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"Los que mandan en la 'uni' son irritantes; a los de letras nos falta orgullo y mala leche"
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ENTREVISTA CON JORDI IBÁÑEZ

"Los que mandan en la 'uni' son irritantes; a los de letras nos falta orgullo y mala leche"

El papel devaluado que juegan las humanidades en nuestra sociedad es analizado por Jordi Ibáñez, un intelectual catalán que retrata con precisión males típicos de nuestro tiempo

Foto: Jordi Ibáñez, autor de 'El reverso de la historia'.
Jordi Ibáñez, autor de 'El reverso de la historia'.

Jordi Ibáñez es una figura reconocida en el ámbito intelectual barcelonés gracias a una dilatada trayectoria que incluye varios libros ensayo y poesía, además de una novela, y a sus incisivos análisis. Su última obra, 'El reverso de la historia. Apuntes sobre las humanidades en tiempos de crisis' (Ed. Calambur), está llena de ideas que se desarrollan a tirones, atravesadas por observaciones personales, referencias a obras clásicas y apuntes autobiográficos, y que retratan el deteriorado presente de las ciencias humanas. Es un testimonio de primera mano, no solo porque ejerce de profesor de estética y teoría de las artes, sino porque fue durante 18 meses director del Departamento de Humanidades de la Universidad Pompeu Fabra, cargo que abandonó por las intrigas y los politiqueos “que lo enredaban todo y convertían todo esfuerzo en un juego agotador y penoso”.

PREGUNTA. Las humanidades están en declive socialmente. ¿Se nota mucho en la universidad?

RESPUESTA. El signo de los tiempos va en dirección contraria a lo que las humanidades suelen proponer: lentitud, reflexión, tiempo, profundidad, complejidad, memoria. Pero, por otro lado, las humanidades se equivocan estratégicamente pidiendo un rincón en el banquete. Tendrían que ser más osadas, más desafiantes, más honestas, porque el pensamiento que está sustituyendo en la sociedad al de la tradición filosófica es tremendamente estúpido. Pedir permiso en este imperio de la estupidez para que no se olviden de ti es también estúpido. Hay una serie de lugares comunes penosos, como esa exaltación de la emprendeduría y de los emprendedores. Les quieren convertir en grandes sabios del pensamiento dominante... Pues no.

Parece que hay barra libre para lo superficial, lo bobo y lo estúpido, algo que no ocurriría si se aceptase la importancia de las humanidades

De todos modos, el problema de la filosofía no empieza en la universidad, sino en la secundaria. Se cierran facultades de filosofía porque se cierran clases de filosofía en el bachillerato. La universidad está en un gran proceso de transformación sin asumir las consecuencias de ese proceso, pero tiene su raíz en la degradación de la enseñanza secundaria, sobre todo en la pública, que no es atribuible a los maestros.

P. ¿Encuentra grandes diferencias con otros países europeos?

R. El nivel cultural general en España es el que es, pero si coges el perfil de las clases dirigentes en el mundo británico o en el francés, la base humanística es muy poderosa, aunque también puede generar monstruos, como Boris Johnson, por otra parte. Pero como formación básica general no es algo que esté olvidado en los curriculos de las élites de esos países. En esto España es de una originalidad inquietante.

P. Afirma que sin el estudio de las letras y de las humanidades no es posible que haya ciudadanos decentes y libres en una sociedad. ¿Qué aportan las humanidades para conseguir esa meta?

R. No tenerlas en cuenta es renunciar a la originalidad, a la creatividad, a la sinceridad; es abrirle la puerta a un progreso tonto y estúpido. El ambiente moral es hijo de esa degradación. La percepción es que hay barra libre para lo superficial, lo bobo y lo estúpido, así como para el engaño, algo que no ocurriría si se aceptase la importancia de esos saberes que ahora son un lujo para señoritas.

P. A las humanidades se las considera poco pragmáticas, por ejemplo a la hora de ser contratado en una empresa, pero quizá por las razones que apunta sean mucho más útiles de lo que se cree.

R. En la empresa hay de todo, pero está claro que el modelo de ganar rápido, el que no se anda con sofisicaciones, está muy presente. El cineasta Costa Gavras comentaba, cuando rodó 'El capital', que le había sorprendido ver lo cultos que son los banqueros. Cuanto más arriba llegas, más sofisticado se vuelve todo; el problema en la ausencia de intermediación, cuando eso no encuentra un reflejo, algo de complicidad o de comprensión en el tejido empresarial medio.

P. En su libro asegura que las ciencias sociales deben ser un prisma a través del cual la luz del presente se descompone. ¿Cuál es la tarea de las humanidades?

R. Decir humanidades es algo muy hueco, porque se pueden ver desde el enfoque clásico, más de tradición literaria, o de la cultura visual o del arte, pero pienso que el vínculo del mundo actual con el histórico ha de ser inspirador y no caer en la tentación de identificar las humanidades con la tradición clásica o humanístico. Se puede leer a Kant desde esa tradición o desde la filosofía política contemporánea.

P. Si la filosofía no sirve para que te contraten, si carece de utilidad inmediata, ¿quién puede estudiar filosofía hoy?

R. Lo que percibo es que los estudiantes son distintos, no peores. Esta generación presenta rasgos de regreso o de relectura del mundo combativo de los años sesenta y setenta, y eso puede traducirse en actitudes teóricas que suenan a “si eso lo hemos superado”. Este cruce generacional es muy interesante de estudiar. No puedo improvisar un análisis de hacia dónde va, que es complejo. Incluso el partido sorpresa está formado por profesores universitarios.

