. Querían ayudar a su gente, pero apenas la conocían.

La carne era prohibitiva y hubo que abandonar la comida procesada como, por ejemplo, el pan

Se hicieron amigos compartiendo piso y un buen día Tushar propuso la idea: ¿y si intentamos vivir como un indio medio, con sus ingresos medios? No lo dejaron en una fantasía caprichosa del primer mundo y lo pusieron en práctica durante un mes entero. Ahí comenzó lo que en 'Scroll In' describen como "un viaje que les cambiaría para siempre".

El sueldo medio de un ciudadano indio era de 150 rupias diarias. Como media el gasto en vivienda era de un tercio de los ingresos así que, excluyendo esa cantidad, tenían que apañarse con 100 rupias al día, aproximadamente medio euro al cambio del momento.

Umbrales

El primer paso fue mudarse al minúsculo apartamento de la trabajadora doméstica que tenían contratada, para confusión de esta. Planear la comida dejó de ser algo casual y hubo que comenzar a dedicar gran parte del tiempo a sumar, restar y organizar prioridades. La leche y el yogur eran caros, la carne prohibitiva y hubo que abandonar la comida procesada. No hablamos de precocinados de microondas, sino de alimentos como, por ejemplo, el pan. Se acabó también la mantequilla, lo único que podían permitirse eran pequeñas cantidades de aceite refinado.

Los dos eran buenos cocineros y de buen comer, pero tuvieron que basar la parte proteínica de su dieta en frutos secos e inventar recetas sui generis para llenar el estómago, como por ejemplo plátano frito sobre galletas marca Parle-G, humildes pero calóricas, un postre que consumían cada día.

Su vida se redujo mucho. Con ese presupuesto no podían viajar más de cinco kilómetros al día en autobús y tenían que caminar para casi todo. La electricidad era imposible más allá de cinco o seis horas: había que apagar luces y ventiladores y planificar la carga de sus móviles y ordenadores. Solo unas semanas parecían un gran castigo al ver en los escaparates todo lo que no podían comprar. Ir al cine estaba prohibido, y también ponerse enfermo.

Aun con todos estos sacrificios, seguían viviendo por encima del umbral oficial de la pobreza, que estaba en 32 rupias diarias. Esta cifra había sido discutida porque se refería más bien a las ciudades. En pueblos, el umbral estaba realmente en unas 26 rupias.

Más difícil todavía

El reto estaba claro: ¿podían hacerlo en una de esas poblaciones; ser, aunque fuera temporalmente, de los más pobres de entre los pobres? Lo comprobaron viajando al pueblo de los antepasados de Matt, Karucachal, en Kerala. Allí tenían que comer arroz sanchochado (a medio cocer), un tubérculo local y plátano y bebían té negro, lo más cercano a una dieta variada que era posible.

¿Mataban al menos el hambre? Apenas. Pasaban el día pensando en comida y, como tenían que caminar aún más que antes, estaban siempre cansados. Empezaron a ahorrar en todo lo que nos parece básico: jabón, móviles, internet...

¿Nos merecemos toda la riqueza que nos rodea? ¿Qué es lo que hace a la otra mitad del mundo merecer menos la educación y la salud?

Todas las privaciones parecían un juego cuando imaginaban la línea de meta de su pequeño 'reality' personal. Pero cuando terminó no se encontraron en el punto que podían haber predicho. Estas son algunas de las cosas que escribieron en una carta a sus amigos al final del camino:

"Nos gustaría poder decir que estamos contentos de haber dejado atrás nuestra 'vida normal'. Nos gustaría poder decir que el suntuoso banquete de celebración de hace dos noches fue tan satisfactorio como habíamos esperado durante el experimento. Probablemente fuera una de las mejores comidas de nuestra vida, preparada con toneladas de amor de nuestros anfitriones. Pero cada bocado era un duro recordatorio de la realidad de que 400 millones de personas de nuestro país solo pueden soñar con una comida de verdad, y seguirá sucediendo durante mucho tiempo".

Ellos podían volver a la buena vida, los pobres de verdad "quedaban en un campo de batalla por la supervivencia en el que la libertad significa muy poco". Reflexionaron sobre el derroche, en productos de higiene, en restaurantes caros... que se necesita en los países ricos solo para pasar un fin de semana feliz. "¿Nos merecemos toda esta riqueza que nos rodea?", se preguntan. "¿Qué es lo que hace la otra mitad del mundo merecer menos esas posesiones que nosotros consideramos esenciales, o, más importante aún, nuestra educación y nuestros sistemas de salud? No conocemos las respuestas a estas cuestiones, pero sí el sentimiento de culpa que llevaremos con nosotros. La culpa está hecha del amor y la generosidad de la gente que vive en el otro lado, a pesar de sus difíciles vidas. Puede que los hayamos tratado como a extraños toda la vida, pero ellos no nos tratan así a nosotros".

Sin nutrición, no puede haber nada más, ni los sueños más modestos. La lección más importante, en palabras de Matt, es que "la empatía es esencial para la democracia". ¿Seremos capaces de pensar en ello la próxima vez que veamos a un inmigrante hambriento? Seguramente, jamás con tanta intensidad como Matt y Tushar.

No hay nada más temido por los habitantes de los países más afortunados del mundo (o más explotadores, según el discurso que elijas) que experimentar la pobreza en primera persona. Quejarse de un sueldo de mil euros durante años y luego viajar como turista a países donde las condiciones económicas medias son mucho peores supone un shock que nos afecta profundamente... durante una semana.

India Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) Pobreza Distribución de la riqueza
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