Durante los años 90 y hasta la crisis, la filosofía volvió a ser una disciplina que estudiaban señoritas y chicos desorientados

En los años 50 y 60, estudiaban humanidades señoritas y curas. Si coges las biografías de los humanistas y filósofos de mediados de siglo, eran antiguos curas o gente de casas muy bien que tenían un hermano que era el que hacía los negocios y ellos estudiaban estas cosas. La democratización de los 70 hace que esta situación cambie, pero en los 90 y hasta la crisis vuelve a ser una disciplina para señoritas y chicos desorientados. En los últimos 9 años es diferente: la exigencia teórica y conceptual de los estudiantes ha aumentado, se interesan por cuestiones formales y técnicas, y son más combativos. No se trata de buscar un refugio melancólico en un saber inútil, sino una forma de buscar algo duro y sólido a lo que agarrarse.

P. ¿Pero sigue siendo una materia típica de clases adineradas?

R. Es así, pero ha sido siempre así. Antes, los seminarios eran un suministrador de cerebros porque había en ellos personas de origen humilde a las que la iglesia les pagaba su formación y llegaban a la universidad con sentido de lo austero. Hubo un momento bueno cuando el sistema de becas funcionaba y se podía captar el talento que se había ido. Pero con las crisis eso se estropea. Lo veo a mi alrededor, la clase trabajadora difícilmente llega a una carrera de letras y está en disposición de aguantar la dureza de lo que es ahora la precariedad laboral que la universidad exige. Es como los Erasmus, que si la familia no pone dinero no te vas. Pero insisto, esta idea de que las letras y las humanidades no tienen salida se agrava cuando se estrangula la presencia de las letras y las humanidades en el bachillerato y por eso se convierten en minoritarias en la universidad.


P. Una de las mayores quejas de los académicos es el sistema de valoración, ese que les impone el “publica o muere”. Pero en las humanidades los textos más importantes y más influyentes siempre han sido monografías, no los artículos de revistas académicas.

R. Entiendo que quienes investigan sobre células, por ejemplo, se quejen de que se les exige publicar demasiado, porque a lo mejor no han encontrado nada aún pero tienen que publicar un articulín porque se les obliga. Esa es una forma de disciplinar la universidad. En el modelo anglosajón hay voces críticas, pero tienen las de perder aquí. Hoy, si tienes una posición en la universidad española es porque la conseguiste estabilizar antes de que llegara este juego abrumador. Pero si entras ahora en el juego y tienes 30 años, tienes que bailar ese son. Olvídate de la posibilidad de escribir un solo libro en tu carrera. Tienes que ir a un congreso, publicar un artículo tras otro y así. Un libro les parece un esfuerzo baldío y esto en las humanidades es una catástrofe. Alguno habrá que sueñe con escribir un libro, pero lo hace en secreto, porque el mensaje que transmiten las comisiones de investigación y los que te evalúan es que un libro no vale lo mismo que ciertos artículos. Pero bueno, tampoco hay demanda de monografías. El mundo del ensayo es un drama en España. Un ensayo de éxito medio vende 30.000 ejemplares fuera, y aquí si llegas a tres mil te hacen la ola.

P. ¿Cree que la universidad se está transformando ideológicamente?

R. Hay un discurso que se está apoderando del espacio público. La tendencia hacia lo totalitario es suave, y a raíz de la crisis es más evidente y asfixiante. No es un totalitarismo como los clásicos, aterrador, pero sí existe una conformación de los modos de pensar. Quizá en lugar de pensar cómo se podían soportar aquello en 1942 debamos pensar cómo soportamos esto hoy. Yo no puedo dar una fórmula universal, cada uno tiene que saber cómo reaccionar frente a esta situación. Las buenas ideas son rápidamente traicionadas por ideas mediocres, por ideas dictadas por la propia acción.

P. ¿Las humanidades están acabadas, como piensan algunos rectores de universidades?

R. Los que detentan el poder en la universidad, los niños del piso de arriba, los que ponen en marcha el modo de hacer las cosas, son irritantes y repelentes. Los economistas o ciertos juristas esconden mal en público su manifiesto desprecio hacia las humanidades, y en privado son muy descarados. Sin embargo, los de abajo, los de las letras, a menudo les damos motivos para que nos desprecien, porque nos falta autoestima, orgullo y mala leche.

Jordi Ibáñez es una figura reconocida en el ámbito intelectual barcelonés gracias a una dilatada trayectoria que incluye varios libros ensayo y poesía, además de una novela, y a sus incisivos análisis. Su última obra, 'El reverso de la historia. Apuntes sobre las humanidades en tiempos de crisis' (Ed. Calambur), está llena de ideas que se desarrollan a tirones, atravesadas por observaciones personales, referencias a obras clásicas y apuntes autobiográficos, y que retratan el deteriorado presente de las ciencias humanas. Es un testimonio de primera mano, no solo porque ejerce de profesor de estética y teoría de las artes, sino porque fue durante 18 meses director del Departamento de Humanidades de la Universidad Pompeu Fabra, cargo que abandonó por las intrigas y los politiqueos “que lo enredaban todo y convertían todo esfuerzo en un juego agotador y penoso”.

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